Miércoles 24 de abril 2024

Manifiesto contra el Amor Romántico

Redaccion Avances 28/08/2022 - 06.00.hs

¿Cómo no morir de enamoramiento? El amor en tiempos de feminismos reversiona los vínculos sexo-afectivos hasta desentenderlos de los parámetros Disney, Hollywood y cuentos de hadas.

 

Victoria Santesteban *

 

Acaso el amor romántico no es la trampa que nos somete?, pregunta Carla Castelo al inicio de su Manifiesto. “Vivimos atormentadas por nuestra idea sesgada del amor. Y no cualquier amor. Ese amor doloroso. Cautivante. El amor que se lo juega todo. El incomprendido. El amor que se fue. El anhelante”. Ese amor que atrapa a varones, mujeres, a trans, y no distingue entre orientaciones sexuales: “nos atraviesa a todos con el encanto y el veneno de la estúpida flecha de Cupido”. Morir y matar por amor aparece en estas conceptualizaciones románticas y así, “odiar y amar en estos términos están peligrosamente cerca”. De ese amor no se puede vivir, porque es un amor mezquino, que se roba todo el sentido de la vida. Castelo desmenuza la idea del amor romántico a la vez que critica al feminismo aburguesado, de elite y académico que no entra en las villas. Y también pone sobre la mesa la violencia entre parejas homosexuales, para salir de la heteronorma como estrategia contra el amor hegemónico. La idea del amor romántico no funcionó. Inventemos otra cosa. Vayamos en contra de los siglos. Es la propuesta de la autora con su manifiesto contra el romanticismo. La empresa es alocada, construir una nueva idea del amor donde no haya opresores y oprimidos. Para no morir de enamoramiento y vivir de amor.

 

Romántico.

 

La idea de amor romántico es una idea aplastante, de veneración y maltrato, de abrazo cálido pero amenazante, de sustracción y obsesión que nos ha mantenido abstraídas de otros placeres de la vida, hasta de nosotras mismas, explica Castelo. La desestructuración de esta construcción romántica sobre el amor es liberadora, entonces, en tanto esa romantización nos hace débiles y vulnerables, frágiles y necesitadas. Los espacios conquistados y la posición feminista tampoco nos libera per se de esos mandatos tradicionales: “aunque más libres en lo sexual y en lo económico, nuestra dependencia del amor, del hombre que nos cuida, es casi instintivo”.

 

Pasional.

 

Es ese amor romántico el responsable de tachar de pasionales a los femicidios, y la autora recuerda su labor periodística en los noventa, cuando juzgar e informar con perspectiva de género era todavía utópico. Castelo escribe sobre el femicidio de Carolina Aló, en 1996, perpetrado por su pareja Fabián Tablado que le mandaba flores desde la cárcel con la espectacularización de los medios. “No había forma de desentramar el discurso que indicaba que detrás de los crímenes lo que había era amor. Enfermo, desquiciado, provocado, merecido. Un amor inquietante que nos amenazaba a las mujeres que elegíamos de alguna manera ser un poco más libres”. Por esos años, el femicidio en manos de Carlos Monzón, la violación del Bambino Veyra, los consejos de Utilísima y de Ser Padres hoy, acostumbraban las existencias para aguantar convivencias insostenibles. Bajo la premisa falaz de que eso era amor, hemos sido “víctimas del sacrificio patriarcal.” Todo este andamiaje simbólico hizo que los golpes se justificaran con liviandad y la idea de que el amor llevara a la muerte resultaba familiar. Así, todas las aberraciones soportadas por las mujeres se naturalizaban hasta instalarse que tener un marido resultaba más fundamental que preservar la vida: “y dar la vida en una historia de amor no dejaba de ser visto como romántico”.

 

Morir.

 

Nos hemos acostumbrado al amor romántico a fuerza de poemas, canciones, relatos, películas, historias en las que se anunciaba nuestra muerte como una posibilidad cierta. La violencia simbólica sirvió de refugio para femicidas, que mataban por –esa idea– de amor. “Todos los clichés del amor romántico fueron usados para asesinarnos”. Y por más avances feministas, el consumo de novelas rosas legitimadoras de esos clichés continúa consumiéndose por las mujeres del siglo XXI. La trama del encuentro de una pareja joven, la separación, el reencuentro de los enamorados y el final feliz se repite incesantemente para sumarse a los cuentos de hadas que consumimos de niñas. Se nos graba la espera del príncipe, la pérdida del libre albedrío, el rescate de la soledad, para lo que debemos cumplir con dos requisitos: ser bellas y dóciles. Los mandatos se van actualizando, hasta colmar la cotidianeidad sumiéndonos con demás requerimientos adosados: madres abnegadas, buenas esposas, buena figura y buen carácter, trabajadoras y profesionales a la vez que displicentes, tiernas y aguerridas, “dispuestas a realizar las tareas del hogar en tacos altos”. De esta manera, las conquistas feministas para desligarnos de responsabilidades resultaron con la vuelta de tuerca patriarcal en cumplimiento de más responsabilidades, con agendas extenuantes, con jornadas agotadoras para ser mujeres orquesta, maravilla, súper mujeres. “Las nuevas exigencias que tienen las mujeres en la actualidad, sumadas a las viejas exigencias que no terminan de sacarse de encima, llevan inevitablemente a la frustración”.

