Lunes 25 de marzo 2024

La democracia sí cambió la vida

Redacción 24/11/2022 - 07.59.hs

Solo con la democracia se consiguió en algún momento un quiebre del ciclo neoliberal que instaló la dictadura y los trabajadores superaron el 50% del ingreso nacional.

 

JOSE ALBARRACIN

 

A pocos días de la partida de Hebe de Bonafini, y evaluando su legado sustancial -la militancia en favor de la democracia y los derechos humanos- no puede menos que confrontarse ese ejemplo con el de algunos otros dirigentes nacionales, como el senador por la provincia de Córdoba, que hace pocos días profirió, en un programa televisivo, la afirmación de que "ningún argentino puede decir que la democracia le cambió la vida". Como es improbable que este legislador se tome el trabajo de hacer efectivamente esa pregunta a sus votantes, se impone aquí hacer un brevísimo recuento de cómo la democracia efectivamente cambió para bien la vida de millones de personas en este país.

 

Terror.

 

En primer lugar hay que mencionar, aunque sea someramente, que la democracia vino en 1983 a terminar con el terrorismo de Estado, por lo que hoy "ningún argentino" debe vivir con el temor de ser secuestrado, desaparecido, torturado, asesinado en el anonimato, o sufrir la apropiación de sus hijos y la confiscación de sus bienes. En ese logro, además, se consiguió un fuerte afianzamiento de la vigencia del estado de derecho y el combate a la impunidad, dando por resultado un proceso de autodepuración nacional que se cuenta entre los pocos motivos de orgullo legítimo que los argentinos podemos ostentar ante el mundo.

 

Ese solo ejemplo debería bastar para rebatir el exabrupto de este senador, el que podría atribuirse a una mera superficialidad o frivolidad, si no fuera porque dentro de su espacio político existen numerosos ejemplos de negacionismo de los crímenes cometidos en la dictadura (1976-1983), cuando no directamente una reivindicación de ese proceso criminal.

 

En cualquier caso, en momentos en que aquel pasado está siendo revisado, no sólo por el estreno de una exitosa película (Argentina 1985) sino también por la reaparición en el país de la violencia como arma política, declaraciones de este tipo exceden la banalidad, para transformarse directamente en propaganda antidemocrática.

 

Hitos.

 

Sin embargo, y aunque este aspecto es central e involucra a la totalidad de los 47 millones de argentinos, la democracia nos ha traído una gran cantidad de progresos que efectivamente cambiaron para bien la vida de enormes segmentos de la población.

 

Por ejemplo, poco después de la condena a los jerarcas de la dictadura, la democracia garantizó a los ciudadanos -tras un intenso debate parlamentario- el derecho al divorcio vincular, que hoy damos por descontado. Sin embargo, la falta de ese derecho básico a la autodeterminación -producto de presiones de sectores confesionales- condenaba a miles de familias a una suerte de clandestinidad, cuando no a remedios legales costosos y estrafalarios como viajar al extranjero para obtener una sentencia de divorcio.

 

La vida de las familias también se vio mejorada luego con la eliminación de los odiosos trámites de divorcio contencioso, y con la reivindicación del rol de las mujeres, que pudieron así salir del yugo que les imponía la primacía legal masculina, tanto en materia de fijación del domicilio, como de administración de los bienes, como de la crianza de los hijos.

 

Progreso.

 

Poco a poco, y siempre a través de la labor parlamentaria, la democracia fue ampliando derechos y eliminando rémoras autoritarias, como por ejemplo, con la abolición del delito de desacato, que hacía pasible de prisión a cualquiera que molestara a un funcionario público. O la eliminación del servicio militar obligatorio, verdadera espada de Damocles que pendía sobre los varones jóvenes, y que sólo se obtuvo tras uno más de los tantos homicidios cometidos dentro de ese perverso sistema. O la modificación de la normativa penal y civil en materia de difamaciones, que amplió considerablemente el derecho a la libre expresión del que tanto goza el senador mediterráneo.

 

La lista es larga y continúa, abarcando millones de personas. Por ejemplo, la instauración del matrimonio igualitario, y la ley de identidad de género, entre otras mejoras legislativas que vinieron a elevar a una minoría (el colectivo LGTBIQ+) que no sólo era ignorado por la legislación, sino que era objeto de una abierta discriminación.

 

La democracia cambió efectivamente la vida de las mujeres, que son más de la mitad de la población. No sólo con los derechos civiles ya enunciados, sino con todo un plexo de normativas en su favor -entre ellas, la adopción de una convención internacional que las protege- que vino a culminar con la consagración legal de la interrupción del embarazo como derecho básico.

 

Es cierto que en materia económica hay mucho que mejorar, pero esas penurias no son atribuibles a la democracia, sino primordialmente a fuerzas de facto que la exceden. Hay que decir, de todos modos, que sólo con la democracia se consiguió en algún momento -y no precisamente gracias al sector que representa el cordobés desbocado- un quiebre del ciclo neoliberal que había instalado la dictadura, que llevó a los trabajadores a participar en más de un 50 por ciento de la distribución de la renta.

 

En realidad, la mayor refutación a estas lamentables expresiones podría encontrarse en la propia persona que las profirió. El hoy senador nacional, de no ser por la democracia, jamás hubiera accedido a los cargos legislativos con que su atribulado pueblo lo ungió. A lo sumo su talento lo hubiera llevado a algún trabajo en el mundo del entretenimiento, acaso, como animador en el Festival de Cosquín. Si no en el escenario central, al menos en una peña trasnochada.

 

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