Lunes 05 de mayo 2025

La próxima elección

Seguramente en las próximas horas accederemos a la “letra chica” del acuerdo electoral entre Milei y Macri: qué dio y qué obtuvo cada uno a cambio de sellar el acuerdo. Pero ya se puede especular sobre el significado y el sentido de este nuevo acuerdo de la derecha argentina: quién y cómo lo construyó, con qué fines, con qué argumentos políticos. No es que sea extraño que dos líderes de la derecha acuerden: es -o debería ser- lo más lógico y común. Como siempre, el análisis político está obligado a saltar sobre las sorpresas y las obviedades; es de sentido común básico: se juntan dos que piensan más o menos parecido para triunfar contra otro que piensa lo contrario.

 

Es así, ¿pero siempre ocurren las cosas de esa manera? ¿Cuánto tiempo tardó la derecha antikirchnerista en forjar una unidad, a la postre triunfadora? Tardó por lo menos desde 2003 hasta 2015, doce años. Es decir, parecía entenderse que la urgencia de la unidad no superaba la voluntad de cultivar el propio “jardín” (el radicalismo conservador, el peronismo “cordobés” y otros productos de la época). La elección del 2015 fue un parteaguas del reagrupamiento político, simbolizado en un acontecimiento que nadie hubiera soñado un tiempo atrás: una interna radical construida contra un enemigo “externo” (en este caso el peronismo kirchnerista). Como al pasar, digamos que, desde el punto de vista de la competitividad electoral en el plano nacional, la UCR nunca se recuperó de la reunión de Gualeguaychú. De una u otra manera, el sistema de partidos ha ido confluyendo en un esquema “bipartidista” que hoy todavía se puede seguir llamando “peronismo-antiperoismo”. Hasta Gualeguaychú se podía esperar una reconstrucción del sistema de preferencias electorales, con otros actores y otras referencias históricas: hoy parece difícil que la disputa de este año se libere de esa antinomia, aunque su retórica sea actualizada periódicamente.

 

Aparece muy claro que la unidad del peronismo es mucho más difícil que la del antiperonismo. Así fue el territorio electoral argentino durante mucho tiempo. La recuperación democrática, primero, y el surgimiento del kirchnerismo después, parecían haber “normalizado” la disputa política argentina: conservadorismo contra populismo era el nombre de la contradicción. ¿Sobrevivirá esta mutación? No especulemos. Para poder decir algo sobre esto hay que esperar acontecimientos que hoy están en proceso de gestación. La incógnita primera y principal es la fuerza de gobierno. Como suele ocurrir, el ascenso de Milei tuvo la gracia de lo inesperado, lo atractivo de lo que cambia el curso de los acontecimientos. Digamos, como al pasar, que Milei está, aparentemente, asumiendo un riesgo: el de zambullir exageradamente su perfil político-electoral, en las aguas turbias de la “política tradicional” cuya abominación fue una de las claves de su vertiginosa “acumulación política originaria”. Ahora tiene frente a sí la encrucijada: cómo seguir siendo lo nuevo zambulléndose entre lo viejo.

 

Y, claro, Macri está justo en el límite. Porque, por ejemplo, la idea-consigna contra el estado invasor y contra el Estado como “curro” va a tener mucho para explicar en estas nuevas condiciones.

 

Hoy el país tiene en el gobierno a un líder y a una fuerza política que reniega abiertamente de los pactos políticos que refundaron la democracia en 1983. Y no se trata de un aventurero -o de un grupo de aventureros- sino de una fuerza política de cuadros, muy bien organizados, con inmejorables vínculos internacionales con lo que es hoy la vanguardia de la reacción mundial. Cualquier línea de acción para el período en el que entramos debería sostenerse en la premisa de que es esencial que este grupo de gobierno no se consolide. Y la elección de este año será un episodio decisivo para que así sea. (Por Edgardo Mocca, extractado de El Destape)

 

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