El monumental legado de Atahualpa
Su guitarra, su voz y sus silencios construyeron una obra que marcó para siempre la cultura popular argentina y se proyectó al mundo. Historia de un hombre que hizo un camino único al andar.
Sebastián Feijoo *
Los aniversarios suelen funcionar como excusas de amplio espectro que facilitan homenajes y tributos, no siempre sentidos, y multiplican comentarios al paso. Pero en el periodismo favorecen ciertos aires liberadores. Permiten eludir la tiranía del día a día y hacer foco en lo importante más que en lo supuestamente urgente. El 23 de mayo de 1992 murió Atahualpa Yupanqui. El lunes se cumplieron 30 años de la partida del máximo símbolo del folklore argentino y asoma una oportunidad ideal para volver a conectarse con una obra fabulosa que sigue venciendo los caprichos del tiempo. Para acercarse a un hombre que se construyó a sí mismo con una guitarra y un caballo, sí. Pero también a un creador con una sensibilidad enorme que reconoció el dolor propio y sintió el ajeno, y que con ellos construyó canciones indomables.
Su figura enfrenta los tiempos sin vacilaciones. Casi sin fisuras. Se sustenta en composiciones sólidas, determinantes e inconfundibles. Yupanqui se hizo Yupanqui bajo sus propios términos. Sin operaciones de marketing ni estrategias trasnochadas. Acaso pueda decirse que en él se aplica como pocas veces aquello de que el todo es más que la suma de las partes. Pero fue único en sus diferentes facetas. Como compositor, letrista, cantor, guitarrista, sabio y hasta como mito. Asomarse a estas distintas facetas contribuye a comprender la verdadera dimensión de su talento. Saltear la convalidación tácita o el subrayado impostado –a esta altura Yupanqui es poco menos que incuestionable– para indagar y repensar la potencia vívida de su legado.
Liliana Herrero, cantante y gran constructora de repertorios y estéticas, destaca las múltiples habilidades de Yupanqui. Pero primero apunta a su búsqueda filosófica: “Una de las cosas que más me fascinan de su mirada es cómo siente y responde al llamado de la tierra. El gran tema filosófico de Yupanqui es el andar para buscar ese imperativo que él se impone: descifrar la esencialidad de la tierra y, por ende, de la patria. El andar como metáfora de la vida, un andar solitario, reflexivo, que también busca consuelo”.
Alumbramiento.
El guitarrista y compositor Juan Falú destaca el sentido de pertenencia y el compromiso de Yupanqui con la cultura criolla. Al mismo tiempo hace foco en el impacto de sus letras en la gente: “Cuando era niño y escuché ‘las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas’ (‘El Arriero’) fue como un alumbramiento de la conciencia. Con poesía y simpleza te decía todo. Y hay muchísimos ejemplos más que son demoledores. No hay con qué darle a Yupanqui”.
Peteco Carabajal, compositor, cantante, violinista y guitarrista, ofrece otro ángulo al análisis: “He tenido la suerte de musicalizar el poema de Yupanqui ‘Violín del monte’. Solo hay que leerlo para darse cuenta de que es una maravilla. Por un lado están las palabras, por el otro cómo cuenta una historia en apariencia menor pero que te envuelve, y por último que el texto tiene tanta musicalidad que inspira y se acomoda casi inmediatamente. Me emociona de Atahualpa que escribe sobre un violinista perdido con el mismo respeto y compromiso que si estuviera hablando de la tragedia universal de la bomba atómica en Hiroshima”.
Patria recorrida.
La obra de Yupanqui es caudalosa y profunda. Cuenta con más de 300 canciones propias registradas en forma oficial. Incorporó gran parte de las formas folklóricas de nuestro país de primera mano. Recorriendo la patria, escuchando, hablando y compartiendo con la peonada, músicos ignotos y algunos más reconocidos.
Su poesía está construida en base a preocupaciones recurrentes: la tierra, el camino, la soledad, la injusticia y las reflexiones metafísicas son algunas de ellas. Esas obsesiones fueron desarrolladas con puntilloso esmero y variantes. En ese amplio abanico puede reconocerse al Yupanqui más existencialista, el costumbrista que reflexiona sobre las desigualdades sociales, el más contemplativo, el anti-imperialista, el que retrata el sufrimiento brutal de los trabajadores, el que entrelaza amor y filosofía y el que rinde sentido homenaje a su caballo.
Una obra que inspira.
“Él era compositor y autor –música y letra–. Eso y su criterio estético le permitían llegar a síntesis prodigiosas. Es hermoso hacer versiones de Yupanqui porque inspira y abre caminos”, confiesa Falú. Carabajal resalta que Yupanqui conocía todos los ritmos de primera mano “porque recorrió buena parte del país y era un investigador muy serio. Pero además de la curiosidad y la sensibilidad, hay que tener talento y creatividad para que una obra se concrete. Yupanqui lo tenía todo. También es muy interesante el aporte de Nenette, su esposa –música francesa, nacida como Antonietta Paule Pepin Fitzpatrick, que firmó composiciones sola y con Yupanqui bajo el seudónimo Pablo del Cerro–. Imagino sus diálogos. Deben haber sido entrañables”. Herrero, por su parte, destaca que en el Yupanqui compositor también se proyectaba esa capacidad de síntesis y belleza que son marcas registradas de su personalidad y le dan mayor resonancia y potencia a su discurso artístico.
Sus facetas de cantante y guitarrista suelen ser menos atendidas. Pero resultaron fundamentales para que su mensaje llegara en plenitud y resultara inconfundible. Herrero señala que “no tenía un registro espectacular. Pero eso le da doble mérito porque hacía que su palabra llegara donde y como tenía que llegar. Para transmitir verdad le alcanzaba y sobraba”. Falú considera que el registro de Atahualpa estaba moldeado a la medida de su obra y pondera su gran magnetismo cuando contaba historias entre tema y tema, durante sus presentaciones en vivo.
“Su guitarra es totalmente criolla –agrega Falú–. Por el sonido, por el espesor de ese sonido y por cierta rusticidad de las manos que identifican al hombre laborioso. Todo eso constituye un estilo que se identifica rápidamente tanto en la canción como en sus composiciones instrumentales”. Herrero hace hincapié en que Yupanqui tocaba sin ningún tipo de artificio: “Cada nota que elegía era real y necesaria”. Carabajal, por su parte, añade que lo emociona escuchar cómo Yupanqui pulsa las cuerdas: “¡Cómo vibra ese encordado! El ruido de los arrastres entre acorde y acorde es monumental. ¡Parece que se va a cortar los dedos por la fuerza que le pone! ¡Yo imaginaba que tocaba y salían chispas! Atahualpa y (Eduardo) Falú son los guitarristas ineludibles de nuestro folklore. Falú tenía una técnica genial, Yupanqui era más de la tierra y de matarte con unas pocas notas”.
Atahualpa Yupanqui, el hombre, murió a los 84 años aquella madrugada del 23 de mayo de 1992 en Nimes (Francia), poco después de un show a teatro lleno. Eso es irreparable. Pero su obra mantiene una vigencia demoledora. Sigue acechando a la injusticia, ahuyentando la vulgaridad y recreando las preguntas más profundas que –tarde o temprano– atraviesan a todos los hombres y mujeres. Sus canciones y buena parte de su vida también continúan inspirando a músicos de los más diversos orígenes y géneros musicales. No hay margen para las dudas: Atahualpa Yupanqui es eterno.
* Tiempo Argentino
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