Viernes 26 de abril 2024

“La nostalgia del futuro”

Redaccion Avances 04/02/2024 - 12.00.hs

El editor y escritor Cristian Aliaga publicó recientemente el libro “La nostalgia del futuro”, un conjunto de poesías o poemarios. Compartimos con los y las lectoras de Caldenia, una reseña sobre el material que puede encontrarse en espaciohudson.com o en librerías.

 

Gisela Colombo *

 

Este nuevo libro de Cristian Aliaga llamado “La nostalgia del Futuro” reúne dos conjuntos de poesía o poemarios: “Alto hospicio” y “Polvareda”. Sin embargo, si observamos atentamente no son dos sino tres los apartados de la obra. El tercero, que no se menciona en la tapa, se titulará “Biografemas y otros textos apócrifos”. La diferencia con los anteriores es un misterio que el lector deberá desentrañar. Aquí sólo intentaremos retratar el tránsito de la poesía y el fondo del imaginario en búsqueda de la cosmovisión que anima los poemarios. Un modo aleatorio de entrar en el universo de este libro recién inaugurado.

 

Si en otros autores, cuando ocurre una edición de dos obras diferentes sobreviene la necesidad de enlazarlas de algún modo que tienda a darle unidad ante los ojos del lector, aquí tal cosa no existe.

 

Hay quienes creen que, cuando un poeta ha afianzado su estilo y va acercándose a la perfección de la expresión, de su genuina voz, enlaza todo lo que escribe por su propia impronta estética, de la que proviene todo lo que crea. Porque, detrás de toda estética, existe una cosmovisión.

 

Nuestro vicio de intérpretes nos obliga a una búsqueda semejante y, como la afición del poeta, según Aliaga, por inefectivo que nos parezca este ejercicio que emprendemos, un impulso irrefrenable nos conduce a él.

 

En el primer conjunto, “Alto Hospicio”, el discurso enfoca la vista sobre una especie de universo cerrado que representa a la vida misma. El registro de obras anteriores del autor invita a pensar en ese “hospicio” con el sentido de “hospital”. La experiencia vital del autor, que ha sufrido problemas de salud, también lo hace.

 

La vida como sitio por transitar sin posibilidades de evitar el dolor y mucho menos de lograr plenitud y felicidad es lo que retratará.

 

Enfermedad de por medio o no, el texto regresa sobre la condición sufriente de cualquiera que esté vivo. Ya no es una dolencia particular, sino la condición humana en lo que tiene de finita, de mortal, de limitada e imperfecta. Quizá el adjetivo “Alto” asignado a “hospicio” refiera un padecimiento a mayor escala. Ya no individual. El discurso no se ocupa de sujetos aislados, sino de humanidad, de lo que es esencial e idéntico en todos.

 

Por ello, “es un hospital de muertos con la condena en suspenso.”

 

Entonces el dolor del cuerpo pasa de la experiencia particular o individual a ser un escollo de la condición humana, a ser un hito transitado por todos, antes o después. Por eso relaciona: “En el verso de un segundo/cabe una vida dolorosa/El Vía Crucis de otro/ la imagen del Bosque Santo Incendiado”.

 

El tópico bíblico del Paraíso Perdido se expresa mejor desde creencias paganas omnipresentes en la tradición literaria, tal vez celtas, tal vez orientales, de un Bosque Santo, donde habitó la plenitud, que hoy se le niega al hombre. El bosque sagrado ya no está disponible, por haber sido quemado.

 

“La medicación ha desaparecido salvo los/ barriles de anticoagulante para todos./ Que ningún tajo se cierre,/ que no coagule en nadie su herida/ que las flores de sangre/ hagan la primavera roja.”

 

Incendio y sangre se corresponden en el psicoanálisis del fuego, según Gastón Bachelard. Para el investigador, el fuego es purificación y destrucción, en coincidentia oppositorum, y la sangre, signo de vida, de vitalidad, de generación y conservación de la especie, asimismo significa muerte si se derrama en hemorragia. En esos casos, se señala un sufrimiento, pero también se documenta su visión nutricia. Por el contrario, en el poemario solo se sugiere pérdida.

 

El tránsito por la “enfermedad” suscita un aprendizaje amargo, cuyos frutos se cuestionan. Y no parecen conducir a algún destino diferente.

 

 

Sangrar es un juego sin salida en este Hospital”. “No hay intención de curar al que viene/ sino de asfixiar al que a penas respira”.

 

 

Por medio de algunas referencias a revoluciones de tinte político, y al enrolamiento antiguo en una ideología se desliza la impresión de haberse superado tanto la rebeldía necesaria para liberarse de los sufrimientos, como la teoría que la mueve: la injusticia infringida por un orden de las cosas, por el sistema de ordenamiento social que se monta en las inequidades del poderoso, y en la debilidad de sus víctimas.

 

Aquí se supera esa visión y el Poder inmanente ya no será algo social, de superestructuras sino más profundo, más existencial.

 

Es que no hay orden contra el cual uno pueda alzar una revolución, no hay con quién luchar.

 

El verdadero enemigo de todos es la misma condición humana, la de haber nacido para la muerte.

 

Todos somos polvo. Polvo aventado por un viento universal. Fragmentos manipulados por una fuerza que trasciende el conocimiento y el poder del hombre. Tal vez por eso… “Los sacerdotes reparten extremaunciones/ al recién llegado./ antes de que pueda posarse”.

 

Polvareda.

