El lenguaje de la gente
Ariel “Alpataco” Vázquez y Ana María Zorzi recorren la provincia desde hace tiempo con una propuesta cultural y artística que reivindica y homenajea a los puesteros y puesteras del oeste pampeano.
Ana D’Atri *
El escritor y poeta Ariel “Alpataco” Vázquez y la fotógrafa Ana María Zorzi trabajan juntos en un proyecto llamado Oeste Profundo, donde se conjugan los versos y las imágenes. La propuesta nació hace 3 años, antes de la pandemia, cuando Vázquez editó su tercer libro “Los últimos puesteros”. En esa publicación, el autor cuenta la vida de los puesteros y puesteras de la zona de La Humada, en un homenaje más que sentido sobre todo a sus padres, Mario Vázquez y María Salinas, quienes aún viven en el oeste.
“Soy hijo de un puestero del oeste pampeano, tuve la suerte de conocer el mundo en la Fragata Libertad, pero no solamente conocí el mundo sino mi propia tierra allá a la distancia. Ahí me di cuenta de lo importante, el sufrimiento de los puesteros y las puesteras, la lucha de ellos”, cuenta “Alpataco” y en su mirada brillante se refleja la historia de sus padres, de 86 y 80 años.
Ariel escribe desde hace años las vivencias de puesteros y puesteras del oeste; lo hace en forma de versos y ya cuenta con tres libros publicados. Desde hace un tiempo, se dedica a recorrer la provincia y lleva consigo las historias de todas esas personas. Actualmente viaja junto a la fotógrafa Ana María Zorzi, quien se suma con una muestra de imágenes sobre el oeste y la problemática de los ríos pampeanos.
Con más de 600 versos escritos, Ariel es discípulo de Cochengo Miranda. “El me enseñó, era muy amigo y vecino, nací en el puesto cercano y del otro lado tenía al Bardino así que no podía no mamar eso. El me dijo que tenía que escribir como el paisaje de mi tierra: simple y sencillo, pero con el lenguaje de la gente”.
“Alpataco” nació en un puesto ubicado entre La Humada y Algarrobo del Aguila, en la zona rural. Allí vivió hasta los 18 años, junto a sus tres hermanos, aunque durante el año estudiaban en la escuela hogar de la ciudad de La Humada, a unos 50 kilómetros de su casa. “Mi papá iba con un carro a donar la leña que se usaba todo el año así que ahí lo podía ver un poco. Eramos cerca de 200 niños, ahora ya no hay ni 10, la comunidad se fue yendo de a poco”, explica mientras recuerda esos años lejanos.
Las puesteras.
En su libro, Vázquez se encarga también de reivindicar a las mujeres, a las puesteras.
“Dentro de la presentación les hago un homenaje a todas las mujeres como mi abuela, que tenía 18 hijos; mujeres que tuvieron que cocinar al rayo del sol, que tuvieron que lavar muchas veces sin jabón. Yo le hablo a esa mujer que no fue reivindicada, que no fue homenajeada”. Ariel piensa en su infancia y se hace cargo de no haber notado los esfuerzos que hacían las mujeres. “Tuve que estar muy lejos para ver el esfuerzo que se hacía, a veces nos hacían ropa con lo que les daban; se levantaban a las 5 de la mañana a atender los chivitos, a hacer los quesos, todos los productos que consumíamos; sacar agua a pelota es un trabajo muy pesado que se hacía todo el día, aún algunos lo hacen y lo hacía la mujer”, detalla. Para quienes no conocen este sistema –como quien escribe este artículo– sacar agua a pelota implica hacer un pozo de entre 80 y 120 metros de profundidad –que en ese momento era uno de los trabajos de Mario, el padre de Ariel–. Después de luchar dos o tres años para hacer el pozo, se hacía un trabajo diario para sacar el agua; en esa época no había molino. Para sacar el agua se utiliza un recipiente de cuero con un cable que se tira con uno o dos caballos. “El trabajo que hacían todo el día a veces servía para esa jornada nomás; y en eso la mujer tenía mucho que ver porque era la que recibía la pelota pesada, de 60 kilos. A la vez planchaba, lavada, atendía los chicos. La mayoría de los niños nacieron en los puestos y cuando se enfermaba alguno de mis hermanos mi padre tenía que galopar 5 o 6 leguas para buscar un carro y llevarlo a que lo atendieran”.
