Martes 30 de abril 2024

La duda en el fútbol

Redaccion Avances 02/07/2023 - 09.00.hs

En una nueva entrega literaria de la columna La Maga, Gisela Colombo presenta un escrito de Buenos Aires con tres pasiones: la lectura, la historia y el fútbol.

 

Gisela Colombo *

 

Sabés pibe?: hubo una época en que éramos felices y no lo sabíamos. Íbamos a la cancha, la única violencia que había era cuando la montada mandaba los caballos cuando se armaba quilombo en las boleterías. Jugaban la tercera, luego la reserva y por último la primera. Como no había posibilidad de hacer cambios en las reservas jugaban tipos, que, siendo de primera, no eran titulares. Se veían unos partidos bárbaros. Pero lo fundamental: había gente… y de los dos equipos-le decía el viejo a Cachito, un estudiante que trabajaba de mozo para ayudarse con sus gastos.

 

A esa hora de la tarde de un viernes en un bar a metros de la cancha de Ferro, y la poca concurrencia de clientes le permitía a Cachito charlar sin descuidar a los parroquianos de otras mesas.

 

Retomó la palabra el viejo, mientras degustaba el primer sorbo del café que le habían traído.

 

Venía a ver al verdolaga.

 

Cachito lo miraba con respeto y seriedad. Una seriedad que le preocupaba al viejo. Se preguntaba cómo un pibe de esa edad podía ser tan caracúlico.

 

-Decime una cosa pibe: ¿Por qué siempre estás tan serio? Tenés pinta, se te nota que venís de buena familia y que estás preparado, no das el aspecto de ser un gil de esos que se creen vivos y son unos pelotudos que no irán a ningún lado. Parecés tener todo para lograr lo que te propongas- lo interrogaba en profundidad el viejo.

 

-Es que tengo un montón de cosas de las que dudo, que realmente no sé cómo resolverlas, todo me parece una porquería y creo que nada me gusta- comentó el pibe con gesto adusto.

 

-Y eso te hace estar con cara de culo. ¿No es cierto?- replicó el viejo.

 

-Y sí, me amarga dudar- respondió francamente Cachito.

 

- Todos dudamos, es parte de la vida. La buena noticia es que no sos el único, la mala es la forma en que te lo tomás. La duda no puede inmovilizarte, ni el cuerpo tomando decisiones ni el alma, amargándote la vida. Vení, sentáte un rato que te voy a contar una historia hablando de Ferro y los tres partidos que me veía todos los domingos.

 

- Mirá pibe, no te voy a dar consejos, eso que lo hagan tus viejos. Yo te voy a contar la historia de Tesdescar, un wing, como se decía antes, que jugaba con la número 7 en la tercera de Ferro. Yo lo iba a ver porque tenía una gambeta en velocidad fuera de lo común, tenía muy buena pegada, lindo físico, no le ganaban en el roce, pero él encima dejaba a sus marcadores parados a puro dribling. Jugador que si se lo proponía era de selección- arrancó el viejo mientras el pibe abría los ojos y para adentro pensaba a dónde diablos iba ese viejo con su historia.

 

- Pero tenía un problema. Después que pasaba a todos, llegaba al fondo y esperaba a sus marcadores para gambetearlos otra vez mientras sus compañeros esperaban que tirara el centro o que directamente hiciera la diagonal y encarara para el arco. La gente se impacientaba y pensaba que era un irresponsable, un canchero. Lo hacía una y otra vez.

 

Nunca terminaba la jugada y los contrarios empezaron a cagarlo a patadas por sobrador. A los pocos partidos lo puteaban las dos hinchadas y hasta creo que una vez, el mismo lineman le dijo algo de mal modo- continuó el viejo que ya había logrado atrapar la atención de Cachito.

 

- Pero era un salame. ¿Cómo es que no terminaba las jugadas?- pregunto el pibe con curiosidad.

 

- Tenía miedo de fallar, dudaba, esperaba dársela al cuatro, un tronco, para que fuera él el que corriese el riesgo de tirar un mal centro. Fue así que más de una vez los diarios comentaron que el cuatro daba buenas asistencias en cambio, el siete era un canchero. Una vez me lo crucé en el club y le pregunté qué le pasaba y me contestó que la duda era parte de su existencia. Me dejó helado. Le contesté que el único ser que no se equivoca es el que no hace.

 

Que disfrutara haciendo lo que le gustaba, jugar al futbol, y que si se equivocaba, primero se riera de sí mismo y luego analizara qué había hecho mal y viera la forma de solucionarlo. Lo desafié diciendo que él que era crack y le daba de comer al cuatro que era un perro.

 

Los pocos clientes de las mesas más cercanas paraban la oreja, intrigados por saber hacia dónde iba el viejo.

 

-Hacéme caso, júntate con la gente buena onda. El buen humor es signo de inteligencia, de esa gente se aprende, son ellos los que te pueden ayudar. Los mala onda, son amargados con ellos mismos, porque ocultan muy en el fondo rencor por sus propios fracasos, por las cosas que pensaron y nunca hicieron porque no se animaron. No hay peor fracaso que por lo que no se hace ni peor beso que el que no se da.- alentaba el viejo.

