Jueves 18 de abril 2024

La noche que detuvieron a "Nico"

Redacción 26/03/2023 - 00.07.hs

Se preveía en todos los círculos. El gobierno de Isabelita andaba muy mal, la lucha intestina dentro del peronismo se agudizaba con sus secuelas de atentados y muertos, la derecha peronista (fundamentalmente del sindicalismo del PJ) y la izquierda, con todas sus expresiones guerrilleras y seudo guerrilleras, alimentaban esa pelea sin cuartel.

 

Y en la ciudad de Santa Rosa, también esta lucha extendía sus brazos y abarcaba hasta los rincones más pequeños, sin anunciarse, como si fuera un secreto, mientras que la sociedad civil hacía como que la vida era siempre la vida y nada más, y miraba de reojo o se hacía la desentendida.

 

Trabajo en La Capital.

 

Fue en unos meses previos al golpe donde comencé a trabajar como corrector en el diario "La Capital", unos de los matutinos del lugar junto con el diario "La Arena" y que en esa época se había constituido como cooperativa. Me había recomendado un amigo que ejercía el periodismo en estos pagos, Emigdio Fragassi, que pese a ser "Radical Yrigoyenista" había sido detenido junto a mí y una veintena de militantes siloístas/humanistas en marzo del 75, casi un año antes, porque a los pacifistas también nos perseguían "por las dudas", ¡Cómo que íbamos a ser pacifistas en una sociedad violenta!

 

"Nico", el director.

 

Como para seguir con la Torre de Babel de esa época, tengo que aclarar que el director interino del diario era una mezcla de socialista cristiano, sin una militancia formal y específica en algún partido político de ese momento. Era Nelson Nicoletti, "Nico", por lo menos diez años mayor que yo y nos habíamos conocido en el barrio, pero de vista nomás. Había nacido en un pueblo del interior provincial y tenía varios hermanos, entre ellos uno que era sacerdote, hecho al que yo le atribuía su cristianismo ideológico (que tenía su expresión peronista en el cura villero, el Padre Mujica, asesinado en el 74 por una patota lopezreguista).

 

El corrector.

 

En esos meses y recordándonos del barrio, Nico me adoptó como un "promocionado" y me hizo entrar en el diario de a poco, en la primera escala de corrector. Así fue que fui haciendo los primeros pasos en horario nocturno, cuando la edición se iba terminando. Allí me pasaban las tiras de papel y yo me abocaba a las correcciones: de errores, letras repetidas, baches, palabras mal impresas, etcétera.

 

Aquellas reuniones.

 

A la par, Nico me introdujo en varias reuniones que tenía con militantes del justicialismo, sindicalistas, algún empresario, y fundamentalmente el rector de la Universidad (Armando Seco Villalba), que representando a la derecha peronista, en varias oportunidades vino con guardaespaldas armados, a los que se les veía (o mostraban) la pistola enfundada en el cinto, cosa que lejos de producirme miedo me llamaba mucho la atención. Me parecía como un sueño que había bajado a la tierra para que yo lo viera. Nunca supe si esos escoltas eran de él o provenían de General Pico, que a veces aparecían por el diario mezclados con sindicalistas.

 

Solo recuerdo que en esas reuniones se intercambiaban impresiones políticas y Nico aprovechaba para potenciar el periódico, que para esos tiempos y como cdooperativa constituida ante la bancarrota de los dueños anteriores marchaba bastante bien, aunque siempre se necesitaban refuerzos financieros y apoyo político para sostenerlo.

 

Un poema de Guillén.

 

Aparte de eso compartíamos algún chisme del barrio, y había un intercambio literario ya que a los dos nos gustaba mucho leer a los clásicos. En esa dirección bromeábamos siempre con un poema de Guillén (Mi patria dulce por fuera). Él recitaba jocoso cuando salíamos de las reuniones políticas unos versos de ese poema que me había aprendido de memoria de tanto repetirlos: "...Mi patria es dulce por fuera, y muy amarga por dentro..."; y por eso le contestaba serio y forzando una voz de prócer: "... Mi patria es dulce por fuera, con su verde primavera, y un sol de hiel en el centro...".

