Lunes 12 de mayo 2025

Plenipausia: resignificar el cambio

Redaccion Avances 11/05/2025 - 09.00.hs

“Una pausa plena de sabiduría”. ¿Suena poético no? Es lo que viene a proponer el término plenipausia: reconectar con el cuerpo y las sensaciones físicas para así transitar de manera consciente esta etapa de la vida.

 

Nadia Villegas *

 

En el siglo XXI, las mujeres vivimos hasta un tercio de nuestras vidas después del día de la menopausia. Cuando leí ese dato en el diario El País, caí en la cuenta de la importancia de ponerle palabras a esos momentos.

 

Entre tanto síntoma, caras de malestar en artículos que hablan sobre menopausia y un discurso social que nos pone el cartel de “vieja” cuando pasamos los cuareti tantos o cincuenta, me resistí a tomarlo de esa manera y como acto de rebeldía hurgué hasta encontrar contextos y voces más amables que se refieran a la temática.

 

En un mundo que todavía se incomoda cuando las mujeres hablamos de nuestros cuerpos sin pedir disculpas, quise entender más.

 

“Me interesa poner sobre la mesa esto que sentimos y estimular a que podamos hablar y que cada una pueda ser escuchada sin juzgamiento”, dice Cecilia Morales, licenciada en Obstetricia, que trabaja de manera independiente y autónoma en el área de la salud sexual, genital, reproductiva y no reproductiva de las personas.

 

No es la primera vez que la escucho hablar de sus saberes. Recuerdo perfectamente, meses atrás -en el marco de otra entrevista-, la firmeza en su voz, la seguridad con la que se expresaba. No era sólo una profesional compartiendo información; había algo más. Una pasión sostenida en la experiencia, una convicción que brotaba del cuerpo, como si cada palabra estuviera anclada en años de acompañar, de escuchar, de estar al lado.

 

Cuando habla de “nosotras”, no lo hace en abstracto. Nombra con claridad: las adolescentes, las jóvenes, las que están por parir, las que ya han parido, las que transitan la plenipausia. Su mirada es amplia, generosa, y tiene esa calidez que no se estudia en ningún lado. La misma que vi aquella vez cuando, con una mano sobre la mesa y la otra haciendo gestos en el aire, explicaba por qué era necesario devolverle dignidad a los procesos femeninos.

 

Hablar, decir, contar, escuchar y rodearse de otras. Los condimentos de una receta, podría decirse, milenaria pero que poco se difunde. Cecilia se centra en ello. En lo importante de poder cotejar con otras eso que nos pasa. Asegura que el gran miedo detrás de esto es la vejez. Porque la menopausia para el inconsciente colectivo es la abuela. Pero nada más lejos de la mayoría de las mujeres hoy en día. “Hay que desarmar eso porque ellas hoy están más activas”, dice.

 

No da rodeos, no baja el tono para complacer. Habla desde un lugar de compromiso profundo con la salud de las mujeres, pero también con nuestra libertad. Su manera de estar en el mundo -como profesional, como mujer- deja claro que lo suyo no es una postura más, sino una forma de acompañar la vida.

 

Estamos frente a frente. Entre nosotras, una mesa pequeña sostiene dos tazas de té de jengibre. Ella lo toma despacio, para no forzar la voz castigada por una gripe que no termina de irse. Dice que no hay una edad exacta en la que comienzan los cambios. Que a veces llegan de golpe, a veces de a poco, sin anunciarse del todo. Esa falta de precisión, sumada al descreimiento, a los mitos y prejuicios que aún persisten, hace que muchas veces la menopausia se viva en silencio. En soledad. Sin nombrarla.

 

Pero enseguida, como quien abre una ventana, deja entrar un poco de luz. Habla con optimismo: desde hace un tiempo, asegura, las mujeres empezaron a poner el tema sobre la mesa. A mirarlo de frente, sin vergüenza. Hay algo que está cambiando. Una transición, como un puente que se empieza a tender entre lo que fue y lo que puede ser. Y en algunos espacios, por fin, se empieza a hablar.

 

Perimenopausia.

