El indulto presidencial y otras pavadas yanquis
El lector habrá observado cómo, por estas épocas finales del año, vamos incorporando crecientemente las costumbres, celebraciones y consumos estadounidenses. Ya era bastante molesto toparse con mocosos disfrazados de fantasma, reclamando caramelos en la noche de brujas. Ahora tampoco se puede andar tranquilo en noviembre que por todos los canales posibles nos inundan con ofertas por el "black friday", el "cyber monday" y la mar en coche. Sin embargo -y no sin desmerecer el Día de la Soberanía, que también se festeja este mes- hay una celebración yanqui que acaso sería productivo incorporar, la del Día de Acción de Gracias.
Gracias.
Agradecer es una buena cosa, que beneficia al que recibe el gesto, pero mucho más al que lo practica de corazón. Es mejor ser agradecido que pasarse la vida quejándose por todo, esperando un fin de semana que nunca llegará. Y esta festividad de la que hablamos -que se programa para el cuarto jueves de noviembre- tiene un sentido de agradecimiento universal, por las estaciones, por la cosecha, y por la vida. Aún para quienes no suscribimos a la teoría de ese "amigo invisible" que algunos llaman dios, el acto de dar gracias así, en forma multidireccional, es buena terapia.
Los orígenes históricos de la celebración, como siempre, son algo confusos. Se supone que antes de su apropiación por el cristianismo, la Navidad tenía más o menos estos objetivos. La versión más extendida se remonta al año 1623, en la famosa localidad de Plymouth, Massachussetts, donde desembarcaron unos colonos puritanos escapando de la persecución religiosa en su nativa Inglaterra.
Cuenta la leyenda que, apiadándose del hambre que pasaban estos nuevos vecinos, los indios Wampanoag les dieron semillas para sembrar, les enseñaron a pescar (como manda la biblia neoliberal) y les convidaron una cena de pavo en una rara comunión celebratoria. Pronto los colonos, y en acción de gracias por la generosidad de los pueblos originarios, procedieron a su completa exterminación de la faz de la tierra, pero eso ya es otra historia.
Etiqueta.
En el país del Norte esta época coincide con las primeras nevadas y con las congestiones en los aeropuertos, ya que es la ocasión para que las familias -siempre dispersas por razones de trabajo- se reúnan en la casa paterna, así pueden discutir a gusto y sacar los trapitos al sol.
El menú oficial -hay revisionistas que proponen opciones veganas, o incluso la italiana lasagna- consiste en un pavo asado, al que se rellena con una pasta hecha de pan y maíz con salvia, y se baña generosamente con una salsa dulce de arándanos.
Como guarnición hay que poner unas chauchas, batatas, boniatos, puré de papas regado con los propios jugos del pavo, y para rematarla se clavan una tarta de calabaza dulce, o de nuez pecana.
La bebida oficial -y aquí se recomienda discreción a los adultos con niños a cargo- es la sidra caliente e infusionada con especias, una propuesta de escabio que difícilmente prenda por estos pagos. No es de extrañar que esta gente suela acabar a las trompadas.
Turkey.
En el centro de la cuestión, desde luego, está el pavo. Todos los años para esta época se matan unos 46 millones de ellos para engalanar la mesa familiar, aunque los métodos que usan para faenarlos no son aptos para menores. No es que sea una gran pérdida para estos pobres bichos: viven entre tres y cinco meses, hacinados en galpones junto a miles de congéneres, apenas con espacio para caminar, y casi siempre rengueando porque los huesos de las patas no soportan el súbito aumento de peso generado por las hormonas.
Con honrosas excepciones, por supuesto. También para esta época, y en lo que constituye una de las más bizarras tradiciones yanquis, el presidente de la nación se distrae de sus obligaciones habituales para "perdonar" (en castellano la palabra técnica sería "indultar") a uno o más pavos, que disfrutarán así de unos meses más de vida antes de que lo achuren para alguna otra celebración.
Es curiosa esta idea de "perdonar" a un pajarraco que, aún si hubiera nacido con razón y libre albedrío, y pudiera distinguir el bien del mal, no hubiera tenido tiempo material de cometer ningún crimen ni pecado que requiera redención.
Cuenta la leyenda que fue el bueno de John Kennedy quien pocos días antes de morir, en 1963, al recibir un pavo de regalo, decidió que no quería que lo mataran. "Déjenlo seguir", parece que dijo, sin saber que el que tenía los días contados era él. El regalo provenía de la Federación Nacional del Pavo, que anualmente hace un presente de éstos a la Casa Blanca, en agradecimiento por los jugosos subsidios estatales que perciben rutinariamente, por ejemplo, para compensarlos por las pérdidas debidas a la gripe aviar.
Y ya hace unos veinte años, aquel gesto casual de JFK se ha transformado en un hito estacional, al que se convoca a la prensa, que fotografía rigurosamente al presidente junto al pajarraco (al que siempre ponen un nombre simpático), con tanta dedicación que cada año resulta más difícil dilucidar cuál de los dos personajes en la foto es el más pavo.
PETRONIO
Foto: es.wikipedia.org
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