Lunes 05 de mayo 2025

La cárcel de Acha en 1898

Redaccion Avances 06/04/2025 - 06.00.hs

El Ejército y la Guardia Nacional fueron las instituciones encargadas de establecer el orden y garantizar la seguridad en los poblados que se conformaban a partir de las primeras fundaciones del año 1882 en La Pampa Central.

 

José Depetris *

 

Con la temprana radicación de migrantes nacionales de provincias, inmigrantes europeos, restos de las tribus ahora “asimiladas” a la fuerza y de los propios integrantes de la fuerza militar, generó una intensa movilidad y consecuentes problemáticas sociales en aquel frente pionero en formación.

 

La justicia y la policía fueron las primeras instituciones estatales en asentarse en el Territorio Nacional, y ambas se establecieron en General Acha, capital hasta 1900 cuando un decreto nacional promovió su traslado a Santa Rosa.

 

El primer gobernador designado que ejerció su mandato desde 1886, el General Juan Ayala, recurrió a la atribución de la ley territoriana e incorporó a un nuevo actor en la burocracia pampeana -el juez de policía- , que entendía en los asuntos referentes a los derechos y contravenciones que no superaran los 100 pesos m/n. Además, y junto a una comisión compuesta por comerciantes de General Acha que avalaba su gestión, promovió la redacción y circulación de un Reglamento de Policía Urbana y Rural que comenzó a utilizarse en el Territorio a fines de 1886. Esta fue una de las únicas herramientas normativas en manos de los agentes de justicia local. El famoso Código Rural. Los delitos mayores quedaban bajo la órbita del juez de Bahía Blanca.

 

Con este marco de referencia en cuanto al andamiaje conceptual e ideológico y una infraestructura edilicia y operativa menguada, el “castigo estatal” fue riguroso con las clases subalternas, marginales o de menores posibilidades. Tempranamente surgen con timidez algunas referencias en el diario oficialista La Capital desde 1897, cuando aparece en el medio achense.

 

Cronista y viajero inquieto.

 

Félix San Martín era nacido en Baradero. Su familia promovió en su adolescencia enviarlo a Buenos Aires como estudiante de profesorado normal. Allí deambulaba -además- por las redacciones de los periódicos captando con avidez la disciplina y oficio. Luego se radica definitivamente en la metrópoli y antes de los 20 años se integra a la redacción del periódico El Nacional fundado por Vélez Sarfield, dedicándose con solvencia a escribir crónicas ágiles y conceptuales requeridas en círculos de asociativismo literario y del mundillo social ligado a la política con cierta mirada critica al régimen del roquismo.

 

Su hermano mayor, -el comisario Juan San Martín- de quien era muy apegado, en ese entonces ejercía el cargo de Jefe de Policía del remoto Territorio Nacional de La Pampa Central y estaba radicado por su función jerárquica en la entonces Capital, General Acha.

 

Por esta vinculación familiar que lo ligaba a la posibilidad de llegada a las más altas esferas; a personajes populares y a las fuerzas vivas del Territorio, la dirección de dicho periódico lo designa estratégicamente en 1898 como redactor viajero para un largo periplo a la Pampa Central con estadía prolongada por varios meses.

 

Llega a La Pampa en el recientemente estrenado ferrocarril Oeste que unía Buenos Aires con Toay como punta de riel y que de allí se podía combinar con el ferrocarril a Bahía Blanca y Noroeste que partiendo de Toay -pasando por General Acha- llegaba al puerto Bahiense. O sea dos formaciones semanales se combinaban en Toay poniendo en comunicación la capital de la república con el sudeste bonaerense y el puerto de ultramar, abarcando La Pampa en su región más feraz y mejor poblada entonces.

 

Las correspondencias enviadas a la redacción porteña de El Nacional fueron publicadas semanalmente durante tres meses por el periódico con mucha consideración de los lectores ávidos de noticias del frente pionero que avanzaba en las soledades de La Pampa.

 

Posteriormente conformarían rápidamente su primer libro en 1899 bajo el titulo de “A través de la Pampa. Correspondencias a El Nacional”.

 

Editado por la Compañía Sudamericana de billetes de Banco. Constaba de 93 páginas impresas con una docena de grabados -técnica específica de la compañía editora- logrados en base a fotografías tomadas por profesionales lugareños sin consignar autorías. Está dedicado a la memoria del Dr. Adolfo Alsina.

