Jueves 05 de junio 2025

Hombre asaltado por los ofertantes

Redacción 17/10/2009 - 01.26.hs

SEÑOR DIRECTOR:
Hubo un tiempo -cuentan los veteranos- en que el teléfono particular sonaba para comunicar a personas de la familia o del círculo de relaciones.
Cuesta pensar que haya existido tal tiempo y más bien se tiende a creer que ese tipo de relato es otra manifestación de la creencia de que todo pasado fue mejor.
Ahora usted escucha el llamado del teléfono y duda. Y si suena cuando usted está ocupado, agrega un grado más de fastidio. Salvo que usted sea un pescado. Del pescado se dice que es frío, que no se inmuta, que se gobierna con la indiferencia: claro está, el pescado es el nombre que recibe el pez fuera del agua, muerto ya. También un finado humano se muestra ajeno, distante, incomunicable. Pero, preferimos decir pescado y no finado. Quiero significar que, con la salvedad expresada, lo corriente es que el usuario no desoiga el llamado: corte su charla, interrumpa su quehacer y acorra al llamado (imagíneselo buscando ideas para componer un texto, siendo que las ideas, si llegan y no son atendidas de inmediato, se borran y a uno sólo le queda penar por el verso o el discurso condenados a no nacer).
Atendemos. La voz puede ser la del familiar, del conocido o de alguien que nos interesa escuchar. Sin embargo, cada vez con mayor frecuencia a nuestro hola le sucede una voz femenina muy profesional que comienza a recitar un discurso inesperado: que ella es intermediaria de gente que se desvive por nuestro bienestar y nuestra economía y que, en ese tren, ha imaginado beneficiarnos con la oferta de... etcétera. Uno se piensa persona educada y respetuosa, por lo que trata de imitar la voz comedida de la ofertante para decirle que no lo había pensado ni había descubierto que, entre sus padecimientos, figurase la "necesidad" que motiva su ofrecimiento, que lo agradece, que lo va pensar. Sin embargo, la voz sabe que si le permite a usted que cuelgue en ese momento, lo perderá para siempre, de modo que ya tiene un discurso de alternativa para acosarlo por alguna de las debilidades bien establecidas por los que programan el marketing (mercadotecnia es lo que propone nuestra Academia de la Lengua, pero todos admitimos que en inglés y mientras menos se sabe de ese idioma, es más sugerente).
Mucho peor la pasan quienes reciben llamados de individuos que no se han organizado todavía en empresa de telemarketing, pero tienen algo que ofrecerle, y no pocas veces inician alguno de esos cuentos del tío que conservan su capacidad de atraer a personas que, incluso, lucen estatuto de informadas e inteligentes. Más temblor sigue a un llamado que es interferido por una telefonista para advertir que procede de una cárcel y que sólo se permitirá que la comunicación se establezca si el usuario acepta. Usted agradece y corta, pero se queda imaginando que "y si tenía algo que decirme acerca de tal hijo o hermano o amigo", en cuyo caso puede iniciar un frenético recorrido telefónico para ir despejando dudas. Con todo, una colita de duda quedará molestándole por un buen rato. Ahora sucede, en Santa Rosa, que es la propia empresa telefónica la que hace mercadotecnia para sus productos y servicios. Sus expertos han determinado que las mejores horas son las del almuerzo o la cena, de modo que el llamado premioso del teléfono frustra la trayectoria del manjar acomodado en tenedor o cuchara y que iba rumbo a golosa boca y ansioso paladar. Cuando usted puede volver a él, ya está frío o su humor ha cambiado y bien se sabe que el gusto del comer está condicionado por el humor.
Ahora, la Ciudad (Buenos Aires) ha creado un registro de usuarios telefónicos que no desean recibir tales llamadas. El primer día se anotaron como mil, y muchos más en los días subsiguientes. Quizás este registro se extienda a otras jurisdicciones y el teléfono vuelva a ser lo que quiso ser siempre: un medio para la comunicación entre personas que se aprecian o que consienten tener alguna relación.
Atentamente:
JOTAVE

 


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