La dura y difícil vida de un laburante
A veces, un poco en broma suelo decirle a algunos jóvenes de la Redacción de este diario que trabajar "es otra cosa". Sin dejar de reconocer que también el hermoso oficio de periodista tiene sus momentos complicados, arduos, espinosos, y a veces hasta peligrosos.
Pero cuando uno está apoltronado en una silla, frente a una computadora que -a través de internet- arroja datos y más datos facilitando la tarea, con el aire acondicionado a full, en frío o calor, según corresponda, casi podría decir que es un privilegiado ante otras realidades.
Es que caminando cualquier calle de la ciudad se puede ver a otros esforzados laburantes que exponen sus físicos a las inclemencias del tiempo, soportando las destemplanzas del invierno o las agobiantes temperaturas del verano cuando el sol castiga a pleno. Y en esas crudas muestras de sacrificio hay algunos abanderados: los albañiles. Los que se dedican a la construcción en general, me parece, son de los más sacrificados... y los que muchas veces se ven obligados a trabajar por salarios magros.
Cada uno podrá poner en la lista a otros laburantes también esforzados, como poceros, plomeros, repartidores de diarios... y del oficio que a cada uno se le ocurra. Y sí, así las cosas, mirando en derredor, casi podría admitirse que trabajar, es otra cosa.
Familia numerosa, en dificultades.
José María Montiel Blanco (54), a quien en el ambiente futbolero de aficionados que juegan cada fin de semana en el Complejo Forestier sus amigos mencionan como "Hormiga" -apodo que le puso "El Perro" Baretto- es, precisamente, albañil.
La semana anterior José -tozudo, fuerte en sus convicciones-, se decidió a llamar a Radio Noticias, y salió al aire en un dúplex que la emisora logró con una de sus hijas que estudia en Córdoba. "Un amigo me dijo que lo hiciera... estaba con problemas porque a veces se nos hace difícil juntar el dinero para el alquiler del departamento de Nerea", contó.
La de José es una familia numerosa, porque junto a Mirta Susana Frías tienen siete hijos. Además de Nerea (22) que, como quedó dicho, estudia en Córdoba; están Anahí (28) que vive en Victorica y les ha dado dos nietos -Lautaro (8) y Juliana (4)- Robinson (27) trabaja en una panadería; Jonatan (26) hace changas; Graciela (18) estudia secundario igual que Ticiana (12); en tanto el menor, Diego Román (8) es "jugador de fútbol" de Ferro de Toay.
Un oficio muy duro.
Después de la nota radial se me ocurrió que la vida de José podía interesar para ilustrar lo arduo que es el trabajo de obrero de la albañilería.
Dice el fragmento de una canción: "Juan su casa levantó/ trabajando con amor/ de sol a sol los domingos/ y su mujer era el peón./ Y era tan lindo de ver/ como luchaban los dos/ para levantar el nido/ No lo conoce al Juan?/ Juan, el flaco que es albañil!/ El de la casa sin terminar...!/ Esta es la historia del Juan./ Aunque era muy cumplidor/ quedó sin trabajo igual/ y se fue para su casa/ aunque precisa el jornal...".
Este hombre que ahora conversa conmigo muestra orgulloso su familia, y su casa -sin terminar-, y no se llama Juan. Es José, pero su historia es tan parecida a la de ese Juan al que refieren y cantan Los Olimareños... tan parecida.
Él es de esos hombres a los que se les gasta el físico en el trabajo. Y con este concepto sólo pretendo, simplemente, revalorizar la tarea de esos esforzados trabajadores que como en el caso de José -obvio, no a todos les pasó- ni siquiera pudieron completar sus estudios primarios.
Pobreza e infancia complicada.
Nacido en Victorica José tiene un montón de hermanos. Su papá es Tomás, que fue tropero, y su mamá Baudilia. Ambos viven hoy en Villa Alonso, en el mismo lugar al que llegaron hace ya muchos años.
