Miércoles 24 de abril 2024

La vida misma es todo un canto

Redacción 04/12/2022 - 00.13.hs

Del chico que vendía leche con un sulky casa por casa, al artista que un día apareció en Buenos Aires cantando en las calles con Ricardo Arjona. La vida de un trovador que canta contra las injusticias.

 

MARIO VEGA

 

La tardecita santarroseña se hace noche y en la plaza se siente el rumoreo de la muchedumbre disfrutando de un cálido día de diciembre. El sol se esconde detrás del campanario de la Catedral; los chicos juegan inocentes en el césped... algunos personas pasean y caminan en una vuelta cansina y sin apuro; otros y otras eligen sentarse en un banco y simplemente ver la gente pasar.

 

De pronto irrumpe en el aire la voz poderosa del cantor y, de a poco, las personas se van acercando al "escenario" donde el Indio Muñoz desgrana sus letras al compás de la guitarra. "Aprendimos a quererte/Desde la histórica altura/Donde el Sol de tu bravura/Le puso un cerco a la muerte/... Aquí se queda la clara/La entrañable transparencia/De tu querida presencia/Comandante Che Guevara...". El Indio entrecierra sus ojos ensimismado en la melodía que, además, va revelando quién es... y cómo piensa.

 

Un hombre del Oeste.

 

Armando "Indio" Muñoz (61) es un trovador pampeano, de Victorica para más datos, que transita la vida de la mano de la música. "Qué sería de la vida sin la música", reflexiona serio.

 

Nacido bajo un cielo de estrellas en el oeste pampeano, es hijo de una humilde familia compuesta por su padre Armando Berto, que a los 81 permanece en su Victorica natal; y de Élida Susana Cortez, fallecida cuando tenía nada más que 57 años. El Indio tiene seis hermanos: Graciela, Mirta, Teresa, Juan Carlos, Héctor Fabián y Analía.

 

Está en pareja con Laura Mariela Feijoo, licenciada como terapeuta musical, que trabaja en el Hospital Lucio Molas hace varios años, con quien tienen dos hijas, Candela (25) que estudia música en La Plata, y Carolina (17), "que se me va a Córdoba a estudiar Psicología Forense", indica con un dejo de tristeza. Armando también tiene otra hija, Daniela, que "es mayor que las otras dos y vive en Buenos Aires".

 

Lechero con un sulky.

 

Pocos saben de la vida de este trovador que anocheciendo los domingos, en una glorieta de la céntrica plaza, entretiene a un público que cuando no está reclama su presencia.

 

"Desde que estoy en este camino dejé otros trabajos... pero me tocó hacer de todo, y a nada le dije que no", dice el Indio. "Mi papá trabajaba de peón en el campo y hacía todas las tareas, incluso hachaba... y a mí de bien pibito me tocaba levantarme a las 5 de la mañana, ordeñaba y en un sulky salía a vender en el pueblo. Todos me conocían porque a la tarde, con un tambor de 200 litros, sobre un carro tirado por un caballo vendía agua por las casas... Y sí, era el aguatero de Victorica. Era un tiempo en que no había agua corriente en el pueblo. Y así hice de todo un poco...".

 

Una linda niñez.

 

No obstante no se queja, "porque es como que cuando uno es chico naturaliza algunas cosas. Y de última nada fue tan grave porque trabajaba y ayudaba en mi casa... la pasaba bien, como cualquier otro chico. Éramos de andar para todos lados con la honda, de jugar a la payana o los juegos de ese tiempo. Y por supuesto la pelota siempre fue el juguete más querido. Jugaba bien, era defensor y sí, de esos que raspaban. Pero a los 18 ya no jugué más... ¿El Mundial? La verdad es que lo único que he mirado ahora fueron los partidos de Argentina", confiesa.

 

El John Travolta del Oeste.

 

De todos modos en Victorica Armando era "famoso" porque "bailaba en 'Ran ran'... era un boliche del lugar, y ahí me hacía el John Travolta, en el tiempo de 'Fiebre de sábado por la noche' (película que protagonizaba el actor y bailarín estadounidense). Era asperísimo bailando, y competía con chicos de la Escuela Agrícola en algunos concursos", recuerda. ¿Así que eras el Travolta del Oeste?, le digo y larga la carcajada.

 

Una vida sana.

 

No sin nostalgia menciona que "era un tiempo en que llevábamos una vida sana, como era antes. La noche no tenía peligros... no había droga. Eso sí había que laburar, porque no todo era tan fácil como ahora...", hace su evaluación personal.

