Lunes 05 de mayo 2025

Como el dios que gestaba en su muslo

Redaccion Avances 05/01/2025 - 09.00.hs

En estas páginas compartimos una reseña sobre el poemario del escritor platense Guillermo Pilía. “Como el dios que gestaba en su muslo” traerá una naturaleza monstruosa, mal parida, sedienta y decadente, pero profunda y dolorosamente humana.

 

Gisela Colombo *

 

Entre las múltiples infidelidades que eran hábito del dios Zeus -o Júpiter, si preferimos su nombre latino- está aquella por la que ofende a su esposa teniendo amores con una mortal llamada Sémele. Hera, ante quien Zeus debía y no cumplía el voto de fidelidad, conoce la falta y le tiende una trampa a su competidora. La induce a poner a prueba al amante olímpico, requiriéndole que le muestre su verdadera faz.

 

Algunas versiones de este mito sitúan a la mujer en el mismo Olimpo, hacia donde va para discutir con su amante. Otras, en cambio, la recrean pidiéndole pacíficamente una “prueba de amor” a su querido. En ambos casos, Sémele termina muy mal.

 

El reclamo de ella acaba con el cumplimiento. Cumplimiento que, a su pesar, hace Zeus por honrar la promesa de darle lo que quisiera, que le había hecho a Sémele. Él, atrapado entre su honor y su pasión, finalmente le muestra su faz divina, que tiene un brillo tan luminoso como ignífugo. Así es que incinera literalmente a su amante. Pero el dueño del Trueno, que adivina los ardides que aplica Hera, reacciona y salva al niño, del vientre de su madre en llamas.

 

Luego cose el saco gestacional a su muslo y allí termina de gestar a Dionisio que, según dicen, es “el nacido dos veces”.

 

Esta naturaleza monstruosa del dios que identificamos con el vino y los excesos, o con las sustancias narcóticas, también sirve para referir el deseo de rebasar los límites humanos, casi sin importar si la senda conduce al inframundo o al Paraíso. Al Paraíso o a “los paraísos artificiales”. Cuando Nietzsche hablaba de lo “dionisíaco” refería a esta naturaleza fluctuante entre los extremos, al gobierno de la intuición, a la sed que busca desesperadamente algo que la realidad no ofrece -o desnuda-.

 

Pues esta misma naturaleza monstruosa, mal parida, sedienta y decadente, pero profunda y dolorosamente humana, es la que se hará presente en la poesía de Guillermo Pilía. Que fue reunida en este libro en 2020 por Proyecto Hybris Ediciones, en la Ciudad de La Plata, de donde es oriundo y “ciudadano ilustre” el autor. Aunque también apareció la edición bilingüe español-francés, publicada por Editions L’Harmattan de París.

 

El nombre de la firma editora es, en sí mismo, un guiño más al hablar de los excesos y el rebasamiento de límites. “Hybris” es como le llamaron los griegos a esa misma tendencia. Y de ella es hija, en muchos casos, la mejor poesía.

 

“Como el dios que gestaba en su muslo”, con sus breves sesenta páginas, consigna todo lo dicho y mucho más. Es que los referentes literarios se remontan a la Antigüedad, una tradición en la que el autor destaca como filólogo; pero esta obra también es prueba de su conocimiento profundo de la poesía francesa finisecular, del simbolismo, el parnasianismo, el decadentismo: faros para muchos poetas que inauguraron la tradición americana, pero, con más razón, inolvidable referente para los europeos.

 

Puntualmente, el telón de fondo del texto es el misterio en torno de un poeta “maldito”, Arthur Rimbaud. Sus viajes, su declinación y muerte. Y si se permite el texto recrear algunas palabras del enfant terrible de fines del XIX francés, y seguir algunos episodios de su vida como inspiración, la verdadera recreación se hace por lograr una atmósfera que dispone al lector a conmoverse precisamente por aquellos planteos de Rimbaud que son inevitables en el destino humano.

 

 

Permitámonos indagar un poco: Una de las fortalezas de este poemario es el modo en que el autor crea la atmósfera que dispone al goce estético, mientras revela lo decadente de la condición humana.

 

“Al arribo de la primavera, desde el camastro desde el cual se ha deslizado hasta el suelo la pipa de opio, veo partir las expediciones que van en busca de aguas y de hierbas curativas por el mundo extraordinario.”

 

En “Paraísos artificiales” se detiene en “amputaciones […, que] se sumergen en formol y se dejan secar al aire por dos o tres semanas.”

 

Aquí las mutilaciones del cuerpo humano se tornan reliquias de pretendidos logros espirituales traídos por la evasión.