 

Sus manos descansan sobre la taza caliente. No hay tensión, pero tampoco hay descuido. Habla desde un lugar donde la experiencia no pesa, sino más bien acompaña.

 

Aprovecho el momento para preguntarle sobre lo previo a la menopausia y me lo explica de una forma sencilla. “Lo mismo sucede con las niñas cuando comienzan a tener cambios físicos. Hay un paralelismo entre esos dos momentos vitales: cuando empezamos a volvernos cíclicas y cuando esa ciclicidad comienza a volverse irregular”, dice.

 

Y ahí aparece la palabra: perimenopausia. Un periodo elástico, indeterminado. Puede durar unos meses, o años. A veces pasa sin ruido. A veces lo cambia todo. Es impreciso.

 

Lo que sí ocurre, aclara, es que el cuerpo empieza a hablarnos de otro modo. Se modifica el pulso interno. Cambia el lenguaje con el que nos comunicamos con nosotras mismas. Y eso justifica -sin patologizar- esa mezcla de sensaciones que nos recorren, que a veces incomodan, que a menudo no sabemos cómo decir.

 

No síntomas. No enfermedad. Solo una nueva manera de habitarse.

 

Salud Mental.

 

Su voz baja un poco, como si estuviera más cerca de sí misma que de mí. Empieza a hablar de eso que no siempre se dice, pero que muchas sienten: cómo afecta a la salud mental de la mujer estos cambios hormonales. Morales afirma que todo está relacionado en nuestro organismo. Y si de lo hormonal se trata, es una cuestión que influye. Me explica que hay una rama en la medicina que se denomina psiconeuroinmunoendocrinología (PNIE), uniendo varios aspectos del ser humano.

 

Es una ciencia interdisciplinaria que estudia la interacción entre la mente (psiquis), el sistema nervioso, el sistema inmune y el sistema endocrino, y cómo estos sistemas se comunican entre sí y con el entorno. En esencia, la PNIE explora cómo los procesos mentales pueden afectar la salud física y, viceversa, cómo las condiciones físicas pueden influir en la salud mental.

 

Plenipausia.

 

Se dice mucho de transición, de cambios en varios aspectos del ser, pero para Cecilia es un más “barajar y dar de nuevo”. Cree que, tal vez, el cuerpo pide bajar un poco la intensidad o si nunca se hizo nada con el cuerpo, empezar a pensar en hacer algo de ejercicio físico. “Lo hormonal está directamente relacionado a nuestros hábitos”, sentencia.

 

En términos médicos la perimenopausia sería lo que rodea, la previa, el periodo de transición.

 

Y hablamos de menopausia cuando pasó un año del último sangrado. Lo que sería dejar de tener un pulso cíclico. No hay sangrado, pero si todo lo demás: la ovulación, las hormonas. No es que desaparecen como parece.

 

Después de ese año, se entra a otro periodo de estabilidad. Es por ello que cree que debemos desarmar la idea que tenemos y que comencemos a hablar de plenipausia.

 

¿Por qué trabajar desde la plenipausia?

 

Me resonó profundamente porque me pareció esperanzador: pensar la menopausia no como una enfermedad, sino como una etapa más de la vida. Sacarla de ese lugar patologizante al que tantas veces se la relega. Es un proceso que muchas veces se vive en silencio, atravesado por mitos, y que suele reducirse a una consulta médica. En el entorno ginecológico, la respuesta más común es la hormonización. Yo elijo otro camino. No niego que en ciertos casos pueda ser necesaria, pero creo que, la mayoría de las veces, podemos transitar este cambio con otras herramientas. Creo en acompañar el proceso sin medicalizarlo. Escucharlo. Darle tiempo. A veces basta con ponerle palabras, un cambio en la alimentación, o la incorporación de alimentos que llamo medicina: esos que aportan lo que el cuerpo ha dejado de producir.

 

Me gusta estar cerca. Acompañar los procesos femeninos como lo hacían las parteras de antes. Volver a esos saberes de mujer a mujer. El mundo cambió, claro. Pero me gusta tomar eso de mi profesión: estar, sostener, compartir. Ser presencia en las distintas etapas de la vida.

