HISTORIA. Melodías en el desierto
El seminario sobre tango que en el mes de octubre pasado organizaron conjuntamente Amigos de la Música y la Fundación Chadileuvú tuvo dos rasgos notables: por un lado una importante concurrencia, de la que más de la mitad eran jóvenes menores de treinta años; por otro la versación y amenidad con que el principal expositor -Emilio Fliess- esbozó la historia de esta música, ilustrando sus charlas en forma visual y sonora.
Al igual que en toda música popular los orígenes del tango se pierden en una nebulosa que mezcla componentes, creadores y circunstancias. Respecto a las primeras composiciones y sus fechas de origen los nombres y tiempos varían en parte según los investigadores, aunque se suele señalar que acaso hayan sido "El Talar", de Prudencio Aragón, (1895); "Dame la Lata" (1886), de Juan Pérez o, según otros, anónimo y "El Entrerriano", de Rosendo Mendizábal, de 1897.
Sin embargo de las exposiciones de Fliess quedó en claro que posiblemente la primera composición embrionaria conocida que puede considerarse como tango o prototango (aunque pudo haber similares que lo contemporáneas) fue "El Queco", un nombre que hasta no hace mucho se usaba para denominar al prostíbulo y que ensambla con las primeras tradiciones sobre los orígenes y ambientes de nuestra música. Aunque en general aparece como de autor anónimo una de las fuentes consultadas para este trabajo lo atribuye a Lino Galeano, un clarinetista brasileño de la primera época que lo habría compuesto hacia 1880. Según los musicólogos El Queco no se diferencia demasiado de "Señora Casera", un tango andaluz de fines de los años ochenta del siglo XIX, cuando ese tipo de música influía, junto la habanera, la mazurca y los componentes afro, en la formación de aquel naciente tango alegre. Lo que se ha conservado de la letrilla sugiere unos versos muy de la época y el ambiente, picarescos y simples:
Queco vení pal hueco,
Queco, te tengo que hablar
O bien:
Negra me voy pa'l queco
negra dejame pasar.
Al parecer la composición tuvo una difusión amplia y temprana y no solamente en las clases populares. Jorge B. Rivera, en sus "Historias paralelas" referidas a los orígenes del tango, cita -y reproduce en forma facsimilar- una carta de Ricardo Güiraldes escrita cuando tenía 8 años; en ella hace constar su agradecimiento por el regalo de una guitarra, al tiempo de informar que, por enseñanza de su hermano mayor, ya ha aprendido a tocar "le Queco et la Milonga". La carta, firmada a comienzos de 1894 y escrita en francés, como era de rigor en las familias ricas de la época, sugiere que la melodía hacía tiempo que había superado los ambientes originales del tango.
Rivera señala también que la melodía de El Queco posteriormente es recopilada y armonizada por Julián Aguirre -un músico culto que llegó a ser jurado de tangos en su juventud- quien la lleva al pentagrama bajo el nombre de "Aire criollo Nº 3". También que la pieza es cantada por Libertad Lamarque en la película nacional "La cabalgata del circo", de 1945. La letra, desde luego, había sido readaptada.
¿El primero conocido?
Resulta curioso advertir que se le adjudica a El Queco un origen temporal cercano a 1880 pero hay constancias documentales que las tropas del general José Miguel Arredondo lo cantaron (cantaron y bailaron dicen otros trabajos) cuando tomaron San Luis y Córdoba, y aun al entrar en batalla, y es de suponer que las bandas de música militar que acompañaban a las tropas tuvieron que ver con este hecho. Esto ocurría durante la sublevación de Mitre, de quien era seguidor Arredondo, contra el presidente Avellaneda, pero estos acontecimientos ocurrieron en 1874, es decir seis años antes de la fecha citada en cuanto al origen del tema. Las tropas comandadas por Arredondo durante la sublevación estaban compuestas por los regimientos 3º de Línea y 4º de Caballería.
Seguramente a esta altura de la nota el lector ya se habrá preguntado acerca de la relación con el título de la misma. Como se dijo estos sucesos ocurrieron en 1874; apenas cinco años después se ejecuta el plan roquista de ocupación del llamado Desierto a fin de neutralizar o expulsar a las tribus indígenas que lo habitaban. Desde Córdoba y San Luis partió hacia la zona de los cacicatos ranqueles la Tercera División, al mando del coronel Eduardo Racedo y, según consta en el Diario de este militar, marcharon a La Pampa los regimientos 3 de Línea, 9 de Caballería, 10 de Infantería, nombrado también como 10 de Línea y 4 de Caballería. "Dos cuerpos de Infantería y dos de caballería tenía la división a mi mando", dice en la página 87 del referido Diario, en la edición de Cielosur. Como se advierte de los cuatro cuerpos mencionados dos -el primero y el último- eran los que habían estado al mando de Arredondo cuando la sublevación y que la historia registra como entonando El Queco durante su andanza militar. ¿Sería suponer demasiado que algunos de sus integrantes -muchos en realidad- formaban parte de la tropa que se había alegrado con aquella musiquita? Cinco años no es demasiado tiempo, especialmente si se lo considera referido a las charangas militares las cuales, por la especialización que implica la ejecución de un instrumento, no renuevan sus miembros con demasiada frecuencia.
