Sabado 27 de abril 2024

Los sabañones y el progreso

Redaccion Avances 17/12/2023 - 15.00.hs

Juan Aldo Umazano *

 

Todo comenzaba con una picazón; el lugar se ponía colorado y de tanto rascarse se formaba una pelotita del tamaño de un grano de maíz que nos traía incomodidad durante todo el invierno. Los sabañones salían en los dedos de los pies, los dedos de las manos, las orejas. En las orejas,según los mayores, aparecían por el roce de las bufandas de lana.

 

En las mañanas frías, el primero que se levantaba corría y ponía los pies en el fuego de leña y refregaba sus manos como envolviendo el calor; un cosquilleo alegre recorría la sangre por haber encontrado un lugar privilegiado despertando la envidia de los que llegaban tarde. Por esa manera de calentarnos, aparecían los sabañones.

 

Mamá, que había prendido el fuego, nos advertía:

 

- ¡No se arrimen que se van a quemar!

 

Por un lado, quería protegernos y, por el otro, deseaba que estuviésemos calentitos. Recuerdo que nos servía el café con leche con sanguches de chorizo seco y pan untado con manteca casera que se conservaba dentro de una taza con agua fresca. Terminábamos de desayunar, nos poníamos el delantal, alzábamos lo útiles y nos íbamos a la escuela donde nos peleábamos por estar frente al fuego que adelante tenía una reja.

 

-¡No hay que dejar apagar el fueguito!-, decía mamá, y arrimaba las palmas de las manos a las llamas como midiendo la temperatura. Ese fuego se alimentaba todo el día.

 

Después de cenar, esa lengua movediza, motivaba a mamá a soltar la suya contándonos algún relato que nos atrapaba. Aquellos momentos eran inolvidables; las palabras y los gestos grababan en nosotros imágenes para siempre.

 

2.

 

Hoy, ya no se cuentan historias frente al fuego, los niños encienden la televisión para ver la imaginación del otro. Lo que aparece en ella no tiene la magia de mamá. Menos el teléfono, que se reduce a pequeñas imágenes con voz chillante que nos aísla del entorno que puede ser una sala de espera, un restaurán, la calle; con el peligro que nos atropelle un auto, una moto, o uno mismo llevándose por delante un árbol.

 

Mamá cuando hablaba, tenía un calor de manta artesanal.

 

Pasó el tiempo, el gas llegó, y se llevó todo lo que nos daba aquel fueguito. También se llevó la cocina a leña, y el farol Petromax que fue reemplazado por la lamparita eléctrica. Recuerdo que para encender el farol Petromax era todo un ritual: había que ponerle kerosene, cambiar la mecha -si estaba vieja-, encenderla, regular su intensidad; lo hermoso que esa luz amarilla, sensible al más débil soplo nos comunicaba de otra manera; era también cuando papá nos proyectaba sombras chinescas en las paredes y las acompañaba con relatos improvisados. La estética estaba al servicio de un juego que nacía desde esa luz amarilla sobre paredes de barro pintadas de blanco.

 

Hoy nos quedan dos caminos; detenernos en aquellos tiempos cuando sufríamos los sabañones, recordar esos relatos con sombras chinescas que son tan viejas como la luz, o expresarnos como un artista, montando un espectáculo teatral para recordarlas y asumir la inevitable marcha hacia el “progreso” que nos trajo nuevas comodidades.

 

* Dramaturgo, titiritero, escritor.

 

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