El Peter Punk del diseño
La biografía del diseñador gráfico y director de arte Juan Gatti es también una historia que cambió los límites del diseño y le dio identidad visual a las películas de Almodóvar. Icono del diseño pop y la movida madrileña, su imaginación sigue siendo indomable.
Maia Debowicz *
Los niños punks nunca dejan de ser punks. Juan Oreste Gatti, el diseñador de la estética pop, los carteles y muchos créditos de título de las películas de Pedro Almodóvar, me espera en una mesa de café sobre la calle Callao. Nació en 1950 en Quilmes y aunque se volvió uno de los artistas más importantes de América y Europa, como diseñador y fotógrafo, decidió no abandonar la infancia. Un Peter Pan que vuela sin despegar los pies del suelo. Juan no pierde capacidad de asombro, pero su ojo es exigente. Explora, no deja de buscar dentro del ruido excitante del estante de un supermercado o de las vidrieras apabullantes de una avenida.
Figura clave de la movida madrileña, tiene la mirada tierna y lo suficientemente salvaje de quien vivió tantas vidas como la cantidad de imágenes que recortó para cada uno de sus collages. Gatti llegó al sitio propicio en el momento justo: alocó las portadas de los discos en los años 70 y sin saberlo plasmó la identidad visual del rock nacional: el octógono irregular de Artaud, la naturaleza psicodélica de Humanos, los animales salidos de las sinfonías tontas en Pappo’s Blues 2, los colores vaporosos de Confesiones de invierno, el gótico glam de Los delirios del mariscal. La entrevista será al aire libre porque Juan tiene una relación pasional con el tabaco.
Como todo niño punk. Fuma cigarrillos delgados, exhala el humo con la elegancia de Bette Davis en La extraña pasajera. Juan desconoce mi nombre, pero yo sé todo sobre él porque, como a tanta gente, sus imágenes desobedientes me criaron. Me llama “La chica de la melena”. Sonríe al verme porque llevo todos los colores de la paleta encima, él viste de negro. Como todo niño punk. Se entusiasma con la cháchara y olvida el cortado, está helado. Ríe como un chiquillo travieso, las palabras se quedan unos segundos en su lengua y después las dispara con el arma que hace de tacón en el afiche de Tacones lejanos. Posa sus ojos en los míos y me dice que no deje de mirarlo cuando la encargada de prensa se acerca porque me pasé quince minutos del tiempo acordado. Sigo haciéndole preguntas. Me porto mal y él también, por un rato somos cómplices de la insurrección. Juan habla y está ahí, su pasado es presente. Recuerda todo con lujo de detalles pero no vive del recuerdo. Sigue creando como si tuviera veinte.
“A la mañana hacía corazones, palomitas, flores, para las cartas dedicadas a las novias de los presos. Y a eso de las 7, 8 de la noche se abría la parte nocturna y hacía dibujos pornográficos para que los presos se masturben”, me cuenta Juan sobre su estrategia de supervivencia cuando estuvo preso varios meses durante la dictadura. Saber dibujar le salvó el pellejo. Los primeros collages los hizo teniendo menos de diez años, debajo de la mesa de corte del salón de costura de la madre, uniendo retazos de tela con recortes de revistas. Nunca dejó de hacerlo aunque viaje a la otra punta del mundo.
Cuando Ray Bradbury tenía 19 años era canillita, vendió el Herald todas las tardes durante 1940. El escritor de ciencia ficción levantaba el puño en alto y le gritaba a Dios, mientras ofrecía el diario correteando por la calle, que no permitiera que lo atropelle un auto antes de que estrenen Fantasía, de Walt Disney. Vivió con terror ser aplastado y perderse “la película más grandiosa de la historia mundial”. Como Bradbury, Juan Gatti fue atravesado por los hipopótamos con tutú, los avestruces fusionando las plumas para un ballet animal y el poder intimidante del demonio Chernabog desde la cima del Monte Pelado. Cuando le pregunto a Gatti cuál fue la primera imagen que lo marcó y le hizo tener fe en el arte me habla de un cine, pero yo entiendo ‘cisne’. No es un problema de distracción: en la cabeza y las experiencias singulares de Juan nada es imposible.