 

“Todo lo que es anómalo y malsano, todo lo que es fétido y marchito, en medio de la felicidad del haschich de pronto irrumpe: como un batallón con las banderas desplegadas.”

 

La conexión entre los padecimientos del cuerpo y el purgatorio o la liberación del alma, se manifiesta sin velos: “[…] cada uno de ellos es capaz de curar una dolencia del alma -si se descubre su lenguaje y la dosis precisa” Identifica remedios con el remedio de la palabra que finalmente no parece serlo.

 

“Los instrumentos de tendón -los que permiten el canto mientras suenan- es fama que alivian la soberbia, la pereza intelectual, la mendacidad y la avaricia. Los instrumentos de viento -los que deforman la boca y los carrillos- apaciguan la cólera, la lujuria y el apetito desmedido, todo lo impuro que nace desde el vientre.”

 

Luego, dirá: “Adiós, tibieza de los fumaderos de opio, campo de barbecho de nuestra melancolía”, lo cual resalta al estado de inconsciencia bajo las drogas como un illud tempore, un tiempo de inocencia que se anhela con nostalgia y tristeza.

 

Hasta algunas cosas que podríamos juzgar censurables, aparecen aquí. Entre el velo de esa atmósfera casi onírica de fumaderos, en un estado identificado con lo primigenio de la existencia, se aprecian miserias, como escenarios o paisajes intensamente bellos.

 

“La piel de los javaneses es suave y sin vello. Los hombres, en las aldeas, ofrecen los amores de los efebos para preservar la virginidad de sus mujeres.”

 

Y es bello también el viento aunque lleve horrores: “El viento que pasa entre las telas arrastra hasta las ciudades el olor de las pústulas. Las voces de las ancestrales epidemias”.

 

La belleza lograda con una materia putrefacta es un don del poeta. No sólo de Rimbaud. También de quien recrea aquí, con absoluta originalidad y maestría, esa visión. No es otra cosa que un intento profundamente humano y desolador de aceptar la propia naturaleza perecedera de la condición humana.

 

Pero no le hace justicia a este poemario la fragmentación con que estamos compartiéndolo. Por ello, que el lector se encuentre, sin mediaciones, con el poema que le ha dado nombre al Libro, y que goce, que goce de la poesía.

 

 

Como el dios que gestaba en su muslo”

 

 

"Noche tras noche, al acostarse, acaricia el tumor que se forma por detrás de su rodilla izquierda. Como el dios que gestaba en su muslo, así también su pierna parece grávida y a punto de parir quién sabe qué nueva monstruosidad. Semanas atrás todavía pensaba ignorarlo: bajo un lienzo inmaculado lo cubrió, con varias vueltas de venda lo ocultó de su vista. Pero el dolor trabajaba por debajo, se agrandaba al amparo de lo invisible, como medran en la oscuridad de una pieza los terrores infantiles. Se ha marchado el sueño, ha desaparecido el apetito. En las noches repasa la lista de cosas que ignora: no sabe por qué el semen tiene a veces el perfume de una suave lejía, no sabe por qué el sexo de la mujer evoca la anémona de mar.

 

Noche tras noche acaricia el tumor que por último decidió descubrir, no con la esperanza de ver su pierna curada, sino más bien como gesto de aceptación de un destino. No sabe cuántos cargamentos de goma y almizcle entrarán en dos meses, no sabe si los gorgojos no están arruinando en silencio el arroz.

 

Como el dios que gestaba en su muslo. Tengo los cabellos completamente grises. Travesías de mares en barco y viajes por tierra a caballo: sin vestimenta, sin víveres, sin agua... Estoy excesivamente cansado. Demasiado acostumbrado a la vida errante, a la vida libre y gratuita. Quizás vaya a Zanzíbar. Noche tras noche, al acostarse sin sueño, acaricia el tumor de su rodilla izquierda.

 

No sabe si habrá tormentas en el camino a la costa, no sabe si de esa pierna desecada no nacerán -de golpe, al unísono- la muerte y la gloria.”

 

 

Leer este poemario duele, desola o abruma, en igual medida, mientras genera una emoción estética desbordante, conmovedora y reconciliadora con el poder de la belleza. Si el mismo Rimbaud no ha sobrevivido sus versos, no parece haber más inmortalidad para nosotros que la propia poesía.

 

Asimismo, el texto incita a una indagación filosófica casi siempre evitada en la vida regular: sobre la naturaleza de lo creado y el destino de polvo que, sediciosos o no, todos abrazaremos.

 

El resultado es un libro de poemas en prosa totalmente revelador, culto, profundo, doloroso y genial.

 

* Docente y escritora

 

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