La curiosa vigencia del filósofo Platón
El platonismo y la política no se llevan. Por suerte para los actuales émulos del filósofo, entre nosotros la esclavitud fue abolida hace dos siglos.
JOSE ALBARRACIN
En ocasión de la campaña presidencial en curso, se pudo escuchar por estos días a uno de los dos candidatos al balotaje ensayando una metáfora con claras reminiscencias platónicas. Y es que si hay algo que abunda en este debate electoral, además de las diatribas, son las metáforas. Pues bien, puesto a explicar el problema del populismo y la necesidad de la abolición del Estado y la "casta política", el candidato explicó que los ciudadanos víctimas de esa supuesta confabulación nos encontramos dentro de una caverna, donde creemos sentirnos seguros, pero donde nos espera una muerte por inanición, no menos segura aún. Para el caso, explicó, es preferible salir al exterior de la caverna, donde también podría esperarnos la muerte a manos de algún depredador, pero al menos tendríamos una esperanza de encontrar alimento y sobrevivir.
Caverna.
Resultó inevitable recordar, al respecto, la alegoría de la caverna ensayada por Platón en su obra "La República", considerado por muchos el primer tratado de ciencia política, al menos en la cultura occidental. Allí el filósofo griego intenta explicar su teoría sobre la relación entre el mundo físico y el de las ideas. Para él, es como si los seres humanos viviéramos en el interior de una caverna, mirando en dirección a una pared interior, donde vemos la proyección de imágenes que representan el mundo real, pero de hecho no lo son: son meras sombras falaces de la realidad, para cuyo conocimiento sería necesario salir de esa caverna.
Curiosamente, la escena que propone Platón tiene parecido con la concepción budista del universo, que, partiendo de un idealismo parecido, también considera que el mundo material es una ilusión que debe superarse para obtener el conocimiento o iluminación.
En la cultura contemporánea, un planteo parecido puede verse en la saga fílmica "Matrix". Aunque bien podría decirse, también, que la caverna de Platón recuerda sospechosamente a las salas de proyección de cine, y por extensión, a todo el mundo artificial de la imagen en el que tiene origen la emergencia de este candidato.
Idealismo.
Bien visto, no parece extraño que el referente "libertario" en cuestión haya aludido a este mito clásico, ya que en buena medida, su estructura de pensamiento parece ser platónica (no abundaremos aquí sobre el supuesto platonismo en su vida sentimental, sobre el cual se extiende Juan Luis González, autor de su biografía no autorizada, "El Loco").
Todo el ideario que transmite este postulante a la presidencia -al menos, hasta las elecciones del pasado 22 de octubre- se basa en una serie de postulados idealistas, sin conexión aparente con la realidad. Su convicción thatchereana, de que no existe la sociedad, sino los individuos, y que la libertad individual (entendida sobre todo como propiedad privada) no debería ser objeto de ninguna restricción por parte del Estado, no parece compatible con la evolución histórica, en la cual la existencia del estado de derecho basado en un sistema constitucional, se muestra como el método más adecuado para la defensa de las libertades individuales.
Esta realidad histórica evidente no parece conmover a quienes sostienen esta teoría, que incluye la propuesta de eliminar al Banco Central, al sistema de coparticipación -y, por cierto, una gruesa porción de los empleados públicos- para liberar esa utopía.
Esto conduce a contradicciones flagrantes. Se dijo la semana pasada, por ejemplo, que el Estado no debería construir cloacas, ya que esa debería ser tarea de los propios vecinos organizados. El problema es que esa idea se da de cabezas con la ciencia (la física y la ingeniería) que recomienda enfáticamente la ejecución centralizada de las obras de saneamiento urbano, que requieren elaborar planos que respeten la ley de gravedad, instalar estaciones de bombeo, y eventualmente, prever sistemas eficientes de manejo de los desechos para evitar la contaminación. Ello sea dicho, no sin destacar que las cooperativas de vecinos para construir obra pública no dejan de ser un sistema de organización colectivista, tanto como el Estado del que abominan los "libertarios".
Siracusa.
Pero quienes deciden practicar el platonismo político les haría bien leer no sólo "La República", sino también la biografía del filósofo griego que la escribió. Así se enterarían, por ejemplo, que Platón, proveniente de una familia ateniense acomodada, tenía como destino dedicarse a la política de su ciudad-estado. Sin embargo, la tiranía vigente, responsable de la muerte de su maestro Sócrates, lo convenció de que debía dedicarse a la filosofía, para no formar parte de esa "casta política" que abominaba.
Así es como elaboró su teoría del gobierno ideal, que según su visión, debía estar a cargo de los filósofos (por alguna extraña razón, también, en la república de Platón no tendrían lugar los poetas).
Sin embargo, quiso la suerte que Platón tuviera la ocasión de poner en práctica su ideario político, no en Atenas, sino en la ciudad siciliana de Siracusa, todavía en la égida de la cultura helénica, y gobernada por aquel entonces por un tirano llamado Dionisos (la changa se la había conseguido el sobrino del monarca, Dión, un alumno de la Academia que Platón regenteaba en Grecia).
Para hacer corta una historia larga (que tuvo tres episodios, igualmente desafortunados) el filósofo-asesor que intentó convertir en sabio a aquel tirano, para establecer su república ideal, terminó siendo expulsado de Sicilia, y vendido como esclavo. No por nada el discípulo más brillante de Platón, Aristóteles, se cuidó muy bien de no exagerar con eso del idealismo, y construyó, con sólidas bases reales, un sistema filosófico que hasta hoy nos admira. Además de encargarse de educar al macedonio Alejandro Magno, uno de los emperadores más formidables de la antigüedad.
Vale decir que el platonismo y la política no se llevan. Por suerte para los actuales émulos de Platón, entre nosotros la esclavitud fue abolida hace dos siglos. Avance que, desde luego, tenemos que agradecerle al Estado y la "casta" que lo maneja.
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