"Fue muy dura mi niñez... Apenas fui a la Escuela Hogar de Telén e hice hasta tercer grado. Casi no sé leer y escribir", admite. "Cuando nací mamá se quedó sola con nosotros, y vivíamos en un ranchito con paredes de chorizo y techo de olivo, teníamos una miseria terrible", define.
"Después, cuando mi padre volvió (se había ido a poco de nacer José), yo tenía tres o cuatro años, y nos fuimos todos a la estancia San Ramón... Aprendí a alambrar, arreglar molinos, juntar las vacas, hacer de peón de albañil... Pero de chiquito eh!, porque ya montaba cuando tenía 5 años. Pero papá fue muy duro conmigo... golpe que andaba suelto lo ligaba yo. Me pegaba con un lazo, mal... Pasó mucho tiempo y no le guardo rencor", dice José quien no obstante no olvida aquellas golpizas. "Un día me había dicho que encerrara las vacas y me olvidé... cuando lo vi venir monté en pelo y quise salir, pero ya lo tenía encima, y al ver que no había cumplido me desmayó de un talerazo... quedé ahí, tendido", rememora. "Me duele un poco contarlo, pero es la verdad", ratifica.
Llegada a Santa Rosa, la albañilería.
La vida siguió su curso, y cuando él rondaba los 20 la familia se vino a Santa Rosa. "Trabajé en Cablo Pampeana, luego con la inmobiliaria Cerda Biscayart en la construcción, y fui aprendiendo... A los 24 ya estaba con Mirta y empezaron a llegar los hijos", relata.
A los 30 José se animó a trabajar por su cuenta. La familia, numerosa, por cierto, lo obligaba a muchas horas entre los baldes, las cucharas de albañil y el fratacho... "Empecé con contrapisos y tapiales, hasta que mi hermano me contrató para hacer su casa y me dio en pago una citroneta... Allí me propuse levantar mi casa, y tuve suerte", dice con cierta inocencia, porque lo que en realidad tuvo fue determinación y enorme voluntad: "Un día lo encontré a Walter Losada, el intendente y le dije que tenía todo para construir: ladrillos, las aberturas, y también la plata para el cemento, pero me faltaba el terreno. Me dijo que hiciera la gestión en la municipalidad, y por suerte un amigo me avivó que este terreno (a cinco cuadras de la plaza) podía ser mío con sólo pagar los impuestos... Con Mirta (su esposa) veníamos todos los días: ella me hacía la mezcla y me alcanzaba los baldes, y entre los dos levantamos lo que tenemos".
La casa con sus propias manos.
Y es linda la casa de José y Mirta, con tres dormitorios, amplísimo living, y un diseño vistoso, por cierto. "La levantamos con mucho esfuerzo, y todavía falta terminarla... Pasa que cuando Nerea se fue a estudiar fue un sacudón; y encima desde diciembre el trabajo se paró de una manera alarmante y se complicó... si vas ahora mismo a la heladera vas a ver que no hay nada", confiesa sin pudores.
Y es más, con pena señala que hace algunos días "los dos más chicos se tuvieron que ir a la escuela sin comer...". José no esconde nada, y expone la situación sin disimulos.
"He llegado a trabajar hasta 18 horas por día... empezar a las 5 de la mañana y terminar a la noche... muerto, pero había que hacerlo. Tenía trabajo y no se podía desperdiciar. Pero para a fin del año pasado se paró y empezó a escasear, y tuve que empezar a vender cosas: el microondas, un televisor, el spar de la cocina... porque para Nerea nos hacen falta unos $ 3.500, y a veces no los tenemos... Estos meses la pasamos mal, y lloré, lloré mucho, porque no encontraba la salida", confiesa sin vergüenza alguna.
Pide nada más que trabajo.
Uno trata de hacerse una composición de lugar... Tener un hijo estudiando en otra provincia es, para muchos trabajadores, un verdadero desafío, una lucha desigual a veces... porque es verdad que alguna vez no está la plata del alquiler del departamento; o resulta complicado mandarle la encomienda... uno más o menos puede entenderlo, claro que sí.
