Lunes 05 de mayo 2025

Una novela valiosa

Redaccion Avances 27/10/2024 - 08.00.hs

La nueva novela de Angeles Alemandi fue presentada en septiembre en las instalaciones de la librería 451. La autora nos narra una historia en donde el paisaje no es un telón de fondo, sino refleja en imagen lo mismo que los episodios revelan.

 

Gisela Colombo *

 

El sábado 14 de septiembre la librería “451” de Santa Rosa congregó un grupo de gente ansiosa por conocer un nuevo libro de Ángeles Alemandi, autora y periodista santafesina, pampeana por adopción, que vive hace once años en General San Martín, provincia de La Pampa.

 

Se trata de “Como si nada llorase en el monte”, una novela netamente pampeana. Si algo tiene esta nueva ficción de la autora, es la transformación de los verdes en ocres y del humus en sal. Es que Alemandi nos narra una historia en donde el paisaje no es un telón de fondo, sino refleja en imagen lo mismo que los episodios revelan.

 

En este punto de nuestra literatura, nadie cuestiona que el horizonte pampeano habla de la resistencia, de una intemperie que no hace sino probar el temple de quienes hincan sus raíces en él.

 

El relato recorre un fragmento de la vida de “la mujer”, que vive en un pueblo salinero pampeano.

 

La acción ocurre alrededor de los años setenta, aunque jamás se menciona.

 

En el inicio, un embarazo avanzado ubica a la protagonista en una casa de pueblo, sola, apenas acompañada por el personaje que se nombra como “la vecina”. Con ella comparten los fondos de las casas, lo cual las hace testigos, a ambas, de los hechos que ocurren del otro lado de la medianera. Será la “vecina”, quien auxilie a “la mujer” en momentos relevantes.

 

En efecto, la vecina obra aquí como un sostén en una serie de sucesos que irán llenando de acción el relato, aun cuando nunca se quiebre esa gravitación de sitio en que jamás pasa nada.

 

Nacerá la niña y su madre la desconocerá. Como si la beba supiera de ese rechazo, no hará nada más que llorar, sin pausa, con un descontento desesperante, que ya tiene el tufillo de lo maligno. Nadie logrará calmarla.

 

El llanto inconsolable de un bebé, este hecho común en grado relativo, se extrema por medio de la hipérbole, generando un impacto de incomodidad mucho más honda. Tal es el esquema paradigmático del realismo mágico. Al hiperbolizar un hecho posible, pero llegado a un punto inverosímil, a un grado absoluto, irrumpe la magia. Es decir, aquello sobrenatural que, sin embargo, no rompe del todo la realidad. Por ello no genera extrañamiento.

 

En esta historia el llanto de la niña es una primera señal de realismo mágico. Llora sin pausa, como llueve en Macondo después de la masacre de los trabajadores del banano, cuando se desata una lluvia que dura cuatro años, sin interrupción.

 

En esta misma dinámica real-maravillosa que se da en muchos productos de América hispana durante el Boom nos hablará la novela. El tono y los paisajes recuerdan, más la obra de Juan Rulfo, que ninguna otra. Rulfo es, sin dudas, el más distinguible de los referentes, más allá de si es o no deliberada su relación.

 

A distancia de esas décadas del siglo XX en que brillan Cortázar, Carlos Fuentes, Reinaldo Arenas, García Márquez, entre otros, se reedita en esta novela no sólo un sentir, sino también una estética. Lo cierto es que el discurso desliza una cosmovisión emblemática, que supone un concepto de realidad mucho más amplio que el realismo empírico o meramente materialista. La realidad vista así convoca otras dimensiones no perceptibles a simple vista. Y es precisamente en esa visión en la que descansa el misterio que sostiene todo el relato.

 

¿Está o no está maldita esa niña?; ¿Es o no “Clara”?; ¿Nace con ella, o no, la ruina del pueblo? Son las preguntas que se hace uno, como lector.

 

Giro.

 

Una espera lenta y solitaria de “la mujer”, que lava y cuelga ropita de bebé al sol, con un embarazo a término, se quiebra abrupta. Sin previo aviso se desencadena el nacimiento. Y la halla indefensa, frente al giro de la suerte. Lo imponderable, lo que se niega a ser programado, irrumpe como un maltrago que obliga a la víctima a vestir a su beba con ropa extraña, que hasta huele mal. Que huele, sobre todo, “ajena”. Pero eso no será más que el primer peldaño de descenso. No se tratará solamente de la ropa. La misma niña para quien había acuñado el nombre de “Clara”, ha vestido la piel equivocada. Su madre no reconoce a la Clara que había anhelado y siente que ese nombre ya no le va.

 

Estas mismas inquietudes arrastran a la “mujer” y la “vecina” hasta la “chamana” que, lejos de disipar dudas y hacer comprensible la condición de la niña, agrega confusión, protege el misterio y revela la condición inexorable de lo que se nombra. Por eso, es imperioso subsanar el nombre acuñado.

 

La chamana confirmará que esta niña no es “Clara”, como si el nombre fuera previo y más esencial que la niña de carne y hueso. A ella toca amoldarse al nombre, en cambio de ser el nombre quien se amolde a ella. Como consecuencia, y habiendo mediado unos rituales oscuros, la “mujer” le impone otro nombre a la beba.