 

Cuentos.

 

Castelo repasa las películas de Disney que diseminaron imágenes de mujeres decentes y sumisas, pobres y vulnerables, bellas, muy bellas que vivirán felices por siempre sí y sólo sí un príncipe las rescata. La autora va parafraseando a mujeres entrevistadas que hacen el parangón entre esa educación en princesas Disney y sus relaciones amorosas de la vida real. Una de ellas relata: “la construcción del amor la hice primero con los cuentos porque una se imagina a ese príncipe azul que la va a venir a rescatar de todos los dolores, de todo el mal, y que la va a hacer feliz”.

 

Frida.

 

La autora dedica uno de los capítulos a la historia de Frida Kahlo y Diego Rivera como otro de los ejemplos de romantización del dolor. Frida Kahlo se convirtió en ícono feminista por su libertad de amar y su pintura cruel consigo misma, es que era revolucionario en ese tiempo ser una mujer que ama, escribe Castelo. “Amar respondía a una forma de feminismo” que luego se hizo moda, con una Frida como logo que apareció en remeras, cuadros, tazas y mates. “La mujer-dolor como emblema de la mujer emancipada, de la mujer rebelde. Un contrasentido, pero lógico, porque nadie se había atrevido a cuestionar al amor romántico”.

 

Poemas.

 

Los poemas de Alfonsina Storni, de Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath, Nira Etchenique ocupan otro de los capítulos del libro, como muestra artística de los estragos del amor romántico en prosas femeninas, y las denuncias a las injusticias de género batalladas desde las letras: “tú me quieres alba, me quieres de espumas, me quieres de nácar” increpa Storni al varón que hubo “todas las copas a mano, de frutos y mieles” y que la pretende blanca y casta. “Los poemas de estas mujeres están tallados por el dolor”, “son desgarradores” analiza Castelo, y llama a abandonar esos lugares tenebrosos, de “siniestra sensación de intemperie”, “hay que saber salir a tiempo”. 

 

Canciones.

 

Las “canciones de amor” también están llenas de guiños para sufrir, y Castelo hace un repaso sobre las letras más violentas, naturalizadas a fuerza de tarareos y ritmos pegadizos. El machismo no distingue entre géneros musicales: el tango, el bolero, el rock, el reguetón y la cumbia contienen mensajes que deberían asustarnos. Pero Castelo rescata a Sui Generis, a Charly, a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, a Soda Stereo, Sumo y Divididos como excepciones a esa regla, con letras donde hay más ternura, más respeto, donde el amor, aunque todavía con atisbos de romántico, aparece más saludable.

 

Telenovelas.

 

A contrario de lo que podría esperarse cuando toca el turno a las telenovelas de la tarde, Castelo reivindica en cierto punto esos guiones como vía de escape para muchas mujeres a una cotidianeidad agobiante, para encontrar algo de feminismo en esas escenas que se metían en el hogar. A pesar de estar sometidas al amor romántico, las protagonistas de esas novelas comienzan en una situación vulnerable de la que logran salir. “No dejan de estar impregnadas de todos los clichés que se esperan de las damas, pero también podrían ser un grito feminista en la oscuridad de mediados de siglo XX”. Castelo hace un repaso sobre algunas telenovelas y si bien comparte la tesis reivindicatoria de Cecilia Absatz respecto de cierto feminismo en esos contenidos, también entiende que el género mantiene estrictamente todos los estigmas que padecemos las mujeres: ignorantes en comparación a los varones, vulnerables, impolutas, bondadosas, gentiles y, “por sobre todas las cosas, debemos morir de amor por un caballero”. En otro de sus capítulos, Castelo también analiza el cine insistente en continuar grabando el mandato romántico y de belleza: las divas del cine encaran todo lo que debe ser una mujer –y un varón– en clara estrategia cinéfila de adoctrinamiento.

 

¿Amor?

 

Ya casi al final del libro, Castelo reflexiona “pareciera que el amor, en vez de ser aquello que nos enlaza en redes, aquello que necesitamos para sobrevivir, el abrazo inmenso, el beso deseado, el goce, la alegría, ese refugio que buscamos la noches de tormenta, esa búsqueda de amar y ser amado, nos lo venden como la mejor justificación para sufrir, para domesticarnos, para anularnos”. El amor real poco tiene que ver con el romanticismo, con los bombones y las flores que en verdad son rejas. Las mujeres ya no queremos que el amor sea motivo de nuestro sufrimiento, denuncia la autora, porque estamos cansadas de recibir ositos de peluche para después terminar enredadas en relaciones nocivas, con la ilusión de Disneylandia que la bella va a cambiar a la bestia. Hay que estar entrenadas para salir de ahí, para ir contra la corriente romántica que nos entrampa a pesar de las banderas rojas. Y la autora recuerda: no es nuestra culpa caer en esos precipicios. A nuestro rescate sororo no irá un príncipe azul, serán sororamente otras mujeres, terapeutas (con perspectiva de género), sobrevivientes, otros compañeros y compañeras que nos convenzan de que el amor es otra cosa. “Solo hay que soltar lo que nos duele. Porque si duele, ya lo sabemos, no es amor”. 

 

* Abogada, Magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles

 

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