Se cae una fachada
La sociedad norteamericana eligió para conducir sus destinos a un líder de ultraderecha, que no cree en la democracia, ni en los derechos humanos, ni en el imperio de la ley. Los argentinos mal podríamos escandalizarnos al respecto.
JOSE ALBARRACIN
El martes pasado se derrumbó el argumento que durante décadas, y al menos desde fines de la Segunda Guerra Mundial, intentaba esgrimir Estados Unidos para fundar su supuesta superioridad moral respecto de otras potencias, como la Unión Soviética (hasta 1990) o China. Esa narrativa se basaba en presentar al país del norte como un reservorio de la democracia, el imperio de la ley, el respeto por los derechos humanos. Desde luego, siempre existieron grietas en ese relato, como la contumaz negativa del país a suscribir tratados internacionales sobre derechos humanos, como la atroz violación de los derechos civiles de la población negra, o como el indefendible sistema del colegio electoral, que permite la elección como presidente de un candidato que no ha obtenido ni siquiera la mayoría simple del voto popular.
Trump.
El martes, los norteamericanos eligieron un presidente, Donald Trump, respecto del cual nadie puede ignorar sus tendencias autoritarias, su escaso apego a las formas republicanas, e incluso su nula obediencia de la ley. Estos hechos fueron evidentes durante su primera presidencia, y se hicieron patentes en sus actos y sus dichos desde que salió del poder, cuatro años atrás.
En esta ocasión su victoria no admite discusiones: no sólo tiene la mayoría de delegados al colegio electoral; también ganó el voto popular, cosa que no había ocurrido en su anterior victoria contra la republicana Hillary Clinton. En cuanto a la demografía, los primeros análisis hablan de un descontento de la población masculina, en particular, los jóvenes, los latinos, los trabajadores. Pero un estudio más profundo tendrá que dar cuenta de qué sucedió con el voto femenino, en particular, cuando la cuestión del aborto fue un tema central de campaña, y nadie puede ignorar que la gestión de Trump -y, en particular, los jueces que designó en la Corte Suprema- fue responsable de cercenar gravemente los derechos reproductivos de las mujeres.
Ello sea dicho, no sin mencionar la constante prédica misógina del discurso trumpista, y su conducta personal, que ostenta el raro récord de más de veinte denuncias por acoso o violación contra mujeres, uno de los cuales le valió una fuerte condena civil hace apenas unos meses.
Por si hiciera falta algún otro condimento para comprender cuál será la situación de la población femenina en los próximos años, ahí están los dichos del flamante vicepresidente J. D. Vance, demandando que las mujeres tengan más hijos, y denigrando a las "señoras sin hijos y con gatos" como la candidata demócrata derrotada, Kamala Harris.
Golpe.
No pueden caber dudas tampoco sobre el desdén de Donald Trump respecto de la democracia, y tanto es así que, cuando fue derrotado en 2020 por el actual presidente Joe Biden, se negó a aceptar el resultado, y hasta urdió un intento de golpe de estado, enviando una turba al Capitolio para evitar que se certificara el resultado que lo desfavorecía.
Decenas de los participantes de ese hecho desgraciado, que arrojó destrozos y muertes, ya han sido condenados por sedición -en algunos casos a penas de varios años de prisión- y el presidente electo no ha ocultado su voluntad de indultarlos cuando asuma el poder. No pueden caber dudas de que fue el propio Trump quien instigó esas conductas delictivas -fue procesado dos veces por este motivo- ya que no sólo los arengó públicamente a cometerlas, sino que desde entonces nunca reconoció su derrota. Lejos de ello, durante la actual campaña repitió varias veces que él "nunca debió haber dejado la Casa Blanca".
Y si en el pasado atentó claramente contra la democracia, es casi seguro que reincidirá en el futuro. De hecho, durante la campaña, y en varios discursos, instó a sus partidarios a concurrir a las urnas con este eslogan: "Salgan a votar, sólo por esta vez. La próxima vez no va a hacer falta". ¿Porque no habrá próxima vez?
Convicto.
El perfil autoritario de Trump está fuera de duda, y de hecho, los líderes internacionales que gozan de su admiración, en todos los casos se conducen con el mismo "puño de hierro". De todos modos, sus intereses están puestos en consolidar su posición interna en EEUU, y no es de esperar que los miembros de la "internacional de la ultraderecha" que hoy se restriegan las manos obtengan mayores favores de su parte.
Sus promesas electorales, las que lo llevaron al triunfo, implicarían una violación de derechos humanos a gran escala, como por ejemplo, la anticipada deportación masiva de inmigrantes ilegales.
Hoy mismo hay varias personas que deben haber puesto las barbas en remojo, ya que entre esas promesas estaba la de cobrarse venganza contra todos sus enemigos, reales o percibidos. Muchas de estas personas incluyen a funcionarios administrativos o judiciales que se limitaron a cumplir con su trabajo, y a perseguir delitos, como en el caso de los fraudes fiscales por los cuales Trump fue condenado este año, aunque por la campaña electoral no haya llegado a imponérsele una sentencia. Cómo se resolverá ese problema legal, en particular, cuando su condena fue producto del veredicto unánime de un jurado popular, está por verse.
En su discurso electoral, Kamala Harris intentó pintar a Trump como una anomalía: "Nosotros no somos eso", dijo repetidamente, para distanciar la cultura política norteamericana de la conducta de su oponente. La verdad es que estaba equivocada. La sociedad norteamericana eligió para conducir sus destinos, pese a toda la evidencia, a un líder de ultraderecha, que no cree en la democracia, ni en los derechos humanos, ni en el imperio de la ley.
Desde luego, los argentinos mal podríamos escandalizarnos al respecto. Pero en cualquier caso, no está mal que de una vez se caigan las fachadas y todos puedan ver, con toda la obscenidad de la escena, que "el rey está desnudo".
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