Melindrosos y otros aspectos del dengue
SEÑOR DIRECTOR:
El dengue y otras enfermedades "tropicales" eran problema para brasileños, paraguayos y bolivianos. Nosotros, los sureños, sólo los tomábamos en cuenta al proyectar viajes.
Algo ha cambiado en los últimos años. Todos hablamos ahora del dengue como algo que se ha instalado en nuestro ámbito y que nos amenaza gravemente. Pasa con esta enfermedad lo mismo que con la seguridad pública: se ha convertido en arma en manos de políticos de la oposición y del gobierno. Los primeros, para mostrar que el gobierno no supo ver el riesgo y actuar en consecuencia; el gobierno para denunciar la intención electoral y para frenar su tentación de quitarle importancia. Al convertirse en arma electoral, el dengue (como cualquier problema que afecte a la sociedad) se ve desplazado de lugar en las preocupaciones colectivas. Este desplazamiento a su vez provoca políticas equivocadas, ya por su demora, ya porque se desmesuran algunas acciones. Uno piensa (en estos días en que el Alfonsín dialoguista y consensuante ha estado tan de moda, no sin alguna motivación igualmente electoral) que haría falta establecer los consensos necesarios para que haya un área librada de oportunismos y oportunistas, tal que haga posible encarar objetivamente las necesidades bien medidas. Al lector puede interesarle saber que en el diccionario la primera acepción de dengue se enuncia así: melindre que consiste en afectar delicadeza, males y a veces disgusto de lo que más se quiere o desea. Melindre, a su vez, es la delicadeza afectada y excesiva en palabras, acciones y ademanes. ¡Basta de melindres, entonces, en cuanto al dengue y demás problemas ciertos y preocupantes!
Alguna reacción se ha notado en la semana anterior. La ministra de Salud ha podido hacer en el Senado una exposición del estado de cosas, en cuanto al dengue, y la oposición no se ha mostrado hostil. Esto es bueno y es malo como señal: bueno porque indicaría un retorno de la sensatez; malo, porque nos estaría diciendo que el problema es real y tiene entidad preocupante.
Dicho lo anterior, creo necesario acompañar lo expresado por la doctora Lidia Correa, presidenta de la asociación argentina que se ocupa del tema de las migraciones del mosquito. En verdad, dijo más de un razonamiento atendible. Dijo, por ejemplo, que es erróneo "culpar" al mosquito (y concentrar en él toda la acción), pues el problema es el enfermo. Si no hubiese enfermos, el mosquito no transmitiría el mal. Hay que frenar al mosquito, pero la atención debe centrarse en la atención y el aislamiento del enfermo. También dijo que no sólo se trata de dengue, sino que preocupa la fiebre amarilla, la malaria, el Chagas y la leishmaniasis, enfermedades todas que habíamos borrado del mapa argentino hace tiempo. ¿Por qué vuelven ahora? Debe haber relación con el cambio climático. El calor crece en el planeta y las zonas aptas para el vector (el mosquito) avanzan sostenidamente hacia el sur. La asociación de la doctora Correa reclama, por eso, que en la próxima conferencia internacional de Copenhague (en diciembre venidero) sobre el cambio climático, se incluya el tema de sus efectos sobre la salud. Es decir: el cambio climático modifica la temperatura y el régimen de precipitaciones, a raíz de lo cual cambia, al mismo tiempo, el mapa de las enfermedades. El viejo mapa, válido hasta hace una década o poco más, ya no expresa la verdad.
Hay un problema, que no es el dengue. El cambio climático. Se hace preciso ejecutar las medidas previstas para controlar la acción humana que estimula o causa dicho cambio, pero, al mismo tiempo, hay que tener en claro que si el escenario cambia, también aparecen nuevos actores y que es preciso actuar. Disertar sobre medidas contra el carbono está bien, pero hay que obligar a su ejecución y, al mismo tiempo, atender los otros efectos de este proceso global en desarrollo. Sin melindres.
Atentamente:
JOTAVE
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