Jueves 08 de mayo 2025

Raúl Espinosa, una persona ejemplar

Redacción 13/08/2023 - 00.10.hs

Ha sido alguien que llevó una vida signada por el emprendedurismo. Fue empresario, corredor de motos, dirigente de la Cámara de Comercio. Una vida plena en realizaciones, en lo familiar y en lo social.

 

MARIO VEGA

 

A veces pienso que a algunas personas hay que escudriñarlas atentamente para caer en la cuenta de cómo son; pero hay otras que con simplemente observar sus modos, sus comportamientos, denotan de inmediato que son buena gente.

 

¿No les pasa eso? Que solemos encontrarnos con individuos que con su llaneza, con su sencilla manera de hablar, desde su accionar en la vida –que podrá ser más o menos trascendente-- nos van dando la pauta que se trata de personas que entran en esa categoría. Una consideración que se ganan naturalmente, sin afeites, sin falsas posturas.

 

Y me pregunto si habrá título más lindo que ese en la vida.

 

Los Espinosa.

 

Y ahora que lo pienso… Los Espinosa son buena gente. Una familia de laburantes, de personas que han trabajado muchísimo casi siempre mostrando un ingenio que los llevó a acometer emprendimientos que marcaron época.

 

Y sino que alguien desmienta que Julio, el mayor de los hermanos, ha sido un importante precursor de la radiofonía pampeana poniendo al servicio sus conocimientos técnicos, camino que de alguna manera continuó luego su hijo Julio César. Esa es una rama familiar, y otra la que tiene como referente a Raúl Espinosa (91) –hermano de aquel--, que es de quien queremos contar su historia.

 

De Caleufú a Santa Rosa.

 

Nació en Caleufú, y cuando él era muy pequeño su familia se trasladó a Trenel donde vivieron un tiempo. En su casa de calle Alem 576 en Santa Rosa, Raúl me recibió en estos días para charlar sobre sus vivencias de años, signadas por el trabajo duro y la perseverancia para lograr objetivos que tenía en claro desde que terminó el secundario en la antigua Escuela de Artes y Oficios. Aquello que él tomó como un mandato que, más adelante, veremos cuál era.

 

Relata: “En esa época mi padre, ante el fallecimiento de mi abuelo, decidió venir con mi madre y hermanos a un campo del valle Nerecó, a 14 leguas de Santa Rosa, con la idea de hacer una explotación típica de esos tiempos: unas pocas vacas, algunas ovejas, caballos para el trabajo y la movilidad. Todo ello junto a dos de sus hermanos (los tíos Felix y Santiago). Corría el año ‘36 y fue un momento en que La Pampa vivió la más cruel de las sequías. Consecuencia: se murieron todos los animales y vino entonces la decisión de venir a Santa Rosa”.

 

Los estudios.

 

Rememora que tenía cinco años y empezó la primaria, primero en la Escuela 1 (de varones), pero también pasó la 314,la N° 5 de Toay y finalmente la 38 Enriqueta Schmidt”.

 

Más tarde vendría su acceso a la Escuela de Artes y Oficios –lo que sería luego conocida como Escuela Industrial--, donde recibió una educación que sería vital para el resto de su vida. Y ya veremos cuánto de fundamental resultaría.

 

La familia.

 

Raúl tiene muy buena memoria, y le gusta precisar sobre el aspecto familiar, casi puntillosamente: “Mi padre, Francisco Espinosa, era español nacido en 1889: mi madre Teresa Alemandi, argentina de 1904. Luego llegaron mis hermanos: Evangelista, Julio, Neli, Ebé, vengo yo, todos nacidos en Caleufú; y ya en Santa Rosa Edith Ivonne. De los seis hermanos quedamos Negrita y yo”.

 

Asaltado por Vairoletto.

