Lunes 15 de abril 2024

Un docente jubilado que ahora cultiva un arte singular

Redacción 23/06/2022 - 12.52.hs

El Flaco usa un sombrerito tipo bombín, tiene puesto un largo gabán negro, anteojos a lo John Lennon... su figura luce agradable en medio del pintoresquismo que ya es de por sí la Feria de la Alimentación Saludable, que cada sábado se monta en el Parque "José R. Oliver". Se lo ve calmoso mientras observa con aire despreocupado lo que sucede alrededor. Hay un bullicio vivaz en esa plazoleta donde los puesteros ofrecen su mercadería que -sostienen- está incontaminada de químicos y sintéticos artificiales. El Flaco mira todo con cierta indolencia, pero accede gustoso a ilustrar con sus conocimientos a quien le pregunte por esa antigua máquina de sacar fotos... que obviamente llama la atención.

 

Antiguos chasiretes.

 

Porque no es habitual verlas por allí y, en todo, caso las conocemos de algunas viejas imágenes que ilustran a los antiguos fotógrafos de plazas con sus enormes aparatos de cajón... Quizás no las hemos visto tanto en Santa Rosa -o al menos no las recordamos-, pero sí bastante en Buenos Aires; y también en algunos pueblos del interior, aunque naturalmente el paso del tiempo, las nuevas tecnologías, el modernismo que todo lo fue modificando terminó con los "minuteros", también llamados chasiretes o pasalengua, según refieren los que dicen los que dicen saber.

 

¿Por qué el "minutero"?

 

Sonríe el Flaco cuando explica que, en realidad, lo de "fotógrafo minutero" era una forma de atraer al cliente en las calles... "Decían que entregaban las fotos en un minuto... pero en realidad se tardaba bastante más...", admite.

 

Los "minuteros", además de aparecer ciertamente como una curiosidad con esas máquinas que eran una gran caja de madera provista de lentes, y que incluía dentro también los líquidos para hacer el revelado, cumplían en sus épocas hasta un rol social -aunque no se lo propusieran- porque mucha gente que no tenía los medios económicos para concurrir a una casa de fotografía para hacerse un retrato, o una foto tal vez para un documento, acudían a sus servicios. Eso fue hasta promediar los años '60.

 

Llegó el "después".

 

Porque luego vendría el "después". Primeros las Pentax, Nikkon, Kodac (aquellas pequeñas máquinas que cualquiera podía tener y sacaban instantáneas -de escasa calidad- en colores). Y obviamente llegarían más tarde las automáticas y, con el tiempo, las digitales (las que no necesitan rollos)... Y ni hablar ahora de los celulares que son capaces de hacer tomas de buena definición.

 

Por eso, ante tanta modernidad aquellas otras enormes -como la que usa el Flaco de bombín y largo sobretodo oscuro- pasaron a ser objetos de museo. Y tal vez por no verlas con habitualidad, cuando alguien se encuentra con ese aparato y el artista, en una plaza cualquiera, difícilmente resistirá la tentación de acercarse a ver de qué se trata.

 

En el Parque Oliver.

 

Enrique Daniel Azcárate (64), docente jubilado, tiene el aspecto de la gente buena, con esa humildad que transmite con sus gestos y con ese hablar pausado, sin prisa porque no la tiene... Conversamos brevemente mientras oficiaba de "minutero" en el Parque Oliver; y luego mantuvimos una charla un poco más extensa en su casa de Toay, el lugar al que "siempre" eligió volver.

 

Hijo de Enrique Salvador, dedicado a tareas rurales; y de Lilia Orradre; tiene dos hermanas, Pamela y Mónica. Daniel es casado con Rosa Minardi, también docente y además escritora, si bien cuentan quienes la conocen no le gusta alardear con eso, aunque tiene varios buenos trabajos realizados. El matrimonio tiene tres hijas mujeres y un varón, Agustina (estudia Ciencias de la Comunicación), Verónica y Carolina (docentes), y después viene Martín (también docente de Ciencias de la Comunicación). Y además están los nietos, Gino (15), Angelina (11) y Emilia (7).

 

Daniel, el docente.

 

El fotógrafo hizo la primaria en la Escuela 5, y más tarde en la N° 6; mientras el secundario lo iba a hacer en Trenque Lauquen, donde la familia se fue a vivir por algún tiempo. "Pero yo siempre tuve la idea que iba a volver a Toay", expresa decidido.

 

Relata que le gustaba aprender algunas tareas rurales en el campo de su abuela cuando iba de vacaciones, y donde aprendió mucho; y que recién se decidió a iniciar la carrera educativa con 27 años, mientras era preceptor en el Instituto Toay de Enseñanza Secundaria.