 

El tópico del Logos creador mediante el pronunciamiento de la palabra, tan presente en el realismo mágico, goza aquí de excelente salud.

 

Más allá de que sea un ingrediente efectivo a la hora de generar atmósfera, el texto nos convida a una lectura menos ingenua que la de considerarlo un mero recurso expresivo.

 

Expectativa y realidad.

 

Lo que se manifiesta claro desde estos primeros episodios es la desconexión entre lo anhelado y lo que finalmente se hace acto. O, por decirlo de otro modo, aquí la voz humana no tiene la última “Palabra”, al menos durante la travesía.

 

Nombres.

 

Es curiosa la elección que se hace para nombrar a los personajes. “La mujer” y “la vecina”, estas formas impersonales, proponen de antemano una despersonalización que reduce a estas mujeres a funciones. Las dimensiones del ser que no refieran a las funciones de esposa y madre, o la de ser auxiliar de otra mujer, resultan indignas de comunicarse y vivirse abiertamente. Están destinadas a guardarse en la intimidad del ser, sin posibilidad de expresión alguna.

 

Mientras el bebé que se espera es “Clara”, luego, al nacer, ya no lo es. No encaja con el nombre de “Clara”. “Clara” podría referir la comprensión plena, lo diáfano de una verdad develada. Siguiendo esta lógica, lo que parece ser la verdad, no lo es, como si se tratara de un presagio que anticipa el final de la historia.

 

Pero, ¿qué retrata el nombre “Leticia”, el sustituto que elige “la mujer” para esta hija decepcionante? El nombre proviene de “Laetitia” que en latín significa “Alegría”, “goce”, “felicidad”. Consciente o no, la autora escoge este nombre para que sea la elección de su personaje. La niña se torna, entonces, expresión de la felicidad esperada y deseada que se trunca por motivos que la protagonista no domina ni comprende. Leticia, promesa de felicidad, no es más que decepción. O una mentira. Aquí parece encerrado el núcleo emocional de la obra. Una incongruencia entre las expectativas, los deseos, y lo que finalmente ofrece la realidad.

 

Pero a Leticia le seguirá otro embarazo, esta vez no deseado, como si la mujer hubiera gastado toda la esperanza en el anterior. Y, una vez más, un hecho inesperado le trae lo contrario. En este caso, la claridad: “Clara”. La segunda hija sí se llamará “Clara”, la que ha sido llamada para comprender y hacer comprender.

 

Será ella quien, ya adolescente, podrá desentrañar el hilo de todo el conflicto, que inicia en la naturaleza de su hermana y acaba con la ruina de un pueblo entero.

 

Opiniones.

 

Algunas opiniones vertidas en la convocatoria arrojaron hipótesis respecto al tema de “Como si nada llorara en el monte”. La posibilidad que primero se esbozó fue un desafío de maternidad. Es cierto que el punto de partida aquí es una mujer a punto de dar a luz, atravesada por la intimidad de una conciencia que no comulga con salirse de sí para maternar. Pero la historia de esta mujer evoluciona hacia otro lado.

 

Si a eso sumamos que existe una indagación del conflicto social, de la acción comunitaria, de los excesos del capitalismo y la debilidad obrera, evidentemente, el tema excede una cuestión de vínculos parentales.

 

Otras miradas plantearon que el conflicto podría ser la vida en un pueblo chico. El ya consabido “pueblo chico, infierno grande”. Pero el pueblo no parece ser el agresor. No son las intrigas sociales las que encarnan los dolores.

 

A la luz de Rally de Santos, ópera prima de Alemandi, un tema vital parece emerger en ambos casos. Y, como en aquel texto, tampoco aquí se resuelve el dilema.

 

 

Allí, donde las creencias religiosas sufren una reducción a la superstición y la irracionalidad son, sin embargo, las que paradójicamente conducen el rally de la acción. Aquí, quien sostiene la tensión es precisamente el elemento sobrenatural. El misterio, la sospecha de que la niña que nace es la maldición de todo el salitral, de su gente y su progenie.

 

Hacia el final, el relato busca el efecto insólito, una racionalización que explica lógicamente el misterio. Ahí se impone, entonces, la línea del relato que consistía en el conflicto laboral. La problemática social que provoca una huelga de los trabajadores salineros es la medida de todas las cosas. Prevalece explícitamente una explicación inmanente, con esa faz tranquilizadora de lo insólito. Lo insólito, que consiste en algún momento en que el texto genera duda sobrenatural, pero finalmente el conflicto se debe a causas completamente comprensibles desde la lógica empírica. El alivio promete una realidad que no excede en nada lo que vemos con los ojos.

 

Aun así, la fuerza del misterio no se disipa y sigue insuflándolo todo, desde la sombra.

 

El estilo, que está construido como pieza de relojería, con una prosa accesible, rítmica, jamás previsible, pero tampoco extravagante, despliega una sensibilidad metafórica que, por momentos, se aproxima a lo lírico.

 

Según confesó la autora en la presentación, la labor minuciosa de corrección se ha dejado auxiliar por dos clínicas escriturales: la de Carla Maliandi y la de Mauricio Koch. El resultado es una novela valiosa y, sin dudas, recomendable.

 

* Docente y escritora

 

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