 

En principio residieron en Caleufú, pero en 1927 el padre de Raúl y su tío Juan fueron asaltados por Juan Bautista Vairoletto y un compinche en la zona de La Maruja. “Ahí de dos tiros en la frente muere Juan, que era hermano de mi madre, y papá queda herido en el codo derecho… Nosotros rescatamos la historia no sólo por el testimonio de mi padre, sino también por los expedientes policiales y judiciales de la época… Papá era relojero del pueblo, pero por aquella herida no pudo seguir ejerciendo ese oficio”.

 

Y vaya si ese incidente habría de influir en la vida familiar: “Te imaginás las consecuencias… Era un combo terrible: “Mamá embarazada de mi hermano mayor Julio, y mi viejo sin laburo. Lo dejo ahí, porque sería demasiado largo”.

 

Después de eso se trasladan a Trenel “donde papá trabajó en la imprenta de Ezequiel Zúgaro, editor del periódico ‘La Voz del Pueblo’. Fueron 4 años, porque como dije en el ‘36 se vinieron al campo y luego a Santa Rosa”, completa.

 

Siempre el trabajo.

 

Y es linda la historia de los Espinosa, siempre signada por el trabajo. Cuando Raúl terminó el secundario, “y antes de cumplir los 18, con las herramientas que había en la casa, empecé a hacer arreglos. Cualquier cosa que se le averiaba a los vecinos, ya sea un calentador, la pata de una cama, pequeñas soldaduras a estaño, a remaches, tornillos, lo que fuera”.

 

Para entonces el padre había comprado los componentes de un reparto de leña, un carro de un eje, dos caballos, una balanza, los aperos y poco más… La leña la traía mi tío Froilán que tenía un camión Ford 38 desde el mismo campo de Nerecó que tenía mucho monte de caldén”.

 

Después alquilaron “una modestísima casita con un patio apropiado para depositar la leña. Fue allí que instaló Julio su transmisor de radioaficionado (LU6UC)… y allí también me colé yo con mi tallercito”.

 

La adolescencia.

 

Tiene bien presente su etapa adolescente: “A una cuadra y media de nuestra casa, en Cervantes entre Quintana y Sarmiento lindante con la casa de la familia Otero había una media manzana baldía… y alí era el escenario de nuestros mejores momentos: remontábamos barriletes y estaba la canchita para jugar picados, con Cacho y Titín Otero, Cacho Alvarez y su hermano Cholito, los Rodríguez, --Piraña, Bocha y Cuco--, que eran buenos, Benito Lasierra y varios chicos del salitral que quedaba cerca”.

 

Entretenido con las bochas.

 

Y sigue: “¿Hoy? Me gusta jugar a las bochas y lo hacemos todas las semanas en la quinta de Carlos Scheffer, con Raúl Hernández, Lucho Toffoni, Ricardo Heim, Mario Esquerra, Jorge Escorza y Jorge Araya, e iban también los queridos Cacho Dal Bianco y Hugo Blanco”.

 

Y además, para despuntar el vicio, en su casa tiene un tallercito donde continúa haciendo las cosas de siempre… Y sigue a Ríver, del que se confiesa hincha hace 82 años. “Desde que tengo uso de razón”, afirma.

 

Los inicios.

 

A cuenta gotas Raúl va explicando cómo se fue armando como metalúrgico. De a poco fue comprando más herramientas: “Muchas las hice yo mismo, como el gasógeno, que sirve para obtener el gas acetileno, que complementado con oxígeno, conforma la soldadora autógena. Siempre apoyado por mis maestros, en particular Títolo y Blanco”, reconoce a sus queridos profesores del Industrial.

 

Y sigue: “Así pude hacer mis primeros pasos en la metalúrgica, y compré la soldadora eléctrica, a crédito los comercios me dieron facilidades, como Lordi y Cía”, refiere a un antiguo negocio de aquellas épocas.

 

La entereza de la madre.

