Como si nada llorase en el monte
Desde la metáfora del llanto, Ángeles Alemandi escribe, sobreviene el tiempo, el espacio, y canta, materniza desde un pueblo blanco de sal. La historia se cuela entre la breve luz del flash de magnesio de las viejas cámaras fotográficas, y se narra con el propio poder del lenguaje.
Sergio De Matteo *
Toda obra literaria implica una doble experiencia, la del autor o autora y la del público lector, es decir, la exploración de la propia escritura, con sus búsquedas (cosmovisión del mundo) y homenajes (intertextualidades), así como la resignificación y devolución de la lectura (estética de la recepción).
La nueva novela de Ángeles Alemandi, Como si nada llorase en el monte, tracciona temas tratados en su texto anterior, Rally de santos, pero ajusta y calibra mucho más el lenguaje, como si de poesía misma se tratara, y despliega una serie de conexiones con el paisaje pampeano, adosándole un pueblo ficticio a lo Faulkner, también con creadores de la región, como Bustriazo Ortiz y Juan Ricardo Nervi, o de la tradición universal: Rulfo, Kafka, Arguedas.
En esa interrelación de la palabra y los planos de lectura, la escritora y periodista nos plantea que hace “literatura para encontrarme con otras y otros, y esos encuentros me obligan a repensarme, porque seguro están haciendo descubrimientos con sus lecturas que, en algunos casos, de mi parte fueron decisiones muy fuertes a la hora de escribir”.
- Esta obra narra una historia particular, familiar, pero a su vez también colectiva y comunitaria de un pueblo, también se entrecruza una huelga sindical de salineros…
- Sí, exactamente. Pasa desde un ámbito como más íntimo, que es el nacimiento de una niña en un pueblo salinero. La historia va creciendo y esa familia se va transformando en una comunidad, en un pueblo. Van sucediendo acontecimientos, a veces que parecen extraños, a veces que no sabemos si son parte de la mirada de la niña, si es el paisaje que está incidiendo en ella y en ese lugar.
- Se percibe un diálogo profundo con ese paisaje, con ese territorio, a veces tan hostil, tan hiriente, que resuena en la historia de ese pueblo salinero.
- Sí, pensaba, justamente, en esto que referías, de esa presencia tan fuerte de un paisaje manifestado en la flora, la fauna, también la laguna de sal y la naturaleza, que lastima, que hiere.
- Hay alusiones a las espinas del caldén, a los granos de sal, en tal representación lo filoso marca, de alguna manera, los cuerpos y las experiencias…
- En algún momento una línea de la novela habla del borde peligroso de las cosas y me parece que es un poco lo que estás planteando, en eso que nos rodea y en ese territorio que se habita en el espacio; en el universo pequeño de la obra; y que sí, que hiere, que duele, que lastima, que sangra.
Hay algo ahí doliente y es parte como de la identidad de un lugar.
- En esa situación, en esa tensión, tanto en tu novela anterior y en esta nueva, cruza por ambas la cuestión de la maternidad, además que están abordadas de diferentes formas. En Rally de santos hay como una maternidad protectora, y en Como si nada llorase en el monte, en cambio, hay como un choque o resistencia a lo que es la maternidad…
- Sí, es verdad. La primera novela está basada como en mi propia historia y creo que hay como cierta piedad con la mirada de la maternidad. Hay alguna incomprensión de esa madre y esa hija que en un momento límite de la vida actúan de maneras muy diferentes, porque el personaje está atravesando una enfermedad y la madre se aferra a cualquier creencia que le permita confiar en que algún milagro va a suceder, y la hija todo lo contrario, descree de ese mundo. Pero sin embargo hay una base vinculada con el amor que genera como un diálogo entre esa hija y esa madre, y esa hija que a la vez es madre y que puede entender.
En la nueva novela es verdad que la maternidad vuelve a estar muy presente; pero si está como muy corrida de la mirada anterior, hay algo del desconocimiento, de la despersonalización, de todos los monstruos que nos enfrenta la maternidad y que a veces no sabemos qué hacer con eso.
