Miércoles 14 de mayo 2025

"Para ser mozo tenés que amar el oficio"

Redacción 07/01/2023 - 00.28.hs

Se llama Julio César Potrós (57), y es uno de los mozos más antiguos de la ciudad, porque empezó con el oficio cuando era un chico -tenía nada más que 14 años- en la antigua confitería Nairobi.

 

Activo, diligente, atento, mozo de alma, de esos que ejercen el oficio con extremado celo y responsabilidad, es junto a Luisito Jeres -de La Capital- de los que más años llevan ejerciéndolo. Era un pibito apenas cuando recién salido de la primaria "Coco" Wals -personaje si los hay- lo llevó a trabajar con él al céntrico café que estaba en 9 de Julio, frente a los cajeros del Banco de La Pampa.

 

Más que manejar la bandeja.

 

¿Qué requisitos hay que cumplir para ser un buen mozo? Y contestan los que dicen saber: buena memoria para no tener que apelar a escribir en una libretita los pedidos de los clientes -esto permite descubrir que quien lo hace es alguien que recién está aprendiendo-, amabilidad, paciencia ante aquellos parroquianos que no se muestran precisamente como agradables. Obviamente tienen que contar con una habilidad multitarea, y un manejo adecuado de la bandeja para llevar los pedidos. Hay algunos que conocen perfectamente los gustos de quienes son asiduos concurrentes en el bar o restorán, y los reciben con aquello que están acostumbrados a consumir, desde un café, cortado, o la gaseosa o el trago que habitualmente piden.

 

Según los lugares de que se trate se los llamará mozos, camareros/as, mesero o garzón.

 

Hijo de "Coco" Walls.

 

Cuenta César que fue criado por sus abuelos, Julio y Petronila (fallecidos), y que su mamá es María Haydeé Potrós, ahora jubilada. Tiene otros seis hermanos, dos por parte de su padre y otros cuatro de su madre -ellos nunca vivieron juntos-, y que él mismo tiene seis hijos: Macarena (de soltero, precisa), Luciana, Mohamed, Iara, Nayla y Julito (además de su hijo del corazón, Pedro); que a su vez le han dado nada menos que siete nietos.

 

Una historia.

 

Lo que no deja de llamar la atención, y muchos no lo saben -"en realidad porque nunca me preguntaron", aclara- es que su papá no es otro que Sixto Oscar "Coco" Walls, uno de los gastronómicos más conocidos de la ciudad. "Sí, tal cual. Pero nunca hicimos de padre e hijo... somos amigos. Digamos amigos íntimos", dice con sencillez César. Y a algunos de quienes no conocíamos la historia no deja llamarnos la atención.

 

Empezó en Nairobi.

 

"Es que es así... los dos sabemos pero nunca lo hablamos. Porque es verdad, él me llevó a trabajar a Nairobi y allí empecé con el oficio... nos tratamos, todo bien, pero ni él me dice hijo ni yo le digo papá", sonríe como entendiendo que no entendamos.

 

Trabajó además en New Star, La Capital, El Cafetto, y "alguna vez con mi tío Jorge Wals, cuando él tenía la cantina del Club Santa Rosa cuando estaba en la calle Yrigoyen. ¿Cómo me trata él...? Sí, como su sobrino que soy", y se vuelve a sonreír.

 

Mozos "de ocasión".

 

Le comentamos que por ahí lo hemos visto renegar en su trabajo porque mozos más "nuevos" no parecen comprometidos con la tarea, hacen esperar al cliente, o no los atienden como deberían y, además -y eso sí lo irrita sobre manera- dejan las mesas sin levantar las copas, platos y enseres rápidamente como ameritaría un buen servicio. "Sí, eso siempre lo critico", admite.

 

"Lo que pasa es que si bien hay mozos antiguos, que saben como se trabaja, hay otros chicos que vienen por cuatro o cinco meses y lo toman como algo pasajero y después se van", razona.

 

Primero en la barra.

 

"Cuando empezás en esto lo primero es ir atrás de la barra... lavar copas, cargar las heladeras, limpiar... y de a poco te vas metiendo en otras cosas. Así empecé en Nairobi (entonces propiedad de Omar Atenas, Leopoldo Rómulo Casal y Coco Wals). "Yo había terminado la primaria en la Escuela 27 -después de haberla iniciado en la 314 cuando los Potrós vivían en calle Antártida Argentina-, y un día (entonces residían ya en Villa Parque), como vendía La Arena me enteré que en Casa Vivona precisaban un cadete y me vine al centro...".

 

¿Casualidades de la vida? "En la vereda de Nairobi estaba Coco con una prima mía, Norma, que parece que le comentó que yo andaba buscando trabajo... me vio pasar y me pegó el grito: "Pendejo! ¿Andás buscando laburo? Yo necesito una persona acá". Corría 1979, y 44 años después César sigue en el oficio que admite amar.

 

De muy pibe se había sentido atraído por la aviación. "Sí, por eso antes de Nairobi estuve en la Escuela de Aviación en Córdoba, y aunque rendí todo bien no pude entrar porque había que tener 15 años. Después intenté en la Escuela de Suboficiales 'General Lemos' que estaba en Campo de Mayo, pero a los 8 meses me volví y me quedé con esto. Pero aquello también me gustaba", admite.