 

Desglosado el texto general en una decena de subtítulos o capítulos más o menos extensos, aborda en diversas e interesantes temáticas con la frescura de su pluma sagaz y determinada en una visión y animosa mirada progresista adquirida en los meses que dura su permanencia.

 

El joven cronista deja como cierre un alegato -tal vez el primero- a favor de la provincialización urgente del entonces Territorio Nacional.

 

La lupa de un periodista.

 

En el segmento dedicado a General Acha, narra que en los días en que él llega a la Capital, ésta se quedó sin tropa policial porque se la mandó de urgencia a la totalidad de la fuerza a sofocar los graves sucesos de Victorica. Aquella ocasión que el pueblo destituyo al intendente Capdeville acusado de autoritarismo y que -literalmente- debió escapar a su estancia Telén. La muchachada de Acha se ofreció, entonces, a hacer el servicio de guardia de la cárcel, lo que aceptado por el gobernador dio margen a que se formaran tres tercios de quince hombres cada uno armados a remington.

 

El inquieto joven recién llegado al medio participa también, con el grado de Cabo en uno de los Tercios y toma perfecta cuenta del peligro que significa la cárcel de Acha en las escandalosas condiciones de abandono edilicio. En paralelo a los hechos, envía con la agitación del momento una extensa crónica a El Nacional que cala muy hondo en cenáculos metropolitanos.

 

Aunque extensa, la transcribimos en totalidad por ser una pieza de cargada pluma romántica imbuida en las tendencias lombrosianas, entonces tan en voga. Dice textualmente: “Solamente en nuestro carácter de cronista podemos escribir este capítulo; el ciudadano traza mil veces la pluma avergonzado del miserable espectáculo de los cuadros bochornosos que ha presenciado. Conozca el país el abandono injustificable, criminal, en que las altas autoridades nacionales tienen este territorio. La moral pública condene a los culpables, y el periodismo argentino recoja la nota de protesta que, desde el seno de esta tierra infeliz formulamos ante el tribunal del pueblo, ya que los que directamente obligados a intervenir en ello hacen oídos de mercader a la voz de la justicia y del patriotismo…”. “Lo que aquí llaman cárcel, es un antiguo galpón situado frente a la plaza de paredes de adobe crudo y techo de cinc, obra de los batallones militares que conquistaron estas regiones retirándose más tarde de fundado el pueblo.

 

En cuatro calabozos que suman 102 metros cuadrados, se alojan 63 presos. Aquello es un foco de infección. Bajeras del recado, cueros, guascas, tarros de grasa, carne, ropa sucia… todo lo necesario para la vida de estos desdichados se encuentra allí en hacinamiento increíble, en asqueroso montón que hace juego con el piso de tierra, húmedo y desparejo, nido de insectos nocivos y repugnantes.

 

Los presos duermen unos en tablones apolillados en su vejez centenaria, otros en el suelo atravesados en los reducidos claros que dejan aquellos entre sí. Es de suponerse el estado antihigiénico en que están estos alojamientos verdaderamente pampas, en los días que corren, cuya temperatura se deja sentir en todo su rigor estacional.

 

La Alcaidía, Dirección y demás oficinas de la administración, funciona en un cuartucho de idéntica construcción al resto de la huronera que si cuenta con estas condiciones es por la falta de recursos de ningún género. Ha llegado el caso que el director de la cárcel se ha visto en la necesidad de hacer colocar llaves de hierro porque las paredes amenazaban caerse.

 

El mobiliario de la habitación aludida, está compuesto de dos mesitas de pino y tres sillas, una de tres patas y la otra carece de asiento. Una arpillera ensuciada de blanco con un gran rajo en el centro, intenta cubrir las ennegrecidas chapas de sinc que forman el techo. El piso de tierra, como el último rancho de la campaña.

 

La cuadra en que se aloja la guardia es una pequeña habitación que está a la derecha del zaguan. Su construcción es la misma del resto de la ratonera. Las cocinas están instaladas en la amplitud del corralón; fogones criollos a la interperie que en el día de lluvia se convierten en charcos, donde palomas y calandrias bajan a realizar sus amores en medio del bullicio. Ni una miserable enramada donde guardar las ollas de latón, la carne y demás víveres clavada sobre cuatro postes donde asar el churrasco del presidiario criollo en los días de temporal o vientos.