¿Un 25 con tangos?
Con lo expuesto más arriba se clarifica la intención última de estas líneas: ¿habrá sonado El Queco en La Pampa cuando ésta no existía administrativamente y el tango como tal estaba en agraz? Si nos atenemos a los párrafos anteriores la circunstancia parece como posible. En el referido diario de Racedo -un documento interesantísimo y no muy estudiado- aparecen algunas referencias muy sugestivas dentro de la escueta expresividad castrense. Así durante la celebración del 25 de Mayo en el campamento de Pitral Lauquén, consta que, además de los actos militares de rigor (descargas de fusilería al amanecer, desfile, tedeum, alocución y discursos) "las bandas de música fueron a mi carpa a felicitarme, y de allí pasaron a hacer lo mismo con los demás jefes y oficiales de la División". Para agregar luego que un pequeño banquete que ofreció a esos mismos jefes y oficiales fue amenizado con "hermosas piezas" -no música militar, obviamente- ejecutadas durante la comida. La responsable de este aporte musical fue "la banda de música del batallón 10 de Línea". ¿Es demasiado aventurado pensar que entre esas "hermosas piezas" haya sonado alguna habanera y el alegre Queco que esos mismos músicos habían ejecutado unos pocos años antes? En apoyo de esta suposición cabe consignar que la parte no castrense de la celebración fue de carácter festivo, alegre, concretando los soldados un espectáculo circense de circunstancias, con un grupo de acróbatas y un payaso que "con sus desaciertos y garrafales disparates hizo furor entre los concurrentes".
Se podrá objetar que, al margen de las noticias documentadas sobre la entrada de las tropas a los sones de El Queco y las menciones del diario de Racedo, el resto de lo aquí considerado carece de sostén documental, y es cierto. Pero también resulta innegable que las vinculaciones entre ambos acontecimientos son muy probables y no carecen de lógica. Si la celebración, al margen de lo específicamente castrense, tuvo carácter festivo ¿por qué no iba a incluir un tema de moda, que había estado en su repertorio y, para más, pícaro y gustado por la soldadesca?
¿Habaneras en Salinas?
Pero hurgando con cierto atrevimiento en los vericuetos de la historia no sería éste el primer antecedente posible del tango o, mejor, prototango en nuestro territorio. En 1856, en una singular misión de rescate de cautivos (ver nota en Caldenia del 23 de marzo de 2008) el maestro porteño Francisco Solano Larguía viajó nada menos que a los toldos de Calfucurá, en Salinas Grandes, donde fue bien recibido. En las misivas previas al viaje consta una requisitoria del jefe indio para que, junto con el rescatista, viajara "un buen guitarrero", papel que cumplió al menos uno los dos hijos de Larguía que lo acompañaron. A través del testimonio del "Viejito Porteño" (como lo llamaba Calfucurá y título de un libro del historiador Jorge Rojas Lagarde), resulta curioso comprobar la difusión que parecía tener la música de factura cristiana entre los salineros ya que, ejecutantes al margen, Larguía trajo a Calfucurá un órgano portátil -evidentemente un organito- que debía tener "buenas voces", según el expreso pedido del jefe indio. De esa atracción por el instrumento hace repetidas menciones el libro citado al señalar el interés de Calfucurá por escuchar y aun bailar la música que aportaban los hijos de su visitantes, interés matizado por una considerable ingesta de alcohol.
Piezas.
Lamentablemente Larguía no detalla la índole de las piezas musicales escuchadas y bailadas por el cacique pero es pertinente pensar en gatos, cielitos, algún aire de contradanza... ¿Acaso también una habanera? Es razonablemente posible, ya que esa música se había difundido en todo el mundo latino -Europa incluida- desde comienzos del siglo XIX y arribado al Río de la Plata alrededor de 1850; allí arraigó en ambas orillas y su cadencia lenta y sensual es reconocida por los estudiosos como el que acaso sea el componente musical más importante de lo que algunos años después sería el tango rioplatense.
El suponer que Calfucurá y su gente escucharon y bailaron habaneras entra, desde luego, en el campo de la ucronía, pero no de lo imposible y hasta podría considerarse como probable. Cierto que más fundamentado resulta pensar que en los alrededores de lo que hoy es Carro Quemado los soldados de la Tercera División -un día al menos- alegraron su vida de privaciones a los sones de aquel Queco, que acompañaba a los regimientos desde años atrás. Pero no conviene negar posibilidades a los caminos de la música que, como los de la Divinidad, son inescrutables.
Walter Cazenave
ESCRITOR y geógrafo
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