Jueves 28 de marzo 2024

Los dos sueños

Redacción 23/01/2022 - 01.26.hs

Suele ponderarse al siglo XX como la época histórica en la cual, merced al avance de la ciencia -en particular, la medicina- la humanidad prácticamente duplicó su expectativa de vida, desde alrededor de 40 años en 1900, a casi 80 con el arribo del nuevo milenio. Se puede decir que hemos ganado una vida extra, como los gatos, o como los personajes de videojuegos. Poco se dice, sin embargo, de algunas cosas que los humanos hemos perdido con los avances científicos. Una de ellas, muy poco conocida, es la práctica de dividir el sueño nocturno en dos etapas, con un intervalo de vigilia de un par de muy productivas horas entre ellas.

 

Primo sogno.

 

Desde la época de los griegos y romanos, esta costumbre de los dos sueños era extendida. Ya el historiador Tito Livio la practicaba. Y no sólo era una cuestión europea: investigaciones recientes han detectado indicios de su presencia, hasta no hace mucho tiempo -comienzos del siglo XX, para ser exactos- en lugares tan remotos entre sí como Brasil, el Sudeste Asiático, África o Australia.

 

Dependiendo de la época del año y la luz solar presente, nuestros antepasados se iban a dormir entre las siete y las nueve de la noche, para despertarse poco después de las once, sobre la medianoche. A partir de ese momento comenzaba la llamada "vigilia", un par de horas que la gente dedicaba a las charlas íntimas, a la meditación, incluso al sexo. Eran dos horas de cierta intimidad y gran productividad, que podían encararse ya sin el cansancio del día. Hasta la liturgia cristiana se encargó de programar determinadas oraciones para esos momentos.

 

Es sorprendente que esta costumbre haya desaparecido por completo en nuestros días, pero acaso más aún lo sea el hecho de que se olvidara por completo su existencia, hasta que en la última década del siglo pasado un historiador inglés, Roger Ekirch, estudiando la historia de la noche, se topó con una enorme cantidad de documentos que develaban esta práctica perdida. Desde los archivos judiciales, hasta los Cuentos de Canterbury de Chaucer, hablan de la existencia de un primer sueño (first sleep en inglés, premier somme en francés, primo sogno en italiano) y un segundo sueño antes de despertar en la mañana.

 

Comunal.

 

No es ésta la única particularidad olvidada en nuestras prácticas nocturnas. Relevando esos antiguos documentos, Ekirch puso a la luz que el dormir era, hasta el siglo XIX, una práctica comunal, donde los lechos eran compartidos por toda la familia, e incluso por extraños que estaban de paso. Dormían juntos niños y adultos, amos y sirvientes, y desde luego, también se integraban a esa comunidad las pulgas y otros insectos. A veces reposaban todos en un colchón rudimentario, relleno de plumas en el mejor de los casos; otras -en el caso de los pobres- sobre paja o directamente sobre el suelo, incluso sin una manta que los abrigue.

 

Vale decir, que la vigilia que seguía tras el primer sueño, también era una actividad social. El famoso cuadro de Rembrandt, "La vigilia nocturna" no hace más que retratar a un grupo de vecinos notables que se reunían a esas altas horas de la noche para patrullar la ciudad, ya que, como Jack el Destripador, también los delincuentes y asesinos elegían ese horario para practicar sus fechorías.

 

Lo curioso del caso es que ese despertar a media noche no estaba determinado ni por ruidos ni por alarmas (que no se inventaron sino hasta fines del siglo XVIII) sino que formaba parte del ritmo natural de sueño de las personas. Cabe mencionar que un experimento llevado a cabo hace pocos años ha demostrado que, sometidos a condiciones de luminosidad y ritmo de vida parecidos, los humanos contemporáneos tendemos a seguir este antiguo régimen de sueño.

 

Industrial.

 

La respuesta más plausible para la desaparición de esta costumbre del sueño bifásico -así lo denomina Ekirch- está, como en tantos otros aspectos de la vida moderna, en la Revolución Industrial. Y no sólo porque la luz artificial (primero a gas, luego eléctrica) se hizo más común y potente, sino también porque fue durante el industrialismo que las necesidades de producción en masa exigieron coordinar al minuto los horarios de trabajo, y comenzamos todos a ser esclavos del reloj.

 

No es de extrañar, entonces, que muchos de nosotros suframos hoy de insomnio. No es de extrañar, tampoco, que quienes -por respetar el ritmo impuesto por su propio cuerpo- duermen hasta tarde, sufran el escarnio social y sean tenidos por vagos o poco productivos.

 

Como en tantas otras cosas, el capitalismo no se mete sólo con nuestros consumos, nuestras costumbres o nuestra cultura: se mete también con nuestros cuerpos, verdaderos testers de violencia, siempre llevados al extremo para generar dividendos. Y lo preocupante es que este proceso está lejos de haberse detenido. Hasta no hace tantas décadas, la idea de que el agua pudiera ser vendida o comprada resultaba inconcebible. Hasta no hace tanto, se creía que los bancos recibían nuestros depósitos para luego darnos créditos y favorecer así el crecimiento económico.

 

Pero eso es harina de otro costal. Volvamos al sueño, con lo lindo que es.

 

Hemos perdido el camino de vuelta hacia aquellos tiempos bucólicos del sueño bifásico. Hoy dormimos como podemos, a veces menos horas de las recomendadas por el médico. Pero hay que ver las cosas por el lado positivo: ya casi no nos molestan las pulgas, nuestras camas son más cómodas -en general, individuales- y sobre todo, no estamos obligados a compartirlas con cualquier viajero que pase por el pueblo.

 

PETRONIO

 

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