 

Raúl manifiesta en todo momento una permanente gratitud a sus mayores. “Y sí… ante las grandes dificultades que nos tocó vivir quiero destacar la férrea entereza de mamá, quien a pesar de contar con elementales conocimientos de leer y escribir, tuvo la lucidez de generar una disciplina integradora de unión entre hermanos que dio como resultado ir superando adversidades con el trabajo de todos. Si la veo con la “Singer” torciendo su espalda, cosiendo para afuera… todo eso nos permitió transitar la vida dignamente hasta que mis hermanos mayores empezaron a trabajar”.

 

“Pero lo cierto es que había un espíritu de trabajo en la familia. En mi caso desde los 14 años ayudé a papá cargando leña en el carro: a veces por sus frecuentes indisposiciones me tocó caminar hasta una quinta lejana del centro, buscar el caballo, atar el carro, volver, cargarlo con las leñas, descargarlo y cobrar en la casa de cada cliente”.

 

Todos trabajando.

 

Y también puntualiza lo que hizo cada hermano: “Ñata, la mayor, de muy joven fue empleada en una tienda, hasta que se casó; Julio desde niño abrazó la técnica de la electricidad y la radio, y puso su cerebro y sus manos a indagar en ese medio aún naciente; cuando era imposible imaginar su proyección, que sumada a la televisión cambiaría las costumbres y la vida de aquel tiempo. Dejó a lo largo de su vida un legado de ejemplaridad, hoy plasmado en el reconocimiento que se ha ganado”, se emociona al mencionarlo.

 

Después venía Neli, que “de jovencita trabajó en una sastrería porque resultó ser costurera. Ya casada lució bellos jardines en las casas que vivió, y además fue virtuosa para la pintura participando en distintos salones. Ebe fue empleada de Casa Porta, más tarde empleada de la Central Telefónica de Santa Rosa, hasta que se casó y fue a vivir a Buenos Aires”.

 

Finalmente llegó Negrita, “cuando yo tenía 11 años. Se convirtió en la mimada de la casa, y hoy es afamada costurera de primera,y todavía le sigue dando a la maquinita eléctrica”, completa.

 

La novia de toda la vida.

 

Y completa el cuadro familiar recordando cómo conoció a su esposa: “Mabel (Campanino) ha sido una compañía fundamental, de mucha fortaleza y ayuda… La conocí en 1963, una tarde que la vi por la calle y me encandiló. Hice la necesaria ronda para abordarla, nos pusimos de novios y a los dos años nos casamos. Y así llevamos 58 años, felices, con cuatro hijos: Claudia (nuestra compañera de trabajo en La Arena), que tiene a Lucas y Natalia; Sonia madre de Camila; Analía con sus hijas Sofía y Emilia; y Mariano que está esperando una bebita que nacerá el mes próximo”, resume.

 

Raúl, el emprendedor.

 

Dotado de un característica muy especial que lo relaciona con lo laboral, Raúl es además un creativo, alguien que es capaz de imaginar y pergeñar de tal modo que pudo ir haciendo su camino y obteniendo finalidades que –tal vez al principio-- no se fijaba como objetivos.

 

Pero entiendo, y así lo admite él, que su paso por la Escuela Industrial (aunque no se llamaba así) ha sido –además de ese espíritu que lo vincula con la cultura del trabajo-- fundamental para ir concretando cosas. A nadie se le había ocurrido hasta entonces que el tema de las cajas metálicas para medidores de electricidad –esos que la CPE Santa Rosa coloca al frente de cada domicilio-- podían ser una veta para poner en práctica sus conocimientos.

 

El fabricante.

 

“El ingeniero Santiago Marzo había sido mi maestro en la Escuela Técnica, y por eso un día fui a la Cooperativa y pedí hablar con él. Me atendió con su habitual amabilidad y le propuse fabricar cajas para los medidores. Me respondió, eso sí escuetamente: ‘Prepare una muestra y preséntela. La hice, la vio y me dijo ‘está presentable para cualquier frente’. Y bueno, desde ahí me inicié en la construcción de cajas de chapa… preparaba a fragua y martillo los moldes para los cuerpos y hacía las tapas usando una guillotina. También compré en Buenos Aires una prensa llamada balancín de 35 TT que aquí no se conocía y pude producirlas en serie. Siempre les di un cuidadoso tratamiento de antióxido y pintura final; y aún se ven en Santa Rosa y muchos pueblos cajas con su pintura original de hace 70 años”, se muestra sencillamente orgulloso sin decirlo.

