Martes 06 de mayo 2025

Vampiros en la región

Redaccion Avances 25/08/2024 - 09.00.hs

La leyenda de Drácula en la literatura, el cine y la historia de algunos países, que aún hoy le rinden homenaje. La escritura prendida a la tierra es un proyecto que ha sido practicado en La Pampa como una manera de dar una identidad.

 

Daniel Pellegrino *

 

En Sighisoara (Transilvania), Rumania, la casa natal de Vlad Tepes, (pueblo cuyo casco céntrico conserva aspecto medieval, callejuelas adoquinadas, pasajes, faldeos de sierra, la voracidad de los turistas) conviven el pasado histórico y el histrionismo de Hollywood. En ese lugar se alza un edificio restaurado, sencillo, de dos plantas: la de abajo con tiendas para turistas, y en la de arriba restaurante de comidas típicas y un busto extremado de Vlad Tepes con su icónica nariz ganchuda, su gran bigote espeso y un tocado, un gorro, adornado de perlas que en la frente lleva una estrella de ocho puntas, un rubí en el centro, rodeado a su vez de siete perlitas. El retrato más difundido de Vlad fue pintado unos cien años después de su muerte, y aún no se sabe si es el verdadero “Empalador” o su padre, o bien es una idealización genérica de los príncipes valacos (de Valaquia), otra región de Rumania donde gobernaron los dráculas o ‘dragones’.

 

Si se va por el flanco del edificio, se accede a la trastienda del restaurante y por una escalera de madera se asciende a la ‘Habitación Drácula’ ornamentada y decorada de acuerdo a la vasta cantidad de películas que Hollywood hizo sobre las andanzas del conde, el vampiro inmortal que no brinda su imagen al espejo y que solo se rinde ante la cruz católica, el agua bendita, la ostia y una estaca de madera clavada en el corazón. Caen arañas a medida que uno asciende por la escalera, vuelan murciélagos que penden de un hilo, hay música tétrica, luz roja y un ataúd abierto con un Drácula letárgico, que en un momento imprevisto se alzará para provocarnos el gran susto del “No muerto”. Este Drácula que me tocó tenía una extraña pinta de hombre latinoamericano, centroamericano más precisamente, de piel cetrina, regordete de cara.

 

El novelista irlandés Abraham (Bram) Stoker (1847-1912) popularizó la figura de Drácula como vampiro refinado, apasionado, algo adolescente, pero sanguinario y terrible, deseoso de extender su dominio con sus muertos vivientes (particularmente mujeres) sobre la Europa de la máquina y de la ciencia positiva.

 

Stoker describe a Drácula de acuerdo al retrato histórico. Hollywood, en cambio, lo consagra como un aristócrata de pinta gardeliana, es decir, de tez blanca, sin bigotes, cabello negro aplastado, brilloso, a la gomina, más la infaltable capa como distinción y embozo. El ejemplo clásico es la figura de Bela Lugosi en el filme de 1931, probablemente la mejor interpretación del vampiro de todas las épocas. Más tarde, las reinterpretaciones del cine y del teatro se desvían de mil maneras diferentes; pero Bela sigue brillando.

 

Tanto en la novela como en los filmes primeros, lo que atrae solapadamente es que la figura de Drácula encarna atávicamente los sueños de la humanidad, en particular de los hombres: el deseo de volar, la inmortalidad, los títulos de nobleza, joyas y riqueza, potencia física, la posesión de mujeres, dominio sobre la naturaleza (Drácula puede mudar en murciélago, perro, lobo, sabe provocar niebla, vientos, tormenta).

 

Pero hay un punto sobresaliente y común entre la novela, las versiones cinematográficas, las leyendas y la historia del propio Vlad Tepes (1431-1476): el amor del personaje por su tierra. El histórico (héroe nacional de Rumania), en su momento se hizo católico y derrotó por un tiempo a turcos (entre quienes se había educado) y búlgaros quienes deseaban apoderarse de Valaquia. En su territorio aplicó una guerrilla contra enemigos más poderosos en número y armas, y una táctica disuasoria con drásticas decisiones de tortura y muerte lenta que le valieron una fama universal (Tepes no es un apellido sino un epíteto que significa “empalador”). Una vez organizó un bosque de cientos de personas empaladas para que las tropas invasoras turcas vieran sin pestañear con qué se iban a enfrentar si caían prisioneros.