 

“Polvareda” es el nombre del segundo poemario. El intertexto obligado al hablar de polvo es una cita bíblica: “Del polvo venimos y al polvo vamos”. Somos seres por un tiempo, una promesa segura de muerte.

 

Es la polvareda en virtud de que una fuerza que nos trasciende o un viento cósmico nos arremolina, nos hace bailar a su ritmo indescifrable.

 

“El cinturón de polvo/ infinito desconocido/ acentúa nuestro insomnio tentacular”.

 

Y es ese insomnio de no poder asir, como lo haría un pulpo con sus tentáculos.

 

El sentido individual se nos escapa, la explicación social se queda corta. No hay más que aceptar que no accederemos al pensamiento que rige esos vientos cósmicos.

 

Condición de poeta.

 

Pero entonces, ¿Qué persigue esta poesía?,¿por qué se sigue buscando? Porque se es dueño de esa condición de poeta del sin sentido como una vocación, que persiste en la búsqueda aunque sea a tientas, aunque haya desaparecido el objeto buscado, aunque no exista sentido. Y el poeta busca con una herramienta insuficiente, a través de la Palabra, que no alcanza. No obstante, seguirá sondeando quien sienta el llamado de la poesía.

 

Aquí se aborda el tópico del lenguaje insuficiente, que tanto gusta a los místicos. “La duración nos arrastra hacia el obstáculo”.

 

Cuando la palabra dice, solo señala como una flecha hacia una realidad que no habrá de comunicar completa, que siempre dejará al poeta la sensación de no haber logrado su tarea, porque lo inefable no puede ser traducido al lenguaje.

 

¿Por qué entonces, se habla de duración?

 

“Escribir nos arrastra hacia/ la búsqueda persistente/ del obstáculo.” Por esa naturaleza insuficiente de la palabra es que el poeta regresa una y otra vez a intentarlo, para fracasar.

 

Escribir es buscar sentido. La recurrencia de “un altar donde morir”, mencionada varias veces de diversos modos, se revela como la necesidad de creer en algo que le dé sentido a esta vida, hecha para morir.

 

El alcance de la materia que trata el texto obliga a un abordaje cuasi metafísico. No extrañan entonces las referencias a las Sagradas Escrituras pero también la sugerencia de un “Muro Zen” y las religiones orientales. Con el mismo propósito se mencionan los imaginarios de El Bosco, y de Chagall y la presencia de ciertos mitos. La tradición espiritual y la historia de la Literatura se dan cita aquí.

 

Conclusión.

 

En el recorrido que hace el libro, más que profundización lo que ocurre es una expansión de mirada a través de lo objetivo, del mundo material, de lo físico, pero a gran escala, fuerza que se convierte en “lo cósmico”.

 

Tradicionalmente la vista del cielo, el reconocimiento de estrellas y constelaciones, está ligada al deseo casi instintivo de leer el flujo del universo, por tanto, de tener una percepción de lo que vendrá. Un modo de combatir la incertidumbre en la que vive el hombre en tiempo presente.

 

La dimensión futura no se hace esperar en el texto: el mismo título de la obra lo consigna. No obstante, cierta confusión impide ver. Esta especie de imposibilidad de ver el futuro se pinta como la polvareda. “polvo eres/ señala con el dedo/hacia la luz/ extinguida/ en el mar de los muertos: /’allí está’, dice y la polvareda/ clausura la boca de la eternidad”.

 

A causa de ella ya no es posible registrar el tiempo más allá del presente: “clausura la boca de la eternidad”. Si nos permitimos ir más allá en este detalle quizá podríamos atribuirle a la polvareda una confusión provocada por cierto racionalismo, empirismo extremo y escepticismo con que nos bombardeó la cultura oficial de varios siglos.

 

El remolino de pérdidas, la confusión y los desechos que nublan la mirada se convierten en un pesimismo estructural. Tal como señala Ariel Williams, la poesía de Aliaga, esta vez, es distópica.

 

Inútilmente, como si al saberlo pudiéramos cambiar algo, deseamos saber. Astrología y toda clase de mancias lo acreditan… “enamorados del Tiempo/ aferrados como hormigas/ a telescopios espaciales/queremos tener del pasado, buscamos/ restos anticipados del plan cósmico/ que nos exterminará/ sin ninguna palabra”.

 

Por ello, más allá del futuro que se nos niega, nace una nostalgia, una sensación de pérdida de aquello que el hombre antiguo podía adivinar, abrazar con esperanza, o temer con terror, y hoy ya no se ve, porque ya no hay otros ojos que los “de no ver”.

 

En suma, este libro contiene una poesía ambiciosa que no naufraga ni un instante. Poesía hondamente humana, que despierta gozo estético por donde se la observe.

 

Precisamente por ello, dejemos que la voz del poeta y la emoción estética del lector terminen de arrullarnos sin explicación, una prueba de lo que hallaremos multiplicado en “La Nostalgia del

 

futuro”:

 

 

“…preguntar, preguntar y ahogarse/

 

hundidos en el mito/

 

creyentes del absurdo,

 

falsos devotos,

 

sin tonsura ni bendición,

 

cantantes mudos de arias inefables

 

en catedrales bombardeadas,

 

amantes de las tumbas vacías,

 

al sol de piedra

 

de las religiones caníbales,

 

somos sangre seca de generaciones violentas

 

reaparece en los sueños,

 

discurrimos entre viejas acequias

 

en busca de un altar

 

donde morir, preparamos las últimas palabras

 

que apenas comprenderán

 

en su dulzura, ciertos criminales”.

 

 

* Docente y escritora. Colaboradora

 

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