Lunes 29 de abril 2024

El Pibe Cabeza

Redaccion Avances 07/04/2024 - 06.00.hs

La historia del Pibe Cabeza, un joven peluquero devenido en delincuente y asesino. De carácter fuerte y con “pocas pulgas”, Roberto Gordillo había llegado desde Santa Fe a General Pico.

 

Walter Cazenave *

 

Más de medio siglo atrás la calle 24 era el acceso obligado a General Pico por el sureste. Pocos quedarán en la ciudad norteña que recuerden aquellas cuadras iniciales que drenaban el tránsito detrás de las vías. Cruzaba la cale 21 (por entonces la única asfaltada en el pueblo y se prolongaba por el almacén el sol de Mayo, la loma de los Cazenave y la sodería de Iscaglione, con su antiquísimo camioncito de reparto.

 

Por entonces la intersección de la calle 24 con la 23 destacaba tres de sus cuatro esquinas: la vidriería de Vega, el almacén “los” Londres –todavía con su mostrador de estaño atendido por Diego Mainz, con las argollas de hierro para atar los caballos, y la de la peluquería de Gordillo, construcciones que acaso tengan presentes los piquenses sobrevivientes de aquellos tiempos.

 

En una de esas esquinas atendía un muchacho, algo así como el peluquero del barrio, un joven de mediana estatura, cabeza más que mediana y carácter llevadero para los conocidos. Eso sí: no le gustaban las bromas y los viejos recordaron durante mucho tiempo su violenta reacción para con alguien que pretendió hacerle un chiste enseñándole el culo de un perro.

 

Esa condición intemperante acaso venía determinada por sus antecedentes. De Santa Fe, de donde era oriundo, guardaba una cierta tirria para con la policía de aquellos tiempos, especialmente por las palizas que había recibido su padre, un franco militante socialista. Después de su muerte la familia se trasladó a General Pico, por entonces la población más importante del territorio pampeano merced a su condición de nudo ferroviario.

 

En la ciudad norteña Roberto, que ese era su nombre de pila, trabó amores con una chica local, pero con un agravante: la muchacha era menor de edad, contaba apenas con 14 años. Los padres se opusieron al romance de su hija con por el entonces joven peluquero.

 

Los inicios.

 

Los enamorados decidieron huir del pueblo; de allí que cuando a los pocos días los apresaran Gordillo fuera acusado de violación de domicilio y rapto de una menor. “Diferentes versiones agregan rasgos de violencia a esos momentos diciendo que Gordillo baleó a la madre de su novia (otras versiones dicen que al progenitor)”. El caso le costó un tiempo de cárcel y sirvió para que en la consideración popular la andanza del muchacho apareciera como una injusticia, una imagen muy común por esos años, que ejemplificaban Bairoletto, Pedro Moroni o Mate Cosido.

 

Tras las rejas, donde estuvo varios meses, trabó relación con varios maleantes que, de algún modo y junto con las penurias sufridas, marcaron su destino delincuencial. Cuando salió de la cárcel ya era, definitivamente, El Pibe Cabeza.

 

Fuera por una orientación adquirida durante su detención o acaso un resabio del anarquismo, heredado de su padre, fuera por el desengaño que sufrió al ver que su antigua novia se había casado con otro, ya en libertad Gordillo emprendió la senda del delito. Pese a su juventud pasó a comandar una banda de “pesados” cuyo accionar combinaba una táctica novedosa para los actos delincuenciales: dar golpes en sitios muy distanciados entre sí para sorprender y desorientar a la policía. Además con el tiempo la banda llegó a poseer un armamento muy respetable, de cuidado en cualquier enfrentamiento; contaban tres de aquellas temibles ametralladoras Thompson de los años años treinta, más un par de fusiles Winchester y las pistolas de rigor.

 

Los asaltos famosos.

 

El accionar del grupo se distribuyó por cuatro de las provincias –ciudades—más importantes de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y La Pampa. Los golpes apuntaban invariablemente a entidades que por su misma actividad solían reunir considerables cantidades de dinero, miles de pesos que por aquellos años significaban muchísima plata. El asalto que agrandó la incipiente leyenda del Pibe Cabeza fue a una joyería rosarina con un botín de 60 mil pesos en alhajas, una barra de oro y 1.500 pesos… de aquellos. A medida que crecía en audacia el grupo no se andaba con chiquitas: en uno de sus asaltos, en Venado Tuerto, mataron a un comerciante que intentó resistirse.

