El caso de la mujer descuartizada
Las reinas pasaban con sus carruajes y la gente en las calles aplaudía a cada una de las bellezas. Todo era alegría, regocijo, colorido. La fiesta estaba en su momento cúlmine esa noche de febrero de 1969, y la presencia del entonces gobernador Eduardo Nicolás Gouzden y su comitiva contribuía a enmarcar la tradicional celebración. Los saludos, los gestos de circunstancias, las sonrisas iluminando los rostros eran el reflejo de un festejo que, como año -sobre todo en aquellos tiempos- constituían un ritual de asistencia obligatoria. La Fiesta del Trigo de Eduardo Castex reunía a chacareros de la zona, pero también movilizaba a pobladores de la localidad y de las cercanías, y los acontecimientos llevaban a que las máximas autoridades estuvieran presentes cada vez.
El primer mandatario provincial caminaba entre la gente para dirigirse a su palco de privilegio y, a su lado, diligente, solícito, servicial, un hombre de impecable traje, corbata al tono y lustrosos zapatos negros estaba atento a cada uno de sus gestos. Era Federico Gonzani, Jefe de Ceremonial del Gobierno provincial -y además integrante de los Servicios de Inteligencia- y estaba muy atento a su función. Pero en realidad nadie sabía lo que estaba pasando por su cabeza. Las imágenes se le cruzaban una y otra vez como una película de espanto, pero nadie lo sabía.
Es que esa misma semana un episodio daría un vuelco fundamental a su vida. Pasaría a cometer lo que después técnicamente los profesionales en leyes iban a definir como "uxoricidio calificado". Esto es la muerte de una mujer por parte de su esposo.
Macabro hallazgo.
Aquella mañana del domingo 2 de marzo de 1969, Godofredo Heick, empleado del establecimiento rural de Guillermo Etcheverry, recorría a caballo mientras un perro a su lado husmeaba por aquí y por allá. Cuando el animal se detuvo contra una alambrada el hombre advirtió que algo extraño sucedía. Se acercó, curioso, y observó que alguien había removido la tierra no hacía mucho tiempo... no pudo impedir una mueca de repugnancia cuando se dio cuenta que estaba enterrada una pierna humana. Más tarde, efectuada la denuncia, una comisión policial siguió excavando la zona y halló las extremidades inferiores y el tronco de una mujer joven. En las cercanías también estaban enterradas la cabeza y los brazos con las manos seccionadas. El perito determinó que se trataba del cuerpo de una mujer de alrededor de 30 años, y que su muerte databa de unos 30 días.
El hecho revolucionó a la ciudad y a la provincia en general, pero también ganó las planas de los diarios nacionales que le dieron una amplia cobertura al caso de "la mujer descuartizada en Santa Rosa". Es que las características del crimen y la horrenda amputación posterior por parte del asesino le daban un perfil absolutamente truculento al suceso.
La investigación era dificultosa precisamente porque no se hallaron las manos que -huellas digitales mediante- hubieran permitido una rápida identificación. La Policía, que entonces era encabezada por Franklin Molero Rawson, trabajaba afanosamente pero poco podía avanzar por esa dificultad.
La ausencia de la vecina.
Pero un hecho fortuito habría de cambiar el destino de la investigación. El comisario inspector Dardo Ponce -estrecho colaborador del Jefe- vivía en el barrio de funcionarios ubicado enfrente de la Escuela de Policía, sobre calle Mitre y a escasos metros de Avenida Belgrano. Él y su esposa comenzaron a extrañarse de la ausencia de una vecina, y lo comentaron entre ellos. Cuando se enteraron del hecho de la descuartizada el olfato del policía se puso a full. "¿No será Nieves?", desconfió y trasladó su inquietud a sus superiores. Allí comenzó a desatarse la madeja, y después de un allanamiento a la finca que Gonzani ocupaba con su esposa -desocupada en esos momentos porque el funcionario provincial se encontraba de vacaciones-, aparecieron pistas. Había indicios que en el lugar se había cometido un crimen. Algunas radiografías dentarias serían la punta del ovillo. El odontólogo Casalegno constató que coincidían con otras sacadas al cráneo de la occisa y el círculo se cerró definitivamente.
El crimen.
Después se sabría, el homicidio fue cometido el viernes 31 de enero a las 4 de la tarde. Gonzani declaró más tarde que al levantarse de dormir la siesta se dispuso a limpiar un Winchester calibre 22 y que, al dirigirse al cuarto donde descansaba su esposa Neri Nieves González Arguindeguy para decirle que quería tomar unos mates, y que accidentalmente se le escapó un disparo. El tiro fue fatal e impactó a la víctima en la cabeza.
Gonzani, en sus declaraciones en la Justicia, relató que se atemorizó y decidió seguir con su vida "normal" hasta resolver qué pasos seguir. Esa noche tomó su automóvil y se alejó unos 5 kilómetros de la ciudad. Allí pasó la noche hasta que a la mañana siguiente fue a su oficina en Casa de Gobierno. Por la noche vuelve a pernoctar en su auto en medio del campo.
