Un camino complicado
“La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo”, es un ensayo que tiene forma de diario, escrito por Víctor Klemperer mientras se desplegaba el régimen de Hitler; se publicó en Alemania en 1995, treinta y cinco años después de su muerte. El autor se ocupó de escuchar, registrar, analizar la lengua del Tercer Reich y mostrarle a la sociedad la manipulación ejercida por los nazis.
El nazismo, para llevar adelante su plan, precisaba una masa obediente. Con esa finalidad, se creó el Ministerio para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, siendo designado Paul Joseph Goebbels, también filólogo, al frente del mismo, ocupando a la postre el cargo entre 1933 y 1945. Goebbels era conocido por su antisemitismo y su profunda discriminación racial.
En 1933, después de que los nazis se consolidaran en el poder, el Ministerio de Propaganda se apoderó de la supervisión de los medios de comunicación, como la radio y el cine, con fines propagandísticos. Los temas de difusión eran, fundamentalmente antisemitas y, después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, fomentaban la conformación de la moral alemana, las artes y la “información” en el país.
Los aportes de Klemperer permiten comprender en gran parte el triunfo de Milei en las últimas elecciones presidenciales, en un contexto marcado por la desvitalización de la política, generada por el gobierno de Alberto Fernández, y por la capacidad que ha desarrollado la derecha de apropiarse de algunos términos que eran “indiscutiblemente” del campo popular, por ejemplo, la palabra cambio.
Primero el macrismo, con Cambiemos, y La Libertad Avanza después, hegemonizaron la consigna del cambio, pero transmutándola y convirtiéndola en una aventura meritocrática de realización privada.
La derecha logró canalizar la insatisfacción democrática, la decepción respecto de la política y los políticos –condensada en la palabra casta– identificando la libertad con el emprendedurismo individual.
Pero el mayor triunfo de la derecha fue asociar el crecimiento de la pobreza y la desigualdad con el fenómeno de la inflación y el robo ejercido por “los planeros que viven con la tuya”. El campo popular se caracteriza por la claridad para hacer diagnósticos, pero tiene grandes dificultades para revertir el sentido común, y se enreda en explicaciones racionales que conforman sólo a los ya convencidos.
Sabemos que atribuir a estos dos fenómenos –la inflación y “los planeros”– la causa de la creciente desigualdad y pobreza no tiene ningún anclaje en la realidad, pero sin embargo debemos prestarles atención, porque ya se convirtieron en palabras– arsénicos, como las que registró Klemperer durante el nazismo, y han invadido el cuerpo social. El campo popular no supo interpretar el malestar que condensa la inflación.
Milei sostuvo en campaña las promesas de culminar con la inflación y la casta, palabras que se impusieron y penetraron en un cuerpo social dispuesto a bancarse muchas tragedias, porque creen que es un sacrificio necesario para terminar con el mal absoluto: la inflación.
La promesa de un país sin inflación fue uno de los ganchos más importantes en la campaña y hoy esa promesa es la que sostiene el apoyo que aún tiene Milei en un sector importante.
El gobierno prometió terminar con la inflación y levantar el cepo, dos condiciones no negociables del contrato entre el gobierno y su electorado y Milei y su equipo lo saben muy bien.
Aunque los medios de comunicación intentan invisibilizar los datos de una inflación del 4,6 por ciento que informó el Indec hace unos días, algunas consultoras afirman que comienza a complicarse el camino a la baja que se venía trazando desde febrero. Quizá sea un momento de cortocircuito insoportable para la parte de la sociedad que continúa creyendo en esta ilimitada dictadura del capital.
Para terminar, una sugerencia: salgamos de nuestro confortable círculo cerrado, tratemos de no negar con racionalizaciones y escuchar las voces de la calle. La inflación, los planeros, son palabras-veneno condensadoras de odio y malestar. Debemos ser capaces de escucharlas, disputarlas y dialectizarlas con algo más de inteligencia y sensibilidad, sin por eso ceder las convicciones. (Por Nora Merlín, extractado de El Destape)
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