 

La leyenda de Drácula inspiró decisivamente a Stoker, aunque debemos recordar que en la mitología de la vieja Europa existe el mito de Anteo, aquel dios que solo fue vencido por Hércules cuando lo sostuvo en el aire y no pudo apoyar sus pies en tierra propia.

 

Además, los casos de vampirismo, aquellos que chupan sangre de sus congéneres para vivir bien, han aparecido y han sido estudiados a lo largo de los siglos. El XVIII, siglo de la Razón y la Ilustración, registró una particular atención entre científicos, historiadores y filósofos. El tema del vampirismo estaba tan extendido que el ingenioso Voltaire (1694-1778) lo introdujo en su Diccionario Filosófico y lanzó una humorada: “Nunca hemos escuchado una palabra de vampiros en Londres, ni siquiera en París. Confieso que en ambas ciudades había corredores de bolsa y hombres de negocios, que chupaban la sangre de personas a plena luz del día; pero, aunque corrompidos, no estaban muertos. Estos verdaderos vampiros no vivían en cementerios, sino en palacios”.

 

No hay tierra como la mía.

 

El vampiro de la novela viaja a Londres con cincuenta cajones llenos de la tierra de su país y los distribuye a lo largo de la ciudad para actuar con amplia libertad estratégica.

 

El doctor van Helsing, experto en vampiros e ideólogo de la solución final sobre Drácula, reflexiona: “De los genitales de este mismo Drácula salieron grandes hombres y buenas mujeres, y sus tumbas santifican la tierra donde únicamente puede refugiarse el monstruo.

 

Pues no es poco aterrador el que este ser maligno esté profundamente arraigado en todo lo bueno, hasta el punto que no puede descansar en un suelo carente de sagrados recuerdos”.

 

La sagrada tierra en que se nace y sobre el cual se debe escribir, es un viejo precepto de los defensores de la literatura regionalista. En la Argentina, el profesor y escritor Pedro Barcia (“Hacia un concepto de literatura regional”, 2004) resumió bastante bien las características del apelativo ‘regionalista’. Destaca aspectos positivos como identidad y lealtad a una supuesta sustancia que el artista capta de una región; es una especie de afirmación de la patria y de rescate de aquello que puede perderse para siempre. El aspecto negativo es que la palabra encierra una calificación de literatura de segundo nivel, de consumo interno, sin proyecciones, pintoresca, de color local; es un refugio del resentimiento ante la marginación, postergación, en relación con el centralismo cultural; “es una literatura que nace del complejo y no de la salud creativa”, remata don Barcia. Luego ensaya una idea superadora a través de dar sentido a la expresión ‘literatura regional’, “que se apoya en las materias regionales para encarnar la expresión personal del autor y proyectar una dimensión universal a los temas de su obra”. Otra vez el apotegma de Tolstoi, pintá tu aldea y pintarás el mundo.

 

Esa literatura prendida a la tierra, como la leyenda de Drácula, es un proyecto que ha sido practicado en La Pampa como una manera de dar una identidad y una diferenciación respecto de otras regiones. Ha sido ruta política de agencias culturales del estado desde las primeras décadas de la formación de la Provincia, que han destacado ciertos temas y tópicos de la literatura como los necesarios para resaltar valores propios, pampeanos, y como medio de “dar a conocer” (aun a los propios habitantes de la provincia) una supuesta identidad esencial.

 

Esta propuesta siempre se halla muy cerca del filo del chauvinismo y de propugnar una identidad que se cierra sobre sí misma y rechaza cualquier cuestionamiento e idea de cambio en la formación cultural de un pueblo. Tal actitud dista mucho de pensar el regionalismo simplemente como un motivo y proceso temático más dentro de la esfera literaria. Sería como viajar con un poco de tierra en el bolsillo (con un cajón sería demasiado) para no olvidar cuál es el deber de un escritor regionalista. A veces cuesta entender que se trata de un recurso más del estilo y no un imperativo ideológico.

 

Esta literatura, si todavía resultara dominante, sería una especie de reivindicación vampiresca, una aclimatación de la pasión de Drácula que puede referirse así: chupar de vez en cuando sangre nativa para seguir escribiendo con proyección de eternidad.

 

* Escritor

 

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