- Otra cosa que también se observa en la lectura, además del nombre del pueblo, Árbol Blanco, la presencia, justamente, de lo blanco, con el nombre de una de los personajes, Clara, la sal, el hospital, donde hay una insistencia de describir las paredes y las instalaciones blancas. Otro detalle es el contraste entre la luminosidad y la oscuridad, incluso con aquella rosa negra que emerge en un fragmento de la novela.
- Hay un trabajo ahí con el lenguaje, una búsqueda en la que la luz y la oscuridad están todo el tiempo como comiéndose una a la otra, para ver quién gana más territorio. Si bien la novela busca ser luminosa a través del lenguaje, los personajes, las construcciones, las historias, y esto que hablábamos del paisaje, también se vuelve perturbador. Están como en conflicto o en tensión la luz y la oscuridad todo el tiempo. Un juego como de sombras que admite que veamos mejor los días.
En un momento de la novela también refiere que los días grises permiten que apreciemos mejor la realidad, lo que nos rodea, las formas y los colores. Y creo que de esos grises sí está hecha esta novela.
- También está presente lo simbólico. Ese pueblo Árbol Blanco nos remite a la fundación mítica de un espacio, de un mapa. Se piensa en Faulkner con Yoknapatawpha, el Macondo de García Márquez en la Santa María de Onetti, o Soriano con Colonia Vela. Ahora aparece este Árbol Blanco en la provincia de La Pampa.
- Sí, todo ese territorio. Creo que estamos muy atravesados por las lecturas que nos han formado. Siempre digo que para poder escribir primero tenemos que ser grandes lectores o más lectores que escritores. A veces una no es consciente de eso hasta que escribe, y que, de alguna manera, se puede rastrear en los universos que crea pequeñas huellas de lecturas que nos marcaron. También están los pueblos que recorre en su novela “Los ríos profundos”, el escritor y antropólogo José María Arguedas. Considero que esos caminos, esos recorridos lectores dejan algo, como algún rastro, algunas florcitas en las páginas de todo lo que una escribe.
- Tanto en la novela anterior como en la reciente están los libros, hay lecturas, hay bibliotecas, se habla de novelas, de diarios, de libros de poesía, y también aparecen los intertextos. Leemos el epígrafe de Bustriazo Ortiz que abre el libro, y luego también “llaga hermosa”, “tan huesolita”, y así podemos identificar dentro de la escritura las influencias, o sea, la angustia de las influencias.
- Sí. Hace unos 11 años que estoy viviendo en La Pampa, y la verdad es que hasta que no llegué a esta provincia no conocía otras voces, solo tenía leída y conocía la obra de Olga Orozco. Pero cuando estaba trabajando en el Plan de Lectura me topé con Bustriazo Ortiz. Bueno, me generó como un impacto enorme, enorme. El “tan huesolita” me marcó en algún punto, al extremo de que hay algo, sobre todo en esos versos, que me acompañaron todos estos años; a los que siempre vuelvo, porque me interpelaron mucho.
En esta novela que es tan de esta tierra, me parecía que debía hacerle honor o mención u homenaje a esos versos que me abrieron un universo y que me llevaron a una búsqueda, a un trabajo intenso y preciso con el lenguaje.
- También en la novela aparece Juan Ricardo Nervi con el viejo mar; luego hay un fragmento donde se alude a un pueblo en el que todos ya estaban muertos e, inmediatamente, se piensa en “Pedro Páramo” de Juan Rulfo…
- Sí, exacto. Otra lectura de estos tiempos. Volví a leer Rulfo hace uno o dos veranos atrás y sentí que lo estaba leyendo por primera vez. Viste que cuando a medida que crecemos como lectores generamos miradas nuevas, por lo tanto, los textos nos interpelan de otra manera.