 

Después con sus 18 años llegó el tiempo del Servicio Militar Obligatorio en Toay... "Hice la colimba un año... Pero como andaba enamorado me daban dos días de franco y me tomaba quince, así que cuando volvía... preso", se ríe con ganas.

 

Muchacho enamoradizo.

 

No era todavía el Indio Muñoz, sino simplemente Armando. Y por lo que cuenta enamoradizo... "Después que salí del Servicio pasaron cosas... andaba de novio con una chica que trabajaba en el campo con una familia de mucha plata. La cuestión es que a la piba los patrones le ofrecieron ir a laburar a la casa que tenían en Buenos Aires y agarró viaje", rememora.

 

"¿Qué hice? Me fui a Buenos Aires a buscarla... a dedo. Llevaba conmigo siete torta fritas y una frazada. Tardé dos días para llegar hasta Ituzaingó donde quedaba la casa... vivimos juntos 5 ó 6 años, pero después que nos separamos nunca más supe de ella", sostiene.

 

Canciones de protesta.

 

El Indio Muñoz se me ocurre no es un tipo fácil. Y quizás en eso nos parecemos, y a lo mejor por esto mismo empatiza y me dice que le caigo bien... Y ya se sabe, yo nunca fui "miss simpatía". Pero bueno, así son las cosas.

 

Y como para ratificar que no es de las personas fáciles de arrear, basta escuchar algunas de sus melodías. "Ahora nadie hace canciones de protesta... como si no hubiera nada de qué quejarse", él sí se queja.

 

Vendedor de telas.

 

¿Qué hacías en Buenos Aires?, le pregunto. Y responde: "Empecé a buscar laburo, y me presenté en una tienda que vendía telas por mayor y menor, cuyos dueños eran judíos. Cuando llegué había veinte chicos haciendo cola y me dije que iba a estar difícil, pero igual me quedé. Cuando el dueño se encontró con los postulantes nos dijo que el que acomodara un sótano que estaba lleno de telas tiradas por todos lados se quedaba con el trabajo... Los demás miraron y se tomaron el palo, porque la verdad es que era un verdadero desastre. Pero yo me quedé: empecé a limpiar y ordenar todo a las 10 de la mañana y a las 4 de la tarde salí. Dejé todo impecable y el dueño se asombró: '¿Cómo hiciste eso?, ¡Qué bien!', me decía. Y le contesté que laburé en el campo toda la vida, que fui lechero, hachero e hice de todo... No lo podía creer. 'Mañana a las 7 tenés que estar aquí'', me dijo. Y ahí me quedé cuatro años".

 

En la búsqueda.

 

En esos años tuvo tiempo para andar, y lo cierto es que todo lo maravillaba al muchacho de Victorica: la enormidad y las luces de Buenos Aires, la muchedumbre que circulaba por sus calles, y la gente yendo y viniendo apurada mientras a él le sobraba tiempo para asombrarse... y también para aprender a vivir en una sociedad tan diferente, tan distinta a su bucólico pueblo oesteño de donde había llegado.

 

En esas caminatas sin rumbo fijo, naturalmente Corrientes "la calle que nunca duerme" decían las radios entonces, Lavalle y la peatonal Florida eran paseos habituales. Armando andaba entre el deslumbramiento y la búsqueda de vaya a saber qué cosa.

 

El rengo que cantaba.

 

Hasta que lo vio. En una esquina de Florida "cantaba un rengo que decía haber estado en Malvinas... era mentira, pero le servía para lo que hacía. Y la verdad es que cantaba muy bien... Se llamaba Claudio González, era fachero, pelo largo y rubio, y siempre me pareció algo maldito...", recuerda y se sonríe como si lo estuviera viendo.

 

Armando, que todavía no era el Indio, se acercó sin saber lo que vendría... es que ese encuentro fortuito iba a cambiar su vida para siempre. "Me puse a charlar con él, le dije de dónde era y parece que le caí bien. Casi diría que me empezó a querer... un día me dijo: '¿Querés pasar la funda?', y bueno, eso hice".

 

Recaudando fortunas.

 

Obviamente el cantor callejero se refería a la funda de su guitarra donde el público le dejaba al artista su retribución... "Y tuve suerte. O mejor dicho el tipo la verdad se la ganaba, porque la funda se llenó de guita hasta el tope", precisa.

 

Pero lo mejor iba a venir enseguida: "El rengo dejó de tocar, agarró la plata de la funda y me dijo: 'Esto es para vos, y esto es para mí'... era un montón de plata que nunca había tenido en mis manos".

