Miércoles 17 de abril 2024

El horror de Sara Méndez

Redaccion Avances 23/10/2022 - 15.00.hs

La docente uruguaya Sara Méndez estuvo detenida 10 días por los militares de la última dictadura. Fue torturada, saqueada y secuestrado su hijo de apenas 20 días. Durante 26 años buscó a Simón, con quien finalmente pudo reencontrarse.

 

Juan Carlos Martínez *

 

Se llama Sara Rita Méndez. Tiene 50 años. Es uruguaya, de profesión docente. En julio de 1976 estuvo diez días en Automotores Orletti, que es como decir en el infierno. Vivía en Buenos Aires desde 1973, año del golpe militar en Uruguay. Como tantos de sus compatriotas, cruzó el río de la Plata huyendo de la persecución de los militares de su país. Pero en la Argentina la sorprendió el golpe de Videla el 24 de marzo de 1976. Un grupo de tareas integrado por militares y paramilitares de ambos países la secuestró en su casa del barrio de Belgrano, en Buenos Aires, en la noche del 13 de julio de ese año. Allí mismo comenzaron a torturarla, le saquearon la vivienda, se quedaron con el único hijo que había parido veinte días antes y se llevaron a su amiga Asilú Maseiro, de 50 años, que esa noche le acompañaba. Sara es una de los pocos y pocas sobrevivientes del campo de concentración que dirigía el general nazi Otto Paladino y en el que actuaban los asesinos a sueldo Aníbal Gordon y Eduardo Ruffo. Sara, que tenía 32 años cuando la llevaron al Orletti, no ha podido borrar de su memoria todo el horror que vivió durante los diez días que permaneció cautiva en aquel centro de tortura y muerte. Fue Sara, precisamente, una de las personas que relataron la forma en que una noche de julio de 1976 los verdugos mataron a Carlos Santucho, uno de los hermanos del guerrillero argentino Roberto Santucho, muerto en esos días en un enfrentamiento con una patrulla militar.

 

- Mucho antes del golpe - evoca Sara - nosotros sabíamos que varios de nuestros compatriotas estaban desapareciendo en la Argentina. Desde abril a julio de ese año se produce el secuestro masivo de uruguayos, pero mucho antes todavía (en 1975) tuvimos indicios claros de que militares uruguayos estaban actuando en la represión en la Argentina en forma conjunta con sus pares argentinos. El 19 de abril del 76 se produjo un hecho que conmocionó a los uruguayos que residían en la Argentina. Ese día apareció en una calle de Buenos Aires el cadáver de Telba Juárez, compañera de Sara, también docente. El compañero de Telba también desapareció en la Argentina por aquellos días. La cacería humana se había institucionalizado. Sara relata los sucesos que vivió la noche en que se produjo su secuestro en Buenos Aires: - Cuando el grupo irrumpió en mi casa aquella noche, de inmediato tuve la impresión de que me llevaban para matarme. En ese momento estaba convencida de que mi destino era la muerte. No solo por la violencia que emplearon para entrar a mi casa y por la tortura a la que fui sometida de inmediato sino porque los represores se presentaron a cara descubierta y se identificaron con sus verdaderos nombres, al menos en el caso de quienes dirigían el operativo.

 

¿Quiénes eran? - Uno era el mayor uruguayo Nino Gavazzo, el otro, al que Gavazzo me presentó como un militar argentino era Aníbal Gordon, que después supe que era un paramilitar de activa participación en el Orletti. Era un grupo numeroso. Todos se presentaron vestidos de civil. La casa era muy grande, tenía dos plantas. El que se dirige a mí y a la compañera que estaba conmigo nos pregunta si los conocíamos. Le respondemos negativamente y entonces nos dice que él era el mayor Nino Gavazzo, un militar uruguayo muy famoso porque desde 1972 estaba al frente de la represión en nuestro país. El mismo Gavazzo me presentó a un colega argentino: Aníbal Gordon, que en realidad era un paramilitar. El resto de los desconocidos aparecían con medias en sus rostros o camuflados de distinta manera.

 

- ¿Las trasladan de inmediato?

 

- No, primero comienza el interrogatorio allí mismo y de manera violenta. Creían que había más gente en la casa. Revisaron minuciosamente toda la vivienda. A mi amiga, que ya había sufrido varios infartos, también la torturaron, pero luego le permitieron llevar consigo sus medicamentos. Una cruel ironía.

 

- ¿Y el niño, qué ocurrió con el niño?

