Sabado 20 de abril 2024

Se cumple un año de la guerra en Ucrania

Redacción 23/02/2023 - 09.23.hs

Está claro que EEUU y sus aliados no creían posible que Rusia reaccionara, en algún momento, poniendo un parate a la expansión innegable de la OTAN hacia el Este.

 

JOSE ALBARRACIN

 

Si algo faltaba para clarificar que nos encontramos en una situación de guerra global, con más posibilidades de escalar que de desactivarse, el anuncio efectuado el martes por el presidente ruso Vladimir Putin, comunicando la suspensión del acuerdo de no proliferación nuclear con Estados Unidos conocido como "New Start", no deja mayores dudas. Mientras tanto, la guerra en Ucrania, que mañana cumple un año de iniciada, se encuentra en un estado de virtual equilibrio, pese a los crecientes esfuerzos bélicos de ambas partes, lo que hace preanunciar un conflicto largo, costoso y penoso. Y, salvo China y algunos gobiernos latinoamericanos, no se habla de diplomacia o de paz: sólo se multiplican las declaraciones altisonantes.

 

Igual.

 

De todos modos, la jugada rusa no cambia demasiado el tablero existente. Las inspecciones mutuas de arsenales nucleares, pese a que el tratado se encuentra renovado desde 2021 y vigente por tres años más, no se venían realizando, primero por la pandemia, y luego por los resquemores mutuos producidos por el conflicto en Ucrania.

 

Rusia había denunciado que las autoridades militares norteamericanas no venían cumpliendo con su obligación de garantizar el acceso a sus instalaciones nucleares, lo cual era cierto. Y, por otra parte, los ataques con drones intentados por el gobierno de Kiev contra bases militares en territorio ruso, no predispusieron a Moscú de la mejor manera para abrir esas mismas bases al enemigo. No es un secreto para nadie que toda la impresionante tecnología militar con que cuenta Ucrania proviene de Occidente.

 

Cuando el "New Start" (irónicamente o no, su nombre se traduce como "un nuevo comienzo") caduque en unos mil días, habrá que acordar un tratado totalmente nuevo, negociación para la cual no están dada ni las más mínimas condiciones, y aún de afinarse un texto conjunto, las posibilidades de que sea aprobado por el Senado en Washington son prácticamente nulas.

 

Escala.

 

Como siempre, la escalada bélica es producto de errores de cálculo mutuos, y de seguir la inercia de las relaciones establecidas, sin preocuparse en verificar la gravedad de la situación fáctica presente. Como se dijo alguna vez, las potencias europeas entraron a las guerras mundiales del siglo pasado casi "como sonámbulos".

 

Está claro que EEUU y sus aliados no creían posible que Rusia reaccionara, en algún momento, poniendo un parate a la expansión innegable de la OTAN hacia el Este. Es bastante claro, también, que no existió un buen cálculo en Moscú sobre la resistencia que encontraría de parte de los ucranianos.

 

Lo que resulta preocupante es que, pese a que tras un año de conflicto estos errores deberían ser percibidos, ello parece lejos de ocurrir, al menos desde la parte occidental, que es la que más conocemos por su disponibilidad en los medios de prensa habituales. Resulta inconcebible que no se comprenda al adversario, en particular, el hecho de que para los eslavos estas hostilidades son una maniobra defensiva ante el asedio de naciones hostiles junto sus fronteras.

 

A ello debe sumarse la evidente torpeza de las declaraciones de altísimos funcionarios norteamericanos, sólo atribuible a la soberbia imperial. Que Hillary Clinton haya sugerido la necesidad de desmembrar territorialmente a Rusia, con el pretexto de que es "demasiado grande", o que el presidente Joe Biden haya expresado su deseo de que Putin sea depuesto en su cargo, son actos de intromisión en los asuntos internos rusos, inadmisibles respecto de cualquier nación soberana, y mucho más, cuando se trata de una potencia mundial y nuclear. Precisamente, el respeto por la soberanía ajena es el argumento más sólido contra las maniobras rusas en Ucrania.

 

Hipocresía.

 

Por su parte, Moscú no ha cometido la torpeza de llamar al derrocamiento de Biden -aunque en EEUU sigan las acusaciones de que Rusa interfirió en sus elecciones presidenciales de 2015- pero no se privó de señalar lo que considera actos de hipocresía y de bajeza moral por parte de Washington.

 

¿Cómo es posible que no sólo el gobierno norteamericano, sino prácticamente toda la prensa de ese país, siga insistiendo en que el ataque ruso fue "no provocado", si se mira el mapa actual de la OTAN y se lo compara con el de 1990? ¿Cómo es posible que en EEUU sostengan que las acusaciones que recibe, de hipocresía e inconsistencias -no ya de Rusia, sino de buena parte de Asia y del Cono Sur- son producto de una "percepción errónea"?

 

Sin ir más lejos, hoy hay decenas de miles de millones de dólares en manos ucranianas, en concepto de pertrechos militares sofisticados, incluyendo fusiles, municiones, misiles, artillería, y próximamente tanques de guerra, para no hablar de la logística. No es ningún secreto para nadie que buena parte de este armamento representa pingües ganancias para las compañías armamentistas, enquistadas con el Pentágono en el "complejo industrial militar" que denunciara el propio presidente Eisenhower ya en la década del '50. Y tampoco es un secreto -de hecho, lo reveló el propio presidente Bush hijo- que EEUU considera a las guerras fuera de su territorio como un motor de su propio crecimiento económico.

 

¿Qué tiene de extraño, entonces, que desde el Kremlin se sostenga que, cuando más largo alcance tengan las armas que se provean a Ucrania, mayor será el esfuerzo por alejar esa amenaza de sus fronteras?

 

El aniversario de mañana debería ser una ocasión para reconocer errores y para dar paso a la diplomacia, con intervención de terceros países que han dado muestras de imparcialidad y preocupación por el conflicto. Lamentablemente, lejos de una canción pacifista, lo que estamos escuchando, en cambio, se parece más a la que cantaba Joan Manuel Serrat: "resulta bochornoso verles fanfarronear a ver quién es el que la tiene más grande".

 

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