 

Y sigue: "Ahí me di cuenta que no tenía que laburar más en la tienda... dejé todo y me fui a pasar la funda con el rengo...".

 

El cantor callejero de Victorica.

 

Esa urbe inconmensurable que es Buenos Aires debe albergar miles de historias parecidas... de personas que llegaron a ver qué pasaba y un día el destino las sorprendió poniéndolas en un sitial que nunca hubieran imaginado.

 

Y eso le pasó al Indio Muñoz. "La verdad es que me encantaba como cantaba el rengo... pero un día el tipo se quedó ronco, estaba mal de la voz y preocupado porque no podía trabajar... Ahí fue que le dije: "Yo me aprendí cuatro o cinto temas que hacés vos... ¿No querés que cante y vos tocás la guitarra?... Me contestó que sí y arranqué con Víctor Heredia. Y fue increíble: se llenó la funda y el rengo re contento. Y yo imaginate... estaba como loco", rememora.

 

"Y así empecé a cantar. Sin ninguna formación musical, sólo mirando. Como mirando aprendí a tocar la guitarra", revela muchos años después... "Me compré una viola y miraba... tenía desesperación por aprender, hasta que me animé y arranqué solo. Y sí, empezó una nueva vida, porque eran tiempos de Alfonsín presidente, la efervescencia por el reciente advenimiento de la democracia y hacía fortunas", asegura.

 

El amigo de Arjona.

 

Había llegado a Buenos Aires poco antes que se iniciara el Mundial '78, y estuvo hasta el '95. Fue en 1986 que iba a conocer a Ricardo Arjona. "Tocábamos juntos en la calle, pero el tipo tenía algo más, y se lo dije: tenés temas impresionantes. Vos un día vas a ser famoso". ¿Y él?, le pregunto. "Se reía... pero la verdad es que es un tipo que se expresa muy bien, alto, de buen porte, ganador...", indica el Indio refiriéndose al éxito del guatemalteco con las damiselas que llegaban a escucharlo. "Y bueno, en el rebote algo había para el pobre pampeanito...", agrega con gracia.

 

La trova cubana.

 

La cuestión es que Arjona, en su búsqueda recayó en México, "y ahí lo agarró una productora y se fue para arriba. Yo en tanto seguía con canciones de Víctor Heredia, con todo lo que era la trova cubana: Silvio Rodríguez, Pablo Milanés... también escribí algunos temas. Arjona me quería llevar a México con él pero no quise. Sentí que ya estaba grande, y que si me iba no volvía más", reflexiona.

 

Vuelta a La Pampa.

 

Cuando Raúl Alfonsín dejó el gobierno "la calle no era lo mismo. Ya estaba Menem". De los tiempos del alfonsinismo Armando recuerda que "cuando los militares se fueron, volvieron miles de exiliados, y por eso cuando cantábamos en las calles era habitual que la gente lloraba por todo lo que habíamos pasado. En ese tiempo, por lo que cantaba, me amenazaron cuatro o cinco veces, y ahí me dije que tenía que volverme. Vine a Santa Rosa y arranqué a cantar por todos los pubs, y también a salir a General Pico, a pueblos de la provincia de Buenos Aires... En un tiempo tenía una suerte de representante, hasta que el trabajo empezó a mermar y me preocupé: yo mismo llamé a algunos pubs y me decían 'no te contratamos porque sos caro'. ¿Caro?, ¿de dónde? Lo que pasa es que el tipo que me vendía ganaba más que yo: cobraba y a mi me daba mucho menos... así que me empecé a vender solo", completa.

 

El Café de Sonia.

 

En estos 27 años que lleva aquí desde su regreso , era habitual escucharlo cantar en el icónico Café de Sonia... "Dos años estuve trabajando ahí de lunes a lunes", señala. Pero también obviamente otros sitios como Baro Bar le abrieron sus puertas. "Cuando estaba en la calle Yrigoyen le dije a Tutuca que cantaba y si podía hacer algo y me dio lugar... y también estuve mucho tiempo compartiendo ahí", reconoce.

 

En el Luna Park con Arjona.

 

En el 2006 hubo un acontecimiento que no podrá olvidar. Arjona llegó al país e hizo nada menos que 28 Luna Park. "Fue algo impensado... me enteré que mandó a buscarme a la peatonal, donde todavía estaban los que cantaban conmigo... Uno de ellos me llamó y quiso saber de dónde lo conocía a Arjona... por suerte le pasó el teléfono a uno de los que me andaban buscando y me llamaron... No sabía qué hacer, pero mi mujer me dijo tenés que ir. Agarré el micro, fui a lo de mi suegra y mi cuñado me llevó hasta el Luna... Me presenté y les dije a los que me buscaban quien era. La cuestión es que cuando llegó la noche estaban en el escenario los que cantaban con Arjona en la calle, pero él no sabía que yo estaba... cuando me vio aparecer se acercó y me dio un abrazo inmenso delante de una multitud... El Luna explotaba y yo no entendía nada... 'No puedo creer que estés aquí', ¡me decía él a mí!".