 

Un detalle poco conocido es que Avelino Caprioli, uno de los más destacados componentes de la banda, creía que en los períodos sin actividad lo mejor era refugiarse en La Pampa, evitando las localidades del interior de la provincia de Buenos Aires; sin embargo, casualidad o no, nunca se supo de algún retorno de los malhechores a la provincia pampeana.

 

Si, como dice Borges, “el destino no hace acuerdos y nadie se lo reproche” el principio del fin de la malandanza del Pibe Cabeza es un ejemplo cabal de ello.

 

Estando en Rosario transitaba con los suyos en un automóvil cuando rozó con el vehículo a un chico vendedor de diarios, circunstancia que fue advertida por un cabo de la policía santafesina; el hecho, que no era grave, quiso arreglarse con un puñado de monedas pero, el policía insistió en la recorrida obligada: el hospital primero y la comisaría después. La banda no podía correr semejante riesgo, con una alta probabilidad de ser reconocida: secuestraron al policía y, al cambiar de automóvil preventivamente, se apropiaron de uno en el que viajaba una pareja; allá marcharon todos: bandoleros, canillita, policía y pareja, de la cual liberaron al hombre en cercanías, junto con el chico. A la mujer la retuvieron varios días sin prodigarle daño alguno.

 

Lo trágico del episodio estuvo en que acaso debió aflorar alguno de los viejos resentimientos de los miembros de la banda para con la policía, ya que mataron al cabo.

 

Un final tragicómico.

 

Es una pauta no escrita que cuando un policía muere en circunstancias semejantes sus colegas no descansan hasta vengarlo, y así ocurrió con el Pibe Cabeza, que se convirtió en el delincuente más buscado de todo el país, incluidas las provincias y los por entonces territorios nacionales.

 

Los aguantaderos de Gordillo eran una obsesión para la policía pero el hombre era prudente y escurridizo. Sin embargo, con la banda dividida por una elemental prudencia, El Pibe Cabeza tuvo una estadía en la capital federal, donde tenía un amor, seguramente intenso ya que la muchacha esperaba un hijo del delincuente. Una delación, surgida de una de esas tantas redes que tiene la policía, marcó el principio de su fin.

 

Venía de visitar a la muchacha y era mediados febrero, plena época de carnaval, con sus murgas y corsos. Roberto Gordillo y un compañero fueron detectados a bordo de un colectivo; cuando advirtieron la identificación se bajaron del trasporte, parapetéandose detrás de un árbol y dispuestos al tiroteo. Con el corso alrededor, afrontaron una impresionante balacera en la que el Pibe Cabeza disparaba a dos manos con las armas que portaba, consciente de que aquel momento era a todo o nada.

 

Un detalle tragicómico, señalan las crónicas, fue que varios de los disfrazados pensaron que aquello era una parodia carnavalesca, por lo que algunos se ubicaron junto a Gordillo adoptando con su manos la clásica imitación de una pistola, al tiempo que producían la clásica onomatopeya de un disparo. Cual no sería su espanto al advertir que el silbido de las balas era verdadero y que los impactos marcaban el tronco tras del cual se refugiaba Gordillo… Huyeron más que despavoridos.

 

Aquella balacera marcó el final del Pibe Cabeza. Según la tradición resultó muerto con dos balas en el cuerpo; como una curiosidad encabalgada ya en la leyenda, el delincuente pretendía una protección de parte de las seis medallas de la Virgen que llevaba pendientes de su cuello. No resultó y así se cerró una andanza que había comenzado en una esquina de aquel incipiente General Pico.

 

Persistencia en lo popular

 

Resulta notable advertir cómo el personaje, sin que se negara su condición de delincuente, iba entrando en el imaginario popular en calidad de rebelde contra la injusticia. Una prueba de ello podría ser la popularidad de su historia, que se prolongó hasta mucho años después de su muerte y trascendió a los medios de difusión, algunos de ellos muy populares. Así a mediados de los años sesenta del siglo pasado, aunque con inexactitudes, todavía aparecía su biografía en los opúsculos de la Colección Crimen, que rescataba la imagen de bandidos famosos insertos en la memoria popular, caso de Bairoletto, El Lampeao o Mate Cosido.

 

Esa misma tendencia se vio traslada a la historieta cuando en la década de los años ochenta del presente siglo el argumentista Julio Alvarez Cao recordara las andanzas del Pibe Cabeza en sus “Crónicas del tiempo de antes”, en las por entonces populares historietas de la Editorial Columba.

 

La mayor trascendencia del personaje en lo artístico-popular estuvo en la película que lleva por título el nombre del pistolero, filmada en 1975, con figuras que, en aquellos años, eran de primera línea. La crítica fue benévola con el filme aunque calificó el tema de “casi agotado”.

 

* Colaborador
 

 

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