Lunes 05 de mayo 2025

El mono infinito

Redacción 02/02/2025 - 10.29.hs

Aparentemente fue con motivo de la publicación de "El origen de las especies" de Charles Darwin que, ante la incomodidad de descubrirnos parientes tan cercanos de los monos, surgió esta especie de teorema que proclama: dado un tiempo infinito y el acceso a una máquina de escribir, un mono sería capaz de escribir la obra completa de William Shakespeare. La idea terminó por interesarle, desde luego, a Jorge Luis Borges, quien la menciona como al pasar en su ensayo "La biblioteca total", donde cita a Huxley cuando dice que "media docena de monos, provistos de máquinas de escribir, producirán en unas cuantas eternidades todos los libros que contiene el British Museum" a lo que en una nota al pie, el propio Georgy acota: "Bastaría, en rigor, con un solo mono inmortal".

 

Eterno.

 

No es raro que un escritor de ficción, con una fuerte atracción hacia la literatura fantástica, haya elegido entretenerse con estas especulaciones. Por otra parte, a Borges le interesaban, también, la idea del infinito, la idea del azar, la cuestión de la memoria y del olvido. Y le interesaba, también, todo lo que fuera británico, para qué lo vamos a ocultar.

 

Lo que no resulta tan frecuente es enterarse que existen científicos dispuestos a perder tiempo con este tipo de trivialidades, en actividades que, en el lenguaje actualmente en boga, terminarían siendo solventadas "con la nuestra".

 

No debe sorprender que los primeros en fascinarse por este problema hayan sido los matemáticos, cultores de una disciplina llena de intrigas y abstracciones. Aparentemente el primero fue el francés Émile Borel, experto en teoría probabilística, quien planteó la cuestión en términos científicos en 1913. Pero con el pasar de los años, el chiste comenzó a interesar a los expertos en ciencias de la computación, y a los astrofísicos.

 

Desde un enfoque más empírico, y ya en este siglo, un grupo de científicos británicos instaló una computadora en la jaula de un mono del zoológico de Paignton, y el experimento arrojó "cinco páginas de texto, principalmente llenas con la letra S". La información disponible no permite saber si el primate en cuestión se sintió fascinado por la forma sinusoide de ese caracter tipográfico, o si, dando un salto cuántico, se limitó a solicitar silencio a los visitantes mientras se dedicaba a la escritura.

 

Universo.

 

En estos días se ha publicado un estudio elaborado por el matemático Stephen Woodcock, de la universidad tecnológica de Sydney, Australia, que parece dar por concluida la cuestión, y no de modo optimista. Según sus cálculos, no existe tiempo físico suficiente, hasta la expiración de este universo que conocemos, para que un grupo cualesquiera de primates puedan reproducir al azar una obra literaria.

 

Si el lector se alarma de que ya se sepa cuándo acabará el universo -con o sin retorno del Mesías, eso es un dato de color- la verdad es que nos quedan todavía unos cuantos "años googol" para crecer, reproducirnos y dedicarnos a resolver intríngulis. El número es algo así como un uno seguido de unos cien ceros. Pero cuando ese día llegue, nuestros chimpancés escribas no habrán hecho más progresos que su congénere del zoológico.

 

Para ponerlo en términos entendibles, don Woodcock -quien afortunadamente no es becario de nuestro Conicet- da el siguiente ejemplo: las probabilidades de que el mono tipógrafo alcance a escribir la primera palabra de la famosa frase de Hamlet, "To be or not to be" serían de una en novecientas. Trabajando en un ordenador con treinta teclas, cada nueva letra implicaría 29 posibilidades de error, y así exponencialmente. El pobre macaco la tendría complicada incluso para escribir una palabra como "banana", tanto más cercana a sus intereses: ahí sus chances serían de una en veintidós mil millones.

 

Y tal parece que a don Woodcock y al cofirmante del paper, Jay Falletta, les habían encomendado un estudio sobre el uso del agua en las lavadoras automáticas y su influencia en la escasez de agua en Australia, trabajo que los tenía "un poco aburridos".

 

Ni modo.

 

Las conclusiones son terminantes. Ni siquiera contando con varios universos como el nuestro en los que alojar a los monos tipógrafos, tendríamos alguna probabilidad de que se produzca un texto comparable a un solo libro humano. Y eso que como población de referencia para el experimento, se utilizó como hipótesis una cantidad de 200 mil chimpancés, que es la actual población existente de esa especie en el planeta.

 

Sin embargo, la fascinación que este entretenimiento provoca nos garantiza que habrá nuevos episodios al respecto (hablando de episodios, la cuestión mereció un tratamiento en la serie animada "The Simpsons", en la que un despiadado capitalista llamado Montgomery Burns -de extraño parecido a nuestro Mauricio- intenta el experimento en su planta nuclear de Springfield).

 

Como quiera, a los autores no se les escapa que su trabajo de probabilística matemática termine siendo muy pertinente en los días que corren, cuando un grupete de científicos locos nos están llevando a un mundo distópico en el cual los seres humanos seremos superfluos, ya que todas nuestras habilidades laborales y mentales serán reemplazadas por algún modelo de inteligencia artificial.

 

Pamplinas. Para que esos modelos funcionen, seguirá siendo necesaria la intervención humana, así como los macacos nos necesitan a nosotros, aunque más no sea, para alcanzarles una banana.

 

Y por lo que sabemos hasta ahora, un modelo de inteligencia artificial carece de personalidad, y su capacidad para entender lo que está escribiendo está tan en dudas como la de la Mona Chita.

 

PETRONIO

 

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