Lunes 05 de mayo 2025

Guillermo Pilía: “Mi primer amor fue la lectura”

Redaccion Avances 06/10/2024 - 12.00.hs

Guillermo Pilía es poeta, ensayista, un intelectual reconocido a nivel internacional. En esta entrevista, el autor comparte sus inicios con la poesía, la lectura, sus intereses y proyectos futuros.

 

Gisela Colombo *

 

Guillermo Eduardo Pilía nació en La Plata en 1958. Se graduó en Letras y es autor de más de 30 libros de poesía, cuento y ensayo. Obtuvo numerosos premios en la Argentina y el exterior.

 

Pertenece a la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid, a la Academia de Buenas Letras de Granada y a la Academia Española de Literatura Moderna. Es secretario general de la SADE Nacional, presidente de la SADE La Plata y consejero titular de la Fundación El Libro. En 2016 fue declarado Ciudadano Ilustre de La Plata.

 

 

- ¿Cómo nació esta vocación por la poesía?

 

- Mi primer amor fue la lectura. De chico era bastante enfermizo y tenía que pasar días enteros sin salir de casa, y allí tenía la suerte de encontrar muchos libros. Fui un lector muy precoz y eso me llevó a imitar a los autores a los que leía. En mi adolescencia ya me fui inclinando hacia las formas de la literatura que me acompañarían toda mi existencia: la poesía y el cuento. Estudié Letras para conocer más y para no tener que dedicarle mi vida a leer libros de otras disciplinas. No obstante, me gusta mucho la historia y la filosofía, en las que siempre encuentro motivos para escribir.

 

 

- Tu formación en lenguas clásicas debió constituir en parte tu condición de poeta. ¿Qué influjo consciente tuvieron esos autores que escribían en lenguas antiguas para tu poesía? ¿Qué otras tradiciones o escritores particulares influyeron en tu modo de hacer poesía?

 

- Mi acercamiento a las culturas clásicas fue también de niño, porque me interesaba mucho la mitología. Después, en la Facultad, estudié cuatro años de griego y cuatro de latín. Allí está la matriz de nuestra cultura, y desde ya de nuestra lengua y de nuestra literatura. Las lenguas clásicas son muy difíciles y quien las estudia se somete a una disciplina mental que es muy útil para abordar cualquier labor del intelecto. Antes de ingresar a la Universidad ya me interesaba la poesía española del 27, la simbolista francesa y después la de los poetas herméticos italianos. Más tarde llegaron los alemanes. Por supuesto que nunca he perdido ni pierdo de vista lo que se escribe en mi ciudad, en nuestro país y en Hispanoamérica. Mis poetas favoritos son Rimbaud, Rilke, Quasimodo, García Lorca, Cernuda, Trakl, Saint-John Perce, Álvaro Mutis. En narrativa, Proust, Thomas Mann, Hemingway y últimamente Paul Auster. También leo mucha narrativa histórica argentina.

 

 

- Si tuvieras que hacer una especie de “carta a un joven poeta”, ¿qué recomendarías como formación?

 

- Fundamentalmente, que escuchen a los mayores. Gran parte de mi formación fue leyendo y conversando con los poetas de las generaciones anteriores a la mía. Eso era casi una tradición.

 

Pero hoy la mayoría de los poetas jóvenes no se interesan por nosotros. Piensan que la literatura, sobre todo la poesía, nació con ellos. También veo un desinterés por la lectura, y no se puede ser escritor sin ser un buen lector. Les diría que sean más abiertos, que no se regodeen en sus grupos etarios y que todo lo que hagan sea desde cierta posición de humildad. El tiempo dirá después qué es lo que queda.

 

 

- El tiempo ha sido una reflexión permanente en tu literatura. ¿Cómo dirías que fue evolucionando tu interés y tu percepción del tema y qué tanto quedó impreso en tu labor literaria?

 

- El tiempo está ligado a nuestra condición de seres finitos. La literatura, el arte, pueden dilatarlo, pero ninguno de nosotros puede escapar a la realidad de que algún día tendremos que morir. En mi poesía, sobre todo, aparece recurrentemente la nostalgia por los años que pasaron, sobre todo por la edad de la infancia y la inocencia, los huecos que el devenir nos va dejando al arrebatarnos los seres y las cosas que queremos y el asombro por verme de pronto que estoy envejeciendo cuando ayer nomás jugaba en el patio de la casa de mis padres.

 

 

- Sos una figura muy valiosa de la literatura en distintos países. Tus obras han sido traducidas a muchos idiomas y sos un referente no sólo de la poesía y la narrativa, sino también de la historia de la cultura y de la tradición ensayística. Además, sos dueño de un conocimiento profundo de las letras clásicas y, por tanto, universales. Pero, a la vez, sos muy argentino. Si tuvieras que definir el ethos o la identidad argentina, ¿cómo lo harías?

