Viernes 05 de diciembre 2025

El país camino a otro informe Bialet Massé

Redacción 05/12/2025 - 00.12.hs

En estos días de clima político libertario, el país asiste entre atónito y despreocupado a una suerte de revisionismo histórico berreta donde a la máxima autoridad política se le permiten afirmaciones que faltan a la verdad y no hay periodista que repregunte o Academia de la Historia que salga por sus fueros a corregir lo que son simples mentiras.

 

Una de ellas es la que intenta imponer como historia oficial aquélla que afirma que la Argentina era una potencia mundial a principios del siglo pasado y que ese esplendor se eclipsó con la llegada de los gobiernos denominados por esta runfla como populistas. O sea, la Argentina oligárquica era una potencia mundial hasta que llegaron las chusmas, radical primero y peronista después.

 

En principio, Argentina nunca fue una potencia mundial. Sí tuvo un PBI de los más altos del mundo producto de la producción de trigo y carne que el mundo desesperadamente reclamaba, combinado con un ciclo económico de precios altos del comercio internacional. Pero aunque su riqueza dividida por su población era relativamente alta, no era una potencia mundial ni de cerca ni de lejos.

 

En primer lugar porque para ser considerada una potencia, una nación necesita no solo un alto PBI como el que ostentaba Argentina en esos años (un PBI primario), sino además una economía diversificada en al ámbito industrial capaz de integrar su producción y atender la demanda tecnológica de su propia producción. Una simple recorrida por los museos agrarios de la zona pampeana alcanza para verificar que casi todos los implementos agrícolas que se utilizaban en esos años eran importados y los pocos que se producían en el país lo hacían con patentes o en subsidiarias de las que sí eran potencia mundial. Lejos de ser una potencia autónoma, Argentina era un país rico para sus élites y dependiente de los capitales, la tecnología y la capacidad industrial de las que sí eran potencia: Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, etcétera.

 

Argentina no ostentaba tampoco otra de las características que distingue a las denominadas potencias, esto es, una desarrollada y autónoma capacidad militar. Nuestras fuerzas armadas distaban mucho de serlo ni en potencial de ataque o defensa ni en cantidad de efectivos, y menos en el desarrollo de lo que hoy se denomina complejo industrial militar.

 

Por último, y solo para reseñar los aspectos más notorios de su atraso, no tenía influencia cultural ni tecnológica, ni exportaba sus valores, ni su cultura (a excepción del tango que no era un producto de sus elites adineradas o su inversión en ese área, sino un exponente genuino de la marginalidad urbana y rural que ese poder que se apropiaba de la riqueza despreciaba).

 

Pero lo que con más contundencia desmiente y desbarata esa historia mentirosa que el embaucador libertario desparrama impunemente haciendo gala de su ejercicio ilegal de la historia, ahí está para desmentirlo el Informe que Bialet Massé entrega al presidente Julio Argentino Roca a su pedido. El informe, un documento revelador del país real, detalla las condiciones de vida del pueblo trabajador, de los argentinos que día a día hacían posible ese mundo de riqueza que ostentaba la oligarquía gobernante hoy elogiado como un paraíso perdido.

 

Fue un verdadero cachetazo en medio de la euforia agroexportadora. En 1904, Bialet Massé le abre los ojos a esa clase rica y poderosa de la Argentina sobre las condiciones deplorables de vida de las grandes mayorías que ellos explotaban. Jornadas laborales extenuantes, brutales, de 12 horas o más, condiciones de insalubridad y miseria, que degradaban la condición humana y sobre las que se sustentaba esa prosperidad de las elites.

 

No es casualidad que hoy se reivindiquen aquéllos años. El país que dejará el experimento libertario atrasa la historia y nos hará volver a aquéllos años.

 

La pregunta es si el pueblo argentino está dispuesto a consentirlo.

 

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