La rebeldía contra los curas y su carácter indomable lo llevaron al lugar donde le permitieron portarse mal: el Bellas Artes y después el Di Tella. El resto es historia, una historia que cambió los límites del diseño y le dio identidad visual a las películas de Almodóvar. El motivo de su visita a la Argentina, donde de niño intentaron domesticarlo entre Quilmes y Mar del Plata, es que inaugura la muestra Cartelera (1986/2023) en el FIC.UBA con los afiches de cine que creó, algunos inéditos. Pero hay una razón extra: fue nombrado Doctor Honoris Causa, junto a Graciela Borges y Asif Kapadia. Recibió el diploma y jugará con él, lo convirtió en un telescopio y miró al público a través del agujero del tubo. La realidad le aburre y necesita deformarla, agregarle fantasía.
Veinticuatro horas antes del nombramiento, Juan Gatti dialogó en exclusiva con SOY en esta entrevista íntima entre su relación ríspida con Spinetta, los divorcios y reconciliaciones con Almodóvar, el derecho al glamour de las trans y la ilusión de recibir el título de Doctor.
- ¿Cómo influyó en tu creación de imágenes el hecho de haber nacido en Quilmes?
- Lo que me influyó es que en ese momento mi madre tenía una casa de costura. Cuando no estaba en el colegio iba al taller de mi madre que quedaba fuera de mi casa y me ponía debajo de la mesa de corte siempre.
- ¿Debajo de la mesa de corte de tu madre hiciste tus primeros collages?
- Sí. Y como mi madre tenía todas las revistas de moda, las Vogue, las Bazaar y eso, los viejos me los daban y yo recortaba. Eso me influyó mucho y todavía me influye. Porque los collages es una cosa que sigo usando mucho.
- ¿Qué tiene que tener una imagen individual para que te impacte y la incluyas en uno de tus collages?
- Yo tengo una amiga, que es muy amiga, y dice que cuando caminamos yo no voy viendo sino que voy escaneando…(ríe)
- Hermosa definición de tu personalidad.
- Exactamente, entonces eso me permite, a veces, conseguir la inspiración en una caja de jabón en polvo. Y cuando veo una revista, cuando voy a una farmacia o al supermercado, estoy viendo la tipografía, la cosa, todo. Y mi amiga, Noemí, me dice ‘Dejá de escanear’.
- ¿Te acordás, siendo niño o adolescente, cuál fue la primera obra o imagen que te hizo creer en el arte?
- Sí, yo tenía un tío, estaba casado con una hermana de mi madre, que vivía en el pueblo de Cañuelas. Mi tío tenía un cine. Cuando muchas veces yo iba ahí a pasar unos días a Cañuelas, mi tío me dejaba entrar en la parte del cine donde estaban los carteles y lo más importante: los pressbook. En esa época, te estoy hablando de 1956, 57…me encerraba a ver los pressbook. Eran tiempos donde las compañías americanas tenían un fuerte comercio con Sudamérica. Entonces mandaban todos los elementos de promoción. Había un pressbook de Los 10 mandamientos que me impactó mucho. Y después lo que más me impactaba era Disney. Sobre todo Fantasía. Y una película que de chico me había impactado mucho es Las zapatillas rojas, de Michael Powell. Después descubrí a Warhol y me volví loco.
- Te echaron muchas veces del colegio de curas. ¿Qué tan mal te portabas?
- Sin parar me echaban. En Mar del Plata primero estuve en un colegio religioso, después me pasaron a los Maristas y después a los Salesianos. Y mirá que el director de los salesianos era pariente de mi madre, y le dijo a mi madre ‘No podemos más con él’. Así fue que caí en Bellas Artes, porque era el único sitio que todavía tenía abierta la inscripción. ¿Por qué me echaban de los colegios? Reaccionando me doy cuenta de que mi forma de combatir el bullying era convirtiéndome en un buller. Me peleaba con todo el mundo.
- Creaste una de las portadas más emblemáticas del rock nacional: Artaud, de Pescado rabioso. ¿Qué recordás de ese momento? ¿Eras consciente de lo disruptivo que era ese diseño?
- Hace un tiempo hicieron una revisión del formato original y me la mandaron. Me fijo la fecha y me doy cuenta de que cuando hice Artaud tenía 23 años. (Hace un silencio largo). Tenía 23 años y ya llevaba portadas hechas por delante y por detrás. Varias.
- Hiciste portadas para Pappo, Sui Generis, Invisible, Crucis, te movías entre músicos de mucho peso.