 

- No sé si se puede hablar de lo argentino como una categoría abstracta. Pero es indudable que nuestra cultura es mestiza, y todo lo que es mezcla resulta bueno. Las purezas raciales, culturales o cualquier otra no suelen dar frutos fecundos. Ese mestizaje no es uniforme en todo nuestro país. Yo, por mi condición de rioplatense, soy un mestizo de inmigrantes. Si me acerco a otras culturas, siempre tengo que hacerlo desde mi condición de argentino. Amo profundamente esta tierra, nuestra lengua y nuestras costumbres y nunca se me ocurriría vivir en otro lado que no fuera este país. Un país que podría ser mucho mejor, pero al que los intereses de los de afuera y los traidores de acá adentro a veces intentan hacerlo inhabitable.

 

 

- En tu vida también la política y lo religioso tuvieron gran importancia. ¿Querés contarnos de qué modo viviste esos vínculos?

 

- Aún en los ambientes más refractarios a la religión no he sentido vergüenza de identificarme como católico. Claro que mi religiosidad no pasa por el cielo o el infierno, los milagros o ese concepto detestable que la Iglesia a veces usa: el de la resignación. Creo en una Iglesia Católica militante que tiene como mandato construir el Reino de Dios en el mundo, y ese reino es el de la justicia social. Soy de la Iglesia latinoamericana de Monseñor Romero, la villera del padre Mujica, la de la inclusividad del Papa Francisco. Lo político fue para mí simplemente una extensión de mis ideas religiosas. Y no necesito ser explícito para que todos entiendan qué fuerza política encarnó en nuestro país la justicia social desde una visión cristiana. No se puede ser católico ni cristiano de verdad y votar o apoyar a gobiernos que hambrean al pueblo. A mí me van a encontrar siempre del lado de los pobres y de los artistas, que aunque no sean creyentes luchan por un mundo más humano; nunca del lado de los fascistas, de los monopolios y de los genocidas.

 

 

- ¿Cuál es tu anécdota más querida con la literatura? ¿Podés compartirnos el relato?

 

- No sé, hay muchas, quizás la de entregarle un diploma a David Viñas en un mingitorio, porque era el único momento en que lo podía abordar. Eso fue cuando Viñas recién había llegado del exilio. Después, siempre he tenido un problema de identidad con Ricardo Piglia, por la similitud fonética de nuestros apellidos. Algunos me llaman Ricardo. Una vez estuve hablando durante una hora con un hombre que creía estar con Piglia, y cuando me di cuenta no me animé a decirle la verdad. Otra vez me mencionaron en México y hablaron de mis novelas policiales, pero en realidad querían hablar de Piglia. No sé cómo le habrá caído a él, si es que se enteró. Después, la literatura me ha permitido viajar, conocer gente, enamorarme. ¿Qué más puedo pedir?

 

 

- ¿En qué trabajás en este momento?

 

- Terminé de preparar una antología de mis 45 años como poeta, una retrospectiva que se va a publicar en Chile. También espero la edición de mi última poesía inédita en Granada. Estoy escribiendo una novela histórica que espero terminar este año. Pronto voy a hacer un viaje literario por España y por Grecia. Casi todos mis viajes son literarios, no turísticos. El año pasado estuve un mes en Rumanía y me asombró el interés que me mostraron por mi trabajo. Publicaron dos libros míos en rumano, uno de poesía y otro de narrativa.

 

 

- ¿Cuál es la mayor aspiración como artista e intelectual que tenés hoy, habiendo logrado tanto?

 

- Seguir escribiendo, desde ya. Y que me tengan un poco más en cuenta en este país al que amo, porque estoy en una edad en la que las experiencias acumuladas pueden ser útiles a las instituciones. Siempre tengo la impresión de que me valoran más afuera. De hecho, me han nombrado miembro de nueve academias en España, Italia, Estados Unidos y Rumanía. Hay gente muy ridícula que aspira al Nobel o al Cervantes sin la mínima autocrítica. Yo no. Si alguna vez ganase un premio con una dotación importante de dinero, haría una fundación para ayudar a otros escritores, como hizo en La Plata Aurora Venturini. Ese es otro de mis sueños.

 

 

- Muchos artistas refieren algún o algunos temas vitales a los que siempre regresan desde la creación. ¿Cuáles dirías que son los tuyos?

 

- Los temas, en la literatura, en el arte en general, son muy pocos. Sería más fácil ir viendo los que menos aparecen. La política, por ejemplo. Hay que ser un poeta extraordinario para escribir buena poesía política. Casi todo lo que leo son panfletos, algunos muy desagradables. La poesía amorosa, que llena una enorme porción de la poesía universal, tiene el mismo problema, ya lo decía Rilke.

