Fumar es un placer sensual
El 2025 que concluye no fue un año en el cual la sensibilidad haya estado precisamente de moda. Más bien lo que primó en el clima social y en "las redes" es la brutalidad lisa y llana. Por eso asombra un poco que este mismo año haya dejado, entre nosotros, un nivel de producción artística realmente notable. Aún cuando el fenómeno no aparezca adecuadamente sostenido por el Estado, ni la sociedad parezca reflejarse demasiado en él, ni la prensa en general (mea culpa) le preste la debida atención. Hay gente escribiendo prosa y poesía de alta calidad, de lo que dan cuenta numerosas ediciones locales. Hay músicos que, casi sin espacios donde mostrar lo suyo, trabajan sin descanso, como lo muestran las cuatro agrupaciones pampeanas (Jazz por tres, Java Queens, Chancho y Les Buitres) que participaron del Magna Jazz. Y también están la danza y el teatro, cada vez más mixturados, con obras que hemos tratado de rescatar desde esta columna, como "La fiesta del hachero", "Recua" o "Nery Nieves".
Mito.
A esta saga pertenece la puesta de "Carmen" que, sobre la inmortal música de Bizet, y con coreografía de Mat Eks, ha llevado adelante la Compañía BAP, bajo la dirección de Luciana Gómez Arzani. El año pasado ya habían producido un manifiesto impactante con "Dirección obligatoria", con música de Steve Reich y coreografía de Alejandro Cervera. Un relato corporal de la dictadura 1976/83, pasado por el tamiz industrial del minimalismo, a la "Einstein on the beach".
En esta ocasión la compañía acometió no ya un clásico, sino directamente un mito. Y cuesta creer que en tan poco tiempo hayan logrado enhebrar no sólo un elenco sólido -eso ya estaba de entrada- sino también un vestuario y escenografías más que dignos, y una precisión coreográfica que no pierde la ocasión de responder a los guiños de una música tan rica en texturas percusivas. Si hasta encontraron el truco para que los personajes fumen en escena sin emplear tabaco.
El proyecto es tan ambicioso que inicialmente la idea era que la puesta contara con música en vivo, a cargo de la Banda Sinfónica de La Pampa. No pudo ser esta vez, pero ¿por qué ceder al derrotismo y descartar que el año próximo se reúnan estos dos colectivos artísticos, en una producción masiva y popular, que llegue a todo el público posible?
Cuerpo.
Parece adecuado que la historia de la gitana Carmen se cuente desde los cuerpos, sin canto ni palabras (los bailarines hablan ocasionalmente, pero en un lenguaje gutural, casi primitivo). Y es que Carmen es un mito, precisamente, porque es un cuerpo deseante y libre, una mujer que, en la Sevilla del siglo XIX, o en la Villa Alonso de nuestros días, se resiste a cumplir meramente con los deseos de su(s) amante(s) y a ocupar ese lugar subalterno al que el patriarcado confina a las mujeres, tanto más si son pobres o pertenecen a una etnia perseguida.
Eso es lo que define a un clásico: una obra arquetípica, que puede dialogar con cualquier contexto cultural o histórico, y siempre mantiene su relevancia. Y vaya si es relevante esta heroína trágica en estos tiempos donde la reacción conservadora propone a la sociedad volver al siglo XIX, a través de la reivindicación de "valores familiares" inexistentes, y resistiéndose a ver que, como dice Shakira -y en esto no hay ironía alguna- "las mujeres ya no lloran".
Por eso, aunque la música de Bizet nos sitúe en el romántico francés tardío, esta puesta nos habla en y desde Santa Rosa. La Carmen que encarna Magalí Gigena, con toda su elegancia y su técnica clásica, pasa a través del lenguaje contemporáneo a transitar por el grotesco, por la sensualidad explícita, y hasta por la vulgaridad. Porque esta Carmen, mujer trabajadora, que fuma y arma cigarros, no tiene tiempo ni ganas de amoldarse a toda esa etiqueta mojigata.
Finales.
A un siglo y medio del estreno de esta ópera, ya no puede hablarse de "spoiler" si revelamos que las cosas terminan bastante mal. Y no sólo para la pobre Carmen, que paga muy cara su decisión de no doblegarse, de andar por la vida a su aire y voluntad. También para el pobre Don José (interpretado por Lucas Dyckmans), ese milico bonachón y algo mentecato que creyó que su amor por la gitana implicaba la necesaria sumisión de ésta. Ni siquiera el gallardo Torero (Cristian Chinca), con todo su garbo y "sex appeal" sale bien parado. Por algún motivo, uno de los personajes centrales de la obra es la propia Muerte, que aquí encarna Agustina Puhl, impactante.
Tampoco terminaron bien las cosas para Bizet, que murió al poco tiempo de aquel estreno de 1875, sumido además en el escándalo por haber rescatado este personaje revulsivo de una novela que para ese entonces ya tenía treinta años de publicada (autoría de Prosper Mérimée).
Pobre Bizet. El primer compositor francés moderno importante, quien con esta obra en particular -donde amalgamaba la cosa étnica (con ritmos cubanos y melodías arábigas) con la revolucionaria armonía modal- prefiguró el camino que luego recorrerían Satie, Debussy y Ravel. Marcando así el escenario de la música del siglo XX, el jazz incluído. ¿Acaso podemos pensar en el "Bolero" de Ravel, sin evocar al mismo tiempo la "Habanera" de Carmen?
Está muy bien entonces que en esta puesta no se abandone al tabaco y todo su simbolismo. Ese producto colonial, que llega a Europa como placer y vicio, y pronto se instala como señal de la marginalidad, de la ambigüedad sexual, del conventillo. Como a las cármenes de la vida, como la cultura de los pueblos, al humo del tabaco no se lo puede capturar ni poseer.
"Carmen”.
Compañía BAP
Reparto: Magali Gigena, Roberto Folgestein, Juan Urquiza Romero, Agustina Puhl, Lucas Dyckmans, Cristian Chinca, Florencia Silva, Cecilia Felgueras, Julieta Delvalle, Evangelina Weiss, David Pundan y Eduadro Moyano. Dirección: Luciana Gómez Arzani.
PETRONIO
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