El que vendía en las canchas
Los entendidos del fútbol, y que peinen canas hace tiempo, podrán recordar a través de este artículo al vendedor de cancha al que llamaban Chuenga. Entre sus productos, ofrecía unos caramelos hechos por él mismo.
Faustino Rucaneu *
Esta es una nota futbolera. Pero entendámonos, y de acuerdo con el subtítulo, la entenderán aquellos que recuerden el gol de Grillo a los ingleses, el trío de Maschio, Angelillo y Sívori en Lima que (peruanos dixit) era superior en calidad y juego a los brasileños de 1958, aquellos que recuerden la gambeta de Amadeo Carrizo al Borello, ídolo y goleador de aquel Boca…
Doy por descontado, entonces, que ellos comprenderán esta evocación de un personaje popularísimo en las canchas de entonces: el Chuenga.
Era un personaje, un apodo, con presencia en todos los clásicos y también acontecimientos deportivos, y hasta políticos. Su pregón era parte del espectáculo y promocionaba unos caramelos de fabricación propia, baratos y bastante sabrosos. Por aquel entonces no se sabía cómo, de qué estaban hechos y cuál era el origen de su denominación, pero años más tarde algún estudioso del decir popular, arriesgó que la palabra era, en definitiva, una deformación del inglés -norteamericano más bien, “chewing gum”, o sea algo así como “goma de mascar”-.
Chuenga era, sin lugar a dudas, un personaje típico de aquella Argentina de medio siglo atrás, tan personal en su cultura como en su gente, mayoritariamente descendiente de inmigrantes, aquella Argentina insólita para el resto del mundo y de América, que produjo figuras excepcionales en la ciencia, la literatura, la política, el deporte… En fin: aquella Argentina no colonizada y con personalidad propia.
El recuerdo del Chuenga, como lo conocían todos, fue rescatado en un hermoso programa del locutor Julio Lagos, con una enjundiosa entrevista al hijo, pero a la mención del personaje para este escrito fueron varios los santarroseños que recordaron su presencia en algún partido visto en Buenos Aires, cuando viajar era la única forma de presenciar “aquel fútbol”, herencia del potrero, después deformado por el negocio. Este cronista, incluso, recuerda una lejana concurrencia a la cancha de Independiente de Avellaneda, llevado por un tío que le compró a Chuenga, que andaba saltando por las tribunas. Jugaba Vicente de la Mata.
Chuenga, claro, tenía un nombre: se llamaba Jorge Eduardo Pastor pero la posteridad siempre recordará dos cosas: el apodo y su naturalidad para desenvolverse en todos los ambientes que fueran populares. En el sabroso reportaje de Julio Lagos, el hijo que frecuentemente lo ayudaba, recuerda que Chuenga era igualmente bien recibido en las tribunas futboleras tradicionalmente enfrentadas: Boca y River; Independiente y Racing; Banfield y Lanús…
Llegó incluso a ejercer sin problemas su oficio de vendedor en ambientes alejados de lo popular, caso del Lawn Tennis Club o los encuentros de rugby. Su popularidad era tanta que fue el único al que le permitieron vender en el velatorio de Eva Perón.
Como es de imaginar el álbum fotográfico familiar exhibe una constelación de las figuras sobresalientes de la época que vivió el Chuenga, deportivas muy especialmente, pero –siempre sonriente- aparece retratado con Enrique Sívori, Pascual Pérez, Discépolo, Delfo Cabrera, Brizuela Méndez, el propio Perón… Las menciones, junto con otras, seguramente inevitables, traen al recuerdo de este cronista una expresión que tuviera el también recordado Héctor Topet, ante un caso parecido:- Pero che, a este tipo le falta nada más que retratarse con la Virgen de Luján
Pero ¿qué en que consistía el producto que vendía Chuenga? Un –digamos- caramelo de su invención “compuesto con glucosa, azúcar y para variar los gustos se le puede agregar cacao o esencia de naranja”, después hervido y cortado en pedacitos, decía el nada egoísta inventor. Lo vendía por puñados y, según las reglas del juego no escritas, cuando los clientes le reclamaban la escasez, sin ningún problema desembolsaba otro puñado.
Al parecer llegó a ganar mucho dinero con esa suerte de microemprendimiento, categoría comercial-industrial de la que fue un pionero. Hasta hubo algunas grandes fábricas de golosinas de orden nacional que procuraron un acuerdo para producir la golosina pero, claro, la clave estaba en el vendedor.
Esta nota evocativa, motivada por la casual lectura del mencionado reportaje de Julio Lagos, se cierra con una frase del hijo del Chuenga que pinta de cuerpo y mente a su padre: “El tipo era tan simpático y entrador que hasta iba a las domas y les vendía caramelos a los gauchos…”.
* Colaborador
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