Por eso la semana anterior, alentado por un amigo, José llamó a la radio para contar su historia que, al cabo, es la historia de su familia, de su lucha, de su sacrificio... Y lo bueno es que tuvo respuesta, la que esperaba: trabajo. Nada más, ni nada menos: trabajo.
"Mientras los periodistas de la radio iban hablando conmigo, y después de haber dado el teléfono, empezó a llamar gente aquí a casa, y mi señora con lápiz y cuaderno en mano anotaba..." Sonríe feliz José, y también Mirta. "Por suerte tenemos trabajo por lo menos para tres meses más", cuenta ella. Y José completa: "Le hice un trabajo a una médica de aquí, que quedó muy conforme y me dijo que quería hacer otras cosas en su casa; y tengo otros anotados. Es lo único que quiero... trabajo. ¿No pido tanto, no es cierto?", dice casi con ingenuidad.
Hay tantos José...
Remedando a Los Olimareños, esta es la historia de José, el flaco que es albañil. Simple, de las que habrá miles, y que muestra facetas de la dura vida de un albañil... Sí, estoy seguro que no tiene nada que ver con el trabajo en una oficina, sentado frente a la computadora, con el mate al alcance de la mano, con el aire acondicionado a la temperatura "adecuada", y sin que casi ni importe si el sol pega duro, o hace frío allá afuera. Ahí donde están José, y tantos otros José.
Una devolución a los padres.
"Tenía 8 años y llovía torrencialmente, y en Toay las calles estaban intransitables... Yo lloraba porque quería ir a la escuela sí o sí. Lo recuerdo perfectamente: mi padre se puso botas de goma, me alzó en sus hombros y me tapó con otra campera grande. El agua le llegaba hasta la altura de sus botas... Papá era mi héroe, y cuando fui más grande me di cuenta que el amor de los padres no tiene límites. ¡Como no devolver a mi manera lo que hicieron por mí!".
Nerea es hoy avanzada estudiante de Radio y Televisión en Córdoba. "Siempre supe que quería esto. Hice un taller en Santa Rosa, y viajamos a Buenos Aires a presentar los cortos que habíamos realizado. Me faltaban tres años para terminar el secundario y dije que quería hacer cine. Papá pensó que era una broma y se me iba a pasar. Terminé un curso de Inglés con una beca que me dio la Embajada de EE. UU." -un premio al mejor promedio entre los aspirantes de Toay y Santa Rosa- "y después le dije a mi padre que tenía que ir a Córdoba a estudiar. Allí se dio cuenta que no se me había pasado esa loca idea".
Nerea sabe que detrás de su propio esfuerzo está el de su familia. "Hay estudiantes que no tienen problemas y les da igual que su carrera les lleve 5 ó 7 años. Pero otros no podemos porque estamos pendientes que un día los padres nos puedan llegar a decir: 'hija, volvéte'. Siempre está el temor de no poder terminar...", dice Nerea.
Ahora hace su práctica final en la facultad, y trabaja con un documental con y sobre niños al que tituló "Pequeñas grandes voces". Su idea es presentarlo en centros culturales, escuelas y ONGs.
¿Aclarar, oscurece?
Ser periodista, bancario u oficinista no será tan duro como subirse a un andamio; e implica un esfuerzo intelectual, aunque menos físico que el de un albañil.
También sabemos que hubo periodistas que sufrieron situaciones extremas, que incluso perdieron sus vidas, y hay motivos para decir que es una profesión de riesgo. Y lo mismo puede pasar con otros trabajos.
Pero en realidad un laburante tiene de qué quejarse: desde el sueldo que no alcanza, pasando por condiciones de trabajo a veces indignas, y hasta, a veces, soportar el maltrato de algún patrón. Pero siempre hay situaciones estresantes.
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