El domingo 2 de febrero, en horas de la mañana, con un cuchillo de trozar muy filoso empezó el descuartizamiento. Separó las piernas, luego la cabeza y dejó los brazos unidos al tronco. Después en forma separada colocó los fragmentos en bolsas de polietileno y decidió enterrarlos en el campo de Etcheverry, ubicado en la zona de Toay, en cercanías de Cachirulo.
Completada la tarea se baña, se viste con su mejor traje y participa por la noche de la Fiesta del Trigo en Eduardo Castex. Posteriormente se queda en Santa Rosa hasta el 6 de febrero y al día siguiente comienza una licencia de dos meses; en Buenos Aires cobra su sueldo en la Armada -280 mil pesos-, que sumado a su salario en la Provincia redondea una suma importante que le permitirían moverse sin sobresaltos por algunos días. Viaja a Villa Carlos Paz -habría estado con una de sus amantes- y allí conoce que ya se encontró el cadáver de una mujer descuartizada y decide regresar a Capital Federal.
Durmiendo en la calle.
Gonzani duerme en hoteles de mala muerte y decide visitar a sus suegros en Bahía Blanca para informarles que su esposa se encuentra enferma. En la ciudad sureña recibe la noticia que los restos han sido identificados y que la policía lo busca intensamente.
Vuelve a Buenos Aires y deambula por las calles negándose a pernoctar en hoteles. Cada noche duerme en el auto, generalmente en cercanías de la General Paz, en provincia de Buenos Aires. Hasta que una noche una luz le golpea el rostro y alguien le pide que abra la puerta del vehículo. La Policía Federal había logrado dar con el asesino.
Vendría el tiempo del traslado a Santa Rosa, su alojamiento en la Colonia Penal, hasta llegar al momento del juicio oral y público que se habría de desarrollar tres años después, en abril de 1971.
La Cámara del Crimen ubicada en Avenida Roca sería el escenario para dictar sentencia en el espeluznante suceso que había conmocionado a nuestra sociedad. Vendría el tiempo de los testigos, los alegatos del fiscal Eduardo Stok Capella, el del abogado defensor Lisandro Ciro Ongaro, y el fallo que iba a condenar a prisión perpetua a Federico Gonzani. Cuando se leyó la sentencia el imputado permaneció absolutamente tranquilo y por años, hasta hoy, la historia sería repetida hasta el cansancio. Vendría el tiempo de un libro escrito por el periodista Alberto Acosta, la película -"Campos de sangre"- que no siempre se correspondió con la realidad del hecho, y las decenas de versiones. Que Gonzani murió en una cárcel de Chaco, que se había fugado y vivía en el exterior... Había sido el protagonista del suceso policial más conmocionante de la historia delictiva de nuestra provincia.
El tribunal, los abogados y la prensa.
Un mes, entre el 1º y el 30 de abril le demandó a la Cámara del Crimen -compuesta por Carmen Elena Inchaurraga; Alfredo Ozino Caligaris y Jorge Díaz Zorita- dictar el fallo de prisión perpetua para Federico Gonzani.
Eduardo Stok Capella fue el fiscal, y Jorge Roo -periodista de LA ARENA- escribió en aquel momento que "cumplió su tarea sin interesarle la brillantez de sus interrogatorios, ni la teatralidad de su alegato, sino actuando como el encargado por la Justicia para ahondar en la búsqueda de la verdad relativa". El defensor fue Lisandro Ciro Ongaro que -indicó- usó "un elemento artificioso -el diálogo con un vecino, obrero molinero para más datos-", para conseguir "magistralmente corporizar ante el jurado y la audiencia un personaje de vital importancia en el análisis del caso: la opinión pública". El "vecino" fue así el representante del pueblo", analizó Roo, que razonó que el abogado penalista trató así de "materializar a quienes sin información" constituyen la opinión pública y que juzgando "desde afuera" un hecho horroroso e inédito, podían influir en quienes tenían que hallar la verdad, esto es los jueces. "Cabría" calificarla como una clase maestra de dialéctica oratoria", elogió.
Guillermo Gazia por La Capital, Juan Carlos Matilla por La Reforma, y Saúl Santesteban y Jorge Roo fueron los periodistas locales que siguieron paso a paso el caso. LA ARENA -hay que tener en cuenta que Santa Rosa era poco más que un pueblo entonces- llegó a vender 7.000 ejemplares en un solo día, producto de la avidez de la gente por conocer detalles del espeluznante crimen.
¿Quién la descuartizó?
El juicio reveló detalles, pero en la sensación de muchos algunos datos ofrecían dudas. Por eso hubo quienes especularon con que fue un taxista de la ciudad quien se encargó de trasladar los restos de la mujer asesinada hasta el campo donde fue enterrada. Además se menciona que un médico -"muy amigo de Gonzani"-, de nacionalidad paraguaya, fue en realidad el que llevó adelante el descuartizamiento, dudas que se acrecentaron por la perfección del seccionamiento. Pero todos esos pormenores jamás se ventilaron en el juicio oral y público, que cada día vio colmada la sala donde se desarrollaba.
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