¿Estamos preparados?
El 28 de abril pasado millones de personas en España, Portugal, Andorra y el sur de Francia experimentaron un apagón eléctrico sin precedentes. De un momento a otro, se fue la luz, se cortó el internet, colapsaron las telecomunicaciones y los sistemas de pago dejaron de funcionar. Sin ir muy lejos, a mediados de febrero también en Chile un suceso similar ocurrió: comercios cerrando, estaciones de transporte paralizadas, redes móviles saturadas, hospitales operando en modo de emergencia y como si nos hubiésemos devuelto en el tiempo, se escuchan las noticias en las radios que se encontraban en la calle. En medio de todo esto, una pregunta silenciosa empezó a cobrar fuerza: ¿Estamos realmente preparados para vivir sin tecnología?
La respuesta, aunque incómoda, es clara: no. Y el apagón fue una muestra concreta de ello. Uno de los efectos más visibles fue la imposibilidad de realizar pagos. La inmensa mayoría de las transacciones hoy en día se hacen con tarjeta, móvil o smartwatch. Es rápido, cómodo y seguro… mientras haya electricidad. Pero cuando no la hay, la dependencia de estos métodos se convierte en una vulnerabilidad. Sin terminal de punto de venta ni señal, muchos se encontraron en la insólita situación de tener dinero en el banco, pero no poder comprar lo que se tenía previsto para el día. No por falta de recursos, sino porque no llevaban efectivo.
Durante años se ha intentado empujar el efectivo hacia la obsolescencia, con argumentos centrados en la eficiencia, la trazabilidad o la lucha contra el fraude. Sin embargo, en momentos como el del apagón, queda claro que el efectivo no es un vestigio del pasado, sino una herramienta esencial para la resiliencia ciudadana.
El dinero físico no depende de un servidor, ni de una red, ni de una batería. Es inmediato, universal y no requiere intermediarios tecnológicos. Es, en cierto modo, una forma de soberanía individual. Cuando todo lo demás falla, el efectivo sigue funcionando.
Además, no podemos ignorar que hay sectores de la población para quienes lo digital no es una opción viable. Personas mayores, comunidades rurales, personas sin acceso constante a dispositivos móviles o cuentas bancarias. En una sociedad que se digitaliza a pasos acelerados, el efectivo sigue siendo su única forma de participar en la economía. ¿Qué mensaje les estamos enviando si lo eliminamos completamente?
El apagón no fue solo una falla técnica. Fue una llamada de atención. Nos mostró lo fácil que es perder el control cuando nos apoyamos ciegamente en un sistema sin tener un plan alternativo. No se trata de rechazar la tecnología (sería absurdo hacerlo), sino de usarla con responsabilidad, entendiendo sus límites y planificando para los imprevistos.
Revalorizar el uso del efectivo no es un paso atrás. Es una forma de prepararnos mejor para el futuro. Uno donde los fallos sistémicos, los ciberataques o las catástrofes naturales no nos dejen sin opciones. Un futuro en el que, pase lo que pase, podamos seguir adelante.
Porque cuando todo se apaga, el efectivo, tan tangible, tan simple, tan subestimado, sigue ahí. (Por Martín Matos, director general de Prosegur, extractado de Ambito Financiero)
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