Memorias de un cautivo
Varios son los testimonios que han quedado de aquellos que alguna vez fueran cautivos de los indígenas, principalmente durante el siglo XIX. Uno de los textos más significativos en cuanto a aporte de información histórica ha sido las "Memorias del cautivo Santiago Avendaño".
Según datos recogidos por el sacerdote e investigador Meinrado Hux, Santiago Avendaño perteneció a una "familia esclarecida" de Mendoza, había nacido el 24 de julio de 1834, era hijo de Domingo Avendaño y Felipa Lefebre, y tuvo cuatro hermanos.
Aún no tenía 8 años, cuando el 15 de marzo de 1842 se encontraban en un campo al sur de Santa Fe y fue cautivado por un malón ranquelino.
En las tolderías.
Según el mismo Avendaño, fue llevado a la zona de Poitahué en La Pampa, donde quedó bajo la guarda del cacique Caniú, quien lo crió como un hijo más, por lo que él lo llamaba "mi padre". Caniú era sobrino del famoso cacique Pichún.
Allí en plena toldería fue testigo presencial de ceremonias, malones, muertes, intrigas, superticiones y creencias que contaría luego en sus memorias cuando fue rescatado por el Ejército.
En una oportunidad acompañó a un grupo de indígenas a una zona alejada -seguramente cerca de las tolderías de Painé- donde conoció al coronel Manuel Baigorria, un renegado unitario que estaba viviendo en las tolderías, escapando del gobernador de Buenos Aires, el federal Juan Manuel de Rosas.
En plena adolescencia iba madurando en él la idea de volver "a su país". Así fue como el 1 de noviembre de 1849, de madrugada, aprovechando la ayuda y los concejos de Baigorria, escapó en dirección a San Luis. donde tardó siete días en llegar. De allí viajó a Buenos Aires y se presentó ante Rosas. Este lo ayudo a reencontrarse con algunos familiares, entre ellos sus padres.
En febrero de 1850 ingresó al Colegio San Francisco, pero una falta menor hizo que terminara prácticamente prisionero por orden de Rosas, en los cuarteles de Palermo, donde experimentó inumerables sufrimientos y vió hechos aberrantes, según contaría luego.
Entre indios y cristianos.
Recuperó su libertad después de la batalla de Caseros en 1852. Se ofreció entonces para ser intérprete en las gestiones de paz entre el gobierno y los indios. Fue enviado así a las Salinas Grandes en La Pampa a entrevistar al cacique Juan Calfucurá junto a otro ex cautivo, el coronel Eugenio Del Busto. Fue cuando estalló la revolución por la cual Buenos Aires se separó de la Confederación, declarándose Estado independiente.
Luego de permanecer un breve tiempo en Tandil, dedicado a las tareas rurales, le fueron requeridos sus servicios por el gobernador de Buenos Aires quien lo envió nuevamente en misión de paz a las Salinas Grandes, esta vez acompañado del maestro Francisco Larguía para convencer a Calfucurá que se volcara a favor de Buenos Aires. La misión no tuvo éxito, ya que el cacique se mantuvo cercano al presidente Justo José de Urquiza.
Fue entonces que inició tratativas con las tribus de Catriel, instaladas cerca del Azul, logrando la firma de un tratado de paz con el gobierno de Buenos Aires.
La familia.
En 1859 explotaba un campo sobre el Arroyo Corto con el indio Mariano, asociándose luego con Benito Zapata. Ese año contrajo matrimonio con Genoveva Montenegro en la Iglesia de la Merced. En 1867 sufrió la muerte de tres de sus hijos producto de una epidemia de viruela. Sin embargo, soprepuesto de esta penosa desgracia, tendría luego otros cuatro hijos: Santiago, Edelmira, Matilde y Felipa.
En 1872 se desempeñaba como "intendente de los Indios" interviniendo en aquellas cuestiones que se suscitaban entre indígenas y "cristinos". Fue una actividad muy fructífera, en tiempos tumultuosos, de agitación política y donde se iba decidiendo el destino final de las tribus.
Se produjo entonces la batalla de San Carlos, donde la indiada del cacique Cipriano Catriel tuvo un papel fundamental en el triunfo de las fuerzas del gobierno contra las huestes de Calfucurá.
Trágico final.
Luego de las elecciones de 1874, ganadas por el presidente Nicolás Avellaneda, el perdedor Bartolomé Mitre se levantó en armas contra el nuevo gobierno constituido. Mitre contó con el apoyo del general Ignacio Rivas y las fuerzas leales al gobierno estuvieron comandadas por los coroneles Luis María Campos e Hilario Lagos. Luego de las batallas en Las Flores y La Verde, los rebeldes se vieron obligados a rendirse.
