Domingo 08 de junio 2025

Acá estamos: por eso escribimos

Redaccion Avances 08/06/2025 - 12.00.hs

En esta segunda entrega, más poetas, escritoras y periodistas de nuestra provincia se suman a una ronda de lecturas y comparten textos de su autoría en el marco de los 10 años de NI UNA MENOS.

 

Ángeles Alemandi *

 

Este domingo de junio seguimos compartiendo en Caldenia escritos de autoras y autores de La Pampa. Textos que reflejan cómo aquel movimiento que comenzó hace diez años bajo la consigna NI UNA MENOS se sentó en nuestra mesa, nos quitó el sueño durante tantas noches, nos llevó a las calles, se coló en las aulas, disputó escritorios en las oficinas, corrió por los pasillos de los hospitales, le habló a los gritos al sistema judicial y respiró profundo a través de poemas, cuentos, memorias, crónicas.

 

*Periodista y escritora. Integra la Red Federal de Periodistas y Comunicadoras Feministas.

 

 

No crecerán tus palabras entre los tilos del patio

 

Verónica Bessoni. Inédito.

 

 

No crecerán tus palabras entre los tilos del patio

 

ni chichones en la frente por subirte a lomo del viento.

 

No pisarás las hojas que le sobran al otoño

 

ni el pasto que le crece a la espalda del verano.

 

No volcarás la sopa sobre mi falda

 

ni el puré de manzana en el vientre de la noche.

 

No tendrás raspones en las rodillas por escarbar la alegría

 

ni moretones en las piernas por trepar a los hombros de un árbol.

 

No me traerás la luna en una manta

 

ni las estrellas en una taza.

 

No tomarás jarabe contra el berrinche

 

ni para despedir el catarro del invierno.

 

No vendrás con un baldecito de caracoles

 

ni con el mar entre los dientes.

 

No le harás una casa de agua a los peces

 

ni una de tierra a las lombrices que perdieron el suelo.

 

No estarás en esta llanura que me horizonta los ojos

 

ni en ninguna otra.

 

 

Esa tribuna

 

Matías Sapegno. Inédito.

 

 

Actuamos para una tribuna. Los varones tenemos una tribuna en nuestra cabeza donde está sentado nuestro papá, unos tíos, los amigos, compañeros de trabajo, los del club. Y mucho de lo que hacemos es para que ellos nos aprueben y hasta nos alienten. Incluso para lo peor. Esa idea es la que más me impactó del libro “Las estructuras elementales de la violencia”, de Rita Segato.

 

Hablando en concreto de la violencia contra las mujeres, la antropóloga escribió: “Aunque se trate de un delito solitario, persiste la intención de hacerlo con, para o ante una comunidad de interlocutores masculinos capaces de otorgar un estatus igual al perpetrador. Aunque la pandilla no esté físicamente presente durante la violación, forma parte del horizonte mental del violador joven”.

 

Reconozco a esa tribuna, puedo verla en algunas situaciones de mi vida, temiendo su burla, anhelando su aprobación, o sin saber si tenía que reírme o no ante algunos “chistes” y anécdotas que venían de esas gradas… ahí tenemos trabajo, amigos. Podemos leer y escuchar a Segato, a Marcela Lagarde, a Virginie Despentes, y empezar a conversar con cada integrante de esa tribuna mental para saber si queremos seguir teniéndolo sentado ahí o decirle “hasta acá llegamos”. Es difícil, hay pactos no escritos que suelen ser más duros de romper que aquellos que vienen con firma y sellado.

 

 

Hoy hace menos de cuarenta grados

 

Fiorella Falco. Inédito

 

 

Cuando la sombra te alcanza

 

para respirar

 

entonces

 

los versos

 

sueltan su esencia de silencio

 

la mesura de este salto

 

llega hasta tu boca

 

lo dulce de esas flores

 

que se abren o se cierran

 

según la intensidad de una luz

 

apenas perceptible

 

 

El espacio en blanco

 

se carga de ondulaciones

 

mientras el tiempo moldea su mensaje

 

con la motricidad fina del agua

 

y también tiene momentos brillantes

 

si recibe la dosis justa

 

de viento y quietud

 

 

Hoy, diez bajo cero

 

Fiorella Falco. Inédito.

 

 

Hay quietudes y quietudes

 

cuánto pesa un brazo

 

todo necesariamente pesa

 

cuando estar pende de un enchufe

 

atado a una conexión que asusta

 

 

Todavía no encontramos las palabras

 

pero escribo y se enciende

 

este mínimo movimiento

 

un mimo para la que ordena

 

la que en momentos así

 

prende una velita y existe

 

 

La abuela española

 

Claudia Doba. Fragmento de La memoria se talla en piedra: Petra Pérez, la abuela española.

