Medidas imprescindibles para frenar el descontento
En el lapso hasta las elecciones de 2027, el estamento político debería consensuar un diagnóstico desideologizado de la prolongada crisis y de las medidas básicas para superarla.
Francisco J. Babinec *
En investigación clínica, una vez que un medicamento supera las pruebas en laboratorio y en animales, se pasa a ensayos en humanos. Estos ensayos tienen fases sucesivas, cada una con un objetivo distinto. Así, en la Fase I se evalúa la seguridad y la dosis ideal en un grupo reducido, y en la Fase II se evalúa la eficacia y los efectos secundarios en un grupo más grande.
Hace poco más de dos años, en vísperas de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, hablábamos de un experimento con seres vivos para analizar los rumbos posibles del gobierno que vendría. Sabíamos que vendría un ajuste, pero omitimos considerar que se haría en gran medida sobre la seguridad social, que constituye más o menos la mitad del gasto del Estado nacional. Como cualquier persona razonable o no tanto, pensábamos que no era posible ajustar ese gasto sin originar una protesta incontenible. Nos equivocamos. Ese ajuste, al que se sumó el recorte de los gastos en educación y salud, el freno a la obra pública y a las transferencias a las provincias de fondos asignados por ley, resultó exitoso para equilibrar las cuentas públicas y frenar la inflación. Lo que debería resultar obvio es que ese éxito es pasajero, y que en el momento en que el que se quieran recomponer jubilaciones y pensiones, reactivar la obra pública y devolver fondos a las provincias, ese equilibrio desaparecerá. El plan, programa o modelo, como se quiera llamar, no ha tocado las condicionantes estructurales que están en el fondo de las crisis económicas de los últimos 50, o mejor dicho 75 años.
Alternancia.
En todo este tiempo se han alternado períodos de crecimiento (arranque), con otros de recesión (parada), el llamado péndulo argentino. La sucesión de políticas económicas heterodoxas con otras ortodoxas no ha podido solucionar el problema, mejor dicho, lo han agravado y perpetuado. La cuestión central reside en la necesidad de divisas, provistas por el campo, para solventar las importaciones que requiere la industria.
Los períodos de crecimiento con políticas heterodoxas llegan tarde o temprano a un cuello de botella por la falta de dólares, la llamada restricción externa, que cada vez se ve más agravada por la demanda de particulares para ahorro o gastos suntuarios. Y ahí sobrevienen los períodos de austeridad ortodoxa.
Se nos ha dicho que ese ajuste, insustentable según dijimos, es condición necesaria para reformas en lo laboral, lo previsional y lo impositivo, que harían posible superar esas condicionantes estructurales y promover el despegue de la economía. Pero ya hemos sufrido algunas de estas reformas en el pasado, y la crisis se fue profundizando, por lo contrario.
La introducción de las Administradores de Fondos de Jubilación y Pensión desfinanció al Estado Nacional, que tuvo que hacerse cargo de seguir pagando las jubilaciones, pero sin los aportes de los trabajadores activos. Para peor, las Administradoras invirtieron muchos de los fondos recibidos en préstamos al Estado bajo la forma de bonos y letras. El Estado tuvo que endeudarse con los fondos que le prestaban, fondos que había dejado de percibir. No sé si se puede entender la lógica de esa política, que profundizó el endeudamiento legado por el Proceso. Las desregulaciones en lo laboral no han solucionado la informalidad, que va en aumento constante, y han apuntado siempre a favorecer a las grandes empresas. Y las reformas impositivas han consistido en general en reducir o suprimir impuestos para los sectores de mayores ingresos. La solución no parece ir por ninguno de esos caminos.
Ajustes y reformas.
Pero no sólo está en cuestión el éxito a futuro de esta combinación de ajuste y reformas. La economía bimonetaria, que nos hace gastar en pesos en la vida cotidiana y ahorrar en dólares y que está en la raíz de esos ciclos de arranque y parada a los que hicimos referencia antes, está cada vez más vivita y coleando, y la sucesión entre esos momentos se acelera independientemente de las políticas que se hayan implementado. Por exceso de optimismo y confianza o por ideologismo extremo, el gobierno libertario mantuvo un tipo de cambio atrasado y no acumuló reservas para hacer frente a la demanda de dólares que suele potenciarse en vísperas de elecciones. En esta ocasión, ya no se podía recurrir nuevamente al Fondo Monetario Internacional, prestamista de última instancia, por lo que intervino directamente el Tesoro de Estados Unidos en una medida excepcional, vendiendo dólares para contener la demanda (eufemísticamente se presentó como una compra de pesos). En algún otro caso, la sola mención de esa intervención habría bastado para contener la demanda de divisas, pero la sucesión de errores y mensajes poco creíbles aceleró la corrida, y el Tesoro tuvo que intervenir 6 vender una cantidad considerable de dólares.
Apoyo inusitado.
Todo este embrollo ha puesto en evidencia la importancia que tiene el gobierno libertario para la administración Trump, no tanto por afinidad ideológica (las diferencias em materia de protección mediante aranceles en uno y otro caso son rotundas) sino en términos geopolíticos. En el momento actual de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, Argentina es el único aliado de importancia que tiene el primero en América Latina. De ahí el apoyo inusitado que recibe el gobierno libertario, más allá de las expresiones rimbombantes del presidente norteamericano, muy afecto a frases tipo “fantastic job” o “amazing leader”. Precisamente por esta situación es muy probable que el apoyo se mantenga tras el resultado de las elecciones. Estados Unidos seguirá apoyando y condicionando la marcha de la economía, para evitar una crisis como la del 2001.
¿Sería mucho pedir que el gobierno tome nota de la situación y trate de encarrilar la política económica? No parece fácil que intente recomponer las finanzas públicas intentando recaudar mejor, sincerando el tipo de cambio con mecanismos compensatorios para evitar que haya sectores concentrados que se beneficien, recomponiendo los ingresos de jubilados y otros sectores que se han visto perjudicados últimamente, y devolviendo recursos a las provincias. Pero es el punto de partida necesario para empezar a revertir la situación. No son medidas de fondo, pero sí imprescindibles para frenar el creciente descontento.
* Centro Pampeano de Estudios Sociales y Políticos
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