Miércoles 21 de mayo 2025

La chance de otra oportunidad

Redacción 21/05/2025 - 09.15.hs

“Tengo 84 pero parecen más”, dice mientras suelta una sonrisa contagiosa y enseguida se escucha un “noooo” unánime del resto de un aula cuya docente y estudiantes se toman una pausa en la clase de Historia. En pocos minutos sonará el timbre y “Chacha”, junto a sus compañeras de cursada, se sentará alrededor de una mesa para compartir un café y unos bizcochos en la inmensa galería escolar. Afuera, la noche con temperatura invernal de un lunes santarroseño invita a quedarse adentro y compartir. Un rato de charla, de socialización y de aprendizajes más allá de un cuaderno y unos apuntes. Es una jornada habitual en la Escuela Provincial Nocturna “Aquiles José Regazzoli” donde adolescentes, jóvenes, adultos y adultos mayores conviven en busca de una segunda oportunidad para algo que quedó pendiente.

 

“Cuando era chica trabajaba en una rotisería y me dijeron que tenía que trabajar o estudiar, y elegí lo primero porque ya ganaba mi plata. Pasó la vida y en algunos momentos pensaba ‘qué lindo sería terminar la secundaria’. Me faltaba alguien que me dijera ‘dale Chacha, metele’. Y acá estoy, súper contenta, es otra vida en la escuela. Algunas materias me cuestan pero estoy muy feliz con lo que hago”, cuenta en la charla con LA ARENA, Elsa Rosa, una de las tantas personas que cada noche elige esa modalidad educativa que ofrece la Provincia en esta ciudad y en el resto del territorio pampeano. De manera presencial o a distancia. Con la garantía de responder a la demanda de cada caso y con la premisa de restituir un derecho. El de la educación.

 

“El caso de ‘Chacha’ es un estandarte para nosotros. Es una persona que vive sola, que no tiene familiares cercanos y que conformó su grupo de contención al practicar newcom. A partir de ese grupo social se vinculó al Regazzoli y aquí encontró un nuevo lugar en donde se reúne con otra gente, dialoga, se enriquece, socializa. Ella hizo el nivel primario en la vieja escuela, cuando no había registros digitales y ni se acordaba el nombre del establecimiento donde cursó. Más o menos nos fue ubicando el lugar geográfico en donde estaba la escuela y después de un gran trabajo de rastreo encontramos su registro. Es una de las cosas por las que nos sentimos orgullosos”, resalta Diego Oliva (44), que desde hace poco más de un año es el director de la Nocturna que funciona en las instalaciones de la Escuela Nº 1, en pleno centro de la ciudad.

 

“El Regazzoli tiene una trayectoria de más de 30 años en la Educación Para Jóvenes y Adultos (EPJA), empezó como una forma de dar respuesta a la administración pública y a empleados de comercio que convivían en la zona del centro y que necesitaban tener el título del secundario. Con el tiempo esa demanda social fue modificándose y hoy esta modalidad educativa es estratégica en el mapa de la provincia porque se trata de dar segundas oportunidades. Y de brindar todas las herramientas y recursos que tiene el Estado, a través del Ministerio, para que cada trayectoria tenga su conclusión”, remarcó Oliva.

 

“Fui docente de la Escuela mucho tiempo y desde hace poco más de un año estoy a cargo de la Dirección. Junto a la asesora pedagógica Gabriela Gómez Rodríguez estamos al frente de un equipo administrativo que en su mayoría son nuevos, así que es un desafío muy lindo que tenemos para cumplir los objetivos que nos propusimos”, agregó el director de un establecimiento que pasó de una matrícula de 250 alumnos a los más de 500 que cursan en la actualidad, en la modalidad presencial y en modalidad a distancia, con las extensiones áulicas como la que funciona en la Escuela 105, en Zona Norte de Santa Rosa.

 

Contención y apoyo.

 

Juan tiene 82 años y comparte el banco con un veinteañero. Escuchan la clase, toman nota y luego comparten el café. Cada uno con sus necesidades y demandas. Pero unidos por el deseo de alcanzar algo que les quedó pendiente.