 

 

Petra nació en Fabero, León, en la última década del siglo XIX, en una España compleja, atravesada por múltiples conflictos sociales, políticos y culturales. Como muchos inmigrantes toma el vapor Cap. Arcona 1 en Vigo y emprende su aventura a estas tierras.

 

Contaban sus nietas: Sussy, mi mamá, y sus hermanas Norma y Ana María, que su abuela Petra les narraba que eran, tales las necesidades por las que atravesaban con su familia, que de niños le hurtaban, al cura de la parroquia, sus alimentos (parece ser que era el único que tenía almacenado los víveres) y luego se confesaban. Seguramente fueron muchas las penitencias que habrá soportado Petra, en esos tiempos de hambruna.

 

También recordaba que recibían información de otros paisanos que ya habían emigrado, les contaban de las grandes posibilidades de trabajo que ofrecía Argentina y que se pagaba muy bien por lavar ropa, planchar o cocinar.

 

La situación de extrema pobreza decidió a esta mujer a inmigrar sola, siendo muy joven. Dejando en su pueblo a sus padres Tomasa y Santiago, a Basilia, su única hermana, a algunos primos y tíos con los cuales se contactaría por fotos, postales y cartas con ayuda de intermediarios. Dos fotos muy antiguas de sus padres la acompañaron, fueron su único patrimonio al llegar a estas tierras.

 

El relato familiar cuenta que fue la familia de Antonio Ochoa y Juliana López dueños de una fonda en Bernasconi quien la hospedó y la contrató. Fueron años de mucho trabajo y también de mucha pobreza.

 

Bernasconi era un pequeño poblado de La Pampa Central fundado en 1888, allá, en la década del 10, encontró su lugar en el mundo nuestra Petra, tan lejos de sus afectos y tan distinto a su Fabero natal.

 

Trabajó arduamente: limpió, cocinó, lavó, planchó, pero no se cumplió ese precepto de que se era retribuido económicamente tan bien en estas tierras.

 

Conoció a muchas familias que fueron las suyas e hizo muchas amistades. Por esos años, frecuentaba la fonda de los Ochoa, Don Manuel Catoira Batalla de origen gallego, inmigrante también como ella, hijo de José Catoira, español, fallecido en 1906 y de Josefa Batalla, fallecida el 17 de abril 1890. Instalado en el pueblo, empleado de comercio desde los primeros años de la década del 10.

 

Se casaron el 8 de mayo de 1912, luego de unos pocos años de noviazgo (cuenta una historia familiar que Manuel siendo novio quiso acercarse demasiado a Petra en una oportunidad y esta dura española le arrojó un utensilio de cocina a su cabeza. El joven Manuel Catoira a partir de ese momento lució un flequillo que ocultaba la cicatriz que daba testimonio de lo acontecido).

 

El acta número 14 de matrimonios del Registro Civil de Bernasconi nos da detalles del acto: se puede leer: “comparecieron Don Manuel Catoira de 30 años de edad, español, soltero, empleado de comercio domiciliado en este pueblo, de padres fallecidos y Doña Petra Pérez de 23 años, española, sirvienta, soltera, domiciliada en este pueblo, hija de Santiago Pérez y Tomasa Martínez, jornaleros ambos domiciliados en España. Expusieron su voluntad de casarse. Los testigos, Don Antonio Ochoa de 51 años, viudo, español y Don Alejandro Suárez de 23 años, español, viudo. Sin objeciones el encargado del Registro Civil declara que quedan unidos en legítimo matrimonio.”

 

Un dato importante se desprende del acta: el novio firmó a ruego de la novia que dijo no saber hacerlo.

 

Petra Pérez a sus 23 años, sin saber leer ni escribir había realizado una gran experiencia de vida, lejos de su familia y en otro país comenzaba de nuevo junto a Manuel en un hogar de la calle Ameghino 123 de Bernasconi.

 

 

El cuerpo sabe

 

Pilar Alvarez Masi. Del libro El cuerpo sabe, editorial Enero.

 

 

XVII

 

Lancé mi diccionario contra el espejo.

 

Un vidrio astillado

 

no había traído nunca

 

tantas vanguardias.

 

 

XXVII

 

Salen jazmines de mis manos de barro.

 

Ya no las siento raras,

 

ya no me oculto,

 

y hoy planto gajitos

 

en cada cantero.

 

Florecen.

 

No hay ninguno

 

que se parezca a su dueña.

