Viernes 16 de mayo 2025

Una voz profética

Redacción 30/04/2025 - 00.40.hs

La Pascua de Francisco nos deja frente a una pregunta clave: ¿Y ahora qué? Su paso entre nosotros no fue simplemente el ejercicio de un pontificado, sino el impulso profundo de dos grandes horizontes que hoy nos toca seguir madurando como Iglesia y como humanidad.

 

Revitalizó el Concilio Vaticano II: un nuevo impulso teológico-pastoral. El Concilio Vaticano II, que había quedado en parte paralizado o bloqueado por diversas situaciones históricas y eclesiales, recibió de Francisco un aire nuevo.

 

Él revitalizó su espíritu, lo hizo madurar, y lo tradujo en clave de "Iglesia en salida", asumiendo el tono y la sensibilidad latinoamericana.

 

Francisco trajo consigo toda la riqueza de la trayectoria de la teología latinoamericana, particularmente en dos grandes aportes: La centralidad de los pobres, las víctimas, los excluidos y descartados como sujetos preferenciales de la evangelización. La opción por los pobres dejó de ser sólo un llamado, para convertirse en un criterio de verdad en la vida eclesial y social: y la renovada comprensión de la Iglesia como Pueblo de Dios, que resuena en el Concilio y es profundizada por la teología del pueblo y la cultura, particularmente en la tradición argentina. El Pueblo de Dios no es un concepto sociológico, sino una categoría teológica que nos invita a ver a los pueblos como sujetos activos de su propia evangelización, donde las culturas son lugares fecundos para la siembra del Evangelio.

 

Aquí Francisco nos deja una invitación clara: seguir madurando la Iglesia como Pueblo de Dios, reconociendo la dignidad de cada pueblo, su cultura, su identidad, y su protagonismo en el camino de fe. Evangelizar hoy es más que transmitir un mensaje: es hacer resonar la Palabra en los gestos, en el lenguaje sencillo, en los caminos concretos donde el pueblo se evangeliza a sí mismo.

 

Además, dejó una voz clara y evangélica para la sociedad contemporánea.

 

El segundo gran horizonte que Francisco nos deja es su voz profética para el mundo. Una voz que muchos no creyentes, personas de otras religiones, e incluso sectores alejados de la Iglesia, reconocieron como una voz humanitaria y profundamente evangélica.

 

Francisco puso en el centro de su mensaje temas cruciales: La justicia social como condición de la dignidad humana; la escucha del grito de los pobres y de la creación, planteando un nuevo humanismo ecológico; la fraternidad universal como respuesta a las guerras, los conflictos y el individualismo exacerbado; la denuncia de los nuevos colonialismos y de una cultura globalizada de descarte y consumo que atenta contra los pueblos y su soberanía; y su cercanía con los movimientos populares y su reconocimiento del protagonismo de los trabajadores, de los olvidados y de quienes luchan por la dignidad de la vida.

 

Su palabra, sencilla y contundente, resonó más allá de las fronteras eclesiales. En Francisco, el Evangelio recuperó su frescura profética y su capacidad de generar esperanza para los pobres y construir paz para todos.

 

¿Y ahora qué? Ahora nos toca a nosotros custodiar este legado vivo, no como un recuerdo, sino como una tarea. Revitalizar continuamente el espíritu del Concilio, madurar la identidad de la Iglesia como pueblo de Dios, y mantener abierta una voz clara, evangélica y humanitaria que anuncie el reino en medio del mundo. La siembra de Francisco ya ha brotado. Ahora, el tiempo de la cosecha y de la nueva siembra es nuestro. (Por el padre Maxi Margni, obispo de Avellaneda-Lanús)

 

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