Martes 01 de julio 2025

Una campaña sin insultos y un acto comicial ejemplar

Redacción 28/11/2024 - 00.17.hs

La diferencia es notoria. No se podrá encontrar en el discurso público de los políticos uruguayos ni un atisbo de duda sobre la amistad con nuestro país. Mientras, el presidente argentino fue el único de la región que no felicitó al nuevo gobernante oriental.

 

JOSE ALBARRACIN

 

Jorge Luis Borges solía decir que los uruguayos son como lo argentinos, sólo que sin sus defectos. Seguramente en este caso el gran escritor reducía la categoría "argentinos" a los habitantes de su amada Buenos Aires. No hay dudas de que en el así llamado "interior" argentino, existen muchas comunidades y culturas que comparten la humildad, la sobriedad, la melancolía y el pudor que engalanan a los habitantes de la Banda Oriental. Pero lamentablemente, es la capital argentina la que marca el pulso de la vida política nacional, con su impronta de grandilocuencia, narcisismo y agresividad.

 

Envidia.

 

Estas reflexiones vienen a cuento de la envidia que muchos argentinos sentimos, el pasado fin de semana, al presenciar el ejemplar acto comicial por el cual el candidato del Frente Amplio, Yamandú Orsi, se impuso en la segunda vuelta y logró así el retorno al poder de esa fuerza de izquierda, tras cinco años de la gestión neoliberal.

 

La calma del acto electoral, tras una campaña respetuosa, basada en ideas y proyectos. La caballerosidad y la prontitud del reconocimiento de la derrota y la felicitación por parte del gobierno saliente, que inmediatamente se comprometió a una transición ordenada. La sobriedad del festejo de los vencedores. La total ausencia de insultos, promesas de venganza o pretensiones de refundación, de borrar toda la historia nacional de un plumazo para asegurar que la gestión sea la imagen y semejanza del nuevo presidente.

 

Una rareza en la región, en Uruguay la gestión derechista que ahora deja el poder no activó el sistema del "lawfare" para perseguir a los dirigentes del Frente Amplio, pese a que al cabo de tres lustros en el poder, sería de esperar que se hayan cometido errores y se hayan dejado flancos débiles. Si los uruguayos practican la persecución judicial, lo hacen con la misma discreción que el resto de sus quehaceres, porque no se nota.

 

Tibio.

 

Ese carácter nacional discreto no debería confundirse con la tibieza, un defecto que muchos han salido a señalarle al presidente electo. Es cierto que durante la campaña electoral no existieron de su parte pronunciamientos estridentes, lo cual condice con una modalidad personal de expresión, y acaso, con una inteligente estrategia electoral.

 

Sin embargo, en su lenguaje no estuvo ausente la palabra "revolución", lo cual es toda una rareza en los tiempos que corren. Bien que la que él propugna es una "revolución de las pequeñas cosas", esto es, los aspectos de la vida diaria que realmente son los que cambian la vida de la gente. Pero bien visto, ¿de qué sirven la reforma agraria, la estatización de los medios de producción y las grandes reformas superestructurales, si esas medidas no se traducen en una efectiva mejora de la calidad de vida popular?

 

Hay algo muy uruguayo, también, en esa exaltación de la pequeñez. En la Banda Oriental no se le teme a los diminutivos: no sienten la necesidad de autoproclamar su grandeza ni su superioridad ética o estética. Si hasta para referirse a su propia tierra, suelen denominarla "paisito", embutidos como están entre dos gigantes territoriales como Brasil y Argentina.

 

Distinto.

 

No se pretende aquí postular al Uruguay como una suerte de paraíso terrenal, que no lo es: como todas las sociedades, tiene problemas de desigualdad, de inseguridad, de corrupción. Y no le han faltado brabucones a su clase política, como aquel desgraciado presidente que se permitió declarar que los argentinos éramos todos ladrones, "del primero hasta el último". Olvidaba acaso mencionar que muchos de los fraudes que se cometen en Argentina se hacen bajo la pantalla de sociedades comerciales uruguayas. O que ese país sirve de paraíso fiscal para más de un indeseable argento. O que, últimamente, hasta ha fungido de aguantadero para prófugos de la justicia de este lado del Río de la Plata.

 

Pero la diferencia, en general, es notoria. No se podrá encontrar en el discurso público de los políticos uruguayos ni un atisbo de duda sobre la amistad con nuestro país, cosa que el mandatario electo se encargó de subrayar (mientras tanto, el presidente argentino fue el único de la región que no envió su felicitación personal al nuevo gobernante oriental).

 

Los dirigentes de Uruguay no sienten la necesidad de que cada acto público sea una reafirmación de su propia personalidad, y mucho menos, cuando esos actos involucran la política exterior. A diferencia de Argentina, por otra parte, el sistema político sigue exhibiendo una escasa polarización, y una envidiable robustez en sus partidos políticos. Incluso los grandes liderazgos -como el de José Mujica- tienen un carácter más filosófico que de influencia concreta en las decisiones políticas.

 

Acaso la mayor virtud de los orientales sea el pudor, que cultivan hasta sus estrellas de rock. Y también, por qué no decirlo, su elite económica dominante, que a diferencia de su par argentina, no parece estar dispuesta a inventar y entronizar en el poder a algún payaso mediático para obtener ganancias inmediatas, a costa de promover la ruina nacional. Porque el Uruguay será pequeño, pero eso no le impide a sus habitantes la práctica del patriotismo.

 

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