Santiago Avendaño y Cipriano Catriel que estuvieron del bando perdedor, fueron entregados al cacique Juan José Catriel -hermano de Cipriano- quien los pidió para ser juzgados según las costumbres de la tribu. Finalmente los dos fueron muertos a lanzazos.
La esposa de Avendaño, Genoveva Montenegro quedó al cuidado de cuatro hijos menores y dirigió una carta del gobernador de Buenos Aires pidiendo una pensión para poderlos atender, como un sentimiento de justicia, por todos los servicios que su esposo había llevado a cabo en pos de evitar las matanzas que por entonces se producían entre indios y cristianos.
Testigo presencial.
De sus memorias hay partes interesantes que hablan no solo de las costumbres de los indios, sinó también de algunos hechos que lo tuvieron como un testigo y protagonista a veces infortunado.
Uno de estos acontecimientos fueron las exequias del cacique Painé quien apareciera muerto en su toldo en septiembre de 1844, posiblemente a causo de un infarto. Como las creencias indígenas de la época no entendían que alguien pudiera morir así de improviso sin enfermedad ni causa alguna que lo justifique, el hijo mayor del cacique de nombre Calvaiñ, consideró que su padre había sido víctima de una brujería o "gualicho". Por eso en la ceremonia de entierro dispuso el sacrificio de varias mujeres consideradas "brujas", las que fueron muertas durante la procesión con el cuerpo del difunto, en cada una de las estaciones, hasta su morada final.
Frente a Rosas.
Otra de las circunstancias que le tocó afrontar a Avendaño al volver a Buenos Aires fue su entrevista con Juan Manuel de Rosas, quien lo sometió a un interrogatorio en los siguientes términos:
-¿Qué tiempo hace que saliste de los indios?
-Dos meses y un día, contando este hoy, señor.
-¿En que día llegaste a San Luis?
-Yo llegué el día 7 de noviembre.
-¿Y te ha tratado bien el gobernador de San Luis?
-Si señor, me ha tratado muy bien.
-¿Es muy federal el gobernador de San Luis?
-Si señor.
-¿Cómo se llama?
-El general Don Pablo Lucero.
-Bien. ¿Y Pichún vive?
-Si señor.
-Y el pícaro de Baigorria, ese salteador, ¿no lo ha muerto los indios?
-No señor.
-¿Qué piensa ése? ¿Allí que hace?
-Ahí está señor.
-¡Bribón! ¿Y cómo lograste la escapada?
-A Baigorria es a quien debo el haber salido. El me indicó por donde debía venirme.
-¡Vaya! Siquiera podrá contar, entre mil delitos, una buena obra.¿Como te llamas?
-Santiago Avendaño.
-¿Y tu padre?
-Domingo Avendaño.
-¡Ah, Domingo Avendaño!
-¿Y mamá?
-Felipa Lefebre.
-¿Y vos sabés hablar bien la lengua?
-Si señor.
-¿Sabes leer y escribir?
-Si señor, sé leer, pero no escribo.
-¿Y dónde aprendiste a leer?
-Antes de ser cautivo he aprendido y allá tenía yo un libro que medió Baigorria.
-¿Y de que era el libro que te dió?
-Un libro para confesarse.
-¡Ah! Si. ¡Cómo que debe ser muy religioso el grandísimo pícaro! ¿De dónde te llevaron los indios?
-De la provincia de Santa Fe.
-¿Cómo se llama el que te tuvo?
-Caniú.
-¿Y qué quiere decir Caniú?
-Papagallo.
-¿Y era cacique?
-Si señor, sobrino de Pichuiñ.
-¿Tenía muchas mujeres Caniú?
-No señor. Tuvo solamente dos. A una la mató por bruja y la otra murió enferma, pero después se casó de nuevo con una cautiva que era su sirvienta.
-¿Son muchos los ranqueles?
-Son como seiscientos y tantos.
-¿Tienen muchas haciendas de las que roban?
-No señor.Tienen unas pocas y hay algunos que no tienen nada.
-Y Baigorria ¿tiene hacienda?
-No señor, no tiene más que unos pocos caballos.
-¿Tiene muchos cristianos a su lado?
-No señor.Antes eran muchos, pero unos se le fugaron, otros se fueron con su licencia, y hoy son muy pocos los que lo acompañan.
-¿Siembran los indios?
-Si señor, siembran trigo, maíz, zapallos, sandías, melones y otras cosas más.
Así es como Rosas fue indagando en todo aquello que Avendaño pudo contarle sobre las costumbres de los indios, la vida de sus caciques, los refugiados tierra adentro y otros detalles que le pudieran servir para su manejo político en contra de sus enemigos. Rosas finalmente lo puso en contacto con sus familiares.
Pedro Eugenio Vigne
INVESTIGADOR de la historia regional
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