 

Jaulas.

 

Con el tiempo vendría un emprendimiento todavía más importante, “Al dejar el tren de acarrear ganado, se empezó a transportar por camión. En esa época la ruta 5 era de tierra hasta Pehuajó (menos 25 kilómetros hasta Anguil), las jaulas se destrozaban y me las traían para soldar las partes rotas. Así me familiaricé con el tema”.

 

“Charlando con alguna gente me alentaron y decidí poner manos a la obra. Me dijeron si me animaba a hacer una jaula para camión… y claro que me animaba. Era de 11 metros de largo que, comparado con las cajitas para la luz, imaginate”, me mira para que le diga algo…

 

“Fue en el tiempo que se terminó de hacer el asfalto en la ruta 5, entre Santa Rosa y Pehuajó. Tiempos de Arturo Frondizi que vino a La Pampa a la inauguración, y fue recibido por el doctor Ismael Amit, el gobernador (un hacedor que alguna vez la historia deberá reconocer debidamente, más allá de cualquier diferencia política).

 

Nace Monarca.

 

“El primer semirremolque jaula se lo vendí rápidamente a una gente de Caleufú, justo mi pueblo natal”, casi se emociona.

 

Al tiempo compró un lote de 2.500 metros en Avenida Luro, donde “con ayuda de Julio hice una modesta casita porque ya nos habíamos casado con Mabel Campanino y nos fuimos a vivir a ese lugar en 1967”.

 

Monarca, que así se llamó la empresa, llegó a tener 60 operarios y era una de las más pujantes de la provincia: “Llegamos a construir una carrocería de camión, acoplados y semirremolque por semana, lo que serían unas 50 ó 60 por año”, sostiene.

 

Los golpes económicos.

 

“Cierre trato con Monarca, su industria en La Pampa”, era el slogan que distinguía a la que era una verdadera potencia comercial. Pero esta querida Argentina –que tiene tantas cosas lindas-- también sabe de cosas que son capaces de hacer tambalear y caer a la compañía más consolidada (sobre todo si no está compuesta de capitales extranjeros).

 

Vino Martínez de Hoz en la dictadura, y más tarde el menemato con Cavallo y su política neoliberal que no alentaba precisamente a la industria nacional. Todo se complicó, empezaron a crecer las deudas y un día llegó la bandera de remate. “Compró el mismo Banco de La Pampa porque se vendió en 47 mil dólares y nadie pudo ofertar… así que imaginate de que magnitud era la crisis”, dice a la distancia pero sin resabios de amargura. Quizás porque entiende bien lo que es nuestro querido y complicado país.

 

Raúl y las motos.

 

Que ha sido un hiperactivo no quedan dudas. Cuando Alfredo Dalmiro Otálora –otro hombre de avanzada en lo suyo-- organizó la primera carrera de motos en Santa Rosa, Raúl Espinosa dijo presente pero en calidad de preparador, junto a Sifredo Depetris –uno de sus dilectos amigos--, para poner en la línea de largada una de esas motos Puma que participaron: “Preparamos la moto de Abel del Viso (padre de Ernesto), como piloto de “Escudería el Monarca”. Atrás quedaron nombres gloriosos como Prieto de General Pico, Servetto de Metileo y de Santa Rosa Montesi, Outerelo, Carnovale Marquez y varios más.

 

Más tarde la actividad iba a continuar con nombres rutilantes como los de Rulo Sabaidini, Dante Gariglio, Pepino y Fiume Mazoni, Dito Rodríguez, Aladino Rodríguez y Mario Bertón.

