Los desaparecidos de Donald Trump
Desde que se puso en marcha la deportación masiva, el principal destino de los expulsados es El Salvador, que ha establecido un sistema carcelario que no pasa ninguno de los estándares internacionales en materia de derechos humanos.
JOSE ALBARRACIN
El proceso de deportación masiva de inmigrantes que se lleva a cabo en EEUU desde la asunción del actual presidente Donald Trump -en cumplimiento de una de sus más estridentes promesas electorales- amenaza con transformarse en un episodio de desaparición forzada de personas a escala masiva. La falta de criterios legales adecuados -los oficiales migratorios, por ejemplo, asumen que toda persona con tatuajes corporales es necesariamente miembro de una banda criminal-, la falta de un efectivo debido proceso donde las víctimas puedan defenderse y -sobre todo- la notoria torpeza con que se vienen manejando las actuales autoridades, ya ha producido resultados preocupantes. Y así seguirá, si se tiene en cuenta la enorme cantidad de personas sometidas a este procedimiento inhumano.
Kilmar.
El 15 de marzo pasado, las autoridades inmigratorias de EEUU deportaron con destino a El Salvador a Kilmar Armando Abrego García, un trabajador y padre de familia al que inicialmente se acusó de pertenecer a una pandilla criminal, aunque luego Washington reconoció que se había tratado de un "error administrativo". La expulsión se produjo pese a que un juez de inmigraciones se había pronunciado en contra del procedimiento, por temor a que Abrego García fuera torturado al regresar a su país natal.
Este detalle no es menor: desde que se puso en marcha la deportación masiva, el principal destino de los expulsados es El Salvador, la pequeña nación centroamericana que, gobernada por el autoritario Nayib Bukele, ha establecido un sistema carcelario que nada tiene que envidiarle a la prisión norteamericana Abu Graib, en Irak, y que no pasa ninguno de los estándares internacionales en materia de derechos humanos. El trato humillante a los detenidos, el hacinamiento, la falta de garantías judiciales, hacen de ese enorme sistema carcelario -admirado aquí por la ministra de "seguridad"- una verdadera mazmorra, y ese dato no es ignorado por la propia Casa Blanca.
Estos "favores" le han valido a Bukele un trato privilegiado por parte de Trump, quien la semana pasada lo transformó en el primer presidente latinoamericano en ser recibido en la Casa Blanca por la actual gestión, una cucarda que buscaba ansioso el actual presidente argentino. El salvadoreño se permitió incluso calificar como "absurdo" ("preposterous") el pedido de un juez norteamericano de que se proceda a devolver a Abrego García a los EEUU.
Desacato.
El juez federal en cuestión, James Boasberg, amenazó con abrir una causa por el delito de desacato y desobediencia a la administración Trump, calificando en duros términos el hecho de que, pese a la orden dictada, los funcionarios no hayan hecho "absolutamente nada" para gestionar ese regreso. Se trata de una actitud valiente de este magistrado, en momentos en que muchos de sus colegas se doblegan ante el autoritarismo de la actual gestión, que ha atacado no sólo a jueces sino también a poderosas firmas de abogados, por no hablar de las universidades más prestigiosas del país.
La respuesta del gobierno, con su habitual demagogia, fue invitar a la Casa Blanca a la madre de una mujer que había sido asesinada por un inmigrante ilegal para hablar de su problema. Problema que nada tenía que ver con la situación del salvadoreño deportado, ni mucho menos, con el hecho de que en El Salvador se haya instalado una verdadera "granja de reclusos", que hoy parece ser un negocio internacional lucrativo para el presidente Bukele.
Mientras tanto, el senador demócrata Chris Van Hollen, representante del estado de Maryland -donde vivía Abrego García junto a su familia- viajó a El Salvador para entrevistarse con él, pero no se le permitió el acceso a la cárcel donde estaba alojado. Solamente después obtuvo una breve entrevista en un hotal, en la cual el detenido le informó que todo ese tiempo habia estado en confinamiento solitario. Su familia y sus vecinos vienen realizando manifestaciones públicas pidiendo por su retorno, pero hasta el momento el gobierno no da señales de intentar cumplir con la orden judicial: hasta una funcionaria declaró que si volvía al país, Kilmar sería inmediatamente deportado de nuevo.
Ricardo.
Este no es el único caso en esta larga lista de deportaciones "erróneas". Tal vez el caso más dramático sea el de Ricardo Prada Vásquez, originario de Venezuela, que como tal cayó dentro de un grupo demográfico predilecto para este tipo de atropellos. Ha sido tal la cantidad de venezolanos enviados desde EEUU a las prisiones de El Salvador, que su presidente hasta se permitió proponer un "canje de 252 prisioneros" a Caracas, para que ésta libere a "presos políticos", intento que fue calificado de "cínico" por el gobierno de Nicolás Maduro.
Prada Vásquez vivía en la ciudad de Detroit, Michigan, fronteriza con Canadá. Cumpliendo con su trabajo de repartidor de mercaderías, un infausto día tomó mal una curva y terminó cruzando el puente Ambassador, atravesando la frontera norte. Cuando intentó reingresar a los EEUU fue inmediatamente detenido y deportado sin intervención judicial alguna, también, el 15 de marzo. Pero a diferencia de Abrego García, nunca más se supo de él, aunque su destino presunto era también El Salvador, previo paso por un centro de detención en Texas. Su familia también clama por saber de su paradero, lo cual lo transforma, técnicamente, en un "desaparecido", figura que normalmente se asociaba a la dictadura argentina de los '70, o a la crisis humanitaria actualmente en curso en México, asociada con la actividad del narcotráfico.
Con todo -y como en muchos otros frentes- la ineficiencia del gobierno de Trump no ha logrado, ni por cerca, acercarse al número de quince o veinte millones de expulsados. Si hasta han establecido un programa de "incentivos" para que los migrantes se "auto-deporten", tales como borrarlos del sistema de seguridad social, lo cual los coloca en una suerte de muerte civil.
Mientras tanto, el presidente norteamericano y su secuaz salvadoreño se congratulan en un obsceno intercambio de elogios y falsedades. En el Salón Oval, un exultante Bukele se jactó de que, contrariamente a las acusaciones de haber privado injustamente de su libertad a miles de personas, lo que hizo fue "liberar a millones de salvadoreños de los delincuentes". Esta frase le valió la cariñosa aprobación de Trump, que a punto estuvo de declararlo "su presidente favorito", título que hasta ahora ostentaba el hoy relegado Javier Milei.
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