 

Panfleto amenazante.

 

Uno meses antes del golpe militar del 76 las alarmas internas se encendieron en mí, en Nico y en el diario. Un panfleto que firmaba un grupo anónimo con la consigna "Comando Dios, Patria o Muerte" y una calavera en el centro, fue tirado una mañana en las oficinas administrativas del periódico que estaban adelante, sobre la calle.

 

Allí pedían a los trabajadores que exigieran la renuncia de Nicoletti. Lo acusaban de llevar la cooperativa "a la ruina", de darle mucho espacio "a expresiones políticas de izquierda, y de ser zurdo, amigo de Chumbita, de Bragulat y algunos otros (autoridades universitarias de la época). Y esto es lo que más me alarmaba, decía: "Pregúntenle quién es el pacifista (siloísta) que trajo a la redacción", en alusión a mí, como si en realidad yo fuera un topo de izquierda disfrazado de pacifismo, inserto en esa redacción por un maléfico plan de la "zurda apátrida y subversiva". Terminaba el planfleto planteando a los trabajadores de la cooperativa a que lucharan "para que el barro rojo no los salpique" y subrayando que Nicoletti "estaba marcado".

 

Traidor en la Redacción.

 

Lo comentamos con Nico, pero más que escandalizarnos por el panfleto en sí, nos preocupaba saber que entre los trabajadores del diario (seríamos unos veinte entre personal periodístico y técnico), había, existía, un traidor que alternaba la redacción y los mates con nosotros, escondido detrás de un pálido rencor ideológico.

 

A partir de ese hecho, no pude dejar de mirar a todos con ojos de detective, buscando "al derechoso" que nos había insultado a Nico, a mí y al resto de los compañeros con un panfleto bravucón y sin dar la cara. Había uno de ellos (Losada) que era cuñado de un militar (Baraldini) que luego encabezaría la represión y hasta allí viajaban nuestras sospechas finalmente. Pero todo sin que ninguno de nosotros dos hiciera mucho ruido para no preocupar más al resto de los trabajadores.

 

Fecha fatídica.

 

Y así fue, entre sospecha y sospecha, que llegó el 24 de marzo de 1976, una fecha que jamás será olvidada por la historia de los argentinos. Día en que se inició el proceso más asesino y cobarde de nuestro país, sin punto y coma.

 

Esa semana Nico me había adelantado que si había golpe militar, ya inminente, él me pasaba a buscar por la casa de mis viejos donde yo vivía en esas épocas y veníamos y cambiábamos la primera página anunciando la caída del gobierno y el advenimiento militar con letras grandes y mayúsculas.

 

La noche del golpe.

 

El 24 de marzo del '76 los militares iniciaban el golpe pasada la medianoche. Arrestaban a Isabelita y a las tres de la mañana el Teniente General Jorge Rafael Videla daba el discurso que inauguraba el proceso de la oscuridad y que duraría hasta el '83. Siete años que parecerían cien.

 

Como habíamos quedado, Nico pasó por casa y fuimos a la redacción con la expresa condición de cambiar la tapa del diario anunciando la caída del gobierno. Éramos cuatro, yo incluido, Nico, el periodista Rodolfo Gigena y el "Toro Jaime" -reconocido tipógrafo- que había venido esa noche para cambiar el texto en el sector de preparación de las planchas para la impresión posterior.

 

Entran los militares.

 

Nico se fue a una oficina interna, escribió una nota al respecto y me la pasó para que la corrigiera, no sea cosa que se piantara algún error. Y allí estaba yo en la oficina que daba a un pasillo que terminaba en otra puerta lateral, con mi página impresa y la lapicera en la mano cuando vi por la ventana entrar por la puerta lateral a un soldado con un fusil en mano, con su casco reglamentario, como si fuera a una guerra.