 

El dirigente.

 

Fue tanta la actividad –y ciertamente el prestigio que supo ganarse Raúl Espinosa-- que le tocó integrar diversas instituciones como la Cámara de Comercio, Industria y Producción de La Pampa de la que fue tres veces presidente; fue miembro del Consejo de Administración de la CPE Santa Rosa; y actuó como adherente de la Fundación Chadileuvú.

 

Hay mucho más para decir, pero verdaderamente la historia de este hombre merece ser contada en un libro. Y se lo digo. Es que es de esa gente que vale la pena. Vaya si tiene valores y logros para destacar.

 

Un hombre ejemplar.

 

En la tranquilidad de su hogar vive plácidamente. “A veces me pongo a escribir –de hecho tiene un libro editado por Claudia, su hija, donde relata aspectos de su familia-- y bueno… pienso y escribo cosas. La Arena ha publicado muchas notas mías, sobre todo referidas a personas que admiré, hablando de mis maestros, de hombres como Honorio Romero. ¿Si me quedan sueños? Pero claro… sueño con que tomemos conciencia de que nadie va a venir para salvarnos, y que cuando hagamos la necesaria buena letra las soluciones se darán por añadidura… Y hay que trabajar, esto es fundamental”, sostiene como un precepto de vida que nunca lo abandonó.

 

Si, son buena gente los Espinosa… Y él un tipo especial, de los que valen la pena tener como ejemplo. Porque eso sos, Raúl… y tantos como vos, por suerte.

 

“Las escuelas técnicas son importantísimas”.

 

“Las escuelas técnicas son importantísimas, porque son trabajo, son creatividad. La educación pública debiera apostar a las escuelas industriales porque son fundamentales. Por supuesto que el quehacer humano necesita de médicos, abogados, escribanos, pero también y sencillamente de gente de trabajo, y los egresados de una escuela técnica con pocas herramientas ya tienen como ganarse la vida”, sostiene enfático Raúl Espinosa.

 

Y es como para darle la razón.

 

Raúl mencionó que en 1946 se creó en Santa Rosa la Escuela de Artes y Oficios. “Por decisión de mis padres, pero también por la insistencia de mi hermano Julio ingresé… y ciertamente me resulta difícil reflejar lo que significó para mí haber cursado y egresar con mi título de experto calificado Mecánico Rural, que entiendo debió ser Máquinas Herramientas, ya que aprendimos el uso del torno, la fresadora, la soldadora y toda una variedad de herramientas menores, manuales y eléctricas”.

 

Espinosa pidió valorar a su fundador, “don Francisco Niotti, de quien considero que no ha tenido el reconocimiento que su obra merecería. Y lo digo porque el grupo de maestros que lo rodeó y sobre los que influyó, son personas que he amado como grandes educadores, como Celestino Títolo en Taller, Gonzalo Blanco en Dibujo Técnico, Mario Héctor (Negro) Vega en

 

Matemática, Ingeniero Santiago Marzo en Grandes Motores, Adolfo Bruno en Electricidad Bobinado de Motores; y en otros oficios como Carpintería Gonzalez Necol y en Construcciones Dal Bianco. Sobre algunos los destaqué en algunas notas en La Arena”, señala.

 

En un momento recuerda que “hay una calle al este de Santa Rosa que lleva el nombre de Francisco Niotti. Fue a partir de mi iniciativa compartida por varios ex compañeros que llevamos la propuesta al Concejo Deliberante”, se satisface, aunque quisiera un poco más.

 

Aclaró que cuando fue alumno “pasó primero a Escuela Técnica, luego a Escuela Técnica Ciclo Superior y finalmente fue Escuela Industrial la actual EPET”.

 

Raúl perteneció a la primera promoción, egresada en 1949. “Los viejos maestros nos imponían salir y emprender, y eso traté de hacer”, expresa satisfecho porque sabe que cumplió acabadamente con aquel mandato.

 

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