Luteranos en la Pampa
La oleada inmigratoria que tuvo lugar hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX trajo a la Argentina numerosos contingentes de familias procedentes de distintas partes de Europa y portadoras de costumbres y tradiciones que resultaban novedosas para quienes ya habitaban el territorio nacional. De entre las tradiciones conservadas por los inmigrantes, la religión constituyó un punto de especial relevancia. De este modo, la llegada de protestantes calvinistas, baptistas, luteranos, menonitas y valdenses, entre otros, contribuyó a la diversificación del campo religioso de la nueva nación en construcción, donde hasta entonces la única religión oficial conocida era el catolicismo -con la excepción del anglicanismo, tolerado desde 1825-. La Pampa fue una de las provincias receptoras de estos extranjeros, quienes en gran medida se dedicaban a las labores agrícolas. En este artículo abordaremos el caso de los luteranos o, para ser más precisos, de los alemanes de Rusia de confesión luterana.
La llegada desde Rusia.
La instalación del culto luterano en la región pampeana vino de la mano de los alemanes de Rusia, un grupo de inmigrantes con una historia muy particular a la que nos referiremos brevemente. La historia se remonta al siglo XVIII cuando, por invitación de la zarina Catalina II "La Grande" (de origen alemán), numerosos contingentes de familias del este de Alemania migraron a las estepas rusas de las regiones del Volga y del Mar Negro. La intención de Catalina (y del Zar) era que los colonos poblaran esas tierras recientemente conquistadas por el imperio y constituyeran así una barrera contra los grupos nómades que habitaban anteriormente la región. Con tal fin concedieron a los colonos ciertos privilegios tales como la exención de impuestos, la libertad de culto y la posibilidad de conservar su idioma e impartir su propia educación, con la condición de que se dedicaran a cultivar la tierra. Sin embargo, hacia fines del siglo XIX, las condiciones ya no eran las mismas: por un lado las tierras comenzaban a escasear debido al crecimiento demográfico de las colonias y por otro lado el Estado estaba cada vez más interesado en terminar con los privilegios de las colonias y avanzar con un proceso de rusificación a fin de asimilarlas totalmente al imperio. Dadas estas circunstancias, muchos decidieron migrar a América, eligiendo como destino Estados Unidos, Brasil y Argentina.
El desembarco en la Argentina estuvo plagado de pormenores en los que no nos detendremos. En las sucesivas ramificaciones que sufrieron los distintos contingentes de alemanes de Rusia muchos terminaron en la actual provincia de La Pampa, en donde lograron instalarse en calidad de arrendatarios. De acuerdo al estudio realizado por Olga Weyne, en su libro "El último puerto", en La Pampa convergieron alemanes provenientes tanto del Volga como de las regiones del Mar Negro, Besarabia y algunos de Wolinia, muchos después de haber probado suerte en Brasil y en varias colonias de Argentina.
Respuestas a una necesidad.
Como mencionamos anteriormente, la religión ocupaba un lugar muy importante en la vida de muchos de los inmigrantes y los alemanes de Rusia no eran una excepción. Entre ellos había tanto católicos como protestantes calvinistas, luteranos o menonitas, y como era de suponerse buscaron conservar la práctica de sus respectivos cultos en el nuevo país.
En el caso de los luteranos, una de las dificultades que se presentaba para la preservación de su religión era la falta de pastores. Por otro lado, el grado de dispersión de los grupos ya era muy avanzado para cuando llegaron a La Pampa -que en muchos casos fue el último destino después de haber buscado oportunidades en otros lugares-, lo cual dificultaba la tarea de nuclearse y organizarse para las celebraciones religiosas. A pesar de ello, varias familias comenzaron a reunirse para la celebración de cultos entre tanto buscaban y esperaban la asistencia pastoral. Testimonio de ello son los ejemplos de la familia Schönhoff-Manglus, de la colonia "La Juanita", cerca de General San Martín, quienes se reunían en una casa de familia para leer la Biblia y cantar; o el de las familias Brendle, Domke, Hepper y Schmidt, radicadas en Espiga de Oro, cerca de Winifreda y que también se reunían para la celebración de cultos dirigidos por algún jefe de familia.