En este momento de mi vida, que estoy escribiendo y vengo haciendo muchas clínicas y talleres de escritura, te volvés una lectora más aguda. Y por supuesto, tuve muy presente a “Pedro Páramo” también, un texto maravilloso.
Somos un mazo de naipes que va formando una pequeña torre gracias a todas las lecturas que nos vienen acompañando, de las y los grandes maestros que uno admira, que una respeta y vuelve a releer. Es así.
- Llama la atención el trabajo que realizás de sincretismo religioso y cultural con esa chamana, con la prosapia ranquel y las ceremonias, pero también con la liturgia cristiana.
- Sí, se conjugan. El Rally de santos está atravesado más por una mirada cristiana y que presta atención a varias religiones y creencias. En esta nueva novela es fuerte el personaje de la chamana.
Es un libro como muy atravesado también por mujeres protagonistas, que son las que tienen una voz autorizada, sobre las que o hacia las que recurrimos en busca de una cura, de una sanación. Y a veces radica ahí el poder de la palabra, como que las palabras construyen cosas y la chamana tiene que ver con todo ese simbolismo. Y como decís hay literatura, hay fragmentos en que esas mujeres disfrutan de la lectura, de la poesía; creo que en ese pequeño universo la palabra tiene muchísimo valor y es transformadora.
- Asimísmo se destaca el canto, porque la chamana canta, resignifica el canto místico. Está el cancionero del llanto. A la vez el chimango canta, el grillo canta, es decir, vuelve muchas veces la cuestión del canto a través de la narración.
- Mirá, no lo había pensado a todo lo que en el monte canta, porque mi metáfora era con el llanto.
Pero me parece que esto que señalás vuelve a tener que ver con las luces y las sombras, con el canto como más conectado con la vida; porque al llanto lo conectamos también con algo vivo pero un poco más vinculado a lo triste, a lo que duele. Considero que las dos cosas forman el todo de esta esfera, del conjunto de lo que somos.
- Destacaste el poder de la palabra, hablaste del lenguaje atado, justamente, a la experiencia de Bustriazo Ortiz; el “nombrar” está presente en varios fragmentos de la novela, es más, dice “nadie es hasta que no se lo nombra”, los nombres talismanes… Entonces pensaba en la importancia que tiene la nombradía, Paul Claudel decía que “el poeta es el que nombra”, y de alguna manera estos nombres que van transcurriendo en la novela marcan dicha importancia…
- Sí, y viste que también hay personajes que nunca se van a nombrar, que nunca vamos a saber cómo se llaman en toda la novela. La cuestión de la identidad está también. Sí, por supuesto, está muy presente y que, incluso, en nuestra historia política es fuerte la cuestión de saber quiénes somos, de saber cómo nos llamamos, de saber de dónde venimos. Entonces estuvo presente y sobrevolando en mí también esa cuestión de nombrar, ese poder y el peligro que representa a la vez nombrar.
La madre de la protagonista en algún momento se hace muy amiga de su vecina, pero teme nombrar las cosas, porque también, quizás, lo decimos (nombramos) de una manera y después no es así. Y eso conlleva también una frustración. Y ahí de vuelta está como ese juego de eso no es, de blancos y negros, de luces y sombras.
* Colaborador
Fragmento
“La mujer repite ese nombre como lo ha hecho tantas veces durante estos meses. Clara. Siente que de solo decirlo el día se despeja. Clara será más luminosa de lo que se imagina, disipará la niebla y los fantasmas. Clara tendrá la piel casi transparente, suave, y cinco dedos en cada mano y en cada pie. Se los contará ni bien se la apoyen en el pecho. Será hermosa, Clara. Y buena. Ella va a acunarla, le cantará canciones. Ni bien crezca un poquito le pondrá el vestido floreado que quedó colgado en el alambre, la sacará a pasear por las calles de tierra, espantará los mosquitos que quieran beber su sangre dulce, presumirá que su hija es una santa. Clara, dice, y puja una vez más”.
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