- Es que en ese momento éramos todos más o menos chicos, y era como un juego lo que hacíamos. Yo creo que nadie de los que estaba ahí pensó que el diseño de Artaud iba a trascender hasta transformarse en un símbolo patrio. Estábamos jugando.
- ¿Cómo fueron esos diálogos con Spinetta?
Spinetta tenía algunas cosas que no me cuadraban. Yo creo que era el único que siempre pensaba que su trabajo era del futuro. Además era muy muy homófobo.
- ¿En serio? Me sorprende lo que decís.
- Muy homófobo, y de golpe muy antidrogas. Era conservador.
- ¿No fue una buena experiencia trabajar con Spinetta?
- Creativamente sí fue una buena experiencia. Me encanta la música que hacía, para mí es uno de los más grosos. Pero yo era más de la banda de Billy Bond, de Pappo.
- ¿Con Papo te llevabas bien?
- Sí, sí, sí. Y además es una cosa curiosa porque, en general, todo el grupo era súper machista y súper homófobo, y me aceptaron inmediatamente sin ningún problema y formé parte del grupo.
Con Luis (Alberto Spinetta) conectamos, pero a nivel estético, porque le hice varias tapas. Pero siempre había una actitud de él que no me cuadraba. Te voy a contar una cosa que te lo define: Luis tiene su primer hijo. Nos reuníamos siempre en un café cerca de donde estaba la discográfica. Entra Luis al café y le digo ‘Enhorabuena, me enteré que has tenido un hijo’. Y él me dijo ‘He traído al mundo un nuevo ser’. Pfff, andá a cagar (ríe)
- ¿Lo que te molestaba era que se creía trascendental?
- ¡Sí! Era trascendental, exactamente.
- Tenés una teoría que afirma que el gran problema de los diseñadores es que se toman las cosas demasiado en serio. Y decís que esa actitud es hétero.
- Hay un estereotipo: si sos gay tenés que ser peluquero o modisto.
- O ser el asistente de una diva
- ¡Sí! Y en general, el diseño gráfico es un trabajo de hétero. Se toman el diseño muy en serio, y de golpe se ponen a estudiar 1 milímetro entre una letra y otra… hay millones de héteros en el diseño gráfico, y los gays eran ilustradores. Después acá en Argentina, en la gráfica, estaba un diseñador que admiro mucho, Ronald Shakespear (Rosario, 1941). Pero eran sobrios, casi sombríos. Como los que hacen música concreta. En el Di Tella estaban los que eran así de música concreta, del arte abstracto, y los de diseño gráfico que le llamábamos ‘Los machos sombríos’. Del otro lado estaba Alfredo Arias, yo, Juan Stopani, que lo que nos interesaba era el glamour. Lo que queríamos eran metros de seda, vestir la moda de Pablo y Delia. Había esa división entre pop y op, así como en Londres estuvieron los mods contra los rockers.
- De joven estuviste unos meses en prisión y tu estrategia para sobrevivir al encierro y a la violencia fue particular. ¿Es cierto que les dibujabas las cartas que le enviaban los presos a sus novias?
- Sí, fue gracias a mi madre, ella era una genia. En la primera visita a la cárcel me trajo un block de dibujo y lápices de colores. Y me dijo ‘Con esto te vas a arreglar’. Para colmo yo entré en un pabellón castigado. O sea, estuve los primeros meses ahí, sin salir de la celda, ni al patio ni nada. Porque estaba por coordinación federal que eran los que habían cometido algo contra el Estado. Entonces había desde montoneros hasta el que robaba cables.
- ¿Por qué fuiste preso?
- Yo vivía en la calle Defensa, enfrente de la capilla donde está enterrado Manuel Belgrano, Belgrano y Defensa. Vivía en el primer piso y en un momento estaba en short pintando la casa. Mientras tanto enfrente había un acto. Y en ese acto justo estaba el Triunvirato de los milicos. Era plena dictadura, 1976, 77. Entonces me denunciaron por falta de respeto a los símbolos nacionales.
- ¿Qué le dibujabas en las cartas que los presos enviaban a sus novias?