 

Todo eso quedó registrado en la tapa de la revista "Gente", "y en un video que tengo de recuerdo", dice un poco emocionado.

 

Por qué el Indio.

 

Hoy todos lo reconocen como el Indio Muñoz, y él cuenta cómo surgió el apodo. "Andaba buscando un nombre artístico. Me contaron que el papá de mi vieja era puntano... así que feo, pelo largo en esa época, se me ocurrió que el Indio era el adecuado y quedó como mi nombre artístico".

 

Hoy en día, más allá de ser contratado en fiestas privadas, y en pubs de distintos puntos de la provincia, el Indio Muñoz tiene su espacio ganado en la plaza San Martín. "Es muy lindo lo que pasa ahí. Un día me dije, si lo hice en la calle Florida, por qué no voy a cantar aquí... así que empecé a hacerlo en la plaza y la gente se copa. Ahora estoy yendo con Oscar Ochoa, y hay muchos bailarines de folklore, como 70 u 80 que cuando no voy me llaman para que vaya a cantar", se regocija

 

Lo que viene.

 

Armando es un apasionado, de la música... pero sobre todo de la vida. "Lo único que quiero es seguir trabajando de lo que me gusta hasta los cien años... y que mis hijas también hagan lo suyo en este camino tan lindo".

 

Tanto Candela como Daniela cantan, y los que las conocen dicen que son "muy buenas". La mayor estuvo con Tinelli, en San Juan, canta en inglés y folklore y toca varios instrumentos.

 

Se muestra complacido porque "hay una linda movida musical con muchos pibes jóvenes", y a él particularmente le gusta Fernandito Pereyra.

 

Hoy en día está tranquilo, mucho en su casa, haciendo las cosas que le gustan y disfrutando de los amigos; que si bien son varios siente que en Chelo Altube (compró el campo de Naicó hace poco), tiene a un hermano. "Sé que si lo necesito está", afirma

 

Y cierra: "No tengo de qué quejarme... la música es todo, no hay mejor terapia. Porque qué sería de la vida sin la música...", reflexiona.

 

Si, qué sería de la vida "si se calla el cantor...". Qué sería...

 

Cientos de anécdotas.

 

Tanto andar por las calles y las noches, el Indio Muñoz tiene cientos de anécdotas que bien podría relatar en un libro... "La otra vez terminé de cantar y un pibe me tomó del brazo: 'Yo iba siempre a verte cantar. Te admiraba', me dijo. Le pregunté quién era y me dice 'soy Luciano Di Nápoli, el intendente. Me dijo que me escuchaba en el Café de Sonia desde que era pibe", dice el Indio divertido.

 

Después cuenta una historia con Lalo Errecalde, viejo y querido vecino de la ciudad. "Cuando cantaba en Baro Bar, una de las primeras noches hice 'Comandante Che Guevara', que a la gente le había gustado... pero una noche se paró un tipo y me dice: 'Zurdo... cortala con eso o te voy a cagar a tiros'... desde el escenario le contesté que espere que ya terminaba y salíamos del local. Cuando salgo me iban agarrando para que no peleara, y en tanto el hombre fue hasta un auto y volvió con una 45. ¡Sabés como me tomé el palo!", admite ahora.

 

Le explicaron al Indio quien era, y ya estaba prevenido. "Otra vez lo mismo... estaba cantando ese tema y entró el hombre: 'Bueno... por esta vez cantalo', me dijo. Aproveché y dije que era 'Comandante Che Guevara' dedicado a Lalo Errecalde. No te voy a decir que nos hicimos amigos pero lo otro pasó", rememora.

 

Ríe con ganas cuando recuerda que iba a cantar al quincho de Rubén Marín "cuando era gobernador. Una noche me sientan al lado de un tipo que creo era embajador francés... o algo así. Le empecé a convidar vino y se lo 'remamé'... Se fue y no podía ni caminar", completa.

 

Eran las épocas que con Foretto Chavez los convocaban a muchas fiestas privadas y asados. Ellos hacían lo que más les gustaba y, además, se llevaban unos buenos pesos.

 

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