Conociendo de primera mano la experiencia de su madre y su padre, Ariel elige transmitir éstas y otras historias al resto de la provincia. En el ínterin de la edición de su libro, conoce a Ana Zorzi y juntos emprenden el proyecto Oeste Profundo. “Yo estaba presentando mi libro ‘Los últimos puesteros’ y vino la pandemia, pero lejos de quedarnos callados le buscamos la manera y empezamos a hacer un vivo por Facebook, donde no solamente leía mis versos sino de otros autores pampeanos. Las empresas de vino, de dulce de leche, los artesanos... nos mandaban productos para que nosotros sorteáramos entre la gente que nos estaba mirando. Se generó algo muy bonito, sobre todo con gente del oeste, yo soy un amante de mi tierra, iba contando qué se puede visitar, tengo la suerte de trabajar en Turismo hace muchos años y se generó la muestra del Oeste Profundo, que es donde mostramos ríos, bardas, cerros, en fotos de Ana”, explica Vázquez.
De aquí para allá.
Pasados los peores momentos de la pandemia, Ariel y Ana pudieron comenzar a recorrer la provincia de manera presencial. Cuentan con el apoyo de la CONABIP y los municipios de las distintas localidades que visitan. Según datos del escritor, ya han recorrido la mitad de la provincia. “Andamos por La Pampa mostrando el oeste para que nos visiten y sepan que tiene muchísimas cosas. Tenemos los mejores artesanos del país, la música pampeana fue inspirada en el oeste pampeano, tenemos el vino, tenemos el mejor plato de La Pampa que es el chivito pero lo más importante que tenemos es la gente, por eso yo cuento la vida del puestero y la puestera”, afirma “Alpataco”.
Además de presentar la muestra y el libro, ambos hicieron “Ojos del Atuel”, un libro de fotos y poesía. “Esa lucha que yo llevaba solo, con Ana se multiplicó”, afirma Ariel.
“Vamos a los pueblos, se suman artesanos, cantores. En Macachín una mujer del público se levantó e imaginariamente inventó una narración sobre el río que nos hizo llorar a todos. La Fundación Chadileuvú nos envió a General Acha con una donación de libros para el aniversario de la biblioteca y la familia D’Atri también participó con el libro sobre don Raúl, ‘Militante de ilusiones’”.
Este dúo ya pasó por las localidades de Santa Rosa, Victorica, 25 de Mayo, Algarrobo del Aguila, Conhelo, Alpachiri, Macachín, Realicó, Casa de Piedra, Guatraché, entre muchas otras y pretenden participar en la próxima Feria del Libro. No cuentan con auto propio, así que se las rebuscan para conseguir colectivo o alguien que los acerque hasta los lugares. “Estamos viviendo una cosa increíble, todos los días nos llaman de diferentes lugares”.
La poesía de Vázquez ya fue musicalizada por artistas como Los Caldenes y Lucas Crespo, y en poco tiempo verá la luz un disco de Machi Sánez. “Mis padres están muy orgullosos. Mi papá tiene 86 años y mi mamá 80, fueron padres re jóvenes y nunca se van a ir del puesto. Nosotros somos 4 hermanos, lo que llama la atención porque somos pocos; mi abuela tenía 18 hijos y la otra 11”.
Además de reivindicar a los puesteros y puesteras, en sus versos nunca falta la alusión a la problemática de los ríos Atuel y Salado. “Cuando yo era chico ya no estaba el río. A veces en invierno lo veo, pero los puesteros nos cuentan de la forma que vivían, las ovejas que criaban, decía Cochengo que era una alfombra verde y de pronto ahora es todo tierra, médano”.
Ariel recuerda que cuando el río aún corría, sus padres traían las vacas de arreo hasta Victorica, recorriendo unos 150 kilómetros o más, y tenían que cruzar el río con ellas, a riesgo de perder alguna por la correntada. “En cada arreo que hacían no dormían pensando en cómo iba a estar el río para cruzar las vacas”, recuerda.
Ariel y Ana se cargaron al hombro las historias de los puesteros y puesteras del oeste pampeano. Para que no sean olvidados, porque existieron, existen y existirán en la memoria del pueblo y a través de su descendencia. Porque lo que se vive, deja huellas y porque lo que se cuenta, vive nuevamente.
* Periodista
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