 

Tampoco hay ni una sola celda donde incomunicar a un delicuente. Todos hacen vida en común: el asesino de raza duerme al lado del contraventor; la fiera humana que degüella una familia entera comparte su prisión con el paisano que robó un caballo o carneó una oveja ajena porque sus hijos morían de hambre.

 

Hay en esta cárcel criminales natos. Uno asesta un golpe de hacha a su compañero dormido, otro mata a su patrón y lo arroja a las llamas viéndolo perecer. Otro degüella una familia entera que fue su protectora. Y como estos, muchos de los allí alojados con sendas pellejerías…”

 

Afinando la puntería.

 

Recargando las razones, inquiere -y se pregunta- en su flamigero texto : “Ahora bien... es constitucional?, es humano?, es científico?, es higiénico tener aglomerados en inmundos cubiles a inocentes y malvados… ¿qué dice el art 18 de la Constitución? ¿Qué dice la Legislación Penal de los pueblos civilizados? ¿qué principios sienta y sustenta Sue, Garafolo, Ferri y fundamentalmente Lombrosso acerca del contagio del crimen?, y particularmente de la influencia del medio en naturalezas propensas al mal como estos hombres nacidos en llanuras inmensas de La Pampa donde las pasiones se sienten con la intensidad salvaje del primitivo, errante entre fachinales y breñas como el toro montaraz cuya cerviz cae trozada por el puñal del gaucho, que tampoco ha de tener empacho de hundir su facón en el vientre del primer paisano que lo ofenda o provoque. El caso es que hay un edificio en construcción destinado expresamente para este objeto que hace años está abandonado por falta de fondos.

 

De repente la población de Acha va a ser víctima de la banda de forajidos que hoy la habitan.

 

Esta no ofrece seguridad alguna. Con una cuchara pueden excavarse sus paredes de barro y chorizo; de un puntapié cederán las puertas y las chapas de zinc que están allí a menos de tres metros de altura, dejando rendijas de tres centímetros de ancho, pueden saltar al menor empujón. Ya una vez se fugaron cuatro presos que fueron aprehendidos por la policía nuevamente, tres veces más han intentado una evasión general pero descubiertos a tiempo han visto malogrados sus planes. Pero qué sucederá el día que consigan reducir la guardia compuesta por gendarmes atosigados de carencias? Recién entonces, siguiendo la vieja práctica criolla, se proveerán medios para asegurar a los delicuentes-: después de niño ahogado Maria tapa el pozo”….

 

Y continuando su filípica señalaba: “las autoridades nacionales tienen el deber de mirar más por aquella tierra que enriquece inopinadamente al tesoro público. Díctense leyes más atinadas que esa colección de disparates llamado Código Rural; escójanse para gobernar hombres entendidos y que encarnen la tendencia de los principios de la ciencia de gobernar a los pueblos sin explotarlos. Victorica alzándose en armas ante una situación oprobiosa de un cacique de levita es la demostración que ya no puede gobernarse con el sable y el rebenque…”

 

Y a continuación cierra a toda orquesta : “el censo nacional (de 1895) que asigna a este territorio 26.000 habitantes, es un dato erróneo desde que cuenta con 6.000 guardias Nacionales enrolados. Supera seguramente las 37 almas… Confiamos en la laboracidad y civismo de este pueblo; secúndelos los gobiernos y el hará la grandeza de La Pampa….”

 

A partir del cuadro descripto por el cronista de El Nacional, y ahondando en otras fuentes de la época a los efectos de este trabajo conseguimos información aleatoria y podemos concluir que la situación descripta por Félix San Martín no varió durante las tres décadas siguientes.

 

En una nota oficial del 14 de octubre de 1925, se informaba al Director de la cárcel de General Acha el inminente cierre del ruinoso establecimiento debido al cumplimiento del decreto correspondiente “que dispone la cláusura del establecimiento a su cargo”.

 

Tomamos finalmente del diario La Autonomía -de Santa Rosa- que se hacía eco de esta noticia y publicaba “La clausura de la cárcel de General Acha, pueblo abandonado de toda acción oficial que recientemente el Poder Ejecutivo Nacional resolvió la clausura de este establecimiento penal aprovechando la circunstancia reciente de la fuga de unos presos”.

 

Reiteramos esto ocurrió en 1925, y como muestra de indolencia estatal de entonces y tal como lo predijo en 1898 el cronista de marras que transcribimos más arriba, lo hicieron socavando las paredes de barro para lograr un agujero donde fugarse.

 

* Colaborador

 

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