 

Varios trabajos.

 

Era "Coco" que se dirigía a César -se quieren mucho, pero increíblemente nunca se trataron como padre e hijo- y le ofrecía trabajo: "Ahí nomás le dije que sí... le fui a avisar a mi abuela y ya me quedé en Nairobi, por tres o cuatro años. Después abrió New Star y el Negro Sosa (Rubén) me ofreció y ahí fui con los Pracilio... Como te dije pasé por varios lugares, y alguna vez estuve en Hacendados de La Pampa porque me llevó a trabajar Víctor Piccirilli... primero para servir café, una suerte de personal de maestranza, pero como me sobraba el tiempo aprendí a hacer trámites administrativos, a escribir a máquina... Pero lo mío era esto, así que en el '86-'87 me fui a hacer la temporada a Mar del Plata y todo iba muy bien; hasta que volví y entré a La Recova como barman...".

 

Un hombre inquieto.

 

Se ríe al recordar como fue su vinculación con una de las confiterías más tradicionales de la ciudad: "Yo andaba medio de gusto y me encontré con Lito Cenizo que me dijo que había tomado un trabajo grande para pintar una casa y que la hiciéramos juntos... será casualidad o no se qué, pero era de Antonio Corredera que después de eso me invitó a venir a La Recova".

 

Ciertamente César es de esas personas que no le esquivan al trabajo, porque "hay que ganarse el mango de manera honrada... por eso fui pintor, también albañil, peluquero, tuve un kiosco sobre la Avenida Roca... Nunca fui de quedarme quieto", afirma.

 

La familia.

 

Tiene una familia numerosa César, porque son seis hijos, y está ahora desde hace 13 años con Natalia Rosana Fridel, su segunda esposa.

 

"La verdad es que esto de ser gastronómico lo hago con orgullo... es verdad que hay escuelas que enseñan a trabajar, pero se aprende mucho mirando a los que saben. Porque en realidad nunca se termina de aprender", dice. Se lamenta porque hay jóvenes que comienzan pero dejan porque "la verdad es que no les gusta. Y para hacer bien las cosas a uno tiene que gustarle lo que hace... y a mí me encanta", sostiene sin dudar.

 

"Porque de alguna manera es hacer algo por los demás esto de prestar un servicio. Me gusta el oficio completo, y también cocinar... en mi casa lo hago y soy bueno haciendo asados para la familia, cuando nos juntamos todos, hijos, nietos, tíos y primos", se solaza de sólo pensarlo.

 

César deportista.

 

Lo que tampoco muchos conocen es que César es un amante del deporte, y alguna vez supo practicar atletismo en la Agrupación Juventud y Deportes (que lideraba el recordado Juan Carlos Vega padre): "Hacía cross country, y pruebas de 200 y 400 metros. Me gustaba mucho, pero también el fútbol, y hasta me di el gusto de jugar en las inferiores del Club San Martín, del que soy hincha. Y por si faltaba algo además hice karate con la familia Hussein. Sí, está bueno eso de hacer deportes, y por si faltara algo soy hincha de 'Boquita', qué más...", dice como si esto significara algún mérito especial.

 

Lo que viene.

 

Han pasado nada décadas de cuando era el pibito que miraba asombrado desde detrás de la barra lo que acontecía en las mesas de Nairobi... "Eran tiempos en que los empleados de los bancos, del Instituto de Seguridad Social, y de algunos comercios, se podían dar el lujo de desayunar allí, o de ir a tomar un cafecito y leer el diario", se retrotrae.

 

Después vendría la vida... la familia que se ampliaba, los hijos, los nietos, una vasta experiencia para un trabajo que asume con particular entusiasmo cada mañana... "Es que para ser mozo, para estar en gastronomía tenés que amar lo que hacés. Tratar de ser el que mejor atiende, el que deja al cliente conforme... Y además estar atento para aprender, porque siempre hay tiempo para eso. Sí, llevo mucho tiempo en esto, y creo que todavía me quedan muchos años más...", afirma mirando desde detrás de sus anteojos con un dejo de satisfacción. Él es Julio César Potrós. "César, para servirlo".

 

La propina que siempre ayuda.

 

En gastronomía -también sucede en muchos otros trabajos-, los sueldos están lejos de ser los mejores, pero algunos mozos consiguen juntar un "extra" con las propinas. Y sobre eso cuenta César: "Sí, hay personas que dejan, pero otras se van haciéndose los distraídas", agrega sin hacerse demasiados problemas.

 

Dicen los que dicen saber que las propinas tienen origen en la Inglaterra del Siglo XVI, cuando los huéspedes dejaban una suerte de "premio" para quienes los atendían. Después la costumbre se extendió a todo el mundo -aunque en algunos países no son habituales-, y en nuestro país si bien son bienvenidas aparece todavía como una práctica voluntarista del parroquiano.

 

En algunos lugares, se conoce, está reglamentado por ley que debe dejarse una propina. Y si se puede la verdad que es lo mejor, porque encontrará en el mozo seguramente una mejor disposición.

 

(M.V.)

 

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