 

- El niño estaba en esos momentos en su cunita, pero no me permiten que lo lleve conmigo. Solo me ordenan, mientras daban vuelta la casa, que lo saque de la cuna para revisarla porque sospechaban que allí había armas, lo que naturalmente no encontraron. Me obligan a dejar nuevamente al niño en su cuna y de inmediato el supuesto militar argentino (Gordon) me dice palabras que nunca podré olvidar: No se preocupe, a él no le va a pasar nada, esta guerra no es contra los niños…

 

- ¿Usted pidió que le permitieran llevar al niño?

 

- En verdad, no insistí porque, como dije, tenía la sensación de que íbamos a morir, porque allí mismo nos sometieron a todo tipo de tormentos. Era evidente que todo lo hacían apremiados, tenían que actuar rápidamente. Recuerdo que durante nuestro traslado hicieron varias paradas para realizar otros procedimientos. Nosotras estábamos maniatadas, amordazadas. A mí me pusieron una bolsa de nylon sobre la cabeza, me estaba ahogando. Mi compañera se da cuenta y logra quitarme la bolsa.

 

La foto de Hitler.

 

Sara volvió al Orletti en 1984 para hacer el reconocimiento del lugar, un trámite que se hizo por orden judicial a raíz de las denuncias radicadas por las víctimas del terrorismo de Estado. Para ella fue algo así como asomarse al infierno, asistir a la resurrección del horror. El Orletti estaba ubicado en pleno corazón del barrio de Floresta, en la calle Venancio Flores 3519/21, frente a las vías del ferrocarril Sarmiento. El inmueble se encontraba (se encuentra todavía) en el radio delimitado por las calles Venancio Flores, San Nicolás, Bacacay y Emilio Lamarca.

 

- En el Orletti - recuerda Sara - había dos plantas. Arriba era el lugar donde torturaban, era todo muy precario… yo solo pude ver las instalaciones en algunos momentos, cuando nos sacaban las vendas de los ojos, que era cuando hablábamos con los oficiales. Cuando me sacaron la venda por primera vez vi un organigrama en un pizarrón y al lado había una foto de Hitler. Había varias casillas con una separación de madera. Los diez días que permanecimos allí nos tuvieron con las manos atadas y con los ojos vendados y los pies atados. Prácticamente no nos dieron comida durante ese tiempo. Recuerdo que hubo una noche muy loca en que prácticamente había desaparecido toda la oficialidad. Entonces, el que había quedado de guardia preguntó cuánto hacía que no comíamos. Recuerdo que llevábamos cinco o seis días sin comer. Ellos habían estado comiendo… entonces nos hicieron una especie de ensopado con lo que les había sobrado y nos dieron aquellas sobras que por supuesto comimos, creo que fue la única vez que nos dieron de comer en esos diez días.

 

Represores desquiciados.

 

Según Sara, los represores uruguayos eran mucho más formales que los argentinos en cuanto a la manera de llevar la represión adelante. -Era evidente que en el Orletti había muchos paramilitares. Eso podía advertirse porque el paramilitar era indisciplinado. Yo siempre cuento una anécdota que me narraron otros compañeros que pudieron sobrevivir. Un día se suscitó una discusión entre ellos a la hora de preparar la comida. En ese momento no tenían aceite y parece que había una pugna permanente porque nadie quería ir a hacer los mandados. Entonces, el que va (con mucha bronca) detiene a un camión, arma en mano, y lo obliga a su conductor a dirigirse al Orletti. El camión transportaba aceite, pero aceite para motores de autos. El hecho fue festejado con risas por los compañeros del autor de aquel episodio, demostrativo, digo yo, del grado de indisciplina de los parapoliciales y paramilitares-.

 

- Una noche escuché una conversación entre dos de aquellos personajes. Uno le contaba al otro que él admiraba a las fuerzas armadas y que había empezado la carrera militar, pero que debió abandonar porque no podía ajustarse a su disciplina. Yo opino que el paramilitar era un tipo tremendamente desquiciado en todas sus formas, él se sentía identificado con los militares a través de su ideología.

 

Se olvidaron de matarlos.

 

- Nosotros nos encontramos con una pareja de uruguayos que habían sido detenidos bastante tiempo atrás… alrededor de veinte o treinta días atrás y que se habían salvado porque los represores se olvidaron de matarlos. Una noche empiezan a cargar a los detenidos. Ellos eran conscientes de que estaba sucediendo algo fuera de lo habitual. A ellos les habían llevado a una pequeña habitación y se olvidan de que están en esa piecita. Escuchan que al resto los cargan en camiones y quedan paralizados por el mismo miedo. Al cabo de unas horas los represores comienzan a llegar y hacen los comentarios sobre el operativo que acababan de cumplir, lo que es escuchado por la pareja, a la que recién ubican a la mañana siguiente. Por ellos nos enteramos que todos los detenidos habían sido asesinados.