 

Así fue que más tarde empezó a desempeñarse como maestro primario en la Escuela 62; también en la Escuela 5; para llegar al Instituto Privado "Pablo Freyre", secundario donde hacía doble turno.

 

Fotografía analógica.

 

Reconoce que se acercó a la fotografía allá por 1990, usando una Pentax K1000, con el sistema analógico... "Me gustaba y empecé a leer y a dar los primeros pasos en eso. Fue un poco como un medio de distracción... el ir descubriendo cosas. Y así me pasaba horas", dice con sencillez.

 

Siempre intentando conocer más, viendo cómo trabajaban otros colegas en el Foto Cine Club, hasta que el arte de la fotografía lo sedujo definitivamente y ya no lo dejó más.

 

Se animó a salir a tomar imágenes del paisaje urbano, y podría decirse que su tendencia artística se fue volcando hacia el costumbrismo. "Sí, la cuestión me atrapó definitivamente, y puedo asegurar que el cuarto oscuro para mí era como magia pura", señala convencido.

 

Compra la cámara cajón.

 

Fue a principios del 2000 que tuvo que desmontar el laboratorio que tenía en la casa de sus padres, y no le resultó fácil después rearmarlo. "Anduve averiguando y descubrí la posibilidad de hacer el trabajo de procesamiento de la foto en este cajón, que es un mini laboratorio ambulante... En su momento me contacté con un muchacho que está en Francia, que es una suerte de luthier de este tipo de cámaras y le compré una que me llegó en octubre de 2018", precisa. Cabe decir que la caja no tenía los lentes, y obviamente tuvo que armarla para convertirla en la máquina de fotos de la que hoy disfruta.

 

Feliz el Flaco se reencontró con la posibilidad "de empezar con este tipo de fotografías. Fue reencontrarme con la tarea del revelado, de hacer las copias... pero también con otras cosas mucho más lindas, como es esa suerte de liturgia de la gente que viene a tomarse una foto, como esa especie de ceremonia que se da para posar para un aparato que supongo ven tan original", describe.

 

Fotógrafo de plaza.

 

"La primera vez que salí con la cámara la llevé a la plaza, aquí en Toay, y desde el principio la gente mostró su curiosidad", narra

 

Al Flaco le habían llamado siempre la atención aquellos fotógrafos de plaza que usaban esas cámara que se habían empezado a popularizar a fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX. Y ahora tenía la suya.

 

Desde aquella primera salida -primero con cierta timidez- empezó a montar su "estudio" de fotografía al aire libre. Y fue así que llegó al Parque Oliver en Santa Rosa, donde concurre algunos sábados al mes... y ciertamente capta la atención, por su atuendo -una suerte de caracterización-, y también porque retrotrae a quienes lo observan a otras épocas, cuando los fotógrafos de plaza eran parte del paisaje de las ciudades. Sí, porque Daniel es eso: un fotógrafo de plaza traído a este tiempo... (M.V.)

 

No se utilizan negativos.

 

Las cámaras de los minuteros de llaman cámaras de cajón. Permiten tener las fotos en poco tiempo. "Es una especie de polaroid; y no se utilizan negativos. Directamente la imagen queda impresa en un papel en forma de negativo que después se hace positiva, y todo el proceso se hace dentro de esa caja", explica un avezado fotógrafo.

 

Y agrega: "Las de cajón fueron contemporáneas a las cámaras de fuelle, que eran de cuero, pero utilizaban negativos; y lo novedoso es que entregaban la copia en papel directamente".

 

En Capital Federal el oficio de fotógrafo de plaza, el "minutero" -que entregaba la foto en minutos- estaba regulado por el digesto municipal que indicaba que debía ejercer de saco o guardapolvo y siempre en el espacio verde asignado (no en la calle).

 

Además tenían que pagar sus impuestos en la Dirección General de Rentas. Cómo sería de antigua la ordenanza que los fotógrafos estaban agrupados en los incisos que reunían a organilleros y dibujantes, y se sabe no hay más organitos.

 

Los que ejercían el oficio trataban de apostarse en un rincón estratégico, montar el trípode con la cámara caja-laboratorio, desplegar algunas muestras a modo de "propaganda", y tratar de captar la atención de parejas de novios, soldados conscriptos, abuelas con nietos, etcétera.

 

La fotografía minutera era económica y menos formal que la que se tomaba en algún estudio, porque apelaba a la espontaneidad del momento y ofrecía como escenarios las plazas y/o el fondo de monumentos o algunos lindos edificios de las ciudades.

 

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