 

Las palabras se mezclan con el aroma del té, con el ruido lejano de un perro que ladra y una ambulancia que se diluye. Los temas se encadenan unos con otros, como si cada anécdota, o situación abriera una puerta nueva. Y es así que llegamos a una recomendación, una guía y herramienta a la hora de trabajar en la temática. El libro “Mi primera menopausia” (Editorial Chirimbote), de las autoras Paula Valeria Sánchez y Ana Peré Vignau, es una invitación al encuentro. Con historias en primera persona y aporte de especialistas, busca que sea simple y cotidiano hablar de lo que pasa en el climaterio.

 

En seis capítulos ahonda, entre otros temas, en alimentación, placer y deseo, energías, salud integral y terapias complementarias para esa etapa de la vida de las mujeres sobre la que abundan prejuicios.

 

Fitoterapia.

 

Otro de los saberes que le gusta compartir a Cecilia Morales -y que aprendió de forma autodidacta- es el de la medicina con plantas. Vivió cuatro años cerca de El Bolsón, y fue allí donde empezó a conectar con ese mundo sutil, cercano, al alcance de la mano. “Un tipo de medicina integral, más económica, que nos devuelve autonomía”, la describe. Y asegura que la industria farmacéutica, de alguna manera, nos despojó de esos conocimientos. En la facultad incluso se los suele despreciar.

 

Pero hay plantas que están ahí, a mano, y que son grandes aliadas a su entender. Habla de la salvia de jardín: rugosa, gris, discreta, pero poderosa. “Contiene fitoestrógenos, sustancias similares a los estrógenos, y suele ser una de las primeras que recomiendo para empezar a conectar con este tipo de medicina natural. Puede tomarse en infusión o en tintura: formas simples de incorporar sus beneficios a lo cotidiano”, afirma.

 

La artemisa y la planta de cannabis son otras grandes compañeras. La artemisa es especialmente útil en procesos femeninos, y el cannabis, en forma de ungüento, puede ser un gran aliado para la zona vaginal.

 

La idea para Cecilia es simple: que cada persona pueda armarse su pequeño botiquín.

 

Recuperar estos saberes, compartirlos en los talleres, y así desmedicalizar también esta etapa de la vida.

 

La propuesta.

 

“No es una clase. Es un ida y vuelta”. Así define a las rondas de encuentros donde reúne a grupos de mujeres para conversar sobre Salud Sexual y Menopausia, una vez por mes en el Multiespacio Cheje, de Santa Rosa. “Lo pienso como un espacio vivo, que se abre a la palabra y a la escucha. Para muchas, es un momento particular de la vida. Marca un quiebre, un volver a una misma. Venimos de una educación que nos preparó para dar, sostener, producir. Siempre hacia afuera. La propuesta es otra: que esa energía vuelva a vos. Que te mires, que te escuches”, me explica.

 

Se la percibe notablemente emocionada. Sus manos y su expresión así me lo dicen. Y como si eso no me bastase le pregunto qué es lo que la conmueve de esta tarea, de estos encuentros.

 

“Siempre surge la emoción. Que nos podamos tomar un tiempo para charlar, para abrir el corazón y compartir ese mundo de la intimidad. Por mi parte, trato de ser cuidadosa y al mismo tiempo agradecida por la apertura”.

 

En el espacio, además, trabajan juntas el concepto de sexualidad, porque muchas veces queda reducido a la genitalidad. “Pero el deseo cambia, la frecuencia cambia, y está bien. La propuesta es elegir calidad en vez de cantidad. Darle otro lugar al placer, al vínculo con el cuerpo”. Y agrega: “En los talleres hay risas cómplices, se comparten recetas, historias, secretos. Esa cosa rica de lo grupal, que solo se da cuando nos animamos a abrirnos”.

 

La tarde avanza y decidimos poner un stop en la charla interminable. Como esas que debe tener Cecilia Morales con cada una de las mujeres cuando el motivo no es ni más ni menos que ese: poner en palabras eso que se siente, creando un pequeño ritual compartido. En definitiva, de eso se trata ¿no? De acompañarnos. Como antes, como siempre. Pero con palabras nuevas. Las tazas están vacías. Pero la sensación es que todo recién empieza a decirse.

 

* Periodista

 

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