 

No salía de mi sorpresa por aquella imagen que me pareció onírica cuando se abrió la puerta central, la que daba a la oficina donde yo corregía, y apareció un hombre con ropa de combate, con gorrita que presumía un oficial, y en dos segundos con su pistola en mano me apuntó en la cabeza y me gritó como deletreando: "¡Usted es Nelson Ni-co-le-tti! Yo azorado moví mi cabeza en sentido negativo.

 

Lo que vino fue el horror.

 

Lo que pasó después fue muy rápido y no tengo certeza de la fidelidad del recuerdo. Rodolfo Gigena -joven periodista entonces- fue traído conmigo y nos pusieron en un rincón. Dos soldados se llevaron a Nico por el pasillo a los empujones. Alcancé a verle los ojos. Tal vez preocupación por él y por nosotros, quizás preanuncio de lo que vendría.

 

Pero lo que vendría es otra historia, conocida por todos, o casi todos: cárcel, golpes, interrogatorios, torturas, picana, Trelew, etcétera. Un catálogo milimétrico de lo peor del hombre bocetado sobre el cuerpo y el alma de otros hombres.

 

Una larga noche.

 

Pasados los años, Nicoletti salió de la cárcel con libertad vigilada y yo siempre creía que fue por su hermano cura, o porque tuvo suerte y en la primera etapa los milicos detenían y no desaparecían como lo hicieran después, etcétera.

 

Los traidores asumieron en el diario encabezados por Feliciano Losada, como era de prever. Los militares tomaron todos los resquicios del Estado. Gran parte de la sociedad miró para otro lado mientras que muchos fueron cómplices en su silencio. Desapareció gente, mucha gente y así fue como la noche se hizo larga y asesina.

 

Un modo de curar.

 

En estos años recientes vinieron los juicios a los represores en La Pampa, que encabezados por Baraldini tuvieron que comparecer en los estrados en diversas oportunidades. Allí declaramos. Allí recordamos. Allí alimentamos la memoria, como un modo de reivindicar la justicia y de integrar un pasado que siempre está volviendo de algún modo u otro, como una herida abierta a la que le cuesta la cicatrización, pero también es un modo de curar al mundo. Todo lo que se verbaliza calma al corazón, decía mi viejo. Espero que así sea.

 

No éramos los mismos.

 

Nos volvimos a ver con Nico cuando regresó la democracia. Vi sus ojos y algo me dijo que ya no era el mismo. Yo tampoco era el mismo. Juntos recordamos estos hechos en el primer encuentro allá por los '80 largos, imbuidos en la nostalgia de los sobrevivientes...

 

Broméabamos y él decía que cuando me pusieron la pistola en la cabeza y me preguntaron si yo era él, dije que no pero que con una mano señalaba adentro que era donde sí estaba Nicoletti. Lo recordábamos -a veces tomando un vinito-, alargando la noche y trayendo a la mesa evocaciones de aquella tragedia que tanto nos costó a todos los argentinos.

 

A veces también nos reímos mucho y juntos recitamos la parte de Guillén, el cubano que nos gustaba y nos unía: "...Mi patria es dulce por fuera, y muy amarga por dentro; mi patria es dulce por fuera, con su verde primavera y un sol de hiel en el centro...".

 

(Por Alejandro Andrada, militante humanista detenido en 1975 y uno de los tantos testigos en los juicios de SubZona 14).

 

La necesidad de reconstruir.

 

Pasaron 40 años del Golpe de Estado, fue el comienzo de una noche larga, oscura, de dolor, de tristeza, de detenciones, de exilios, de cesantías y de desaparecidos. Hoy me encuentro frente a la computadora para compartir uno de los momentos más penosos de mi vida. Algunos, muy pocos, saben qué me sucedió ese 24 de marzo de 1976.

 

Trabajaba en dos lugares: en la Dirección de Prensa de la Universidad Nacional de La Pampa y en el querido diario La Capital. Esa noche estaba en el cierre del matutino, Nelson Nicoletti escribiendo sobre el Golpe y yo en un pequeño compartimento clasificaba las noticias que iban llegando en los teletipos.

 

Aquella noche.