 

 

XXIX

 

Defiendo la duda,

 

la continuación de la incertidumbre;

 

la lengua impuesta

 

se derrumba

 

ante la pregunta.

 

 

XXX

 

El peso del velo sobre el cuerpo,

 

la lengua que niega,

 

y el cielo

 

con tantos jazmines cortados.

 

A esta tierra reseca que cubre los huesos

 

la piso gritando.

 

 

Todas.

 

Graciela Alfonso Arregui. Inédito.

 

 

La que a los 12 años quedó huérfana de madre y a pesar de no ser la mayor, por ser mujer le tocó asumir todas las tareas de una casa, cocinar, lavar, planchar, coser, limpiar y tener a su cuidado los hermanos menores.

 

La que parió mujer, cuando debió haber parido varón y su marido no le habló durante una semana.

 

La que siendo adolescente tuvo que soportar manoseos disfrazados de juegos.

 

La que tuvo que escuchar a un profesor decirle, ante todos sus compañeros: Señorita, si ya consiguió un novio ¿qué sigue haciendo acá? Y otro día: Señorita, si no consiguió un novio ¿qué sigue haciendo acá?

 

La que con mejores antecedentes no ingresó a un trabajo, en una institución pública, porque “las mujeres tienen hijos” y “los hijos se enferman”.

 

La que fue violada por un amigo, en un momento en que su marido no estaba, y la policía consideró que no podía denunciar porque le había abierto la puerta.

 

La que fue violada por un conocido y no se lo dijo al marido porque iba a decirle que la culpa fue de ella.

 

La que fue a bailar con un compañero y el después la violó y le dijeron que no aceptaban la denuncia porque muchos los habían visto juntos.

 

La que quedó embarazada por una violación y llevada por la desesperación, decidió deshacerse del embarazo matando y pagó con su libertad, con la condena social, con el desprecio de por vida.

 

La que quedó embarazada por múltiples violaciones en un campo de concentración por militares de comunión diaria.

 

La que después de trabajar entre las ocho de la mañana y las seis de la tarde, limpiando casas ajenas, vuelve molida su hogar y no tiene dinero suficiente para solventar los gastos de sus hijos.

 

La que fue violentada por su cuerpo desde la pubertad porque creció de golpe y mucho, y que tuvo que escuchar infinitas veces que “ese cuerpo no se consigue comiendo polenta”.

 

La que dejó la escuela para hacerse cargo de los hermanos, o de los hijos siendo que el compañerito adolescente con quien se embarazó pudo seguir estudiando.

 

La que fue violada por un montón de tipos durante un montón de años luego de que su marido la sometiera a sumisión química.

 

La que fue violada a los trece por su padre, o su tío, o su hermano.

 

La que fue manoseada desde los cinco por su abuelo, o su tío, o su hermano, o su primo.

 

 

Me pienso en ciertos detalles

 

Alicia Santillán. Inédito

 

 

Me pienso en ciertos detalles:

 

en las miniaturas de la memoria

 

en pisadas livianas

 

en la sangre

 

en los ojos

 

curvas contraídas

 

en nombres

 

en remolinos de vientres

 

 

despego las vértebras

 

cruzo mi propia vereda:

 

un mundo femenino combate

 

el estruendo furtivo de la voz

 

 

Sin una flor

 

Gabriela Selinger. Inédito.

 

 

Entró a la casa y dejó las sandalias en la cocina, caminó descalza para no despertar al niño. Fue al baño y abrió la ducha, se sacó el vestido y la ropa interior y se dijo: ésta vez fue la última. Se metió a la ducha con la firme decisión de no volver a prostituirse. Juntaría unas pocas cosas, tomaría a su hijo y se marcharía esa misma noche.

 

Aunque hizo el menor ruido posible su proxeneta la había escuchado entrar. Había estado esperándola. Fue hasta la mesa y contó los billetes que ella había traído.

 

Con eso no le alcanzaba para nada. Furioso, con un puño fuerte como para derribar a un hombre, dio un golpe a la pared. Entró al baño y la agarró de los pelos. Empezó a propinarle golpes hasta que ella dejó de respirar.

 

Quiso hacer creer que lo había dejado, que se había ido con otro, que había abandonado al hijo.

 

Hasta que el hijo creció y contó que había visto muerta a su madre en el baño.

 

Testificó que vio cómo su padre la sacaba de la casa envuelta en una sábana ensangrentada.

 

Veintiún años después, el hombre, sigue sin decir a dónde la enterró. No quiere que le llevemos una flor, ni que le prendamos velas, ni que cada 10 de febrero la gente peregrine hasta el lugar, ni que pongamos una placa que diga “Acá está enterrada Andrea López”.

 

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