El incansable Yancamil
Con el pasar de los años, la figura del cacique Yancamil cobra mayor relevancia al revelarse datos históricos que lo muestran como un luchador incansable por la libertad de su comunidad, ante la pérdida de la patria, cultura y dioses tutelares.
José Depetris *
En La Pampa a la figura señera del cacique Yancamil la asociamos popularmente al combate de Cochicó del 19 de agosto de 1882.
Este hecho se recuerda como la última expresión de resistencia ranquelina al ejercito de línea que ya había concretado la ocupación del territorio y la fundación de los primeros pueblos pampeanos, General Acha y Victorica.
Sin embargo con el correr de estas últimas décadas la figura de Yancamil se agiganta en su concepción al incorporarse paulatinamente investigaciones históricas más precisas en repositorios antes infranqueables junto al fluir de la memoria popular encriptada con algunos detalles que señalan su trayectoria personal como única en varios aspectos de compromiso con la suerte de su comunidad de tierra adentro, ante la pérdida de patria, cultura y dioses tutelares.
Actitud que lo distingue y particulariza de la pléyade de memorables caciques que a lo largo de la historia confrontaron desde la época del virreinato en adelante. Pero todos ellos en su carácter de líderes de comunidades autónomas en resguardo y desde su propio territorio ancestral vedado aun al ajeno.
Yancamil, por el contrario resiste abiertamente durante más de una década (1878-1890) al status quo del roquismo cuando ya todo era aplastante derrota, despojo y destrato para los pueblos nativos.
Desde esta óptica es posible encadenar hitos que afloran y narran el camino de acciones de resiliencia de José Gregorio Yancamil, líder indígena que se erige como tal a partir de ellos. Partiendo de la situación concreta que para fines de 1879 todo aquel mundo frágil pero propio, estaba irremediablemente perdido a instancias del recién concretado Estado Nacional pergueñado por la Generación del Ochenta, al reflotar la postergada ley nacional de 1867 que consistía en llevar las fronteras hasta el río Colorado.
En 1877 el ministro de Guerra Julio Argentino Roca solicitó al Congreso dos años para finiquitar el problema del indio: uno para prepararse y otro para ejecutar el plan. Se lo llamó Conquista del Desierto. Luego, se votó en las cámaras la Ley de Empréstito Nacional que admitía aportantes financistas para solventar el ejército de ocupación a pampa y patagonia recibiendo en compensación luego las tierras conquistadas.
Reconstrucción.
La secuencia en un conteo rápido obviando detalles, nos permite reconstuir el itinerario hoy casi desconocido, que se inicia el 24 de julio de 1878 cuando el gobierno nacional, representado por Manuel Olascoaga, firmó en Buenos Aires un tratado de paz con los Caciques Epugner Rosas y Manuel Baigorrita, representados por los caciques Cayupan y Huenchugner Rosas.
Este tratado, fue el último celebrado con naciones originarias en la Argentina, y ratificaba otro de seis años atrás -sin modificaciones-, a pesar de que la situación geopolítica ya había cambiado sustancialmente y la espada de Damocles pendía ya sobre las cabezas de los distintos pueblos de pampa y patagonia.
En ese nuevo contexto adverso hacia los indígenas, tras los cambios de paradigmas de la organización nacional, en octubre de 1878 se renueva un Tratado de Paz con los ranqueles, aunque el gobierno sabía que no cumpliría. A los pocos días, un numeroso contingente tribal guiado por Yancamil se dirige a Villa Mercedes, San Luis, a cobrar las raciones y sueldos estipulados, pero son emboscados por el coronel Rudecindo Roca, hermano de Julio Roca, provocando una carnicería, incluidos niños y mujeres, -incluidas su esposa Tránsito Gil y dos hijitas- bajo la nebulosa sospecha de una actitud hostil, nunca comprobada. Son encerrados en un corral por la partida militar y les dan muerte a más de sesenta personas que lo acompañaban. Este hecho es el que perduró en la historia como la Masacre de Pozo del Cuadril y que desencadenó en su momento críticas como las del diario La Nación, en las que se apeló a la calificación de “crimen de lesa humanidad”, término usado por primera vez.
Se profundizaba así la supresión de todo lo que fuera refractario al proyecto liberal de la Generación del 80, que ahora podía moldear el país a su arbitrio, incluso ungiendo con sangre el andamiaje asimétrico y excluyente de una Argentina pretendidamente aséptica y paqueta, que sería -a poco andar- el granero del mundo.