 

-Pero bueno hubo un filósofo que proponía la duda como método, creí un día, escuchar a mi vieja. No me acuerdo el nombre- comentó Cachito.

 

- Yo tampoco, pero vos no te equivoqués pibe. Una cosa es la duda como replanteo de normas, valores, pensamientos e ideologías de cada uno. Esta duda es sanadora del espíritu, engrandece, nos obliga a repensar las cosas, te hace aprender. Es ordenadora y alimentadora de la mente. Estamos hablando de la duda en la acción, la que paraliza, la que te hace quedar siempre a mitad de camino, parado como un gilastrun mientras ves crecer a los números cuatro que no los conocé ni la madre, que hace que nunca tirés un puto centro al nueve que espera.- El viejo se iba calentando.

 

-Usted me hace acordar a mi abuelo. Siempre me dice que los obstáculos están para ser saltados, que se aprende más de los fracasos, si se analizan sus causas, que de los éxitos- reflexionó Cachito.

 

-¡Por supuesto! Tu abuelo se ve que es un tipo inteligente, que razona. Ahora sí te doy un consejo, pibe: no sufras la vida, disfrutala!

 

Cachito se quedó pensando, serio, como era su costumbre.

 

-Y digamé: ¿Qué fue de la suerte de ese siete de Ferro? ¿Cómo dijo se llamaba? Desvió la atención Cachito queriendo que el viejo rematase la historia.

 

- Tesdescar. Por lo que pude averiguar de Ferro lo borraron. Un día que estaba en Rosario me dijeron que jugaba para Central Córdoba. Yo estaba al pedo y me fui para Arroyo Seco a verlo. No había cambiado. Imaginate las puteadas de esos tipos que son fanáticos del fútbol, que vieron jugar al Trinche Carlovic…lo puteaban hasta en esperanto. Creo que duró cuatro partidos. Un amigo me contó que terminó su carrera de futbolista indeciso jugando en la Liga Esperancina de Fútbol. Hasta que un día, enfrentando al conjunto del Bochazo de Providencia, se entretuvo en un contra ataque por la punta izquierda, siempre él con sus dudas…-respondió a medias el viejo para saber si generaba inquietud.

 

- ¿Y qué pasó?¿ No me diga que tiró el centro? - con una mueca que intentaba ser una sonrisa.

 

-No pibe, los únicos incorregibles son los pelotudos. Volvió el ocho del Bochazo, un gringo de esos que no se andan con vueltas y lo partió al medio. Lo sacaron en camilla con el tobillo destruído. Una lesión definitiva.

 

-¡Pobre! ¿No supo nada más de él?

 

-Sí pobre. Pudo ser un cóndor y terminó como un pavo… cocinado para Navidad. Lo último que supe fue que lo vieron trabajar en el peaje de la ruta provincial 14, en Bigand, Santa Fe. Me contó un camionero amigo del barrio que un día se armó una congestión tremenda en el peaje, mano a Bombal, camiones, tractores con acopladitos rurales, camionetas, cosechadoras, en una fila interminable. Todos a las puteadas porque no abría las barreras del peaje porque dudaba si el conductor de una auto le había pagado con un billete falso. Los gringos se bajaban de los tractores para boxearlo. Nunca supe si lo echaron mandándole un telegrama o pegándole una patada en el culo.- Remató el viejo con una sonrisa medio triste, medio alegre.

 

-Ja ja pobre flaco.- se rió por fin Cachito.

 

- Bueno pibe, te dejo laburar, ya estamos cerca de la hora de cierre. Seguro vos tenés que ayudar a cerrar y yo tengo todavía un trecho hasta mi casa. Estoy cansado pero me voy caminando. Me hace bien.

 

-Chau maestro, suerte, me gustó la historia del siete ese de Ferro.

 

- Te tiro la última: me acordé del nombre del filósofo, se llamaba René Descartes. Un capo como dicen ustedes ahora a la hora de hacer una propuesta filosófica superadora. Intentá incorporar su filosofía y no seas un Tesdescar más, prisionero de sus miedos.

 

Cachito ya reía, tomaba la evidencia de lo que había dicho el viejo, hacía su análisis y síntesis.

 

Ya habría tiempo para la recapitulación de lo escuchado esa tarde. Sacaría sus conclusiones más allá de si lo de Tesdescar fuera un bolazo.

 

El viejo saludó al dueño del bar y se alejó caminando rumbo a su casa. Una sonrisa pícara se le dibujaba en el rostro.

 

Alberto César Pacinotti nació el 10 de marzo de 1952 en Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Confiesa tener tres pasiones: la lectura, la historia y el fútbol. Es contador y licenciado en administración de la UBA. Casa en que fue docente también. Incursionó como tipógrafo en la industria de la imprenta. Trabajó para una gran empresa agropecuaria, en la que escaló hasta el directorio. Tuvo emprendimientos inmobiliarios. En 2020 partió su esposa y decidió, por consejo de su hija, abrir un blog para canalizar la pérdida y abrazarse a un propósito vital.

 

* Docente y escritora. Compiladora

 

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