El "auxilio" esperado.
Como mencionamos, la búsqueda de pastores y de profesantes de la misma religión era una constante entre estos pequeños grupos que recién comenzaban a conformarse. En algunos casos, como en el pueblo de Villa Alba (hoy General San Martín), intentaron unirse a la ya organizada Iglesia Evangélica del Río de la Plata (por entonces denominada Sínodo Evangélico Alemán del Río de la Plata), pero por determinados conflictos con el pastor decidieron separarse y seguir buscando ayuda. Las desinteligencias con la mencionada iglesia probablemente hayan surgido del origen diferenciado de sus integrantes y los alemanes de Rusia, puesto que los primeros provenían directamente de Alemania y se resistían a considerar como iguales a los segundos.
El "auxilio" esperado llegó finalmente desde el norte. Una comunidad de alemanes de Rusia (procedentes en su mayoría de la región del Volga) radicados en Entre Ríos había solicitado en 1905 la ayuda de la Iglesia Luterana de Brasil, dependiente del Sínodo Luterano de Missuri, Estados Unidos. Muy pronto comenzaron a llegar desde Brasil y desde Estados Unidos pastores luteranos dispuestos a asistir a aquellas familias que lo solicitaran. Hacia 1907-1908 el Sínodo de Brasil encargó al pastor Augusto Heine que recorriera los territorios del sur de la provincia de Buenos Aires en busca de familias luteranas dispersas y les ofreciera su atención pastoral. Este pastor al parecer ofició cultos en Avestruz, La Loma, Gorriti y Villa Iris. Probablemente sus visitas se hayan extendido a la zona de Lote XV y Villa Alba, aunque no hay datos concretos al respecto.
Ya en 1911 la misión de la Iglesia Luterana en el sur cobró nuevo ímpetu al ser enviados para el trabajo en la zona dos pastores provenientes de Estados Unidos, Conrado Schroeder y Wilhelm Ruesch, quienes regresaron a su país en 1916. Estos primeros pastores desarrollaron una tarea itinerante, recorrían el territorio atendiendo a las necesidades o peticiones que surgían a medida que su presencia se hacía conocida en la zona que incluía el Sur Oeste de la provincia de Buenos Aires y el Este de La Pampa.
Mientras tanto, ante la noticia de la presencia de estos pastores en la región, numerosas familias aprovechaban la oportunidad para congregarse y solicitar sus servicios. De este modo fueron tomando forma las congregaciones que hoy conforman las parroquias luteranas de La Pampa. Según las crónicas de algunas de ellas, puede hablarse de una incipiente organización ya hacia el año 1911 en La Vascongada y Espiga de Oro, en 1913 en La Juanita y en 1915 en Villa Alba. Es necesario tener en cuenta que las crónicas son incompletas y tienen algunos datos ambiguos y otros difíciles o imposibles de establecer.
Las parroquias.
A medida que las familias luteranas dispersas por la región solicitaron los servicios pastorales, se fueron conformando pequeñas congregaciones en el Este de La Pampa y el Sur Oeste de Buenos Aires, tanto en áreas urbanas como Villa Alba (actualmente General San Martín), Villa Iris, Jacinto Arauz, Guatraché, Darregueira, Winifreda, Santa Rosa, Cotita, Hucal, Doblas, Rivera, Gorriti; como en áreas rurales, como La Vascongada, Lote XV o La Juanita. Estas congregaciones fueron agrupándose en Parroquias a medida que fue posible contar con pastores de residencia permanente en la zona.
La primera parroquia que contó con un pastor permanente fue la de Villa Alba (General San Martín). Reunía a las congregaciones de Villa Alba y la Juanita, por un lado, y las de Lote XV y La Vascongada por otro; las primeras atendidas en sus primeros pasos por el pastor Schroeder mientras que las segundas estaban incluidas en el radio de acción del pastor Ruesch. Las cuatro congregaciones se unieron en 1915 con la llegada de Carlos Günther, que se instaló en Villa Alba y permaneció allí hasta 1921. En 1952 se sumó a la parroquia la congregación de Villa Iris, provincia de Buenos Aires.