 

- ¿Qué les sucedió después?

 

- Aquellos dos compañeros quedaron para la siguiente redada en la que yo y quienes me acompañaban estábamos incluidos pero a último momento, por causas que nunca quedaron totalmente aclaradas, fuimos trasladados a Uruguay, incluida aquella pareja que había salvado su vida por una omisión. Aquel compañero ya había sido detenido en Uruguay y ella tenía preso a un hermano, también en Uruguay.

 

Voces de niños.

 

La aplicación de tormentos en Orletti se hacía en forma sistemática. Nada ni nadie era capaz de poner límite a las crueldades que allí se cometían contra las indefensas víctimas. Ni siquiera la circunstancia de la ubicación de ese centro clandestino por cuyo radio transitaban miles y miles de personas a toda hora. No solo eso: el inmueble lindaba con viviendas y los fondos daban al patio de la escuela Licenciado Mauro Fernández.

 

- En verdad, había una escuela en la misma manzana. Nosotros sentíamos voces de niños y nos dábamos cuenta que era un recreo, y esto ocurría a la mañana y a la tarde y también sentíamos los trenes en forma continua. Todos esos elementos fueron los que nos permitieron llegar al lugar para el reconocimiento, en 1984.

 

Ver, oír y callar.

 

- Me acuerdo que cuando torturaban, los gritos eran tremendos, los verdugos ponían la radio a todo volumen para tapar esos gritos, pero era imposible que lo que ocurría allí adentro no pudiera ser escuchado por el vecindario. (Se ha dicho que un matrimonio que pudo escapar del Orletti, él herido de bala, y que luego se exilió en México, relató que un día quemaron vivas a dieciséis personas, para lo cual utilizaron neumáticos en desuso porque los vecinos se quejaban por el olor que emanaba de la carne humana. Sara conocía esa versión, pero el hecho no se produjo mientras ella estuvo en ese centro clandestino. Ella fue testigo, sí, de otras atrocidades no menos espeluznantes).

 

- ¿Durante su cautiverio hubo fusilamientos?

 

- No, al menos no lo supimos. Lo que sí vimos en 1984 durante aquel reconocimiento eran impactos de balas en las paredes. Una noche escuché que entre ellos se contaban que a un prisionero que intentó fugarse, allí mismo lo persiguieron y le dieron muerte. Es muy probable lo que se dice de los fusilamientos. (Entre las versiones que han tomado estado público se incluye una que sostiene que Ruffo solía ufanarse de que él y otros verdugos ensayaban tiro al blanco disparando a la cabeza de sus rehenes).

 

La peor noche.

 

Los gritos por la aplicación de torturas - recuerda Sara - eran la cosa más impresionante que se pueda imaginar, sobre todo a la noche. Yo me acuerdo de la noche que nosotros llegamos… fue quizás la peor de todas. Tenían que sacar información rápidamente porque al ser tantos los detenidos relacionados entre sí, seguramente iba a cundir de inmediato la alarma y entonces algo podría cambiar. Fue terrible, no hubo límites. Yo siempre digo que si la tortura es excesiva, lo que busca el torturado es morir, morir enseguida. Entonces, el que tortura pierde la batalla porque no alcanza su objetivo, que es el de arrancarle información. Los uruguayos, en cambio, eran más refinados por decirlo de alguna manera, empleaban más el recurso psicológico. Los argentinos, en cambio, eran más bestiales, tremendamente bestiales.

 

Yo recuerdo que los argentinos que estaban allí se jactaban de que ellos habían inventado la picana eléctrica. Ellos decían que habían logrado una regulación perfecta del voltaje. Inclusive lo maniataban a uno, lo colgaban y después empezaban. Cuando el cuerpo ya estaba cansado, uno trataba de resistir sin tocar el piso porque sabía que allí estaba la posibilidad de la descarga eléctrica, porque el piso estaba mojado. Además, echaban sal, porque la sal quema mucho… con la electricidad se produce un efecto mayor. A todos nos quedaron marcas en los pies por el contacto con la sal. Las descargas eléctricas llegaban a tal punto y eran tan seguidas que uno casi no podía hablar. Por eso digo que esa metodología era típicamente de los argentinos. Uno tenía la impresión de que lo que querían en el Orletti era información rápida, muy rápida, para que todo terminara cuanto antes.

