Domingo 29 de junio 2025

El sonido de la música...

Redacción 22/12/2024 - 11.31.hs

Llega diciembre y los homo sapiens nos empeñamos en torturarnos mutuamente con la proliferación de fiestas, reuniones, cenas y demás, destinadas a festejar un año que todos hemos odiado profundamente de cabo a rabo, pero por algún motivo no se nos ocurre nada mejor que hacer. En ese contexto, una batalla sorda se está librando por debajo de nuestro (escaso) umbral de atención, y es la cuestión de si corresponde pagar derechos a los organismos recaudadores establecidos por ley, por la reproducción de música en esos eventos. Todavía no han habido tiros, ni siquiera escenas de pugilato, pero el conflicto está ahí y no va a hacer más que crecer.

 

Javo.

 

Todo se origina en una norma perdida dentro del paquete de medidas impuestas por el actual gobierno, que inicialmente se llamaba "Ley Bases", luego pasó a ser "Ley Omnibus" y al final quedamos todos tan mareados que ni nos enteramos de qué catzo es lo que efectivamente se sancionó. Por supuesto, algunos legisladores no estaban nada mareados y aprovecharon el momento para, desde su lugar en el nido de ratas, hacerse de unos cuantos cientos de miles de dólares para comprarse departamentos en Paraguay.

 

Dentro de ese galimatías, se aprobó un escueto artículo que establecía -en nombre de la libertad, como tantos otros crímenes- el cese de la obligación de pagar por la reproducción de música en lugares públicos. Lo cual, si bien se mira, no deja de ser una contradicción: si en el tope del catecismo del actual gobierno se encuentra la propiedad privada, no se entiende bien cómo de un plumazo resolvieron abolir la propiedad intelectual de los autores y compositores. Pero claro, el actual presidente -como su admirado próximo mandamás de EEUU- tiene un largo historial de apropiarse de las canciones ajenas para usarlas en sus actos políticos y adornar así su "heroica" gesta personal.

 

La música, de tal suerte, habría pasado a ser un producto sin valor, por el que consecuentemente no hay obligación de pagar. Y los músicos volvieron a ser esos vagos malentretenidos de los que nos hablaban nuestros padres, esa "gente que debería buscarse un trabajo de verdad".

 

Global.

 

Sin embargo, este fenómeno de la devaluación de la música -una de las siete bellas artes- no es nuevo ni es privativo de Argentina. De hecho, y también por debajo de nuestro espectro de percepciones, está ocurriendo un cambio copernicano en el lugar que ocupa la música en la vida de las personas.

 

Acaso el indicador más claro sea el hecho de que hoy vive, entre nosotros, la persona que más dinero ha logrado ganar gracias a la música a lo largo de la historia de la humanidad, y esa persona (un mequetrefe sueco llamado Daniel Ek, dueño de Spotify) en su perra vida compuso dos compases seguidos. Cómo es posible que este gusano haya ganado en sus escasos cuarenta años más dinero que Paul Mc Cartney y Mick Jaegger juntos, es una larga historia que intentamos resumir en un artículo anterior.

 

Al mismo tiempo, nunca ha habido tanta producción de música, ni tantas personas dedicadas a ese metier. Una estadística señala que durante un día de 2024 se publicaron más canciones que en todo el año 1989. Otra cuenta sacada por la gente que se dedica a esas nimiedades, señala que, hoy por hoy, más de 90% de la música se emplea para otros fines (para relajarse, para trabajar, para entrenar) ajenos al hecho estético del disfrute artístico.

 

Un libro de próxima aparición ("El ascenso de Spotify y los costos de la playlist perfecta", de Liz Pelly) revela cómo ese servicio de streaming musical no es más que una gigantesca asociación ilícita, que comete fraudes en escala planetaria, direccionando los pagos de derechos intelectuales hacia sí misma, empleando músicos inventados, que usan varios seudónimos, y que producen (¿habría que decir, "excretan"?) sus obras a través de la inteligencia artificial.

 

Música.

 

Este estado de cosas no puede continuar indefinidamente. Como se decía en otros tiempos, están dadas todas las condiciones necesarias para la revolución. Para empezar, y aún cuando la industria discográfica (la que distribuía música en formatos físicos) nunca estuvo integrada por bebés de pecho, nunca antes se había estafado de tal manera a los compositores.

 

Pero esta gente nefasta no sólo está matando a los músicos. También está matando a la música, transformándola en una comodity más insípida que el arroz.

 

Quien escribe estas líneas -y las publica en un medio de comunicación físico, que se distribuye en papel- pertenece a una generación para la cual la música tenía una importancia vital, existencial. La música ha marcado nuestras vidas, ha definido todas nuestras amistades, le ha dado sentido a nuestras experiencias, y constituye hoy el mejor antídoto contra el olvido, porque ningún artefacto evoca mejor las experiencias pasadas que una buena canción.

 

Probablemente hemos pasado más tiempo escuchando "El lado oscuro de la luna" o "El jardín de los presentes" que el que debiéramos dedicar a nuestros seres queridos. Sentados en un living sin otro estímulo que esos sonidos intoxicantes, acariciando la tapa del álbum, sintiendo su cálido aroma de vinilo.

 

Así que nuestros puños, alzados para maldecir a los Daniel Ek del mundo, también se alzan para protestar por la forma de vida que se nos escapa como agua entre los dedos. Quizá le estamos haciendo pagar deudas ajenas. Igualmente, Daniel Ek, si estás ahí, mal rayo te parta.

 

PETRONIO

 

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