Viernes 04 de julio 2025

¿Qué pretende A23a?

Redacción 11/08/2024 - 18.33.hs

Como todo el mundo sabe -al menos en mi barrio- cada noticia que se publica tiene la función de tapar otra que se busca ocultar. Esto genera una cadena de simulacros y malos entendidos, una cadena de significantes eterna, donde nunca se llega a saber cuál fue el origen de todo, dónde está esa verdad última que todo el ruido mediático busca ocultar. Como en La Caverna de Platón, estaríamos todos asistiendo a un show con el cual la matrix se las ingenia para tenernos adormecidos y sumisos. Pero ¿cuál es esa verdad última? ¿Es la respuesta a la paradoja del huevo y la gallina? ¿O, para ponerlo en otros términos, será la verdad sobre cómo nacen los bebés?

 

Hielo.

 

Como todo el mundo sabe, también, en todas las novelas policiales se nos enseña que el mejor escondite es poner el objeto buscado a plena vista. La gente está dispuesta a buscar, en un cuarto oscuro y de noche, un gato negro que no está allí (así definieron alguna vez a la teología) que admitir que la verdad verdadera estuvo siempre delante de nuestros ojos.

 

Este introito algo extenso ya viene a cuento de que, fieles a una ética periodística incorruptible, en esta columna dominical venimos a denunciar un hecho gravísimo, que afecta al mundo tal como lo conocíamos, y al cual toda la prensa nacional y extranjera ha venido acallando, en un complot indisimulable: y se trata del paradero, y las actividades, de A23a.

 

El lector preguntará, con toda razón, quién catzo es A23a. Pues bien, es lo que metafóricamente denominan "un elefante en un bazar": es el iceberg más grande del mundo, que se desprendió de la Antártida en 2020 en un viaje iniciático que lo llevará, tarde o temprano, a derretirse. Probablemente, con la globalización, los satélites y computadoras observándolo todo en el planeta, ni siquiera tenga el destino glorioso de su colega canadiense, aquel que se cargó al Titanic.

 

No es su culpa que los aburridos científicos lo hayan dotado con un nombre tan poco atractivo. Cualquier creativo publicitario argentino hubiera hecho un trabajo mejor eligiéndole una designación. Como el cordobés que le puso "McCarne" a su carnicería. Hasta "Hielo Carlitos" parece una mejor opción.

 

Bestia.

 

Como decíamos, este iceberg gigante se desprendió de la Antártida hace unos cuatro años, para comenzar su viaje hacia el norte (ahora que lo mencionamos, desde la Antártida todo movimiento es hacia el norte: ¿cómo saben si es en dirección a Australia o a la Argentina?). Su ubicación actual está cerca de la puntita de la Península Antártica, justo debajo de Tierra del Fuego, tan familiar para nosotros en los mapas de la escuela. Y como nos enseñaron en la escuela, de algún modo es nuestro.

 

Su superficie abarca unos 4.000 metros cuadrados, más o menos el tamaño de la isla Gran Malvina. Desde el agua sobresale, con sus formidables acantilados, hasta una altura similar al edificio Empire States de Nueva York. Para abajo, sumergido, el hielo llega a superar los 300 metros de profundidad. ¡Es un montón de hielo! Pero como el agua por esos lares comienza a ser más cálida (2° sobre cero, no apta para bañistas ocasionales) se irá derritiendo como aquel amor de Joaquín Sabina, el que duró "lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks".

 

No hace mucho, algunas décadas atrás, esta enorme superficie sirvió de aposentamiento para una base científica de la Unión Soviética. Pero estos muchachos, que algo sabían de hielo, pronto advirtieron que les estaban moviendo el piso, y optaron por levantar campamento.

 

Los que estudian estas cosas aseguran que no hay peligro de que todo este hielo que irá transformándose paulatinamente en agua, tenga un efecto dramático en el nivel de los mares, como el que se viene profetizando hace tiempo con esto del calentamiento global. Así que no hay que ilusionarse demasiado con que se inunde la Casa Rosada, que para colmo está bastante más alta que el nivel del mar. Muy por el contrario, dicen que los nutrientes contenidos en ese hielo de siglos, contribuirán a la creación de nueva vida en los mares.

 

Calesita.

 

Lo curioso de este mamut helado es el comportamiento que ha adoptado, desde hace algunos meses: en lugar de continuar, intrépido, su viaje hasta el norte, hacia aguas más cálidas -como es de esperarse en quien vacaciona- se ha quedado estancado en un punto del mar, justo arriba de una montaña submarina, y allí no hace otra cosa que girar y girar como una calesita. Los científicos no han tardado en medir que tarda 24 días en completar cada rotación. Así de grande es.

 

¿Qué pretende A23a? ¿Acaso está tratando de burlar su destino de agua líquida? ¿O es algo más ominoso aún? ¿No estará empleando la fuerza giratoria, con su portentosa masa, para arrojarnos alguna cosa, como hacen esos gordos que lanzan martillos, balas y otros enseres de trabajo en los juegos olímpicos? (Dicho sea de paso, eso de arrojar las herramientas a la mayor distancia posible, no parece una buena forma de fomentar la cultura del trabajo).

 

O acaso simplemente el muchacho está jugando. Cualquiera que haya visto una foto de un iceberg completa, incluyendo la parte sumergida, no habrá podido evitar advertir que tienen forma de trompo. Y todos recordamos cómo nos gustaba de niños ese juego de girar sobre nuestro eje hasta marearnos, sin necesidad de suplementos estupefacientes.

 

De modo tal que, en esta semana de noticias espantosas, quizá habría que pensar si esta calesita de hielo no debería merecer más atención de nuestra parte. Que el árbol no nos tape la visión del bosque, o, para emplear una metáfora más cercana al caso, que no confundamos la punta del iceberg con su tamaño real. Prestémosle atención, antes de que los ingleses nos afanen también este cacho de suelo patrio. Ponele.

 

PETRONIO

 

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