 

Escucho que se abre la puerta de la redacción y una voz preguntando por Nicoletti, salgo y observo a militares que se llevaban a Nelson, corro al Taller donde se imprimía el diario y gritando aviso lo que sucedía, salgo hacia la calle y me detienen con una Itaca -creo, porque no entiendo de armas- diciendo que sigamos trabajando. Detrás mío estaban mis compañeros.

 

Fue el comienzo de situaciones que nos superaban, seguir trabajando para informar lo que sucedía, las llamadas telefónicas sobre la situación de Nelson, acompañar a Marta, su esposa. Todo era nerviosismo.

 

Mi madre...

 

A las 4 de la madrugada llegué a mi casa y mi madre, acostada, me pregunta por mi hermano, Lalo. Era Director de Prensa de Casa de Gobierno, y antes había sido detenido en 1956, por participar en el levantamiento del capitán Adolfo Philippeaux -junto a otro grupo de personas- y estuvo en la nómina de los posibles fusilamientos, hecho que por suerte no sucedió.

 

Le dije a mi madre, se llamaba Celina López, que se quedara tranquila que él estaba bien, aunque la vi nerviosa. Me acosté pero era imposible conciliar el sueño. A las 7 escuché un sonido raro. Me levanté y veo a mi madre apoyada en la mesa, con los ojos rojizos y tristes, con su rostro casi desfigurado. Se trataba de un ataque de presión, e iba a fallecer el 2 de abril.

 

Siempre me pregunto por qué no me quedé con ella esa noche, sentado en la cama, quizás hablando de cualquier cosa. Pero sí recuerdo que el cansancio me vencía.

 

Esa noche mi padre Eudaldo, en silencio, la acompañaba. Él era uruguayo y fue protagonista de muchas luchas: la Semana Trágica, detenciones, traslados de trabajo, preso político.

 

Lo que vino después.

 

Imposible imaginar qué sucedería después. Fue todo rápido, nadie sabía qué sucedería con los detenidos. El temor era grande, algunos periodistas estaban muy preocupados, temían lo peor y sucedió porque hubo miles de desaparecidos.

 

Recuerdo que en ese tiempo a las 14 ingresaba al diario. Casi todos los días se producían llamadas telefónicas, nadie hablaba, sólo se escuchaba una radio.

 

En esos años de la dictadura vino Albano Harguindeguy a Santa Rosa. Bajó del avión y les dijo a quienes lo recibieron que quería hablar con el representante de Télam. Yo estaba ahí como periodista de la Agencia, y atiné a decir que estaba cubriendo toda la actividad y si podía ir al otro día. Lo aceptaron.

 

Citado al Regimiento.

 

Al día siguiente a las 8 estaba en el Regimiento 13 de Caballería de Toay. Fue un día de mucho calor, y me dijeron que esperara al sol, que me castigaba mal, y no me dejaron ni sentarme. Estuve seis horas "parado" hasta que me hicieron pasar a una oficina donde estaba un militar -luego supe que era coronel-, que me mostró varios ejemplares de diarios nacionales donde aparecía una información diciendo que el Regimiento sería trasladado a Mendoza. Citaban como origen de la noticia a la Agencia Télam de Santa Rosa, La Pampa.

 

El militar me preguntó por el origen de la noticia, y lo cierto es que se citaba la fuente y no había necesidad de consultarme. Me cuestionó por qué no había acudido al Regimiento para informarme, que era falso el traslado, me hablaba sobre lo que estaba sucediendo en el país y luego de varias "arengas" me dijo que siguiera trabajando. No puedo ocultar que por momentos me temblaban las piernas.

 

Le conté a Carlos González, quien era el corresponsal a cargo de la Agencia Telam en Santa Rosa -lamentablemente fallecido durante la pandemia-, y coincidimos que nos tendríamos que cuidar. Era un medio oficial pero igual siguieron las presiones, y en algún momento me dijeron desde Buenos Aires que sabían con quien hablaba. Como una advertencia.