La parroquia de Santa Rosa-Winifreda contó también tempranamente con la atención sostenida de un pastor, primero en la persona del C. A. Nicklas y luego, por un tiempo más prolongado, de C. H. Wolf. Esta parroquia se organizó a partir de las congregaciones surgidas hacia 1911 en Espiga de Oro, Winifreda y Médanos Blancos principalmente, aunque incluyó numerosos centros de predicación hasta avanzada la década de 1950 como Cereales, Campo Torello, Legua XII (Campo Perdido), Uriburu y Anguil, entre otros.
La parroquia de Guatraché comenzó a tomar forma en 1919 con la llegada del pastor Gustavo O. Kramer, quien debió quedarse allí por no encontrar vivienda en Darregueira, donde en realidad estaba destinado. Allí se habían radicado tres familias luteranas (Schenkel, Wiedermann y Dietzel, según la crónica de la congregación) que ayudaron al pastor con el alquiler de su residencia. Este pastor permaneció 39 años en la parroquia y en 1958 regresó a los Estados Unidos. Desde Guatraché el pastor asistía a las congregaciones ubicadas en Macachín, Alpachiri, Doblas y Cotita.
A medida que la organización se tornaba más sólida y la presencia pastoral más estable, las congregaciones fueron construyendo sus respectivas capillas con el aporte de sus miembros. Hacia 1950, las Iglesias de Villa Alba, La Vascongada, Guatraché, Villa Iris, Darregueira (Buenos Aires) y Coronel Suárez (Buenos Aires) inauguraron sus templos.
Además, los pastores consolidaron la posición de sus iglesias mediante la educación. Tanto en Villa Alba como en Guatraché, lograron organizar escuelas parroquiales a las que asistían gran cantidad de niños. Según relata el pastor G. O.Kramer en su memoria "Exitosa labor de nuestra iglesia en el sur del país", las clases se impartían en su propia casa y en Guatraché llegó a contar con 105 niños. La enseñanza se basaba en la doctrina luterana, y se enseñaba el idioma alemán. El servicio prestado por la escuela constituía a su vez un puente para llegar a más familias, muchas de las cuales pasaron a formar parte de la congregación, para satisfacción de su pastor. Esta práctica fue tolerada por el Estado Nacional hasta la época de la Segunda Guerra Mundial, en que la desconfianza hacia lo "alemán" fue llevando a la censura de muchos pastores y misioneros extranjeros así como de las instituciones en donde se difundía la cultura y el idioma germánico.
Refugios de etnicidad.
El caso de los luteranos no es el "único en su especie", en el sentido de que muchas otras comunidades de inmigrantes buscaron conservar el culto que profesaban en su país de origen y se enfrentaron a similares dificultades a la hora de organizarse. Investigadores de la historia de la religión como Paula Seiguer, Susana Bianchi o María Bjerg, adoptaron el concepto de "refugios de etnicidad" para referirse a esta clase de iglesias. Entender a la religión de esta manera no implica negar la sinceridad de la fe de quienes la profesaban, sino que permite pensarla como un espacio en donde podían compartir y conservar ciertas tradiciones que afirmaron su identidad y facilitaron la creación de lazos de solidaridad y fraternidad entre los compatriotas en un contexto extraño y muchas veces hostil.
En el caso de los luteranos es posible identificar algunos rasgos que los ubican dentro de esa categoría al menos hasta la segunda mitad del siglo XX. La presencia casi exclusiva de alemanes provenientes de Rusia en las congregaciones, la conservación del idioma alemán tanto en los servicios religiosos como en las publicaciones y el material litúrgico utilizado por los fieles y los pastores y la tendencia a los matrimonios dentro de la comunidad, son algunas de las pautas que pueden merecerle a las primeras comunidades luteranas el carácter de "refugios de etnicidad". Hoy en día, sin embargo, dicha identificación puede resultar más problemática: la asimilación con la población criolla no tardó en efectuarse y la castellanización del culto sumado al traslado de las congregaciones a centros urbanos contribuyeron a la pérdida de la relación entre la fe y la conservación de una identidad étnica.
Roxana Weigum
HISTORIADORA. UNLPam
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