 

“Me ayuda mucho en la parte cognitiva venir acá, aprender y estudiar. Es uno de los beneficios de haberme decidido a terminar el secundario. Mi último trabajo fue en una cochera y ahí pensaba en cumplir este objetivo. Soy viudo, tengo tres hijos y sobre todo mis nietos me alentaron a que viniera. Y más allá de aprender valoro que estar acá también me saca horas de estar adelante de la tele. Estoy haciendo el quinto año y quiero destacar sobre todo la paciencia que nos tienen las docentes. Eso es invalorable”, relata a LA ARENA Juan, otro de los adultos mayores del Regazzoli.

 

“No terminé el secundario y me fui a Córdoba. Ahora volví y para entrar a la Policía necesitaba tener las materias aprobadas, así que me anoté para terminar el ciclo”, cuenta por su parte Mariano que tiene 26 años y es otro de los componentes de un universo que conjuga diferentes edades, clases sociales y objetivos personales.

 

“Trabajé desde chica y me casé en mi adolescencia. Tuve dos hijos y cuidaba chicos en casa además de criar a los míos. Después trabajé en un jardín maternal y de portera en la Escuela 74. Es decir que tuve una vida vinculada a la educación pero siempre tuve que priorizar otras cosas y no completé el secundario. Ahora me decidí a hacerlo y acá encontré personas muy buenas que nos contienen, que nos apoyan, que nos enseñan, por supuesto, pero que sobre todo brindan cosas muy importantes desde lo humano”, sostiene Lucía, de 66 años, en un aula donde son todas mujeres. Además de ella y de ‘Chacha’ concurren Rosa (66), Lidia (51), Carina (44) y Natalia (43).

 

“Los varones que cursan suelen ser adolescentes y jóvenes, en cambio entre las mujeres hay más mayores. Eso, como se ha demostrado de diferentes maneras, se debe a que en muchos casos se vieron en la situación social de abandonar su trayectoria escolar porque estaba mejor visto que los hombres no dejaran de estudiar y que las mujeres se dedicaran al trabajo en el hogar y demás”, detalla Ana Carolina Bartel, docente de Historia de un lugar donde justamente se encuentran historias personales de esfuerzo y entusiasmo. Como las que se cuentan durante la clase de Matemática, a cargo de la docente Cinthia Tejo que se recibió hace tres años y desde hace uno trabaja en esa modalidad. “Aprendo mucho de los adultos mayores, para mí es muy enriquecedor en lo laboral y en lo personal”, destaca.

 

Flexibilidad.

 

“Arranqué este año a cursar, me quedaban materias y ahora me decidí a completarlas. El apoyo es clave porque los profes siempre están pendientes, atentos a cómo estamos, y eso te da impulso y confianza para seguir”, valora Víctor (55) que tiene una edad similar a la de Patricia (53) y la misma energía para cursar y aprender más allá de horarios, cansancios y demandas cotidianas.

 

“Terminar la secundaria me había quedado en el aire por cuestiones de la vida así que un día vi que inscribían y arranqué de cero. Por más que ya tenía algunas materias quise hacer todo desde el principio el año pasado. Me quedan seis o siete materias para terminar y también me sirvió mucho para relacionarme, para desconectar y concentrarme en algo que es para mí y que me empuja a ver adónde llego, porque me di cuenta que puedo más”, enfatiza Patricia.

 

La posibilidad de anotarse en distintos momentos del año es uno de los aspectos que destaca Oliva respecto a la EPJA. “No es que comienzan en marzo y cursan hasta diciembre, la modalidad tiene una gran flexibilidad y en cualquier momento del año te podés inscribir, por eso brinda respuesta a una heterogeneidad de trayectorias y necesidades. Tenemos tres grupos identificados: estudiantes muy jóvenes con una trayectoria escolar muy cercana. El segundo es un grupo de una franja de entre 30 y 40 años y el otro grupo es toda la franja de adultos mayores de los cuales nos sentimos muy orgullosos. Porque no solo vienen con un objetivo como es la titularización sino con otras demandas como la realización personal, la socialización, contención y como una manera de interactuar además de una forma de cerrar ciclos que no se pudieron cumplir por diversas circunstancias. Por eso es que los lineamientos son flexibles, porque sabemos que es una segunda oportunidad”, dijo a LA ARENA el director del Regazzoli al finalizar otra jornada de trabajo. Las carpetas ya se cerraron, las lapiceras descansan y el refrigerio sirve para la charla distendida, las risas y la reflexión. El café aporta el calor necesario para quienes, con realidades muy diferentes, coinciden en la búsqueda de otra oportunidad. La de educarse. Como lo hace Chacha, una “piba” con ganas de aprender.

 

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