 

Luego me enteré que por el mismo motivo citaron a otros periodistas en el Regimiento, creo que a Saúl Santesteban (La Arena) y Juan Carlos Matilla (La Reforma).

 

Un desahogo.

 

Hay una memoria selectiva, recuerdos que nos hacen mirar hacia atrás, vivir el presente y también nos habla de la necesidad de observar el futuro. Son pensamientos de sociólogos, quizás por eso la revisión de mi pasado me lleva al 24 de marzo de 1976. No sé si me ayuda compartir esos momentos que viví, quizás es un desahogo expresar esas emociones. ¿O no?

 

Entiendo que soy uno más que intenta reconstruir lo sucedido ese 24 de marzo. Alguien dijo que "de esas historias personales está hecha la memoria colectiva". Coincido con ese pensamiento y con la necesidad de recrear siempre el reclamo de Memoria, Verdad y Justicia, y en este recuerdo surge el Nunca más. (Por Rodolfo Gigena, periodista).

 

Una bomba y detenciones.

 

El episodio que narran en estas columnas Alejandro Andrada y Rodolfo Gigena, dos ex trabajadores del diario La Capital, tuvo antecedentes en nuestra ciudad, porque incluso antes del golpe del 24 de marzo de1976 LA ARENA sufrió los ataques de la derecha más cruel.

 

Fue a mediados de 1975 -un año después de la muerte de Juan Domingo Perón-, cuando Isabelita, incitada por José López Rega, firmó el decreto 261 que ordenaba "aniquilar" la guerrilla, dando paso al feroz Operativo Independencia.

 

Desde ese momento militantes y activistas en todo el país -simplemente hombres y mujeres que expresaban sus ideas- comenzaron a estar en la mira de los represores. Muchos fueron detenidos, acusados de alguna acción que los militares y autoridades nacionales -que a esa altura detentaban el poder- consideraban subversivas.

 

Bomba en la redacción.

 

Y en el caso de LA ARENA, un suceso de los más violentos que se conocieron por aquí iba a sumir en el desconcierto a la sociedad pampeana. Más precisamente la madrugada del 4 de agosto de 1975 explotó la bomba que causó destrozos en el edificio de este diario en la calle 25 de Mayo. Casi un preludio de los tiempos por venir.

 

Meses después, el 19 de diciembre, Raúl Celso D'Atri -hijo del fundador de La Arena-, periodista de verba combativa y ardiente, pero hombre alejado de cualquier tipo de violencia, fue detenido. Después de permanecer en la Unidad 4, Devoto, Resistencia y Rawson -más de tres años-, Raulito fue liberado sin haber sido sometido nunca a juicio.

 

Detención de Santesteban.

 

La noche del 24 de marzo el entonces director de este diario, Saúl Hugo Santesteban, fue detenido y trasladado a la Colonia Penal de Santa Rosa donde permaneció varias semanas.

 

Como sucedió con muchas personas que sufrieron la cárcel, al ser liberado pudo percibir que el miedo instalado en la sociedad hacía que algunas personas que lo conocían "cruzaran de vereda" cuando pasaban por su casa. El periodista supo recordar que "el terrorismo de Estado no se inició en la dictadura", sino que fue "un proceso que venía de antes".

 

Y allí están los antecedentes de la bomba en agosto de 1975, y la detención de Raúl Celso D'Atri pocos meses más tarde.

 

Esa noche del golpe, Santesteban fue detenido en su domicilio particular por un oficial del Ejército y un soldado que lo trasladaron en una camioneta de esa fuerza hasta la Unidad 4 donde fue alojado en un pabellón junto a 50 detenidos.

 

Por criticar las razzias.

 

Fue liberado en abril de 1976, y contó luego que había sido interrogado para saber si era fundador del partido Vanguardia Comunista. Saúl no militaba en ningún partido, pero lo habían detenido porque cuestionaban sus notas periodísticas criticando las razzias que hacían en los hospitales y universidades. El clima de terror se había instalado fuertemente en la gente con los operativos que llevó adelante la temida Subzona 14.

 

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