 

- ¿A Ruffo, usted lo vio en el Orletti?

 

- En los días que estuve allí, a Ruffo no lo vi pero después, cuando veo una foto de él, reconozco que fue una de las personas que fue a mi casa el día de mi detención. De ahí que a través de él es que seguimos la pista de Alejandrito, el otro niño que Ruffo robó junto con Carla, pero esa pista está descartada.

 

- ¿Tiene indicios acerca de su hijo?

 

- Simón puede ser el adolescente que hoy está aquí, en Uruguay, en manos de una familia que lo adoptó. Es una familia ligada a uno de los militares uruguayos que estuvo vinculado a la represión. El caso de Simón está planteado en el ámbito judicial.

 

- ¿Cuántos años tiene?

 

- Simón tiene 18 años, cumple 19 en junio próximo.

 

- ¿Lo ha visto personalmente?

 

- Sí, lo veo, creo que sí, que se trata de él, más que por el parecido físico que tiene con su padre, por las circunstancias que se dieron en su adopción.

 

La familia que lo tiene lo adopta a través de una casa cuna, adonde él va a parar. Hay una juez, que es la que se lo adjudica a esta familia, que evidentemente es el nexo con el militar, porque esa familia ignora la procedencia, al menos al principio.

 

El caso está demorando en los tribunales porque ocurre lo mismo que con el resto de los chicos reclamados por los familiares: alargan las sentencias todo lo que pueden. Además, la familia se niega a someter al muchacho a los exámenes inmunogenéticos y el propio chico también se está negando, naturalmente que impulsado por sus falsos padres. Simón está muy presionado por esa familia. Yo creo que tarde o temprano Simón tendrá necesidad de conocer su historia, saber la verdad de su origen. Yo seguiré luchando toda la vida para recuperar lo que legítimamente me corresponde. (Sara dio su testimonio en Montevideo, el 30 de marzo de 1995)

 

El encuentro con Simón.

 

Un cuarto de siglo después de haberle sido arrebatado a aquella criatura que apenas tenía veinte días, Sara se reencontró con Simón cuando el joven tenía 25 años. Se hizo el ADN y dio positivo. Había sido apropiado por un policía uruguayo. “Mi vida era la búsqueda. Yo me encontré a un hijo que ya era adulto. Cuando lo encontré cambió todo para mi”. Sara había cumplido con aquella promesa de luchar por el resto de su vida para encontrar a Simón. Mauricio Gatti, el padre de Simón, murió en 1991 después de sufrir varios infartos. En una de sus publicaciones periódicas, las Abuelas de Plaza de Mayo escribieron en mayo de 1991 sobre la desaparición de Mauricio lo que sigue: “Ahora nos enteramos que Mauricio Gatti, el padre de Simón Riquelo, ha muerto de un ataque al corazón. ¡Qué cosa tan macabra pero tan posible! ¿Podemos extrañarnos acaso de que su corazón haya resuelto parar? ¡Cuántos años de sufrimiento, de lucha y de espera, cuántos golpes, uno detrás de otro había recibido Mauricio Gatti, cuántos culpables hay de su muerte tan joven: los que secuestraron al hijo, los que mantuvieron a la madre en cárceles clandestinas, los que hicieron uso del pequeño como si hubiera sido un objeto entregándolo en ilegal tenencia, los que demoraron la justicia de los análisis inmunogenéticos que podrían demostrar la paternidad de Mauricio, la maternidad de Sara Méndez. Todos ellos deben cargar con esta muerte sobre sus espaldas que, seguramente, no estarán libres de otros horrores semejantes. - Mauricio Gatti es otro de los nuestros que muere sin haber podido alcanzar el calor del abrazo y el beso final. Su hijo Simón pudo haber estado al alcance de su corazón y de su amor. Pero la lerda justicia que precisamente por ser lerda no es justicia, lo ha dejado morir con los brazos vacíos y el corazón destrozado por la falta del hijo robado por los militares hace ya quince años”.

 

PD: Sara dio su testimonio en Montevideo el 30 de marzo de 1995, un día antes de su cumpleaños. De su unión con Mauricio Gatti nació Adriana, asesinada en Buenos Aires a los 18 años por efectivos militares que entonces fraguaron un enfrentamiento. Los restos de la muchacha fueron trasladados a Madrid el 16 de octubre de 1983 y sepultados en el cementerio de la Almudena. Entre los exiliados que despedimos a Adriana se encontraba el poeta y escritor uruguayo Mario Benedetti. Capítulo incluido en el libro La abuela de hierro, octubre de 1995.

 

* Periodista

 

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