 

Creo que la poesía es en esencia “rememoración de una experiencia”, la de vivir inmersos entre dos misterios, la de estar atravesados por el tiempo. En esa rememoración se insertan el placer y el dolor, la búsqueda de Dios, de la belleza, de la justicia. Hoy podría decir que todo cuanto escribí está relacionado con la desazón de sentirme un ser que no pidió nacer y que aborrece morir, inserto en una línea histórica que me hace mirar hacia atrás con nostalgia y hacia adelante con incertidumbre; destinado a experimentar, como todo lo humano, amores y odios, ganancias y pérdidas; actor de reparto o simple figurante en la comedia de un mundo en el que las cosas se deslavan y desaparecen sin que pueda hacer casi nada. Ese “casi” que evita la fatalidad de la nada es la poesía, la que intenta suturar la herida del tiempo y celebrar lo que hoy existe y mañana ya no, la que trata de darle entidad a las cosas.

 

 

Mi casa y mis palabras

 

Me empecino en leer con ojos limpios

 

los frutos de otras vidas: sólo voces

 

sin ilación, sólo ajeno lenguaje.

 

Lo que otro amó, yo lo odié; lo que odiaron

 

fue para mí una devoción. Ninguno

 

de nosotros escribió el mismo verso.

 

Con tal pan de mendigo aún me alimento,

 

pan del tiempo peor: el que va en blanco.

 

Pasaron días huérfanos de sílabas.

 

Lectura, amor primero: todo amor

 

fue tan distinto después de esos libros

 

en que fundé mi casa y mis palabras…

 

 

Los maestros

 

Ocho horas diarias de estudio: era el tiempo

 

que me recomendaban los maestros, en mis años

 

de estudiante de griego y latín. Cuántas

 

mañanas, cuántas noches, cuántas tardes

 

de sol o de lluvia sobre Píndaro y Virgilio…

 

Tanta seca gramática para escribir

 

estas tres palabras, maestros, algunos versos

 

medianamente venturosos... Qué tristes meses

 

aguardando un examen, repitiendo

 

aoristos y declinaciones... Pero también,

 

qué añoranza siento ahora al recorrer los lomos

 

de libros que hoy no tengo obligación de leer…

 

-Si hoy ya no existe el profesor de griego

 

al que tanto quería, el de latín

 

que me aterrorizaba, si ambos son

 

hierba y sonido, igual que lenguas muertas…

 

Yo soy también vosotros, maestros: soy el hijo

 

que aprendió a vuestro lado la nostalgia

 

de la luz antigua, pero no a morir; el hijo

 

que hoy en Píndaro y Virgilio os recuerda.

 

 

Del tamaño de un grano de mostaza

 

Dios ahora es apenas esta imagen

 

que en las noches estrujo hasta dormirme;

 

pero allá en el verano de mi vida,

 

en el tiempo inaugural de las cosas,

 

era Dios una mano que escribía

 

por mi mano, dedos que sostenían

 

la endeblez irremediable del mundo.

 

¿Cuándo se hizo pequeño?

 

¿Por qué siendo un árbol donde los pájaros

 

encontraban albergue

 

se volvió sin que yo lo percibiera

 

del tamaño de un grano de mostaza?

 

¿Por qué ahora es apenas esta bruma,

 

esta niebla en la que canta un mendigo?

 

 

En mi argentina

 

Vidrieras de comercios, marquesinas,

 

guirnaldas de luces y en el aire

 

tintineos en presagio de fiesta

 

así de lánguido

 

termina el año en mi país del sur,

 

en mi argentina

 

en medio del calor y los mosquitos

 

nuestra niñez soñaba con la nieve:

 

enferma para siempre de nostalgia

 

 

La enfermedad de las cosas

 

Hace meses que el reloj de pared

 

marca cualquier hora. Va con paso cambiado,

 

como un conscripto en los primeros días

 

de instrucción. A veces también las cosas

 

enferman de fatiga, de quién sabe

 

qué mal desconocido. O quizá se niegan

 

a cumplir un mandato que repudian.

 

En otras ocasiones a nosotros

 

nos invade un agobio parecido.

 

Y pasan tardes y noches enteras

 

huérfanas de sustancia, vacías, en blanco.

 

Los monótonos juegos que en la playa

 

ejecutan los niños, el desgarbo

 

con que una adolescente viene y va,

 

la cantilena del agua o la canción

 

que una y mil veces se repite… Y es que acaso

 

hay días y hay semanas en que al mundo

 

vemos descascararse sin sentido.

 

Y entonces la fatiga del reloj,

 

la enfermedad de las cosas, la herrumbre

 

de toda fe, el desgano del cuerpo

 

que no pidió nacer, que aborrece morir.

 

 

* Docente y escritora

 

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