Remesados más de 500 prisioneros ranqueles, son llevados como mano de obra barata a los cañaverales e ingenios tucumanos. Nunca más se supo de ellos. El envío de prisioneros fue condición impuesta por poderosos empresarios. Rudecindo se aseguraba al mismo tiempo el apoyo político de los terratenientes a la candidatura a Presidente de su hermano ocupado en esos días en el plan de la Conquista. Desde aquel lejano “entonces” -que nadie lo dude- hay vencedores y vencidos.
Claro que los vencidos también se rebelaban. Sin patria, familia ni dioses tutelares, Yancamil es reclutado por Reducindo para el Regimiento 12 de Infantería, en un intento brutal de disciplinamiento social. Como el gaucho Martín Fierro, el cacique deserta del cantón puntano y a pura uña de caballo rumbea hacia las travesías pampeanas. Reagrupa a dispersos de su tribu que vagaban famélicos y desconcertados, y se aventura, durante la década posterior a la hecatombe ranquel, en un destino contestatario al Estado Roquista. Gesta aletargada en los repositorios oficiales del Ejército, en amarillentos expedientes que desgranan hechos y nombres de existencias imperceptibles, desdeñados por la historia oficial, por incómodos, por inconvenientes. Y aquí aparece como el armador de la celada criminal de Villa Mercedes, el coronel Rudencindo Roca -hermano del general Julio Argentino Roca- al mando de las tropas del lugar. Personaje que veremos desde allí en adelante gravitando perversamente en la vida de Yancamil y resto del pueblo que lo acompañaba.
Rudencindo Roca se lo reserva para sí como prisionero especial a Yancamil que había sido malherido en la refriega -y su familia desmembrada con la muerte de Tránsito Gil y dos hijitas-, en actitud de especial encono personal y como importante trofeo de guerra.
Primera fuga internacional.
Las zozobras de Yancamil y su reducida legión de guerreros quedan expuestas al armar el mosaico de fechas y lugares, de pequeños combates y pillaje de hacienda para la subsistencia del grupo errante. Mantenían en constante movimiento a las fuerzas nacionales que hacían la “policía del territorio”, desde los recién fundados pueblitos de Victorica y General Acha.
Los partes militares son elocuentes de la virulencia de la persecución, pero uno resume todo: “...la pequeña tribu de Yancamil, dos veces sublevada, de unas 60 personas, fue tres veces perseguida y batida en La Pampa, derrotada y deshecha siempre, salvándose 14 indios que se corrieron a los Andes...” por la rastrillada del Cholar y Covunco, fuertemente custodiada por partidas ligeras de militares (los temibles “choiqueros” de Saturnino Torres).
Yancamil logra pasar a Chile y regresa con gente de su primo Guaiquigner y otros parientes refugiados desde la encerrona de 1879. Entran por La Gama (actual Carro Quemado) donde atacan el pequeño fortín del lugar, procurándose cabalgaduras. Refriega en la que mueren tres soldados, según contaba Maica Guenchul, su sobrino y ladero. Un día cualquiera, es tomado por una partida militar de Victorica y dado de alta en el cantón como milico del regimiento. Pocos días tardó en desertar y rumbear nuevamente al oeste.
Poco después, el 19 de agosto de 1882, se produce en el cerrito de Cochicó, un hecho magnificado por los militares, con pirámide, plazoleta y héroes incluidos. Sugestivamente es la única escaramuza conservada en la memoria popular comarcana a la que le siguen choques menores durante otro largo año.
Sin elementos, cercado, en el extremo de la miseria, Yancamil es apresado y, previa prisión en el fortín de Victorica, lo remiten a la isla Martín García. Detectamos por documentación proporcionada por Diana Lenton, que en mayo de 1883 se le comunica al comandante en jefe de la Plaza de Martín García, general Nelson, que se ha “destinado a presidio en la Isla Martín García al Cacique Yancamil, el cual se encuentra a su disposición en el Cuartel del Regimento 1 de Artillería, para su trasbordo inmediato a la isla” donde llega en el invierno de 1883, tras cinco años de tozuda resistencia.
Inferimos, por lo tanto, que en esa fecha ingresa a la isla prisión concretando un triste reencuentro tribal tras el lustro de desventuras pasadas desde la jornada de la traición de Rudencindo Roca en 1878. Allí se reencuentra con los restos de la tribu ranquelina, prisioneros en calidad de indios vencidos. Y con sus tíos Epumer y Melideo.