- Yo empecé a dibujar y un día vino un preso y me pidió le dibujara algo para alguien, después otro, e inmediatamente me monté un kiosquito en una mesa que tenía. De repente venía un tipo y me decía: ‘Hoy te toca limpiar el baño’. Yo le respondía ‘Te lo cambio por un dibujo’, y entonces así me tenían dibujando. Pero lo más gracioso es que tenía dos horarios. A la mañana hacía corazones, palomitas, flores, para las cartas dedicadas a las novias de los presos. Y a eso las 7, 8 de la noche se abría la parte nocturna y hacía dibujos pornográficos para que los presos se masturben.
- De alguna manera diseñaste una revista porno en la cárcel. ¿Y te gustaba dibujar porno?
Sí, yo no tengo ningún problema. Eso era a cambio de tareas que no quería hacer. Yo me salvaba de todas las responsabilidades dibujando. También hice varios cambios en la cárcel, como lograr que en vez de comer la comida que nos daban nos dieran los elementos e ingredientes para que la cocinemos nosotros, los presos. Y era genial, porque por ejemplo con la leche hacíamos queso. Y después hice una cosa muy graciosa: guardábamos las zanahorias. Las poníamos en latas, dejábamos las zanahorias en agua y sacaban helechos. Entonces las atábamos a las camas de la celda y quedaba como un pequeño jardín. Era hermoso.
- ¿Recordás tu primer encuentro con Pedro Almodóvar?
- Sí, lo recuerdo perfecto. Lo conocí primero por Ariel Roth. Yo conocía a la familia de aquí, Cecilia Roth y todos, cuando eran chicos. Cuando fui a Madrid, Ariel Roth y Alejandro Stivel tenían un grupo que se llamaba Tequila. Ellos eran mis amigos en España. Un día me dicen ‘Vamos a un sitio, a una casa donde hay un tipo que se llama Pedro Almodóvar que va a proyectar unos cortometrajes’. Eran cortos en 8 mm, sin voz y él hacía las voces de lo que pasaba. En vivo. Era muy gracioso.
Esa noche conocí a Carlitos Berlanga, a Bernarda, a toda la gente. El primer cartel que yo hice para Pedro fue para la película Matador, que hice con Carlos Berlanga, los dos juntos. Y a partir de ahí trabajé con Pedro. Lo que pasa es que también era como un grupo, tenía que ver con ese grupo de música que se estaba formando.
- ¿Qué sentiste cuando terminaste de crear el afiche de Tacones lejanos? Es mi afiche favorito de tu trabajo.
- El mío también. Me lo encarga Pedro el afiche de Tacones lejanos. Yo en ese momento tenía un trabajo para Loewe en París, unas fotos. Y se me ocurrió en el avión la imagen. Cuando llegué a París, estaba la chica que se llamaba Elizabeth Chan, que era la que hacía el estilismo de la foto. Yo a la noche tenía que volver a Madrid, entonces le digo a Elizabeth ‘Comprame un par de zapatos, que no sean muy travesti’. Y mientras estaba haciendo las fotos me compró los zapatos. Llegué a Madrid y tenía yo una pistola, vi los zapatos y dije ‘¡Este es el cartel!’
- John Waters afirma que hay que juntarse con gente joven para estar al corriente de lo contemporáneo. Como modo de vida. ¿Hacés lo mismo a tus 75 años?
- Siempre. Y es que en un momento, por ejemplo en el Di Tella yo era el Benjamin, el más jovencito de todos. Los chicos, Marilú, Alfred, y toda la gente de ahí, me enseñaron mucho. Y ahora me gusta estar rodeado de jóvenes a los que les pueda aportar algo. Yo veo que los jóvenes cada vez son menos cultos.
- ¿Hay una generación más de espectadores que de creadores?
- Exactamente. Y la culpa la tienen los padres. Siento que las nuevas generaciones no tienen imaginación. Yo me acuerdo que cuando era chico, y aunque suene nostálgico, un palo era una espada, una caja de cartón era un castillo. Y ahora si quieren visualizar un castillo, ven un castillo. La imagen está ahí, en un videojuego o en donde sea.
- ¿Qué siente un ex punk al ser nombrado Doctor Honoris Causa?
- Me ilusiona que me nombren Doctor. Para mi mamá. Mis padres nunca entendieron de qué me ganaba la vida, ni siquiera cuando fui director de arte del Vogue Italia. Ellos creían que mi trabajo era entrar a un sitio y decir “Amarillo”. Mis padres siempre quisieron tener un hijo Doctor. Ahora lo tienen.
La muestra Cartelera (1986/2023) se puede ver en FIC.UBA. Ciudad Universitaria.
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