Este último aparece mencionado en un curioso documento, en el que se consigna que los caciques Epumer Rosas y Pincén, junto con Cañumil y Melideo se resistieron a que se les corte el cabello a sus hijos. Ocasión en que Melideo hirió a un guardia. Como castigo, el comandante ordenó se les cortara el pelo a todos los caciques y capitanejos y que además, se les pusieran grillo a los díscolos. Segunda fuga internacional.
En diciembre de 1883 Yancamil, Pincén y otros trece ranqueles, se fugan en una falúa cruzando a Carmelo, Uruguay. El escándalo de la fuga internacional es silenciado en la prensa metropolitana, aunque origina sotto voce reclamos oficiales ante el gobierno oriental de “devolución de los referidos criminales para efectuar ejemplar castigo”.
El Comandante de la isla, Leopoldo Nelson, tras la sorpresa inició los pedidos de extradición al comisario de policía de Carmelo (República del Uruguay) que habiendo tomado conocimiento y basándose en acuerdos entre ambos países accede a devolver a los indios criminales fugados de la Isla aquella madrugada.“Yancamil, por este hecho reagravo sus condenas, puesto que fue acusado como el instigador que facilitó la evasión en una de las falúas de la mencionada repartición… solicito de Ud. la entrega de ellos a la brevedad”. Tiempo después, Nelson informaba a la superioridad que “la Comisión ha regresado hoy a las 6 p.m., conduciéndo los presos; todos han sido asegurados con grilletes, a excepción de los Caciques Pincén y Llancamil, a quienes se ha puesto una barra de grillos por su peligrosidad”.
Devueltos los prófugos, reaparece la figura de Rudecindo Roca, ahora general y gobernador de Misiones y -fruto del más descarado nepotismo-, con 285 mil hectáreas de su propiedad. En fugaz y expeditivo trámite solicita a su hermano ya Presidente de la Nación, -específicamente- a todos los ranqueles dependientes de Yancamil para destinarlos a su ingenio azucarero “San Juan”, demostrando saña especial contra Yancamil.
El establecimiento situado sobre la costa del Paraná, frente a Paraguay, fue el ámbito con condiciones de trabajo servil reservada a los indios cautivos generaron levantamientos y fugas.
Tercera fuga internacional.
El historiador misionero Julio Cantero generosamente me ha cedido información sobre el particular, fundándose en un expediente judicial que se halla en un juzgado de Santa Ana (Misiones) de junio de 1888.
Se trata de un sumario levantado por un juez tras recibir la denuncia de un motín de indios que trabajaban en el ingenio. Según este importante documento, los sublevados saquearon el establecimiento tomando las armas depositadas y se fugaron al Paraguay cruzando el río Paraná en embarcaciones del propio Roca, ancladas en el puerto del ingenio. Mientras un grupo tomó como rehenes a los familiares del administrador, -que huyó- el grueso de las familias se fugaban del establecimiento en dos vaporcitos que se encontraban anclados en el puerto del ingenio, -el Huáscar y el Fénix- y en un par de canoas que cruzaban el río Paraná hacia la costa paraguaya que iban y volvían trasladando de a veinte rebeldes.
Mientras esto ocurría en la costa, llegaba al ingenio una nutrida patrulla policial de Santa Ana. De inmediato fueron tras los pasos de Yancamil, produciéndose un intenso tiroteo con un muerto de cada bando. La totalidad de los sublevados lograron alcanzar la costa paraguaya al anochecer, no sin antes dejar sanos y salvos en la costa argentina los rehenes tomados durante la sublevación.
Los indios pampas se fugaron en su totalidad esa jornada. Eran 260 ranqueles, con mujeres, chicos y ancianos. Los restos de la tribu pampeana de los Rosas. La magnitud de la fuga, basados en la buena organización y determinación de Yancamil y Melideo lograron algo inédito: la fuga de la totalidad.
Los testimonios que componen el expediente del juez Mujica dejan ver los elementos que guiaron la rebelión, tanto en lo táctico como en otros aspectos más amplios y operativos que demuestran un alto grado de planificación y templanza. También debe destacarse como característica el liderazgo en los indígenas de esta pareja de líderes, -Yancamil y Melideo-, que actúan como socios inseparables, atravesando las distintas etapas de sus biografías personales.
* Investigador
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